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sábado, 25 de febrero de 2012

Mario Crespo en la Central del Raval


Presentación de Biblioteca Nacional de Mario Crespo
Eutelequia narrativa

                                              Mario Crespo y Cristina Fallarás

Patrimonio Nacional, la Escopeta Nacional y ahora Biblioteca Nacional. Es viernes, son las siete de la tarde y es 24 de febrero en la Central del Raval y allí estamos, en la cripta, acompañando a Cristina Fallarás, Jordi Carrión y Mario, Mario Crespo el autor y su obra.

Abre el micrófono Cristina Fallarás, cree en las sensaciones literarias y cree en la literatura, escribe, publica, gana premios y está aquí apoyando a Mario en su cruzada literaria y junto a ella su marido y su hija “los demás siguen ahí fuera, casi nunca se les oye, pero podemos sentir su tensión” (Ultimos días en el Puesto del Este). Ella dice que viene de otra época en la que nadie contactaba con los escritores y que los escritores no contactaban con sus lectores, otra época en la que cada uno estaba en su sitio y Dios (el que entonces mandaba) en el sitio de todos. Dice ella que así era y que ahora los escritores jóvenes se te meten en casa, por medio de las redes sociales y por  esa multitud de editoriales independientes a las que les gusta la literatura; adobándolo todo, los pontificadores (teóricos), los querido diario (chicas cuenta-intimidades) y los escritores con sus blogs y su ser. Cristina lo dejó un poco así, después de calificar la novela de MC como valiente y original, se puso a un lado y dejó paso a Jordi Carrión, que era el teórico del evento, igual que Eloy Fernández Porta lo es en la contracubierta;  nos fue desgranando con calma y una voz tersa, las buenas sensaciones del libro, el salto narrativo respecto de la anterior Cuento Kilómetros, y lee párrafos de esta novela de auto-ficción con sus alter ego, sus desdoblamientos, pequeños párrafos de ese aperitivo que se prueba antes de empezar a comer y así nos quedamos con esos bocados, esperando lo demás.
Éramos unos cuantos, Francesco Spinoglio, Sergi de Diego, Eloy Fernández, Carlota Mosseguí, y alguno más, así como Pepa de tres años, la hija de Cristina, esa hija por la que escribe cada día o cada noche.
Y así entre amigos, agradeció Mario que estuviéramos con el. Mario Crespo tiene las manos grandes y los dedos largos y se parece a Guardiola, explica con las manos todo lo que puede decir con esa voz que también es tersa y también acostumbrada a hablar y a agradecer y contó todos los detalles del momento literario y las circunstancias que le movieron a escribir, las laborales en la Biblioteca Nacional donde trabajó, ese almacén subterráneo de dieciocho plantas con una atmósfera y un microclima por el que también hay becarios y funcionarios, bedeles, lectores, y amigos como Barrueco. Mario nos lleva y nos trae de esos sitios, algo que siempre ayuda a situarte en lo que después vas a leer, tiene esa facultad de regalarte todo eso hasta que te ves dentro del álbum de fotos y dentro de sus conflictos y los personajes que salen de esos conflictos, que son los que aparecen en las páginas y según parece fuera de ellas.
-Ahora estoy muy bien en el lugar donde trabajo –dice Crespo- pero os aseguro que he tenido que morder el polvo en muchos de esos otros trabajos.
                                                     Jordi Carrión y Mario Crespo

Y eso es lo que pasa por aquí,  gente bien preparada que ha mordido el polvo en todos los grados, todos los cursos, todos los idiomas y con las asignaturas bien aprobadas, jóvenes masters del universo, compitiendo dentro de una pista abarrotada de coches de choque y una sola ficha para jugar.
Y así pasó una hora. De lo que todo el mundo termina hablando en estas reuniones, no es de literatura, es de dinero y aunque se sigue fumando y se sigue bebiendo como en los mejores momentos literarios de Formentor, se termina hablando de que este oficio es una ruina, que uno se tiene que dedicar a dar clases de creación literaria en algún sitio, o ser funcionario de ocho a tres y escribir por las tardes, en el mejor de los casos. No obstante, la solución no es escribir por las tardes, es escribir, conseguir escribir bien de una vez por todas y en esas estamos … y después cobrar por ese trabajo, como cobran los carpinteros, los ingenieros o los astronautas, porque no puede ser gratis total.

Pero de eso ya no se hablaba en la cripta que tiene su horario comercial, ya estábamos en el bar, buscando sillas y juntando mesas, con una botella de vino, algunas cervezas y es allí donde Mario Crespo estaba acompañado de sus amigos escritores de Barcelona, de sus personajes y de su agradecimiento.
Me hubiera quedado hasta que se apagara la última bombilla, pero ya no tengo todo el tiempo que me hace falta y me temo que siempre va a ser así, además aquella tarde me dolía el tobillo. Dejo a la gente bien sentada, con la botella a medio beber y me voy con el gusto de Mario Crespo y la generosidad de todos los demás, incluso con los que no he podido hablar, a quien tan solo conozco por los blogs, sus álbumes de fotos, estos libros infernales y los mundos paralelos. Con todos estuvo bien la cosa, aunque llegué cojeando a casa por aquel dolor de tobillo, que tan solo era una metáfora en el zapato.

- ¡Qué tiempos tan extraños!, las metáforas huyendo de los libros, de los blogs.
- Y de los escritores.
- Puta crisis


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