Jordi Carrión (foto de Lisbeth Salas)
Previo (crónica Revista Alenarte, sobre el mismo autor, http://alenarterevista.net/los-paisajes-de-jorge-carrion-por-elias-gorostiaga/)
Previo (crónica Revista Alenarte, sobre el mismo autor, http://alenarterevista.net/los-paisajes-de-jorge-carrion-por-elias-gorostiaga/)
Pese a todo lo que decían las autoridades en el barrio Gornal de L'Hospitalet, hubo una aparición, era JC tirando del carrito de un super, cargado con hierros, cables de cobre arrancados, piezas de ordenador, una estantería forroñosa. Lleva una gorra blanca, una camiseta desteñida con los restos del dibujo de una palmera. A su lado camina cansada una mujer, con falda larga hasta los tobillos y sandalias, viste una camiseta verde con letras amarillas que dicen Putos modernos. Se paran delante de los escaparates repletos de pantallas de plasma. Las televisiones emiten en directo a los dos tipos que miran fijamente, en una de ellas hay interferencias...
Los dieciséis capítulos de Los muertos de George Carrington y Mario Alvares, dejan mucho ruido de fondo y de ese ruido Jordi Carrión saca la música en la que basa su obra. No hay más complejos que ese, el de ver muchas series de televisión. Cuando yo escribía teatro, incluso cuando escribía poesía, me inspiraba en Heiner Müller, a veces en un solo poema, hoy los escritores se inspiran en series de la Fox que se comentan en blogs, que crean miles de entradas, debates, cuyos personajes toman los mandos de tu cerebro y te fríen vivo: el resultado es esta nueva ficción. Hoy tengo que tomar mucha cerveza, hacer enloquecer a mis pupilas y a veces el premio es dar con un buen libro, a veces solo me conformo con llevarme a la boca una buena frase; mientras, yo también sigo soñando que un día sea uno de mis personajes el que tome el control de mis actos, mi libertad.
Esta novela de ficción pura, presenta un personaje, una ciudad, una relación de amor entre cicatrices, niños, hombres, viejos que son ciudadanos Nuevos que se aparecen por ciertos puntos de Nueva York, sin identidad, ni memoria, para ser reeducados, reconducidos, reimplantados y pasar a formar parte del resto de viejos ciudadanos y por el camino ganar el suficiente dinero para pagarse sexo y buscar a un adivino que te aclare como te llamas, quién eres. Toda la acción ocurre en un mundo concentrado lleno de realidades concentradas, pero sin aspecto físico, sin detalles, sabemos de ellos que son guapos, o son niños, o son viejos, o son cabezas rapadas, músicos y como rasgo diferencial apenas un nombre y un callejón; no sabemos cual es el sonido que lo envuelve, la atmósfera, quizá el de algún ventilador que ya hemos oído en otras películas, quizá las aspas de los helicópteros, el de las turbinas del aire acondicionado, el silencio de la gente que va y viene y calla delante de las palizas. Nadie llora, la gente aparece o desaparece y nunca muere, sus heridas se restañan y solo quedan cicatrices, muchas cicatrices, a las que todo el mundo se ha acostumbrado. Esa es la dimensión, esa, la Teoría de Cuerdas... y eso también me recuerda a otra novela Fin de David Monteagudo (Acantilado) en la que toda la trama se desarrolla en un paisaje del que van desapareciendo los protagonistas, más o menos como aquí, solo que sin volver a aparecer en ningún otro sitio y con una emoción distinta a la de Los muertos, durante el recorrido, una emoción que se llama intriga.
Si saltas de dimensión y te metes en el libro azul de
Shakespeare, ves todo lo que te has perdido; y yo hablo por mi: <casi me lo he
perdido todo>. Tendría que hacer memoria para saber donde he estado mientras
Jordi Carrión mamaba de toda esta alucinante cantidad de series que parece que
empiezan con Blade Runner y termina con Sin City, dos películas que son dos
comic, que son dos novelas, que forman el imaginario moderno y futuro de este
territorio, fuera de control, de esta imagen pixelada.
Si saltas de dimensión las series te llevarán de la política
a las guerras del futuro, de la resistencia pacífica de las ciudades, a las
ciudades escombro, arrasadas por la crueldad de guerras en las que solo se
muere, sin combate, sin soluciones. Abres el grifo de esa dimensión y sabes con
certeza que no saldrá agua. Si eso lo ves en una serie, lo tendrás en la puerta
de casa, la gente termina imitando la vida real que antes se les ha contado en
su serie favorita, terminan siendo sus propios personajes. En nuestra sociedad teledirigida, tendremos abogados o blade
runner según las necesidades que creemos en pantalla, esa es la realidad concentrada a la que se cita,
la que te suministra cada hora, cada serie, cada día.
Y Jordi Carrión no se aparta de esa pantalla ni siquiera
cuando lo que escribe son viajes, cuando la no ficción te llega en forma de recorrido
por Australia, al barrio de La Boca en Buenos Aires, o cuando recorre el
territorio Neruda, Bolivia, Brasilia o habla de los emigrados como Bolaño, Américo
Castro, Bellow o Cozarisnky, que no dejan de ser ensayos para la puesta en
escena de lo que serán los grandes emigrados de la familia Carrión, esa rama
familiar que salió de España para irse a Australia, el gran libro de viajes de
los que hasta ahora ha publicado.
Australia es la historia
personal, un rastro genético de la emigración, una apuesta, es como cada uno de
los partidos de Nadal, difíciles y geniales hasta la extenuación, un viaje
largo que como todos los de Jordi, al principio, al medio o al final, terminan
pasando por Buenos Aires, terminan pasando por penurias contadas por las
distintas personas que conforman la literatura de viajes, que son como suspiros
y es así como te vas haciendo a la idea, de que el que lo escribe también es
así, contradictorio, con mil rostros de otras tantas batallas, con mil amigos
de muchas noches, peripecias, amores, olvidos, un sinuoso mapa genético en el
que estamos todos. Especialmente perturbador o desolador en ese territorio es
lo siguiente:
“Cuando se produjo ese accidente, en 1982, en el capítulo crucial de la
historia de tu familia australiana, tu tío abuelo Jesús tenía sesenta y cinco
años y perdió dos centímetros de masa encefálica. Despareció de su cerebro todo
el inglés que había aprendido en su vida de inmigrante y seguramente la mayoría
de los recuerdos de la segunda mitad de su biografía, su vida segunda tan lejos
de casa, en la otra punta del mundo”.
Esto me lleva de nuevo a “Los muertos”, donde los Nuevos
vienen a un viejo mundo, sin memoria, sin nombre y lo primero que encuentran en
ese estado embrionario, es una paliza, una cicatriz y un transfondo social y
político bajo el nombre de un escándalo que en su día fue el Watergate y ahora
es el Braingate.
Australia:
“-El tema es espinoso,¿sabes? –prosigue-. Cuando hablas con
australianos blancos no te dicen la verdad, porque saben que el turista se
llena la boca de derechos humanos y retórica barata…Pero lo cierto es que los
blancos <…> no quieren a los negros.”
Jordi Carrión en todos esos libros de los que cuenta viajes,
encuentra a una parte de la sociedad que lucha contra otra parte de la sociedad
y siempre es la misma lucha, el mismo amor-odio,
bosones frente a fermiones, norte-sur, el mismo blanco-negro, la misma
necesidad de soledad y compañía, la misma necesidad de recorrer mil kilómetros
en autobús por sendas embarradas, para ver a una chica (La brújula), y la
necesidad de olvidar y volver a poner otros mil kilómetros sobre ese tapete de
juego en el que se va convirtiendo la vida.
Y así podemos seguir dando referencias, construyendo
puentes, liquidando mundos y paisajes, unas veces en unas dimensiones conocidas
y otras en esas dimensiones que intuyen de momento, las distintas Teorías
físicas, dimensiones mentales en las que en las teleseries, tenemos un
adelanto, tanto en lo político, como en lo social, como en lo económico y a
Jordi Carrión un observador imprescindible, ambicioso y turbador del que uno no
quiere desprenderse y del que exprime cada segundo como si fuera a ser el último,
una última bocanada de aire fresco en este bochornoso verano que nos espera y con la seguridad más o menos ficticia, que en Israel, Nápoles, Taiwan o Cataluña, no hay desapariciones, por el momento. De lo que no estoy tan seguro es que pueda aparecer en cualquier momento Tony Soprano, paseando por la playa. Por otra parte confío en que Jorge Carrión tendrá que contar muchos más viajes, (de hecho ya va desgranando alguna crónica aqui ) poner así el contador a cero y seguir interpretando de nuevo este mundo ridículo, que una y otra vez nos vuelve a tocar vivir.
...En un apartamento de Gracia, alguien que mira su pantalla de ordenador, alguien que sigue una teleserie, reconoce, debajo de esa gorra blanca a Jorge Carrión, se incorpora sobre su asiento, teclea algo y entra en un blog en el que ya han colgado una crónica que habla de los recogedores de chatarras. Pese a lo que dicen las autoridades en ese momento acaba de desaparecer una parte del barrio del Gornal.
...En un apartamento de Gracia, alguien que mira su pantalla de ordenador, alguien que sigue una teleserie, reconoce, debajo de esa gorra blanca a Jorge Carrión, se incorpora sobre su asiento, teclea algo y entra en un blog en el que ya han colgado una crónica que habla de los recogedores de chatarras. Pese a lo que dicen las autoridades en ese momento acaba de desaparecer una parte del barrio del Gornal.