PRIMERA PERSONA
Esta fiesta la organizaron Kiko Amat
y Miki Otero. En este par de días le han dado valor al teatro del CCCB que es una sala polivalente, sirve para
muchas cosas y está en todo lo alto después de subir unas escaleras mecánicas,
seña de identidad del CCCB, largas escaleras mecánicas al cielo Miki y Kiko,
Kiko y Miki.
El festival se
llama Primera Persona y se ha llenado de música pop, monólogos tragicómicos,
teatro y narrativa, todo una bandeja del McDonald’s. De todo lo que se anuncia
en el Festival, sólo he podido asistir al apartado denominado Dietaris: La vida
no tan secreta de Ainhoa Rebolledo, Isabel Sucunza, Patxi Irurzun, Federico
Montalbán y Manuel Jabois, al breve homenaje por parte de Robert Juan-Cantavella
y Laura Fernández a Curtis Garland, seudónimo de Juan Gallardo Muñoz, un
prolífico novelista de lo que hoy se denomina literatura Pulp y por último al diálogo entre Junot Díaz e Iván de la Nuez.
El año pasado
este mismo equipo trajo hasta Barcelona a Dan Fante al que vimos en Heliogabal,
un bar de Gracia. Allí no faltaba nadie ni había que pagar entrada, (en el de
ahora ya te tienes que currar la invitación, sino quieres pasar por taquilla)
pero a cambio en el Heliogabal no tienen escaleras mecánicas, eso si, te podías
tomar una cerveza, así que estamos más o menos empates.
Ainhoa Rebolledo (a la que conozco y leo)
tiene una cicatriz de treinta centímetros alrededor de su cabeza que la recorre
de forma circular como un trenecillo, una y otra vez, una cicatriz que nunca se
cura pero nunca se agrava. Salió al escenario como si la hubieran empujado, vestida
con una camiseta en la que se leía algo: “I love Barcelona”(en la crónica de su
vida, siempre ronda ese comentario, de forma circular). El “I love BCN” a mi me
suena a disculpa, o peor una forma de ganarse al público que en ese momento sólo
oía por los altavoces la respiración entrecortada de Ainhoa, una respiración
algo nerviosa y se agobió. Para quitarse el agobio, se quitó la camiseta y
apareció un vestido negro de llorzas y volvió a circular la cicatriz circular,
una especie de monólogo bastante turbio: “yo escribí este libro (se refiere a
Mari Klinski) y lo publicó Honolulu Books… y yo quería haber firmado un
contrato… y empezó a liarse con lo de la bicicleta y los 5000 libros o los 500,
jimió de sus amigas, “-Hay hola” de su novio que estaba allí ahora con su nueva
pareja, hasta que apareció gritando de entre el público Didac Alcaraz, con una
escena entre cafre y cállate ya pesada, con un chiste que no se entendió y con
una Ainhoa que no sabía qué hacer, si reir o llorar, mientras que la cicatriz
circular ya subía y bajaba por todo su cuerpo y desaparecían del escenario para
ir directamente al catering a sufrir, mientras las amigas no sabían si ir a
abrazarla o llorar y el que fue su novio, atado a otra novia, espiraba como si
aquel hubiera sido un último aliento.
-¿De la que nos
hemos librado, no? –dijo ella con cierta maldad- a lo que el contestó de
nuevo suspirando.
Eso fue lo peor
de todo, o lo mejor de todo, según las distintas lecturas de las escaleras
mecánicas. Cada uno de los demás “dietaris”, empezaron a bajar sus propias
escaleras mecánicas y empezaron. Isabel
Sucunza, a la que no conozco, ni he leído, se puso detrás de un mostrador y
en la pantalla plantaron una tienda de ropa porque iba a hablar de su
experiencia como vendedora en una tienda de ropa, donde las camisas se
suicidaban. Lo peor de este “dietari” es que nadie se dio cuenta de cuando
empezó y lo mejor que nadie se dio cuenta de cuando terminó. Patxi Irurzun (al que sí conozco y leo)
salió como le habían dicho y ocupó el puesto que le dijeron y desde allí,
directamente se puso a leer de su dietario “Dios nunca reza”. Se le notó que no
es un hombre de andar en estos circos porque antes de empezar ya quería haber
terminado. “Dios nunca reza”, es una crónica que comienza con una mudanza de
domicilio y termina con el despido del trabajo, es un libro cruel y tierno y
leyó de ese yo y de esa primera persona, con los mismos nervios y el mismo
desconcierto de los demás, mientras en la pantalla proyectaban cajas simulando
esa mudanza, todo un poco forzado y rígido, que es lo que pasa cuando quieres
meter un frigorífico en la caja de una lavadora, que no hay forma de disimular.
Federico Montalbán, al que no conozco ni he leído, salió al escenario
acompañado de un ratón y de mucha moral, intentó un monólogo entre el ratón y
él, el ratón no movió una ceja, ni tocó la guitarra, no cayó en ninguna trampa,
no se movió y no dejó de mirarme fijamente, como se mira cuando quieres
intimidar o impresionar, lo que no consiguió, el monólogo no sé de qué iba, no
me hizo ni puta gracia y no se ni siquiera que imagen pusieron en la pantalla,
pero la gente por lo menos se dio cuenta de que en el escenario había alguien
que quería decir algo; y para finalizar apareció Manuel Jabois, a quien no conozco, pero he leído. Sin dudarlo se tumbó sobre una toalla, junto a unos cubos de los que usan los niños para jugar en la playa y con los que ninguno de los anteriores dietaris, milagrósamente tropezó y se puso a contar una de esas historias
de chicos, ligues y borracheras que terminan en la playa, contada, sin
proponérselo, de forma juvenil, amena y simpática, es decir sin forzar la máquina,
sin cicatrices circulares, sin falsedad y ese final de fiesta fue de agradecer,
incluso se agradeció el bailecito que se marcó para salir de escena, no
obstante salió de allí como un ahorcado al que momentáneamente le acaban de
conmutar la pena, cabizbajo y tropezando con los cubos y las palitas de la
playa. No se supo más de él, ni de los demás que eran engullidos por la
habitación del pánico, con abundante catering para pasar el trago; y es que si
alguno tenía esperanza de enganchar lectores, que no vuelvan a subirse a un
escenario, ni meterse en un teatrillo de títeres, porque aparte de que se ven
los hilos, el resultado es el final de curso de una escuela de niños, con
padres en proceso de divorcio, pero obstinados en disimular felicidad.
Sin embargo el
homenaje a Curtis Garland, presentado por Miki Otero, (bonito conjunto de traje
y botín) y la intervención de Laura Fernández y Cantavella, fue puro, interpretaron un
diálogo del autor, con un fondo de títulos y libros que resultó agradable y
sirvió para quitar los restos de tiza de la pizarra anterior.
Poco a poco
ese Teatro del CCCB se fue llenando, con esas quinientas localidades o cinco
mil, (versus Ainhoa), sin contrato ni
nada, pero con la aparición siempre agradecida de Claudio López. Me chifla este
tipo, es el puto jefe, lo sabe y lo saben todos y cada vez que lo veo en uno de
estos lugares, me entretengo con él y sus movimientos, los saludos y las breves
conversaciones. El resto de la gente también lo sabe, porque todos esos 500 o
5000 pertenecen al gran mundo de la literatura y sus amigos y novios y conocen
al Jefe y el Puto Jefe lo sabe y también sabe quien se va a sentar en los dos
taburetes, Junot Díaz e Iván de la Nuez.
Sin duda es junto con Donald Ray Pollock el plato fuerte del día. Junot Díaz es
un tipo torturado y a la vez consagrado ganador del Premio Pulitzer 2008, con
la novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao (Mondadori). Este tipo al que no conozco ni he leído, pero
leeré, es caribeño de Santo Domingo y en unos minutos nos puso al día de su
mamá, de su papá, del dictador Trujillo, del Caribe, de ese caribe que admira
machos y hembras, de políticos viejos y jóvenes héroes, emigrantes y miserias. Nos
puso al día y debe ser así en un caribeño, con ese desparpajo del que usa el
castellano como segunda lengua impregnada de nerds y nerds, y que usa el inglés
para escribir. Iván de la Nuez, ayudó en la tarea, una tarea llena de complicidades
y aciertos. Supongo que es así como los demás intentamos aprender algo de esas
complicidades, algo de algo.
Nota:
(Hubo un error, no era Carlo Padial, es Didac Alcaraz, como ya se rectifica)
(Hubo un error, no era Carlo Padial, es Didac Alcaraz, como ya se rectifica)
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