Socotra, la isla de los genios
Ediciones Atalanta S.L.
Dirección y diseño Jacobo Siruela
No es un libro de viajes, es el
viaje en si mismo. Publicado por Atalanta, Jordi Esteva se convierte en la
arena y el viento, en las dunas y las playas, en los acantilados, en el
observador que no solo espera, compara y nos acerca el pasado al futuro. Es un
escritor de los de antes, de los de toda la vida, como el gallego era afilador
y el castellano labrador, un paisano que te acoge y te cuenta y te sostiene el
cielo encima de tu estúpida cabeza y te va marcando las distancias que recorre
y ves que la vida y los viajes y el camino es largo y de repente te has metido
en un paisaje deshabitado con cincuenta años en la mochila y una vez allí, lo
mejor es cruzar las piernas, tomar el te y escuchar a los demás viajeros,
comerciantes, pastores, porque la vida consiste en aprender a esperar, aunque a
veces esa espera pase a una velocidad vertiginosa.
Por esos caminos ahora me tropiezo con Jordi Esteva.
Jordi Esteva es un tipo grande, esculpido en una sola pieza,
no usa pañuelo de cuello, ni collares, solo le cuelgan al pecho dos pares de
lentes, la vista se va cansando y al final es la cabeza la que termina por
mandarle mensajes a los ojos, esa fragilidad de la cabeza en la que se mezclan
todas las sales, el éxtasis, los olores, el dolor, ese camino de arrieros y de
ecos, es el que entra en casa. Esteva escribe.
En este libro, que no solo es de viajes, Jordi se
reencuentra con su pasado y esa marea le devuelve restos de memoria. Con todo
eso te prepara una sopa de vísceras de cabra, en la que se mezcla el árabe, el
socorrí, los paisajes, la singularidad de las plantas, de sus olores, la
singularidad de las pequeñas vacas, los bosquecillos, los árboles de la sangre, los pájaros, los buitres egipcios, la
hospitalidad y el recelo y en esa sopa que uno a veces no se atreve a probar,
también aparecen fantasmas de otros viajes, recuerdos del padre que se
transfigura en todos esos hombres serenos y fuertes, “el hombre de fuego”, temperamento y determinación de llegar a ese
lugar mítico del que hablaban los griegos, los árabes del mar, los mercaderes,
los egipcios, en busca del incienso, mirra, ámbar gris, llegar no sin dificultad
desde Mukala en Yemen tras intentarlo por barco desde el puerto de Adén y una
vez allí, recorrer hasta los picachos más inaccesibles para interrogar a la
montaña, él solo y a la vez rodeado de toda esa corte de camelleros,
comerciantes, campesinos, pastores, historias de diablos, brujas, yins
benéficos, los habitantes de una isla del tamaño de Mallorca, en la que todos
se conocen o conocen la tribu de la que proceden, en la que los sucesos corren
de boca en boca. Y todo empezó así:
“Algunas noches, cuando el sueño tardaba en acudir, hacía
girar la bola del mundo y la detenía con un dedo. Una madrugada, la paré en un
punto minúsculo entre África y Arabia. La isla de Socotra.”
Esa pasión de niño por la aventura, por los pequeños
descubrimientos, es algo que en unos muere o se achicharra en cualquier verano
mientras creces y en otros empieza a formar parte de tu vida. Hay escritores de
viajes que crean el mundo alrededor de una región, un río, un camino, una
ciudad, hay escritores de viajes como Conrad que necesitan adentrarse en los
lugares más oscuros de la tierra, beber de esa sangre, contarlo. Hay pulsiones
que te hacen buscar parientes en otros continentes, o simplemente te
encomiendas a una chica a la que quieres sorprender, una huida en la que sabes
que perderás, porque inexorablemente vas a volver y vas a volver para no ser ya
de ninguna parte. De esa maldita curiosidad del niño, de esa que no se apaga a
medida que creces, de eso, la culpa la tienen viajes y viajeros que siempre
comienzan con Julio Verne y terminan con Melville, Stevenson, London, Richard
Burton y ahora también con Jordi Esteva.
Jordi Esteva además, transmite ese saber estar, esa calma y un
tono de reflexión que solo consiguen algunos hombres en una edad, es un tipo de
una discreción exquisita y eso lo extiende ya a una forma de vida. Además de
escribir, grava cada viaje, edita y fotografía. Ahora expone esas fotografías
en Alcalá de Henares y en este libro Socotra, la isla de los genios, salen
algunas de ellas. Vendrán otros recorridos, me acercaré a “Retorno al país de
las almas” o “El espíritu de la pantera”, en la que ahora trabaja y estoy
seguro que de esos libros y sus películas saldrán islas y misterios, para
seguir viajando y contarlo antes de que la memoria se oscurezca y desaparezcan
para siempre, igual que lo hicieran el ave Fénix o el ave Roc.
Magnífica lectura, maravilloso libro. Cuando lo terminas no te atreves leer otro, difícilmente llegan a su altura. Exquisitas fotografías.
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