MANUEL VILAS
Alfaguara
Presentación en Barcelona
Atril de La Central. 4.4.13. 19:30
horas
El Luminoso regalo
está dedicado a Jesucristo. Al amor.
Punto 4 del Decálogo de Víctor Dilan
La historia, un psicoanálisis continuo, a veces te la
cuenta Víctor y ten en cuenta una cosa amigo y tenla en cuenta desde el
principio, aunque Víctor parece un colega legal y buen compañero de barra, no
te puedes fiar de él, de la misma manera que no te puedes fiar de una rubia.
Son cosas que aprendes por el camino a base de joderte el hígado y que ahora te
resume este tipo llamado Manuel Vilas en esta novela.
El luminoso regalo, es una historia de tíos, y las historias
de tíos, para tíos, son siempre sobre tías, tías y sexo y todas las fases del
amor, del desamor, tías son esas chicas que imaginamos en esas noches de
cansancio y bares, a las que idolatras, con las que quieres y no puedes o que
no existen, que solo habitan un pequeño espacio en tu puta cabeza enferma.
-En esta novela, la moral la pone cada lector –dice Vilas-
Ester, es esa chica angelical con la que sueñan todos los
salidos de la tierra, la representación del mal desde la expulsión del paraíso,
la mujer devoradora de hombres, la que no debe tener hijos, la que debe estar
fuera de la familia, la que roba maridos a las otras mujeres, esa que no te
niega nada, que te mira a los ojos, que se queda con tu puta alma, con tu energía
y no te da nada a cambio. En esas noches de hotel, en esas noches de bar, a tu
lado en el Ave, en el Intercontinental Air Lines, la cubana del malecón, la
prostituta a la que no sostienes la mirada, esa chica exuberante de Manara. Esa
es Ester, pero Ester no tiene cara.
Víctor es guapo, es alto, es escritor,
-Intenté que fuera un político del PSOE –dice Vilas- pero
los políticos de este país, ya sabéis como son, no daba la talla.
Víctor Dilan está casado en santo matrimonio y tiene una
hija y muchas amantes, es una construcción de hombre fatal que seduce de forma
animal y atrae de forma demoníaca, con una energía que rompe la voluntad de las
chicas, de cualquier chica y se topa con Ester: , “nos cazamos sin piedad, como bestias. Bestias éramos los dos. Iguales
éramos. Igual de malignos los dos.”
Manuel Vilas es un macho Alfa de esta manada de escritores que
no anda muy sobrada de machos Alfa. Se orina a la entrada de La Central, se
orina subiendo las escaleras, marca el territorio en el ángulo de la mesa de
forma leve, con el simple roce de la piel de los pantalones, dibuja el tacón de
sus botas en el entarimado de la librería. Manuel Vilas es un semental y marca
el territorio como un león, como un tigre, como un carnero y manda. Eso, a Dios
y a Alfaguara les da seguridad y a Vilas
dinero, hoteles y mujeres y ahora, amigos a quienes contarles esto. Hoy el
Atril está hasta la bandera, tanto de jóvenes como viejos machos destronados en
otras berreas, jóvenes hembras de mirada y apetito voraz, mujeres de cierta
edad poniendo ojillos, todas bulbeando como yeguas en celo. Vilas nos mira y
disimula desde esa terrible seguridad que le da el haber marcado el territorio,
con la seguridad de que nadie se va a llevar a ninguna hembra y eso que el
joven macho Corominas andaba por allí rodeado de jóvenes leones sin manada,
triscando cerveza. El macho Vilas ventea con las aletas de la nariz, atiende y
muge tenso como un toro, aunque también esto lo disimula. A la media hora el
olor a almizcle de buey llega a la puerta de la calle Mallorca, donde en la
bodega de la librería convertida en majada, tampoco cabe nadie más. Todas ellas
(en apariencia lectoras) se encuentran porcinamente sofocadas, con los morros
grasientos y en las morenas el bigote que creían transparente, se ha vuelto
duro, hirsuto y napolitano.
-No entiendo nada, tu –dice una veterana y sofocada dependienta-
quina cantidat de gen.
A medida que avanzas sobre el libro, te das cuenta de que
esta historia disimulada con exageraciones, marca de la casa, va a terminar
mal, la intensidad del drama, la continua crudeza de las descripciones,
repetitivas, de las que no te puedes bajar porque Vilas el Gran Cabrón, va
introduciendo pequeños guiños que empujan la historia, puntadas y más puntadas
en ese tejido y te salpica y te colapsa, te queman las bujías, te quitan la
piel y no te gusta, no te gusta nada verte despellejado con los músculos al
aire, latiendo, los tendones, los huesos, todo el sistema nervioso, esa
necesaria y excesiva suciedad de tramoya que mancha sábanas, lenguas, anos,
pichas, y enfoca e ilumina con una luz muy poderosa, hasta la última rendija de
oscuridad, quiere verlo todo, quiere enseñarlo todo, incluso descuelga un
espejo para que lo que veas, convirtiéndose en un profanador de tumbas. Vilas
el profanador y su amor mutante, sentados a cada lado del sofá y tú con tu
libro en el medio, paralizado.
La novela avanza a collejas, tienes al autor encima, como aquellos
viejos maestros de latín, pendientes de tu declinación.
-Lee el libro, cerdo cabrón –insiste Vilas con sus grandes
manos- no te dejes ni una sola letra.
Entras en el juego y sigues en el, sin que te importe que te
repita las cosas cien veces, “Quiso que
Víctor viera que era una mujer muy ocupada, una mujer muy codiciada” y te
lo vuelve a repetir cuatro líneas más abajo: ”Quiso que Víctor notara eso, que era una mujer codiciada”, o te
lleva a la conclusión de que la chica con la que se entrevista le abre sus puertas,
unas puertas por las que el se va a colar, “Vio
la puerta abierta. Se quedó fascinado ante la puerta abierta. No pensó que esa
mujer abriera una puerta. Ni ella misma era consciente de que había abierto la
puerta.”. El perro Vilas no da tregua, tiene las mandíbulas poderosas,
cuando muerde no cede ni un milímetro, esa es la técnica y te lo va a repetir
todo hasta la saciedad.
-¿Zafiedad? –también-.
-Lee el libro guarra hijadeputa –os va diciendo- y no hagas
preguntas, ya te lo aclaro yo todo.
No habrá paz, sabes que no habrá paz mientras no puedas
dejar de leer y aunque el autor te insulte y te humille, seguirás con la
novela, no la dejarás, no puedes.
En la calle Mallorca, cerca de La Central, hay dos perros
enganchados, mira cada uno para un lado con lástima, como esas parejas rotas
que se juntan para follar, mira cada uno para un lado. Tendrán que seguir así
en esa posición. El macho ha eyaculado y no falla, los perros no fallan, ella
estará preñada por lo menos de otros dos perros más y traerá una camada de ocho
o nueve, de distintos padres, con distintos colores pero hermanos, todos
hermanos y hermosos, y hermosos morirán todos, nadie se compadece y recoge en
el centro de Barcelona, a un autor tan poético y luminoso, una contradicción
de la naturaleza, mantener a un perro así es sumamente caro.
Y el perro te habla
-Bienvenido al barro ancestral –dice ese perro follador,
preso de si mismo y de su hueso-
-Guau –ladras tu, delante de la puerta de cristal- Guau, guau
–repites, mientras ella, la perra, gira su cabeza y ves que te mira con
tristeza, con esa preñada tristeza de las perras-
Y en ese momento se desenganchan, olisquean, se lamen esos
restos tan sabrosos y desaparecen por las calles del centro, las peor
iluminadas de la ciudad. En cada uno de esos dos perros brilla una mirada
distinta. Al llegar a la altura de las Ramblas se cruzan con una joven yonki
que busca algunas monedas entre los transeúntes, que busca algunas palabras dormidas
que no le salen bien de la boca, es joven, una joven y escuálida yonki.
BIENVENIDO AL BARRO
Manuel Vilas no está solo en La Central, nunca más un
escritor solo. Ese lema lo repite Cristina Fallarás, de forma contenida y a la
vez rabiosa, con las piernas inquietas junto a la mesa. Sabe a qué ha venido,
sabe de qué libro tratamos esta noche, le gusta, le gusta Ester, le gusta que
el sexo sea explícito, pero le dan cierta grima los padres de familia con
trajes de raya diplomática que viajan a su lado en el Ave Madrid-Barcelona, un
recorrido muy trillado por escritores y hombres trajeados.
-Si cariño –dice el hombre de traje- no olvides rezar tus
oraciones.
Y eso lo cuenta Cristina y cuenta que mientras, ella lee el
libro de Vilas, y cuenta que el tipo ojea cada vez más morboso su escote, sus
piernas, y el sexo explícito del libro. Eso a Cristina le gusta y le da miedo
porque ella también es Víctor, juega en el papel de La bruja y le pone una
intensidad a las lecturas de la novela, con la que el autor se encuentra abrumado.
-A veces me pasa que es como si no lo hubiera escrito yo –dice-
El joven periodista Xavi Ayén es el tercero, es un
especialista en actos literarios de la Vanguardia, sigo sus crónicas cada vez
que La Vanguardia tiene a bien dejarle espacio, medio espacio quizá su crónica
se lea en unas horas, en estos días, una crónica limpia, blanca y pura que ya
ha escrito, una crónica diferente a esta, para ser leída por trescientas mil
personas y olvidada en el acto, quiero creer que la memoria de mis lectores,
dura algo más, quiero creer que los míos digieren lento y de forma malvada, no
perdonan. Vilas, quizá desde Casablanca junto a Jorge o a Juan Goytisolo, se
unirá a ese pequeño y siniestro club, para masticar en silencio y digerir
lento. Del joven periodista Ayén, a los pocos minutos de coger Fallarás el micrófono,
no quedan ni la piel ni las plumas y Manuel Vilas, ya sin cazadora, cada vez se
va acolchando más.
Cristina Fallarás, que me da besos cada vez que me ve, pero
nunca me dice nada, además de periodista, también es novelista, ha recibido
premios y a pesar de eso Sigue leyendo y tira de un carro muy pesado en el que
cada vez se sube más gente y a veces en ese carro también se sube ella para
tomarse un respiro, un whisky caro, un cigarrillo rubio, un valium 10, charlar
un rato con los vecinos, con los amigos, con los hijos, pero nadie de los que
se han subido se baja para tirar. Hoy, en uno de esos descansos, se ha venido a
charlar a La Central y ha dejado a los gatos del carro mirando una luna muerta,
confiados de que se acordará de ellos y volverá con unas migajas y cigarrillos.
Ellos reirán mientras ella y sus cuatrocientos cuerpos sigan vivos y presentes y
ausencias y pelo enredado, ensortijado, Cristina tiene el pelo rojo y mira al
público a veces buscando complicidad, a veces de frente, nos mira a uno y a
uno, tu, tu y aquel, sabe lo que pesan nuestras miradas. Sus ojos duermen poco,
cada mañana se irritan en la ducha con el jabón y se irritan para todo el día,
pero aguantan la luz de los focos, (sobre todo si se pone las gafas de Risto
Mejide) de los flashes y no llora con el humo de los cigarrillos. Tiene una
confianza inmensa en el amor, en los actos de amor, en los actos beat
generation de amor.
-Aunque sean actos desesperados, indignos, desaconsejables,
inmaduros, abyectos y tristes –dice Víctor Dilan-
De todo eso toma nota Xavi Ayén, pero de todo eso no dirá ni
media palabra, -periodista discreto- guarda los preservativos en la vieja
cámara réflex que esconde en una bolsa refrigerada que abandona en el suelo
junto al sofá, todos abandonan sus bolsas refrigeradas junto al sofá, como si
estuvieran en uno de esos campus universitarios de Berkeley, hablando de amor y
saliva y pruebas de VIH, hepatitis, agente naranja...
-No supe decírtelo a tiempo pero te amé de verdad.
-Y el cabrón dice que se hubiera dejado amputar una pierna
por ella –dice un lector- ¡Mentiraaaa!, qué tipo más mentiroso este Víctor.
-Todos los tíos sois mentirosos, todos –dice una Agente
Literaria-
-Y todos pagamos por los pecados de esa primera mentira,
todos –le contesta un viejo editor-.
Y la novela sigue follando y follado, con todas a todas
horas y el recuerdo de Ester de Elena y de toda aquella colección de chicas,
salpicando y salpicando hasta la decadencia, el divorcio, el alcoholismo, la
locura total, el internamiento en un hospital mental. Y llegados a este punto,
no consigo hacerme todavía con la cara de Ester, con la cara de ninguna de esas
chicas, incluida una de León; es Ester rubia, mal hablada, no veo su cara
aniñada, no la veo, ni la quiero ver, igual que Dilan, muy guapo, muy muy
guapo, muy alto y todo lo que quieras, pero no, de hecho solo envejece psicóticamente;
si me esfuerzo podría ver a Dorian Grey, pero no, no es la época, ni es el
tema, el tema es el infarto familiar, la destrucción de la santa católica y apostólica
familia, el alcoholismo, esas partes oscuras
que aprendimos en la familia, con la religión, con el cuerpo de cristo, con el brazo
incorrupto de Santa Teresa puesto encima de la televisión, esa mezcla terrible de
miedo, sexo y roc and roll, ¿no, Vilas?, toda la novela chorrea como un pez
descongelado ¿no? la alegoría de El negro,Ester González, Elena, Dulce María, Víctor.
-El amor ante la bondad, es casi un perro triste.
-¡Ya!, perro triste.
Y el luminoso final, con la aparición de María dirigiéndose
a su padre, usando su mismo tono, María esa hija a la que tampoco veo la cara,
o tan solo imagino con un vestido blanco “Estoy
delante de tu tumba. Tiemblo delante de tu tumba”. Y todos temblamos con la
reencarnación de Dilan en su hija, perfeccionada, sublime, folla con hombres,
niños, mujeres (“Ella se traga los pelos
de mi coño y yo, siempre un poco más allá de todo, me como los pelos de su
culo. Eso hacemos, papá”) se lo cuenta en la tumba; Hay más regalos en esta novela, un final con
rebanadas de memoria que refresca y alivia. En esta novela el poder del sexo es
uno más de esos poderes terrenales que tan bien quedan en los telediarios
con Strauss-Kahn con sus nenas en
paralelo a su católica familia o Berlusconi con las suyas. Y yo con mi memoria
reptil de hace veinticinco años con aquella aniñada-rubia
Christina Rosenvinge y el escritor Ray Lóriga, un amor desequilibrado y apasionante
(envidiados durante esos años por todos los de mi generación) con su final tan
triste, ella sin poder cantar y él con su nombre tatuado en el brazo, sin
apenas poder escribir, ejemplos radicales que se vivieron intensamente entre
ellos y en los ojos de los demás, para terminar convertidos en arena.
Indeseadas coincidencias, son.
Agotando caminos, Manuel Vilas te deja este regalo que explota
una y otra vez.
Supe que anoche en La Central de la calle Mallorca, estaba
en el lugar adecuado cuando noté la singular presencia de Javier Calvo,
asexuado, pagano, un extravagante animal literario encerrado en el Raval,
agotado.
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