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domingo, 3 de diciembre de 2017

LOS QUE HEMOS VIVIDO


Beatriz Calvo
Cuaderno 19. Heracles y nosotros 2017.            
(Consta la edición no venal de 200 ejemplares, papel verjurado y cartulina Vergé)
Ejemplar nº7.




Hay gente que no termina nunca lo que empieza. Dejar las cosas a medias, vivir a medias, besar bebido, beber sin ganas. Hay cosas que determinan un final inapelable, improrrogable, que nunca se deja a medias, sólo una palabra para esa definición final, muerte. El final de la escritura siempre deja vacíos; por muchas horas que inviertas frente al espejo, la imagen no te devuelve ninguna mejora, eres lo que ves, un retrato inacabado, un poema lleno de mentiras, flores muertas, recuerdos secos, frío, inacabado. 
Hoy Mayayo publica un cuaderno de poemas, de flores, recuerdos y frío, también inacabado. Ella está contenta a medias. Los pezones siempre avisan antes de que algo ocurra, el amanecer en Madrid o en Pezuela siempre es frío cuando estas solo con una mano en el vientre y otra en un pezón hinchado. Toda la comida que buscas está pegada al tenedor. Un cuaderno y un grito, no es mucho y lo es todo. Hay poetas que escriben en una tarde lo que otros tardan una vida, Beatriz sabe algo de todo esto y todo pasa rápido, tan rápido que los relojes enloquecen atados a la muñeca, incluso cuando su padre, piloto comercial, rompe el viento, el sonido, las nubes y llega a casa tan cansado y hermoso como cualquier oficinista que no se ha movido de su teclado, cualquier motorista veterano que cruce el desierto por carreteras secundarias con un osito de peluche atado al manillar. No hay forma de solucionar ese cocido que forma la materia de los sueños y de los poemas, ese ensortijado de raíces, ramas y tierra podrida que nunca deja de crecer y de secarse, cumpliendo un ciclo, un ritual, una rutina, para llegar cansado al frío del invierno, a casa, a los niños que esperan en pijama, recién bañados. Las fotos en las que sale Beatriz, ya no son ella, ¿no lo ves?, son tan borrosas, ya, las sonrisas.

 Recuerdo en Madrid, una tarde en la que fui para hablar de Lorca, colocaron las sillas para un público que no acudió, colgaron los libros para lectores bellos e inexistentes y a la hora pactada llegó Mayayo recién duchada, nos sentamos en aquellas sillas, entre aquel público culto e inexistente y esperamos la muerte que no llegaba. Nada empezó ni comenzó en aquella librería, niños que pasaban de largo, gente que miraba recelosa, nada terminó. Beatriz volvió a su barrio y yo desaparecí en las escaleras del metro. 
A veces la última persona del mundo puede darte tanta belleza como quitarte una parte de esa muerte, igual que una partida de cartas sobre un cartón en una acera de Tánger, igual que pescar en el malecón de La Habana y comerte ese pescado entre las rocas antes de que enferme, bajo la atenta mirada de los pobres, las putas jóvenes y dos turistas canadienses. Son esas las dinastías de Mayayo, de Beatriz, las únicas capaces de dar flores a diciembre, las que no terminan lo que empiezan, ni falta que les hace. No buscamos nunca el final.

“Dedicarme a la pereza, a los pájaros.
A las sombras.”


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