Monumento a Durruti
Salgo de Madrid por Chamartín, desde donde se ven las cuatro
torres rascacielos en que quedó la ciudad más paleta de Europa, que es para lo
que ha dado la ingente malversación de dinero público, la rancia especulación
de los constructores, urbanizadores de paisajes, esa que soñaba con su ombligo y con unos juegos olímpicos, esa del Manzanares,
esa de la gigantesca bandera de la plaza de Colón y la ciudad de la alcaldesa,
esa que habla inglés, la de Eurovegas. Salgo de Madrid por Chamartín y viajo hacia León, yo solo, en
un tren que sale puntual y que se lleva al padre de una señorita que buscando
una última palabra para su hija, se sube al vagón en el momento en el que
cierran puertas
-No me lo puedo creer, Papá, no me lo puedo creer.
Pues si, el buen señor tuvo hora y media más para despedirse
de su hija y claro, pagar el billete hasta Valladolid y el de vuelta a Madrid. El paisaje de Valladolid empieza cuando sales del túnel que atraviesa la sierra del Guadarrama, pero no es hasta que llegan las nieblas del Pisuerga y del Esgueva cuando ves el
frío. En el camino hasta León el frío se vuelve material como los
recuerdos y los recuerdos siempre son familiares, primero uno se suelta con el
paisaje y después llegan caminando los recuerdos como niños sin escuela. Es la
primera vez que voy a León sin que el objetivo principal sea ver a la familia,
las vacaciones, esta vez el motivo es presentar Nómadas en una ciudad en la que
fui feliz, tanto como cualquiera de vosotros pueda serlo y que también me hizo
sufrir. Cuando voy a Madrid voy al Museo del Prado y cuando voy a León me acerco a
ver la Catedral, con esas dos referencias partes el tiempo, igual que un padre
parte pan entre sus hijos para que todos tengan y todos se queden con algo de
hambre. En León no hay línea de alta velocidad, hay plazas, rotondas, el río
Bernesga y el Torío, dos cárceles, una de ellas vieja, un monumento a Durruti, El Corte Inglés, la Plaza Mayor y la Catedral,
lo demás es para expertos, políticos, jubilados, pensionistas, escritores que
como yo ahora, siempre vuelven para darse cuenta que con el tiempo la ciudad
gana y tu pierdes, esa ciudad que quisieron y odiaron, que perdonaron, te gana
la cara, las arrugas y la vida, funcionarios sin graduación, jóvenes
estudiantes.
En León se proyectó que el AVE llegara en 2009 y se dieron
prisa en montar una sala de espera provisional, cerrar la vieja estación del
Norte y en los despachos de arquitectos empezaron a frotarse las manos con los
nuevos terrenos, con el pasto de jardines bien diseñados, rotondas, pisos y más
pisos, esculturas, fuentes, hoteles. Pero pasó el cuento de la lechera y el 2009,
el 10, el 11, el 12 y ahora el 2013 y la estación provisional ya parece
definitiva, la vieja ha quedado hundida, oscura, apartada, arrinconada sin uso
y sin saber que hacer con ella y no solo eso, parece que las vías terminan en
León, como si más allá no hubiera nada. Ahora resulta que para seguir viaje a
Galicia o Asturias cada tren desanda dieciocho kilómetros para enlazar las vías
viejas y seguir un camino de nieblas. En esa estación nueva me esperaba Ramiro
Pinto, con su jersey rosa y una nariz de payaso en el bolsillo del pantalón,
siempre me saluda desde lejos y siempre está disponible, es el único activista
que queda en León, fue de los que se subió a los tejados cuando el pantano se quería
tragar las casas de Riaño, y ha perdido todas las batallas, una a una, pero ahí
sigue, con Yolanda su mujer y su grupo de teatro, sus cinco hijos, con más de
veinte libros publicados (el que ahora ha terminado tiene dos mil páginas) y
además de todo esto sigue incorruptible, enterrando ofertas, ofrecimientos y
amenazas de todos esos políticos que
han arruinado las arcas municipales de la ciudad. Y es en su casa donde me invita a comer un
buen pollo de corral y duermo la siesta y es en el Ateneo Varillas donde esta
tarde después de visitar el monumento a Durruti y un par de librerías, presento
el libro.
El Ateneo Varillas ocupa la segunda planta de un edificio en
la calle Varillas del barrio Húmedo, no hace mucho que se formó y es una disgregación del antiguo
CECAN, aquel lugar en el que yo también acompañé a Ramiro (años ochenta) en la
presentación de la revista Al margen, y que celebró todo tipo de conciertos,
fiestas, recitales y actos culturales hasta hoy, hasta que el Ayuntamiento lo
clausuró y punto.
Para este momento han venido de Oviedo María y Pedro mis
amigos del verano, de la bodega, del Café Diario de Lulú, mis hermanos,
cuñadas, amigos, amigos viejos de los que no tenía noticia y también Santos
Perandones con su cámara de fotos, un tipo del que solo tenía referencias por
Internet, que acaba de publicar libro (por el método crowdfunding) compartido
junto con Felipe Zapico y que vive entre imágenes e ideas, de su mano iba el
director de Mondo Sonoro de la zona noroeste, hoy viernes también presentaban
la revista en León. Ese es el paisaje, al
fondo del salón hay una mesa ovalada y un micrófono, abren botellas de vino y
me invitan. El último en llegar es Luis Artigue y lo hace como si le
persiguiera una manada de lobos, ha subido las escaleras de dos en dos y aunque
ya ha llegado parece que sigue subiendo escaleras
-Si, un vaso de agua por favor
-¿Solo agua?
-Y un té -dice Luis-
Ramiro comienza a hablar, a presentar y a divagar, va y
viene como en una atracción de feria y se me va el santo al cielo, miro a la
gente y me veo sentado entre el público, distraído. Vuelvo en si con los
aplausos. Al poeta Felipe J. Piñeiro tampoco le conozco personalmente, es un
tipo grande como un oso con los brazos tatuados, que dice dos cosas que a mi me
gustan: La primera es que considera el prólogo como un relato más del libro (y
tiene razón) y la segunda que “Nómadas es como el tajine, un plato en el que
cada bocado sabe de forma diferente”, con eso me sobra y me basta para
describir el libro. Luis Artigue que ya se ha sentado y bebe té, empieza a
explicar su relato, desenmaraña la idea y la estructura, de cómo dos personas
terminan de conocerse o de chocar en la tensión que genera un viaje. Luis es un
tipo contradictorio que parece que te va a comer pero que todo queda en
apariencia, es excesivo, imprevisible, neurótico, es todo o es parte de lo que hace falta
para ser poeta y novelista; este año dos mil trece ha sido dulce con él, dulce
y contradictorio, ya que en León siempre vives alumbrado por la luz y el oscurantismo
y solamente el tiempo y la paciencia hacen que los seres luminosos terminen
volviéndose transparentes cuando llega la oscuridad. No obstante a pesar del té
y de todo lo que habla y de todo lo que cuenta, Luis parece que tenga prisa por
terminar o por llegar a un lugar en el que no está y Elías Gorostiaga solo
puede contener ese barril de pólvora, contando lo que ha sucedido para que Nómadas
esté en las librerías, toda la suerte de dar con la gente adecuada en el
momento oportuno. Todo lo demás fueron adornos y agradecimientos que no hace
falta transcribir. Lo último del día fue
el camino de vuelta cruzando el puente de los leones en busca del tren nocturno
a Barcelona, ayudado por Ramiro que nunca me ha dejado solo.
María Alvarez Bouzo