Es de tal envergadura, tiene tal valor artístico la donación
de José Luis Várez Fisa al Museo del Prado, que solo se puede entender como un
acto de bondad y generosidad. Hablo de algo que se hubiera perdido para siempre en la
memoria de León y de Valencia de don Juan, la iglesia de estilo mudéjar de Santa Marina, una de
las iglesias más antiguas de Valencia de don Juan y que desapareció para
siempre en los años veinte del siglo pasado, aquella iglesia era
un museo religioso como tantos otros que se conservan en ruina perpetua por
toda la provincia. El hundimiento de su techumbre, avisadas las autoridades, contemplado como un designio más, una catástrofe, una tormenta negra, por los siempre temerosos fieles y su providencia, basados en dos leyes que hoy siguen
funcionando por estas tierras, una se manifiesta en
la expresión “lo que dios quiera” y se complementa con la otra: “pasará lo que
tenga que pasar”; ante este determinismo histórico, muy bien rentabilizado por
la autoridad religiosa y política, nada escapa, ni los presupuestos, una enfermedad, o la niebla, nada escapa ante esas leyes y fue
así como se desguazó, a mayor gloria de dios, la techumbre del sotocoro ante el
hundimiento total de la citada iglesia en 1926. Por suerte las piezas se podían
desmontar y por suerte no terminaron ardiendo en alguna estufa sino en manos de
un chamarilero que transportó las seis toneladas de vigas y tablas policromadas, datadas en el
año 1400, en carros tirados de bueyes. Y por toda esa sucesión de suertes,
terminó en manos del empresario y mecenas Várez Fisa (cinco mil pesetas de
la época) para pasar a formar parte de su colección y de los salones de su
casa. El lunes dieciséis de diciembre se inauguró entre otras piezas, con esta
techumbre, el espacio del ampliado museo del Prado, sala 52 A . Si recorres las iglesias
y los castillos de la provincia te das cuenta del inmenso patrimonio de estas
tierras, y a la vez ves como ese patrimonio se deteriora, se roba, desaparece,
se vende por los propios párrocos a anticuarios que llenan sus almacenes de
objetos religiosos sin catalogar, al mejor postor. Visitar la iglesia de San
Román de los Oteros o el Salvador de Sahagún de Campos, pueblos medievales que
mantienen como pueden esas joyas y su desmoronamiento con la lentitud que solo
conocen los de aquí y sus bueyes, mientras el dinero que las debería atender escapa en
presupuestos y adquisiciones incomprensibles, salvo para los designios del
señor.
iglesia de Santa Marina
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