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domingo, 22 de diciembre de 2013

sala 52 A -Várez Fisa



Es de tal envergadura, tiene tal valor artístico la donación de José Luis Várez Fisa al Museo del Prado, que solo se puede entender como un acto de bondad y generosidad. Hablo de  algo que se hubiera perdido para siempre en la memoria de León y de Valencia de don Juan, la iglesia de estilo mudéjar de Santa Marina, una de las iglesias más antiguas de Valencia de don Juan y que desapareció para siempre en los años veinte del siglo pasado, aquella iglesia era un museo religioso como tantos otros que se conservan en ruina perpetua por toda la provincia. El hundimiento de su techumbre, avisadas las autoridades, contemplado como un designio más, una catástrofe, una tormenta negra, por los siempre temerosos fieles y su providencia, basados en dos leyes que hoy siguen funcionando por estas tierras, una se manifiesta en la expresión “lo que dios quiera” y se complementa con la otra: “pasará lo que tenga que pasar”; ante este determinismo histórico, muy bien rentabilizado por la autoridad religiosa y política, nada escapa, ni los presupuestos, una enfermedad,  o la niebla, nada escapa ante esas leyes y fue así como se desguazó, a mayor gloria de dios, la techumbre del sotocoro ante el hundimiento total de la citada iglesia en 1926. Por suerte las piezas se podían desmontar y por suerte no terminaron ardiendo en alguna estufa sino en manos de un chamarilero que transportó las seis toneladas de vigas y tablas policromadas, datadas en el año 1400, en carros tirados de bueyes. Y por toda esa sucesión de suertes, terminó en manos del empresario y mecenas Várez Fisa (cinco mil pesetas de la época) para pasar a formar parte de su colección y de los salones de su casa. El lunes dieciséis de diciembre se inauguró entre otras piezas, con esta techumbre, el espacio del ampliado museo del Prado, sala 52 A. Si recorres las iglesias y los castillos de la provincia te das cuenta del inmenso patrimonio de estas tierras, y a la vez ves como ese patrimonio se deteriora, se roba, desaparece, se vende por los propios párrocos a anticuarios que llenan sus almacenes de objetos religiosos sin catalogar, al mejor postor. Visitar la iglesia de San Román de los Oteros o el Salvador de Sahagún de Campos, pueblos medievales que mantienen como pueden esas joyas y su desmoronamiento con la lentitud que solo conocen los de aquí y sus bueyes, mientras el dinero que las debería atender escapa en presupuestos y adquisiciones incomprensibles, salvo para los designios del señor.




         iglesia de Santa Marina

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