Mathias Enard
El criminal ha encontrado su lugar en la guerra, es un
tirador de élite que no falla, se ha ganado el respecto de sus vecinos y el
escenario son las calles, el frente, ellos, tomar un pueblo, una colina, matar
y volver a casa a dar de comer a la madre loca, a dormir en sábanas limpias, a
seguir de cerca a los que sienten miedo.
La guerra planteada así es el mayor de los absurdos, se
lucha contra los otros tiradores, contra los obuses, los morteros, contra un
enemigo al que se saca de las ambulancias para rematarles en el suelo, en un
garaje. En esta novela se da rienda suelta a toda la barbarie para volver a
casa, a dar de comer a la madre loca, a dormir entre sábanas limpias.
-¿Qué tal el trabajo?
El criminal amparado por su trabajo dispara a trescientos
metros, es certero, frío, calculador. La novela comienza así:
“Lo más importante es
el aliento. La respiración calma y lenta, la paciencia del aliento;”
Nada es tan sublime como un buen disparo,
un viejo, un taxista, un grupo de chicas saliendo del colegio, la cara, el
pecho, un costado. El personaje principal habla de oficio difícil, va a la
guerra como quién va a su trabajo, viene de la guerra y necesita a alguien que
cuide de su madre loca, alguien que cocine, que arregle la casa, todo con un único
fin dedicarse con mayor precisión, el rigor necesario, el tiempo que haga
falta, tardar lo que sea necesario sin que los vecinos tengan que
encargarse de nada. Fuera del campo de batalla la víctima se llama Myrna, vive con su tía en la ciudad, es joven y
guapa, su padre murió reventado por un obús, demasiado joven, demasiado guapa, demasiado temerosa para vivir en la misma casa atendiendo
a la madre enferma y aún así en el barrio murmuran, pero el tirador acalla cualquier comentario tan
solo enseñando el fusil, una bala, una pistola, cualquier palabra de más puede
significar la muerte, un tiro perfecto en la nuca, en un ojo, Myrna también lo
sabe, también teme, sabe que el tipo es peligroso, conoce su maldad, su mirada y su deseo desde la puerta de la
habitación en la que ella duerme, a oscuras, y eso nos gusta, el ambiente de
guerra nos agrada, vivimos tan cómodos en nuestras azoteas que nos cuesta poco
convertirnos en francotiradores junto con el protagonista, en mirar por su
visor, en elegir nuestra víctima, a todos nos gusta que la bestialidad de
algunas escenas enormes protagonizadas por su amigo Zak al único al que teme y aprecia, se justifique por motivos de guerra, todos deseamos esa
perfección, deseamos que la chica vuelva con él a su casa, a cuidad de
su madre loca, que sean felices, sabiendo que ese tipo solo es feliz afinando su cuadro poético, con todos los latidos, con la dificultad de cada tiro, solo así en
la tranquilidad de un tejado, en la soledad de esa respiración, del pulso, de
la elección de la presa, sólo ahí es feliz, igual que Mathias Enard, igual que
yo. Y en esa tragedia conocemos el final.