Presentación de Artefactos. Barcelona, 7 de noviembre de 2012
Casa del Libro
Las Ramblas
Hay pocas cosas que no se pueden disimular, el fuego, el
dinero, el amor y la física cuántica. De todo eso lo que más me intriga y de lo
que no puedo vacilaros por ser un paisaje desconocido, es la física cuántica.
El tipo que ha escrito Artefactos tenía claras todas las
teorías a los veintitrés años. A esa edad yo andaba corriendo detrás de las
chicas, a veces colándome en residencias de monjas, cerrando bares y recitando
poesía vanguardista (o eso creía yo). Pero eso eran otros tiempos, en los que a
la gente se la conocía en los bares, no en facebook, las chicas entonces se
tiraba a la calle y todo lo demás era cuestión de estilo y cintura.
El tipo que escribe esta novela, no solo conoce las leyes,
estudia la literatura a través de la ciencia y prueba de ello es la relación de
los cuatro capítulos Yonqui, Triángulo amoroso, Fin del triángulo e Historias
de viajeros, de su novela, unidos por hilos de un tejido que te va cosiendo la
cara, la boca, la lengua, los ojos; así de esa manera.
El día 7 de noviembre asistí a uno de los momentos
literarios de este otoño de Barcelona, el momento se compone de dos partes; la
primera fue en la Casa del Libro de Rambla Cataluña “no puede ser que todos estos vengan a ver a Carlos”, pensé mientras
la cola se señoras recorría la librería y la encargada calculaba feliz el promedio
de libros firmados; sentado a la mesa de firma sonreía Sergio Dalma. Pregunté por
Artefactos y salí de allí en busca de
las Ramblas, las de siempre, frente a la Boquería. (pero antes me metí a ojear
la exposición de la Galería Senda, Robert Mapplethorpe, a la que tendré que
volver). Veinte minutos después llegué a la segunda planta de la segunda Casa
del Libro. Allí estaban todos y allí estaba para mi sorpresa Agustín Fernández
Mallo y Juan Francisco Ferré (premio Herralde), además de poetas, amigos,
niños, bebés, freaques de la ciencia
ficción y un guardia de seguridad, que con Cantavella y Fernández Porta,
arropaban al escritor, descubriendo un mundo de turnos y civilizaciones, un
mundo de paisajes en el que te dejan totalmente desamparado pero eso si, con tu
ipad, el jaguar de papá, la lámpara de Ikea, (yo tengo dos) y eso a mi, me
llega a través de frases cortas que parece que terminen pero que continúan,
punto a punto.
-La novela se lee de forma ágil –le comenté-
Y es verdad, también lo dijo Eloy y me alegró coincidir con
un tipo que desarrolla una tesis doctoral (por cada presentación) que siempre
sorprende al autor y sus acompañantes. Eloy Fernández Porta cada vez que apoya
un proyecto editorial en oro, plata o verso, desarrolla una tesis doctoral que
a todo el mundo le pilla con tortícolis y te deja pensando, mientras desaparece
despacio y frágil. De hecho en esta presentación, tanto a Cantavella, como a
Carlos, como al niño pequeño con mochila, que buscó a su padre hasta
encontrarlo, (como se encuentra un juguete entre un montón de juguetes) y por
supuesto a mi, nos rompió el alma en cachos muy pequeños como de migas de mazapán
y nos dejó a todos un poco parados, mientras cedió el turno al autor que ya tenía
ganas de agradecer y más que repetir ahora lo que dijo en ese instante,
prefiero reproducir lo que escribió unas horas después en su muro de facebook:
“Que presentes un libro y alguien como el reciente Premio
Herralde, Juan Francisco Ferré, esté entre el público, cuando deberías ser tú
quién hubiera debido asistir a su presentación. Que tus dos presentadores. Eloy
Fernández Porta y Robert Juan-Cantavella, se deshagan en elogios cuando tú
aprendiste a escribir leyéndolos a ellos. Que alguien tan laureado como Agustín
Fernández Mallo decida asistir a dos presentaciones
de tu libro (por no hablar de todos los amigos que asistieron) ¿No es eso
suficiente razón para asumir que no existe una relación de causa y efecto en el
universo? ¿No es bastante como para entender que las cosas suceden justo al
revés de como deberían suceder? Nos domina la lógica de la mecánica cuántica.
Quien no lo quiera ver está ciego.”
La cosa es así y después la cosa se flambeó con algo que a
mi me hace sospechar. Carlos contó que había estado en una cárcel de Nicaragua.
Eso según parece ocurrió cuando terminó de estudiar Física, una carrera que está
produciendo buenos escritores y estaba tan tocado que decidió echarse a la carretera tal y como los beatniks de
Kerouac y mira, terminó en Nicaragua y volvió y poco a poco o a plazos largos
se fue reencontrando de nuevo con las matemáticas, la física y avanzó hacia la
literatura, como una forma de equilibrio entre ciencia y poesía y ese es el
mundo al que ha llegado Carlos Gámez, que se presentó así, agradecido y se hizo
con el IX premio Café Món del que en otras ediciones tenéis al propio Fernández
Mallo, José Vidal Valicourt o a Macky Chuca.
A mi me hace sospechar que un tipo que pudiendo vivir en
Barcelona, con todos los estímulos, relaciones, gente, bares, decida vivir en
Sant Jordi Desvalls, que es como irse a Alaska, y prefiera una vida (monástica, ascética?) con
el desarrollo personal en la literatura mientras el hijo crece a su lado, es
una de las actitudes más poéticas que conozco fuera de la pantalla de un cine,
es decir en tiempo real.
En el final del acto no hubo preguntas, nadie se giró para
mirar al compañero, como por esa tortícolis y empezaron las firmas, los saludos,
el “tomamos un vino ahora” y ese tipo
de celebraciones.
Respecto a lo literario de Artefactos, como ya sabéis
algunos, yo no soy el crítico más competente, ni el cínico
más tóxico, pero a medida que avanzaba por los relatos de la novela, tan pronto
me perdía como de repente volvía a recobrar la conciencia, tan pronto me ponía
a recorrer lugares en los que no quería
estar, como me daba la sensación de que a este libro le falta un teclado y un
ratón con el que poder abrir más pantallas. No supe opinar sobre el libro
cuando Javier López Menacho me preguntó y no se ahora deciros nada más, lo tenéis
ahí por quince euros. La editorial se llama Sloper y a este tipo hay que
tenerle vigilado porque escribe y reescribe y no se conforma, que es algo que
ya solo hacen algunos escritores.