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viernes, 16 de abril de 2021

GRANTA en español (Barcelona 2021)


 
El miércoles catorce de abril, se presentó en el palacete de Casa América de Barcelona, la última cantera de autores menores de treinta  y cinco años de la que se va a nutrir en los próximos años la literatura escrita en español, tanto a este como al otro lado del mundo. Ya se preveía y el acto comenzó encabezado por Paco Candaya, al que le sobró la mascarilla, porque ese apósito delante de la boca le impide sacar bien las ces y las eses, bendijo el acto, agradeció los panes y los peces a la editora de Granta por ese trabajo extraordinario, abrió la cierva por el vientre y el vientre estaba lleno de escritores hermosos, recién nacidos en ese parto forzado en el que tuvo que morir la madre de todos.
En paralelo, de repente, me encontré rodeado de amigos de los que solo tenía noticia por Facebook, hombres hechos y derechos, con todos los oficios y las artes que te da esa naturaleza, hablo de Ginés Cutillas (El diablo tras el jardín, Editorial Pre-Textos), Alex Chico,(Un final para Benjamín Walter, Editorial Candaya) o Juan Vico (Condición de los amantes, Ediciones de la Isla de Siltolá). Y había más, por ejemplo, como escritores vip, estaba Santiago Rafael Rocangliolo Lohmann, conocido como Santiago Rocangliolo, al que yo no he leído, ni conocía físicamente, pero que analicé con detalle y el detalle de mi ojo bueno (el otro anda con conjuntivitis), me lo ha recomendado y lo leeré, pero así a groso modo diré que Santiago tiene una cabeza, eso para mi quiere decir una presencia, un buen corte de pelo que le hace parecer un alto directivo, un CEO de una empresa energética o de la Banca Lohmann and Lohmann de Ginebra, algo así. Esa presencia en Casa América, engrandecía el acto, y fue agradecida, pero había más cabezas, por ejemplo la del Cónsul de Méjico, la del escritor y miembro del jurado Granta, Rodrigo Fresán, la editora y Directora de Granta en español, Valerie Miles o la de la madre de Irene Reyes, discreta acompañante de su joven hija.
En ese acto de Barcelona, como muestra de la selección, nos enseñaron físicamente a David Aliaga, Paulina Flores e Irene Reyes Noguerol, tres cervatillos que miran el mundo como solamente miran los recién nacidos cuando todavía corren libres por las praderas sin temor ni peligro de caer, perderse o ser devorados. Tuvieron sus minutos de gloria dentro del puntual reloj, de ese tiempo tan preciado en el mundo editorial y en particular el de las presentaciones de libros. La primera en recibir la palabra fue Paulina (Chile 1988), Master en Creación Literaria de la Pompeu, intensa, un arco iris como Manu Chao, chándal y bufanda de lana, el oído fino para captar todos los matices de la naturaleza del lenguaje y esa misma naturaleza le otorga el privilegio de reflejar las secuelas de la existencia, nacida en un país como Chile con una permanente lucha social y económica, que te obliga con todos los de su generación a permanecer en una sola calle, igual que en Méjico, igual que en Perú, en Argentina, y en Barcelona, todos en una misma calle y ahora por la singularidad de su literatura, un altavoz desde donde la escuchamos; y cumplió. Irene Reyes cruzó la alfombra del auditorio como una Tamara de Lempicka, una diosa chagaliana, joven y vestida, que para eso son las ocasiones. Todo el mundo vio a Sasha Luss, la actriz que da vida a Anna (2019) la película de Luc Besson, sus zapatos, (versión morena) su cabeza francesa de los años veinte, una sonrisa perfumada y no dejé que mi ojo bueno tomara notas, mientras que el otro, lloraba. Escuché su silencio mientras Fresán (agente doble del KGB) hablaba, escuché su respiración mientras su madre suspiraba, y Fresán, Fresán revisando su agenda, el paso del tiempo, a punto siempre de coger su mochila (¿llena de qué?) y salir, relamiéndose como solo lo hace un vegetariano ante un plato de lechuga, por todo el tiempo empleado en la selección y el dolor de los desechados, esperando que Granta en español seleccione algún día a los mejores Granta de más de setenta años, la espera larga y extraña que uno siente cuando ve esperar a Fresán. Y escuché a Irene, nacida hace dos década, que juega con las voces y las palabras como juega una niña al ajedrez de las palabras con su amiga invisible, una niña con un discurso tajante que a veces da miedo. Al jurado le gustó ese miedo, a Valerie, a Fresan le gustó, a Aurelio Major, Gaby Wood, Horacio Castellanos Moya, a Chloe Aridjis, les da miedo que cualquier día comience a comer chicle, un chicle rosa. Yo esperaré esa forma de caminar por la alfombra, de sentarse manteniendo la espalda derecha, de crear un mundo y de saltar a ese mundo que controla la CIA y el KGB. Y después llegó David, pero antes había llegado su mujer y le dijo a Ginés que David estaba muy nervioso. Sí, David se tumbó en la silla mientras su americana gris le mantenía derecho, le mantenía con aire en los pulmones, le indicó donde debía mirar para tranquilizarse, <<a Andrea, tu mujer>>, y la miró, y la vio vestida de rojo, pintada de rojo, teñida de rojo, para que David la viera arder como un fuego más de Safed que señala la luna nueva. David vio y su americana le ayudó a respirar, eso sí muy suave como un pájaro anidando entre las manos o como una estatua con insomnio. David le dio la razón a todos y se disculpó por estar allí, sentando frente a Fresán y su tiempo, sintiendo el poder de Granta, el poder de la bestia y habló con sinceridad, sin afectación, desmallándose humildemente como una red de pesca; de su obra dijo: "Se me ocurrió mientras caminaba distraído". David es amor, y por ese amor ahora descubierto, pelean un buen puñado de editoriales en celo.    
Para terminar, me uno al reconocimiento de Valerie Miles hacia la Editorial Candaya, al ser también la elegida por el jurado para la edición del libro que aloja el acontecimiento Granta en español en este año 2021 y con él este catálogo generacional de escritores jóvenes, en cuya nómina se encuentran tres de sus autores; reconocimiento a Olga y Paco Candaya, y toda esa tribu que acoge, acompaña, promueve y de la que me siento en deuda y más, al haber abusado de su amistad y haberles hecho perder el tiempo, ese tiempo de los editores. 
Salí contento del entresuelo de Casa Amèrica Catalunya y que fue un palacete  mientras duró el acto y en sus primeros tiempos; contento por lo que vi, por los amigos con los que estuve y a los que la pandemia nos negó una cerveza y un rato de charla. Regresé antes del toque de queda para no convertirme en calabaza, atravesando una ciudad solitaria, no solamente sometida y sitiada por la peste, también por sus gobernantes, para quien todos nosotros, simplemente no existimos. Hoy, antes de escribir esta crónica, me he encontrado en el bolsillo del pantalón el pin que me regaló Ginés y en él la portada de su último libro; un adolescente masticando un chicle.







domingo, 14 de febrero de 2021

LA FORASTERA. Olga Merino

 

LA FORASTERA
Olga Merino
Alfaguara 2020 (4ª edición)


Foto:©Marta Calvo


La herencia es la genética de aquellos descendientes de asentistas de la repoblación humana efectuada por Carlos III. Tierra dura y hombres blandos. Hombres duros que abandonan la tierra que se vuelve a despoblar, que emigra hacia trabajos más gratos, menos mortíferos, igual de mortíferos. Uno de los cuadros que se pintan en La forastera es la acuarela del domingo en el bar, se podría titular “Las fuerzas vivas de la demolición”, ese encuentro semanal de vecinos en el bar del pueblo, donde se tejen conversaciones y repasan los recuerdos de los que todos vienen y a los que todos salpican. La novela comienza de forma trepidante y recuerda al primer Camilo José Cela: “Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas.”. A partir de ahí, cada personaje animado o inanimado que interviene en el libro nos acompaña y descubre poco a poco la trama de la que se teje esa memoria, el cura, la sacristana, Tomás el del bar, la Capitana, Ibra el moreno, el tábano, el arcón de nogal, el pozo, los olivos, el molino, todos van tejiendo una sábana de vida abandonada, incluso los fantasmas que no dejan de intervenir, de hablar, de mandar mensajes. Conocí a Olga en Sitges, cuando presentó su novela en un acto compartido con Gabi Martínez que hablaba de la suya y ambos, de esas Españas abandonadas que retratan. Entonces no la conocía ni la había leído,  en aquella presentación Olga venía mareada del viaje por las cuestas del Garraf y comenzó el acto sin reponerse del todo; desde entonces y eso fue en el mes de junio, tengo el libro pendiente, hasta hoy. La forastera, es una novela con una historia bien contada, que no es otra que la del  abandono al que se entregan los últimos pobladores de los últimos pueblos de un país menguante del que yo también formo parte y en la parte que a mi me toca, regreso a esas tierras cada verano con los hijos (todos nosotros ya forasteros) para que sepan donde están sus raíces. Mi tierra no es una tierra de olivos, pero algunas mujeres de las que resisten en Gigosos, Gusendos, Fáfilas, Palanquinos, Valdesad, Quintanilla o en la Comala de Pedro Páramo, tienen el mismo tic de secarse las manos en el mandil y cruzarlas sobre el vientre, los hombres visten todo el año con un mono azul de trabajo, van los domingos al bar del pueblo, conocen sus cobardías y las de los demás, las debilidades propias y las ajenas, y los que se han ido pasan a ser fantasmas cuando regresan de esas grandes ciudades refugios y pisos de sesenta metros y en cuya maleta siempre hay un hueco para un mandil, un tranzón de tierra y un carretillo. Cuando la forastera regresa, vuelve con su sangre, huesos, obsesiones y sus apellidos o el mote por el que conocen a la familia; vuelve y se encuentra con el pecado y el odio de todos. Nadie en los pueblos pierde la memoria para recordar y en eso se va la vida, en eso y en que un nudo de ahorcado clásico tiene siete vueltas. Cuando la forastera regresa, no solo trae la memoria de sus antepasados, también con ella vienen sus propios miedos y en esa literatura de sentimientos viejos y nuevos, la novela retrata y se surte de un abanico de colores, carne, olores y música que nos traslada de un lugar a otro por la vida de Angie, la protagonista, para terminar solos ante un paisaje final en el que se mezcla el color de las debilidades con lo que queda de la ruina deshabitada.


Juan Vico. Condición de los amantes

 


Fotografia del autor: Susana Pozo©


Siltolá poesía 2021
Condición de los amantes

Tiene Juan Vico afición a dedicarle los libros a Susana, ya me gustó con “El teatro de la luz”, y ahora de nuevo, la misma página, la misma letra, como si se tratara del mismo libro. Como buen seguidor de Pascal Quignard sabe que “Entretenemos la indigencia buscando palabras”. Es la cita con la que se presentó “La balada de Molly Sinclair” hace siete años. El libro que arde ante nosotros en este año 2021 se titula “Condición de los amantes”, y no deja de ser una continuación obsesiva sobre la búsqueda de las palabras, una mitología personal de vibraciones, sillas que reclaman un cuerpo “si escribo aquí, olvido allí”, dice en el poema “Mitología personal”, dice también “Hazme/callar ahora”. En este poemario, Vico va construyendo ese cuerpo para la silla que a la vez va destruyendo. Obliga a la persona a la que se dirige el esfuerzo de comprensión, suplica ser leído, mantener incólume al paso del tiempo, la sensación, no solo de ser querido, la de ser amado y admirado, pide ayuda, pide perdón por ese sentimiento, mientras baja al inframundo en busca de la Eurídice espiritual y enamorada, mientras vacía la mano, una mano que sacia la sed. Nos regala versos hermosos en los poemas Tema libre, Víspera, donde consigue que el gozne de las palabras se abra a gestos, a otra frase que abre otro gozne, la naturaleza de las cosas. 
Fiel a las palabras como los poetas antiguos, fiel a la ensoñación,  el dibujo constante del mundo y la parte oscura o turbia que subyace bajo la línea de flotación, Vico invita a los lectores a degustar su ars poética y su ars amatoria. 
Descansando de la intensidad de sus dos últimas novelas en Seix Barral, de una mudanza, de todos los trabajos a los que un escritor debe concurrir para seguir adelante; después de siete años sin poesía publicada, hoy de nuevo, volvemos a tener un libro breve e intenso. Editado por la Isla de Siltolá, se bebe cálido como un coñac viejo y resbala salobre y fresco por el paladar como una ostra, adornada la mesa con “helechos de plástico” en una tierra de nadie que en todo caso es la pegajosa arcilla que se forma con palabras y, que si es algo, es la tierra de Vico, un peligroso lugar de insomnio.


TEMA LIBRE

La mano saciando la sed.
La sed vaciando la mano.

Cortinas ondeando en la habitación
sin la habitación.

Y entonces tú, gacela insomne,
dime donde temblarás

cuando toda esta noche
haya ardido.


miércoles, 28 de octubre de 2020

Ars poética de Sarah Connor




Víctor Pérez ha escrito un libro y lo ha publicado con la editorial Marli Brosgen en el año de la pandemia. Este libro hay que leerlo como se lee a los hombres, del tirón, sin desfallecer, entrenando en ayunas, sin casi sol, sin casi luz, sin casi nada y subirse una cerveza al lomo nada más volver de ese ejercicio, todavía sudado, como sudan los caballos de carreras, con espuma en los belfos y madera en las patas, porque en dios no hay un principio ni un final. Hay que ser un viejo hombre y alguna vez haber tenido chinches en los cojones. De esa forma hay que leerlo. 


Este libro por otra parte debe leerse como se lee a las mujeres. –¿Mujeres?. –Sí. –¿Qué mujeres?. Esas con rasguños, raspaduras, las que se levantan, las que no se desmayan, las que saben sentarse y cruzar las piernas, las que saben subirse a una furgoneta, incluso cuando está en marcha, las que se saben vestir también con un peto, un sombrero de paja y un tira chinas en el bolsillo, las amigas de Huckleberry Finn en sus aventuras junto al pantano, las cuevas, las islas, las barcas, al otro lado del río y entre los árboles, a las que les gustan las aventuras y se suben en marcha, con qué clase de suicida quieren beber café en latas de níquel y esas chicas, esas que te mantienen salvajemente la mirada mientras dan una calada al cigarrillo, ellas desean leer este libro, saben que la salvación pasa igual por Benavente que por Saigón o Uzbekistán, las que te saben leer los ojos sin apenas mirarlos.  

Después de esas instrucciones vuelvo a encender un cigarrillo y vuelvo a mirar la portada. Los niños de la portada son criaturas de los pantanos creadas por orden de Víctor Pérez, la foto de solapa es un Víctor Pérez con traje y corbata, tal y como debe ser un hijo delante de una madre pero con las ventanillas bajadas y el coche lleno de humodefumar. Todo este libro es Víctor Pérez con altas botas de becerro. Sabe Víctor Pérez, porque nos lo dice que "todo español tiene un vacío por dentro que solo llena la Guardia Civil cuando le para", cuando le para en la carretera que va de Mombuey a Fresno, sobre todo si en el registro aparece el maletero desparramado de libros de Víctor Pérez. 

–Caballero, esto es poesía.

La poesía que se lee en ese libro sabe a camarera aspirante a actriz con la que te acabas casando y teniendo cinco hijos, porque así la define definitivamente, Víctor Perez. Tenemos que decirle a Karlparsoro que se lo lea un rato,  convencerle de que con treinta y cinco mil euros y una semana de rodaje se monta una road movie; y con menos. Pero pasa que Daniel toca pelo y no tiene amigos. Así todo saldría una película justa, algo más larga que un prólogo de Iván Rojo, pero no somos avariciosos, tampoco queremos mucho más.

El resto de la historia está llena de bares, paisajes de Benavente, Calzadilla, Valparaiso, grupos grunge de ojos azules, boxeadores, chupitos asquerosos y poesía del páramo alto y del páramo bajo, aunque esos páramos ya no son lo que eran, este año además les ha tocado en la tómbola del estado y para los presupuestos de regantes, una millonada de euros, a cambio de nada y de sembrar en el barro por este orden: aspersores, maíz y jabalíes. Volverán las timbas a llenar las noches en los casinos de los pueblos, volverán los constructores, las oscuras golondrinas volverán.


                                                            Iván Rojo (prólogo)

                                                                Víctor Pérez