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domingo, 23 de octubre de 2011

Mi madre es un pez

 

Es el resultado de los relatos de treinta y tres escritores en ciernes y algunos ya consagrados y por lo que se ha dicho, no engloban ninguna generación; se presentó el jueves 20 de octubre, en el Café Salambó (del escritor Pedro Zarraluki) en el corazón de Gracia, apelotonados en la zona de billar, entre la escalera, la pared y la barra. Asistían Malcolm Otero, los chicos de  Sajalin, Ediciones del Silencio (estos últimos, anfitriones del acto) y unos cuantos de los escritores que llenaron el libro con sus relatos y formaron esta familia.  Gonzalo Canedo fue el encargado de abrir la presentación que fue breve y justa, continuó Sergi Bellver, con mala suerte por el micrófono o el ajuste de sonido y por una raquítica intervención, quizá pensara que lo que tenía que decir ya lo sabíamos todos, pasó el micro como si quemara y así de uno en uno,  todos con la misma brevedad hasta llegar a Javier Calvo, que analizó el hecho de publicar varios autores bajo un mismo título, traductor, novelista, coleccionista de libros. De todos los que andaban por allí, es el que mejor domina el medio, sube y baja, mantiene el gesto impertérrito, saluda a Zarraluki, y pasa al lado de los nóveles, algunos de los cuales también son traductores y novelistas, mirándolos a los ojos, diciendo tu estas ahí y ya sabes quién soy, no nos mezclamos, no somos de la misma generación, mírame pero no me hables, apártate a mi paso, soy Javier Calvo, publico en Mondadori, en Alfa Decay, soy un buen traductor (La broma infinita) y aunque nadie me lea, ya todo el mundo me conoce porque soy un dios reflectante; y así pero sin decirlo, pasó un brazo por encima del hombro de unos cuantos.
-A mi no me conoce ni dios –dijo uno de los escritores jóvenes, que podía ser David Ventura-        
Y ese fue el lema de todos los que hablaron algo después de Javier, “a mi no me conoce ni dios”, ni a mi, ni a mi, contestaban Camilo de Ory y alguno más de todos los demás. En dicha expresión, entendí que unos se suplicaban a los otros, ¡qué alma tenemos que quemar para darnos a conocer!. Y en esto el dramatismo se puso sobre la mesa, con una realidad.
-Yo escribí hace siete años una novela en catalán, y la leyeron uno o dos, ahora vivo en Ibiza, y estoy desconectado de la vida literaria.
Y así algunos de ellos, quizá futuros escritores, quizá nada de nada, ni tan siquiera la de formar parte de una generación, porque daba la sensación de que nadie conocía a nadie, daba la sensación de cierto mercadillo en el que nadie compraba “Mi madre es un pez”, nadie lee a los demás ni les interesa, pero todos quieren escribir y publicar, escribir y publicar pase lo que pase y por eso buscan la complicidad de los editores, que se hacen los despistados, cuando en realidad todos sabemos perfectamente que ser escritor o ser editor, (publicando y sin publicar) es la peor de las ruinas que te pueda caer encima.


Es el corazón de Gracia. A la puerta de los cines Verdi, un tipo con gabán lee sentado en una silla de camping, vende libros (o eso pretende) de autores de una indudable calidad y que en vida lograron el suficiente exito como para vivir de su oficio, todos los libros y todo, extendidos a sus pies; al lado en un banco de piedra, otros dos se disponen a colocar su mercadillo con más libros usados, algo paradójico, porque este es el barrio de Barcelona con más librerías, del estilo de la pequeña Pequod (nuevos y usados) en la que cada semana se inventan actos para dar a conocer a todos esos escritores a los que no conoce ni dios, a los que no lee nadie, que publican en mínimas, agotadas y arruinadas editoriales, que celebran en facebook, la venta de uno o dos libros de estos autores. Y ellos lo saben, saben que todos los demás terminan en la máquina de olvidar (muchos con razón) y con el tiempo se venden como libros usados, en mercadillos o directamente expuestos sobre una sábana en el suelo, como el puesto del vendedor de libros de los cines Verdi.
Todo fue eso y poco más, el acto duró apenas una hora y una hora más tarde Fernando Clemot, inauguraba su Café El nostre racó en la calle Boira, otro escritor que también colabora en Mi madre es un pez, otro escritor que no pertenece a ninguna generación, otro escritor que tendrá que vivir de un local, al que asistirán amigos y escritores en ciernes, porque la venta de sus libros no pasan de cien ejemplares subvencionados.

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domingo, 16 de octubre de 2011

ZOMBIE

 
 
La noche del viernes 14, Sitges se llenó de muertos vivientes de todas las edades, en un desfile sin pies ni cabeza, donde la gente se ponía a la cola, con la cara pintada de rojo, algo de maquillaje y el andar desarticulado de lo que es un zombie típico, ni mas, ni menos y todo el mundo se lo pasó bien, no hubo necesidad de contratar a la orquesta Mondragón, ni a Alaska, ni a las Nancis Rubias, no tuvieron que gastarse el dinero de los impuestos en montar un gran escenario, no hubo pregonero ni alcalde, nada, tan solo la gente con ganas de zombis, de muertos vivientes, de novias vampiro, y fue el colofón del festival del cine de Sitges, en el que siempre te encuentras muy a gusto, en el que se respira mucha libertad, en el que todo el mundo se mezcla con todo el mundo, actores, actrices, directores, cámaras, guionistas,  la gente de TV3, periodistas y este año en especial, un año muy bueno en películas de principio a fin, entre las que no debes dejar de ver “Mientras duermes” de Jaume Balagueró, con Luis Tosar, Marta Etura y Alberto San Juan. A los actores ya les conocéis, son buenos, te miran a los ojos, dan miedo, hacen sufrir, es decir te sacan los sentimientos de allá donde los tengas guardados a diario, te joden y disfrutas, disfrutas como un perro.

Jaume Balagueró
Jaume Balagueró es otra cosa, un tipo corriente como tantos otros y es tan corriente que da cierto reparo (a mi novia le estremece); tal cual es sentado en una terraza, a media luz en la cafetería del Hotel Meliá, lo miras y lo que ves es un tipo vulgar, casi lo odias por insulso, tiene la mirada algo muerta, se rapa la cabeza, su voz no suena como la de Luis Tosar, no crea tendencia, pero si se pone encima de un guión y detrás de una cámara, cuando empieza a gravar con todo su equipo, Jaume Balagueró se transforma, le crecen las uñas, le brillan los ojos, se le hinchan los labios, la mandíbula le dibuja una cara perfecta y el traje que viste permanece impecable las horas que sean, porque es su propia piel. Después de sorprendernos, entre otras con Días sin luz, Fragile, REC, lanza esta piedra que pudimos ver en la Secció Oficial Fantàstic Panorama y nos hizo disfrutar, yo disfruté especialmente, quizá por mis instintos de observador empedernido, de poder estar allí donde solo llegas con la imaginación, de imaginar, y esa es la gracia del cine y de esta película, que te descuelga de la hipoteca, del compañero cabrón, de los amigos graciosotes, de las huelgas en Cercanías, del calor, la humedad, de Ana Botella, de la contaminación, te sales de la vida diaria y por un instante estas donde no puedes, donde no debes, para ver lo que quieres ver, lo que en algún momento has querido ver.
En este festival además, hemos vivido la destrucción de Nueva York, hombres lobo en una aldea gallega, una Cosa extraterrestre dentro de un bloque de hielo, una sesión especial de una película de Christian Nyby "The thing from Another World” , virus, desgracias, cataclismos, inteligencia artificial, etc, pero he disfrutado con Balagueró, tanto como él ha podido disfrutar preparando y rodando esta película.  
La noche del viernes 14 de octubre, todos los zombies terminaron bailando en el paseo de la Ribera, algunos niños ya muy cansados fuera del personaje, volvieron a sus mimos ajenos al maquillaje y la palidez de sus caras, las novias vampiras desaparecieron por donde habían venido, todo el mundo se comió algún bocadillo, algún pepito de ternera con salsa barbacoa y al final, algunos zombies terminaron encontrando a su media naranja, casi igual de felices que la Duquesa destartalada, de la que también había copia.

 
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jueves, 6 de octubre de 2011

SUEÑOS DE BOLSILLO (Francesco Spinoglio)

Francesco Spinoglio y Jose Angel Barrueco

Es seis de octubre y son  las siete y media de la tarde. La acera de la Casa del Libro en Rambla de Cataluña de Barcelona, está llena de gente fumando; yo llevo nueve meses sin fumar.
J.A. Barrueco y Ubaldo
Dentro, esperan los que no fuman, algunos de ellos italianos, porque se presenta el último libro de Francesco Spinoglio, “Sueños de bolsillo”, de la editorial Entelequia (15,50 euros), la pequeña editorial madrileña de la pequeña Clea, la editora, que no asistió al acto. Francesco no está solo, con él su mujer María y parte de la familia de Italia; y a su lado el prologuista del libro, amigo y compañero de editorial, José Angel Barrueco.
Barrueco, nos puso al día con algunas curiosidades, que también se pueden leer en la solapa del libro y en el blog de Francesco y que yo repito, entre ellas que es italiano, que escribe en español y que apareció por aquí, como guiado por una pasión, la picaresca y escribir. A Francesco se le nota encantado, va, viene, mira, sonríe, gesticula, bebe agua y da las gracias a todos por estar allí y dice un par de cosas con las que estoy de acuerdo: una, que para cualquier familia es una desgracia que le salga un escritor, porque “está todo el día dormitando, como ido, escuchando y cuando menos se lo esperan, escribe cualquier indiscreción de la propia familia”, algo así dijo y una segunda,  que al lado de un escritor, “que tiene pesadillas, sueña, se despierta en medio de la noche, desorientado”, tiene que haber una persona equilibrada, que le ordene el caos y para eso miró a su mujer María, que también se notaba que es apasionada y disfruta apasionadamente, la vimos saludar, dar besos, ir de un lado a otro, atender a unos y otros, reir, emocionarse y llorar, María.


José Angel, por otro lado, elogió de forma contenida al escritor, de forma pausada como es él, habló suave, estiró el tiempo y terminó con la lectura de algunas líneas de “Sueños de bolsillo”,  correcto y breve, después agachó la mirada y no la volvió a levantar, es tímido
-No me gusta hablar en público –me dijo- ya se nota ¿no?
Se nota, se nota que prefiere la soledad, incluso cuando está rodeado de gente, busca la complicidad para apartarse un poco del sarao, del ruido y de toda esa gente.
-Estoy cansado, duermo poco –confiesa- hace tres meses que nació mi hija.
Y el bebé llora y lo que pasa con estas cosas de bebés, que el llora pero tu no duermes, supongo. Yo, por el contrario,  no duermo por otras cosas y entiendo cuando alguien dice “estoy cansado”, por falta de sueño.
Francesco, consiguió llegar al final, con un hilo de voz, porque verse allí rodeado de aquellos amigos entregados, era un largo deseo que se cumple con 28 años y eso quita el aliento, el aire y da emoción al asunto. Al final todo el mundo echó mano de un libro ( y una copa de cava) y pasamos todos a que nos lo dedicara, a lo que también se entregó, en cuerpo y alma.
Hubo fotos, Ubaldo (un escritor cubano, residente en BCN, con dos conversaciones, una muy colorista y la otra que es como el hilo de seda de una araña, casi imperceptible), cava, bocaditos, fotos, charlas, impresiones de escritores; S. y yo nos despedimos con muchos besos y abrazos, algunas promesas, algunas críticas, conocimos a algunos y nos dimos a conocer. Ellos seguían la fiesta, porque presentar un libro en Barcelona, siempre tiene que ser así, una pequeña fiesta. Yo me disculpé con  J.A. por no poder asistir al día siguiente a la presentación de su novela “Asco”.
-Empieza el festival de cine de Sitges -le dije y lo entendió como buen cinéfilo-
Saliendo ya de la Casa del Libro, pregunto a una de las dependientas por el libro de Barrueco,  pero (como ya me dijo él), no lo tienen; Se lo encargaré a mi librero y si hay suerte en  una semana o quince días lo podré leer, de momento leo y muy rápido “Sueños de bolsillo”.
Espero volveros a encontrar en cualquier otro momento, en cualquier parte, por el mismo valor y precio. Fuera en la calle ya es de noche, debería ser otoño pero seguimos con el mismo calor de Agosto. Un saludo.

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viernes, 30 de septiembre de 2011

BADAJOZ- ELVAS



Badajoz mira a Portugal y de reojo a Madrid, esa carretera y ese tren por el que entra y se va la gente, un M. que queda muy lejos de estos pastos, o quizá ya no tanto.
-Madrid se lleva a los hijos
-Unas veces regresan y otras vuelven.

Y otras veces nadie vuelve a tener noticias, como si entraran en un desierto que borrara todas las huellas.
 Badajoz no teme el sur porque cada día que se levanta respira aire africano y no teme la frontera, porque es una ciudad que tan pronto está a un lado como al otro, sin que nadie pueda diferenciar cuando ocurre una cosa y la otra.
-Hace años aquí –dice el taxista, señalando la Avenida de Santa Marina- había ciento cincuenta autobuses.

Era la época de la peseta y el escudo, cuando cientos de portugueses se acercaban a Badajoz a comprar, (igual que los catalanes con Andorra), cuando cientos de extremeños cruzaban la frontera hacia Vila Viçosa, Elvas, a comer mariscadas con la familia, un Portugal siempre más barato para los españoles y una España más surtida que esos pueblos del Alentejo.
-Ahora es igual de caro –dice resignado el taxista- y además los portugueses ganan menos que antes.

Quizá sea eso, o sea que es fin de semana de Agosto, o sea lo que sea, el caso es que en Agosto, Badajoz cierra; un domingo a las cuatro de la tarde no hay nadie absolutamente nadie por la calle, salvo 36º de calor seco y algún turista que busca un lugar donde tomar un café con hielo, porque también el Museo de Arte Contemporáneo, también está cerrado y cerrado estará el lunes y cerrada nos encontramos la Catedral.
Badajoz como Soria, no tiene río, aunque el Guadiana lame sus heridas, el río deja a un lado la ciudad y en esa zona los tres puentes que lo unen con Portugal, así como los hoteles que están siempre al otro lado, igual que las chavolas del río y los pescadores, siempre al otro lado de Badajoz.

Plaza Alta
Badajoz, son sus callejas del Casco, sus plazas y ese calor colonial que lo convierte en una ciudad más de Méjico, Puerto Rico, Colombia o La Habana vieja, algo que notas nada más dejar la habitación del hotel, algo que notas cuando caminas por las calles empedradas, estrechas de casas bajas y encaladas, de casas recién pintadas y mujeres de Botero, que pasean por la calle o reposan en las terrazas de los cafés, ya sea en la Plaza Alta, en la plaza de la Soledad, de España, o en cualquiera de las otras plazas escondidas y bien pintadas, porque Badajoz muchas de las calles parecen recien salidas de una guerra o de un incendio, pero otras parecen recién pintadas, como posando para que las fotografíen, igual que las calles acabadas de terminar de lavar y de barrer. El caso es que por el calor o por el color de las cosas, el acento o el cansancio, en Badajoz se está más cerca de Iberoamérica que en ninguna otra parte y también más cerca de la Administración Extremeña, allá por donde íbamos, salía a nuestro encuentro la Diputación, alguna Concejalía de Recursos Humanos, alguna parte de la Junta de Extremadura, de algún tipo de institución o Club Taurino, iglesias sean catedrales o no y en las paredes de las casas abandonadas,  otro tipo de pintada, esta vez contra el estado, el poder o el sufrimiento de los toros. El domingo buscamos para comer y lo que me recomendó Zapico estaba cerrado, igual que la cercana Albacería San Juan, menos en la Plaza Alta, donde si tomamos cerveza a los pies de la alcazaba, así que después de ir de aquí para allá, entramos en la taberna El Bigotes y picoteamos unas tapas y respiramos antes de seguir. Y seguimos de un lado a otro, hasta que el calor nos mandaba para el hotel y unas veces volvíamos por puentes inhóspitos y otras veces por el de piedra que parecía más amable, ahora hay que cruzar esos puentes para saber la anchura del cauce del río y aquí hay que tener pecho de legionario para cruzarlos. Así que desde entonces fuimos en coche que en verano se puede aparcar en cualquier parte y descubrimos la cachuela y ahora soy devoto de este lodo, unto o crema que sale directamente del hígado del cerdo y de su manteca. Eso, una cerveza fría y una terraza caliente y puedes pasar así las dos primeras horas de la mañana; a partir de ahí olvídate y deja que te lo hagan todo, estamos en Badajoz.



Elvas
Y cuando te canses te coges el coche cruzas una frontera invisible y te vas a Elvas, te das un paseo, y si te entra hambre pides un bacalao con garbanzos en cualquier restaurante. Esta pequeña ciudad amurallada, tiene unas vistas maravillosas sobre Badajoz y un acueducto de treinta metros y cuatrocientos años de antigüedad, así como un castillo, iglesias y conventos, baluartes, plazas, bares y lugares en los que uno también se deja llevar, como si en estas tierras el tiempo fuera algo más despacio y sencillo, tanto como un buen café a sesenta céntimos.
-Obligado.
                                         Torre de la Catedral de San Juan Bautista (Badajoz)Licencia Creative Commons
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viernes, 23 de septiembre de 2011

CACERES


Sangre y pereza. Desayunamos con la noticia de un tiroteo entre gitanos, “más de cien balas” dice el diario, pero no en Cáceres si no en Mérida en pleno día y a pleno sol. Ese día también me doy el primer baño en una piscina, en lo que va de año y es poco después de las diez de la mañana, ese día despierto tarde y con la boca pastosa, quizá es el jamón que cenamos en el Restaurante de la Estrella, junto al Arco de la Estrella y la torre de los Púlpitos. Cáceres como Salamanca o Madrid, entra en los viajeros por su plaza Mayor, todo gira en torno a ella que es como la orilla de un río, ese río que a Cáceres le falta y que a las demás les baña los costados y allí como en una aparición esa plaza Mayor ladeada, deja escapar una lámina de agua que va corriendo por toda la plaza hasta perderse bajo los pies de los turistas en las sillas de las terrazas.

Es en esa terraza junto a la Puerta de la Estrella, donde probamos el primer jamón de la dehesa y es donde empezamos a notar el bálsamo que corre por los lados de la lengua y la garganta, que junto con la cerveza fresca es una cura de salud para cualquier enfermedad y eso es una de esas cosas que hay en Cáceres y que se repetirá más tarde en Badajoz y para el resto de los sentidos, oir el tañido de campanas al anochecer, ver el vuelo de las cigüeñas hacia el nido, el reflejo de la luz en las piedras de las iglesias y palacios que bordean la plaza Mayor y a los que se accede por cada una de las puertas y así cada anochecer, a donde también llegaba la liviandad del aire de donde sea que viene.
Cáceres y su plaza, sus escaleras y esa lámina de agua con la que juegan los niños, es un lugar para confesarse y así lo entienden los pocos que se reunen, no en las terrazas, pero si en las escaleras y los bancos que quedan, grupos de chicas adolescentes que simplemente hablan de sus cosas, gente solitaria que lee, que mira y se despide con una sonrisa y un adiós, que mira los juegos de los niños, porque es una de esas plazas en la que los padres dejan jugar a los niños y los niños juegan, si no es entre ellos, con los borbotones de agua de esa fuente de colores a ras de calle.

Desde las calles en cuesta, Cáceres se comunica con sus campos desde el ocre y los verdes sucios de las encinas y a poco que te salgas del casco antiguo y de la ciudad nueva, los rebaños de vacas y ovejas te llevan a otra época por no decir otro siglo, a los pastos de otra literatura, otros nombres incluidos los de todos esos conquistadores de America, que aquí siguen manteniendo palacios, casas y plazas y también apellidos tan rimbombantes como Ovando, Golfín, Carvajal, Durán-Rocha, los Becerra, los Figueroa, los Ribera, Ulloa-Roda, Condes de Adanero y así, se repite de lugar en lugar, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo; y  como otros días de este viaje, también me quedo embelesado cuando subo a la torre-campanario de la Concatedral de Santa María (siglos XIII, XV y XVI) y sobrevuelo esos y otros paisajes y dibujo otra vez otro nuevo mapa mental de la ciudad, el barrio de San Antonio, las casas blancas de la judería, el barrio de San Juan, las iglesias, los patios y jardines, todas las religiones que en su día se dieron cita aquí y con ellas, los oficios, las músicas, los figones, los aljibes para el agua que construyeron los árabes y que todavía se podrían usar. Cáceres monumental y defensiva, con torres desmochadas, ese buen jamón que ya no se olvida, como tampoco podemos olvidar las rebanadas untadas con torta del Casar, ni las  noches cálidas y secas de esta tierra lateral, donde vive la editorial de Julián Rodríguez, que no se puede llamar de otra forma, nada más que “Periférica”.
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