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miércoles, 28 de octubre de 2020

Ars poética de Sarah Connor




Víctor Pérez ha escrito un libro y lo ha publicado con la editorial Marli Brosgen en el año de la pandemia. Este libro hay que leerlo como se lee a los hombres, del tirón, sin desfallecer, entrenando en ayunas, sin casi sol, sin casi luz, sin casi nada y subirse una cerveza al lomo nada más volver de ese ejercicio, todavía sudado, como sudan los caballos de carreras, con espuma en los belfos y madera en las patas, porque en dios no hay un principio ni un final. Hay que ser un viejo hombre y alguna vez haber tenido chinches en los cojones. De esa forma hay que leerlo. 


Este libro por otra parte debe leerse como se lee a las mujeres. –¿Mujeres?. –Sí. –¿Qué mujeres?. Esas con rasguños, raspaduras, las que se levantan, las que no se desmayan, las que saben sentarse y cruzar las piernas, las que saben subirse a una furgoneta, incluso cuando está en marcha, las que se saben vestir también con un peto, un sombrero de paja y un tira chinas en el bolsillo, las amigas de Huckleberry Finn en sus aventuras junto al pantano, las cuevas, las islas, las barcas, al otro lado del río y entre los árboles, a las que les gustan las aventuras y se suben en marcha, con qué clase de suicida quieren beber café en latas de níquel y esas chicas, esas que te mantienen salvajemente la mirada mientras dan una calada al cigarrillo, ellas desean leer este libro, saben que la salvación pasa igual por Benavente que por Saigón o Uzbekistán, las que te saben leer los ojos sin apenas mirarlos.  

Después de esas instrucciones vuelvo a encender un cigarrillo y vuelvo a mirar la portada. Los niños de la portada son criaturas de los pantanos creadas por orden de Víctor Pérez, la foto de solapa es un Víctor Pérez con traje y corbata, tal y como debe ser un hijo delante de una madre pero con las ventanillas bajadas y el coche lleno de humodefumar. Todo este libro es Víctor Pérez con altas botas de becerro. Sabe Víctor Pérez, porque nos lo dice que "todo español tiene un vacío por dentro que solo llena la Guardia Civil cuando le para", cuando le para en la carretera que va de Mombuey a Fresno, sobre todo si en el registro aparece el maletero desparramado de libros de Víctor Pérez. 

–Caballero, esto es poesía.

La poesía que se lee en ese libro sabe a camarera aspirante a actriz con la que te acabas casando y teniendo cinco hijos, porque así la define definitivamente, Víctor Perez. Tenemos que decirle a Karlparsoro que se lo lea un rato,  convencerle de que con treinta y cinco mil euros y una semana de rodaje se monta una road movie; y con menos. Pero pasa que Daniel toca pelo y no tiene amigos. Así todo saldría una película justa, algo más larga que un prólogo de Iván Rojo, pero no somos avariciosos, tampoco queremos mucho más.

El resto de la historia está llena de bares, paisajes de Benavente, Calzadilla, Valparaiso, grupos grunge de ojos azules, boxeadores, chupitos asquerosos y poesía del páramo alto y del páramo bajo, aunque esos páramos ya no son lo que eran, este año además les ha tocado en la tómbola del estado y para los presupuestos de regantes, una millonada de euros, a cambio de nada y de sembrar en el barro por este orden: aspersores, maíz y jabalíes. Volverán las timbas a llenar las noches en los casinos de los pueblos, volverán los constructores, las oscuras golondrinas volverán.


                                                            Iván Rojo (prólogo)

                                                                Víctor Pérez

Un cambio de verdad

 

Gabi Martínez
Seix Barral 2020
Presentación en Sitges. ME Sitges Terramar.



Es una historia jamás contada. Es volver a una cuenta atrás y entrar en un tiempo antiguo del que salió su madre, su abuelo, un tiempo de frío extremeño que no existía porque nadie lo había contado, leído porque nadie lo había escrito. Y así empieza el relato de un año dedicado a vivir o revivir la experiencia de ser pastor en la tierra en la que antes lo había sido su madre. Pero así dicho, se queda en poco. El libro es vivir la experiencia de la vuelta atrás en un país que ha abandonado lo rural para instalarse en lo urbano, abandonar un vida imposible para buscas un trabajo por el que te paguen y del que puedas vivir. Eso eran los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, años en los que todos los que dejaron atrás la naturaleza, sus paisajes y con ellos la pobreza, prosperaron. Y así fue en las siguientes décadas. Pero las cosas se han complicado. Las ciudades industriales del país, la política globalizadora, la inestabilidad de los empleos, hace volver la mirada sobre el país de los abuelos, donde en muchos casos se sigue manteniendo la casa y los recuerdos. Volver la mirada  y literalmente volver hacía atrás e intentar abrir ahí una brecha en el mismo lugar donde ellos lo dejaron, con vecinos a los que ya no conocen, con una forma de vida que no entienden, costumbres, comidas, sensaciones que fueron olvidadas y que nadie volvió a enseñar, ni a los hijos, ni a los nietos. Y así hasta que alguien con el bagaje cultural y existencial de Gabi Martínez, deja Cataluña y sus viajes por el mundo y se le ocurre volver a la Siberia extremeña, el origen del origen e instalarse en una cabaña ganadera para cuidar de un rebaño de ovejas, sin cama, sin calefacción, sin baño, sin agua caliente, en un año de lluvias, en mitad de la dehesa, con una mastina como única protección y compañía y el trabajo, un trabajo que no conoce, que tiene que aprender, y en ese aprendizaje entran todos los sentidos y su atrofiada sensibilidad. La trama es contar, no como un diario, esa estancia, describir los paisajes, que siguen siendo los primigenios del hombre, el trabajo de pastor, el trato con las ovejas, los perros, los vecinos y la desconfianza de los pueblos, el recuerdo de sus antepasados en la memoria de esas bocas, el mercado, la caza, los cazadores, la política, el desinterés por que todo cambie sin que nada cambie. Y el vacío, el intento de entender esa vida olvidándose de quién es y como ha vivido hasta entonces, su hijo, su casa, sus comodidades, poder contar con las palabras correctas, palabras que sirven para señalar cosas, que tienen nombres que han dejado de usarse y de existir. Ese viaje de oveja negra, termina con la compañía del hijo, ese hijo que no sabe nada de su padre, que se quita el disfraz y aparece desnudo ante él, como un dios antiguo. A partir de ahí la vida, como el viaje, se construye y cambia, cambia y se construye de verdad.



jueves, 8 de octubre de 2020










ELÍAS GOROSTIAGA Un Beat del páramo
 ANTONIO MANILLA ENTREVISTAS 


“En aquellos años todo era nostalgia, pero también memoria y mirada, al alejarte de los amigos, la tradición familiar, los paisajes de tu vida…”
“Vaciamos España hasta la desolación, agotamos sus recursos, los paisajes, los valles, los ríos, la fauna, distribuimos mal los presupuestos…”

Epicuro: En Tierra de invierno, tu libro de poemas anterior a este Cuerdas de plata que se ha alzado con el premio Internacional Diario de Jaén de poesía 2020, había evocación y nostalgia de unos paisajes natales que vuelven a comparecer ahora.
Elías Gorostiaga: Tierra de invierno es un libro muy querido que envejece bien. Lo escribí en 1994 y lo publiqué veinte años más tarde. En aquellos años todo era nostalgia, pero también memoria y mirada, al alejarte de los amigos, la tradición familiar, los paisajes de tu vida que crees nunca vas a perder y que cambiarán de forma radical, sin vuelta atrás. Al distanciarte aparece la paranoia de la pérdida, la orfandad que no deja de ser una preparación de la vida para el futuro y más habiendo nacido en un pueblo de la provincia de León. En la tradición literaria leonesa, portuguesa, gallega y asturiana, la del noroeste, de Torga, Cunqueiro, Pereira, Ángel González ya sale todo eso y se actualiza con una fuerza enorme con la poética de José Antonio Llamas, Gamoneda, o Julio Llamazares.

E: Sin embargo, en Cuerdas de plata la manera de acercarse a la memoria es distinta, aspira a una catarsis mediante el intento de romper con el pasado; de hecho, comienza con una hoguera. Hay un conflicto entre el futuro y las raíces que, me parece, resulta irresoluble al fin.

E.G.: Cuando se habla de conflictos familiares, siempre se suspira. Por edad y por conflicto, esa tierra que empieza a arder cuando sales de ella es un período de tiempo en el que montas tu propia estirpe familiar, o continuas la que te han legado tus mayores, sin ser consciente de lo que eso significa. El relato del paisaje en ese tiempo comienza con una grieta en el edificio bajo el que vivías, y a la que nadie miraba, que venía avisando tiempo atrás. Las grietas a groso modo eran: parte de la biblioteca de mi abuelo Claudio Sáenz de Miera, que fue a parar al Casino de Valencia de Don Juan; la casa Gorostiaga, que derriban hasta la raíz bajo la titularidad de los herederos, nietos y bisnietos; y, al final, la muerte de la madre después de una larga enfermedad que a mi me deja huérfano a ochocientos kilómetros. En ese momento la situación emocional te sitúa en primera línea de fuego, pero lejos del campo de batalla, y sin embargo con los recuerdos a flor de piel. Por último, llega la herencia, como un bálsamo falso, y el reparto de los bienes, que no dejan de ser más pérdidas. De eso escribo en el poema San Juan; catarsis y liberación de carga y como forma de sostener el peso de la techumbre de mi propia catedral.
E: La tierra de la que hablan tus nuevos poemas es una tierra suicida que se ha convertido en «granero de «hombres sin trabajo y sin minas», condenada a que sus naturales regresen de viejos a «llorar todas las cobardías de su vida sentados al sol». Una tierra de exilio, destinada a vaciarse.

E.G.: La lectura que haces no puede ser mejor, es así y no hay otra. El poemario es un santoral que es una forma de situar en lo rural, el tiempo del trabajo y el de las cosechas, actualizado a mi gusto. En el poema largo La cosecha, me convierto en narrador y protagonista de un himno a León y a los hijos, un diálogo con la Virgen/Madre, la despoblación, el abandono y lo que se van a encontrar los hijos, de nuevo la herencia de la tierra, las tierras del Noroeste, las provincias pobres de las que sale mano de obra, la marinería para conquistar el nuevo mundo, los soldados para la guerra y yo. Vaciamos esa España hasta la desolación, agotamos sus recursos, los paisajes, los valles, los ríos, la fauna, distribuimos mal los presupuestos que deberían servir para ayudar y no para subvencionar corrupciones y rentabilizar multinacionales. La singularidad de León pasa por imponer y organizar artificiosamente el territorio que es el último orgullo que nos queda, imposibilitar el desarrollo en el trabajo tradicional leonés y la familia, el dialecto de la montaña, las señas de identidad enterradas por la destrucción sistemática de la arquitectura popular, pueblo a pueblo, calle a calle, plaza a plaza, a cambio de moderneces, alcaldes corruptos (de pésimo gusto, sin ningún plan, sin criterio alguno), arquitectos y constructores enloquecidos, normas urbanísticas y medioambientales que tragan con todo, dejando un legado de cicatrices para los próximos doscientos años y te pongo un ejemplo bien doloroso, Valencia de Don Juan (donde la gente va en coche al Super), cuyo éxito consiste en crecer ciegamente, modelo barriada periferia de Madrid y dotarse de servicios a costa de la sangre, el vaciado y abandono de los pueblos de la comarca. Políticas que propician la ruina, el suicidio cultural, emocional y el desarraigo. El modelo se agota y te quedas con los bloques de hormigón y ladrillo y sin vecinos.

E: Utilizas en tus versos expresiones e imágenes que proceden de un mundo rural en el que hay cocinas de carbón, sabores viejos «que estarán en todas partes como nata hervida» e incluso hay un poema muy original dedicado a la matanza del cerdo. Es un lenguaje de una España que se desvanece con la generación que la habitó, que a no mucho tardar resultará incomprensible. ¿Es un mundo que todavía está por escribir?

E.G.: Si hubiera nacido en Manhattan, si hubiera nacido en París, en Casa Blanca, tendría en la retina otras imágenes, tendría otras ruedas. Si trabajara en un polígono industrial, si tuviera siete hijos, dos mulas y veinte acres de tierra, si faenara en el mar con viento de Libia, usaría palabras que recrean otras imágenes, otros verbos entrarían en el entramado. La madre y la familia te enseñan el lenguaje de las cosas básicas y las estructuras complejas del idioma que mamas lentamente, para acto seguido ver que eso también desaparece, que cuando hablas y escribes con esas palabras no te entienden o te entienden a medias; sin embargo, no puedes evitar esa querencia por señalar con una sola frase un cuerpo potente. Buscas a tus amigos por sus palabras, buscas en los libros lo que quieres leer, lo que quieres decir y al final terminas por encontrar tu sitio, tu silla, tu cama en la que vas a dormir. Y es así en la pintura, la escultura, la música. Sobre la mesa tengo el pal.luezu de Silvia Aller, Tonino Guerra, Benet, una biografía de Chéjov, a Karmele Jaio, El poemario Tierra de Guillermo Fernández Rojano, donde encuentro lo que quiero ser, y al lado estas tú, Antonio Manilla, y al lado Alberto García-Alix, cada uno con sus palabras, su sensibilidad, su arte sibilino, su silencio, enigmas, grandes mentiras, que disfruto y frente a mí, en un metro cúbico de ventana, toda la obra de Julio Llamazares, esperando cuadrar una biografía. Esas son las palabras que uso. El poema San Martín comienza así: «Quería criar al sol», a partir de una foto que recoge la matanza del cerdo (por tradición en San Martín), cuyos personajes son el matachín del pueblo, Concha la lavandera, mis tíos, mi madre y mi padre (grabado a fuego, como una hipoteca de futuro) al que le faltaban cinco años para morir, mi hermano Álvaro en brazos de la niñera. A partir de ahí se desata la locura. Las palabras matan y si no te matan te hieren.

E: ¿Podríamos decir que tu mirada hacia todo ese pasado se ha vuelto lúcida al hacerse crítica? Hay acidez y algún que otro «ajuste de cuentas». Hombres primarios e inmovilistas, «cabezas sin sueños en los que dormir» …
E.G.: Esta pregunta viene a cuenta del poema San Esteban, que es la última noche del año, en la que rindo homenaje a Céline y sentencia así: «Morimos a crédito cada noche». La festividad de San Esteban coincide con la muerte del año, físicamente son días cortos, noches largas en las que terminan entrando los demonios, la cizaña familiar, los sueños, las canciones, tabaco y orujo, nuestras reliquias. En ese poema se establece un dialogo con dios y a la vez en algún instante me pongo en lugar de dios, imparto una justicia que no se basa en leyes, un juego mental que se desvanece cuando la noche te derrota y puedes por fin dormir. Y el ajuste de cuentas viene en «Buena gente», y Machado. Ahí paso la red entre mis paisanos y pesco en el hábito y las costumbres. Como un notario doy fe de que sigue habiendo coches en las aceras, con un cartel que pone: «se vende»; que el guarnicionero se pone su traje y su corbata, deja a la mujer y la bronca en casa y asiste piadoso a la procesión; en definitiva, un ajuste porque en este país, que sacude el mantel y las migas por el balcón, el que no te mata te tira de la pata y consiente, antes por miedo y hoy por temor. Buena gente, si, que se lo digan a Machado y a su madre en Colliure, que se lo digan a Walter Benjamin. Que pregunten en las cunetas. «Ese hábito de los hombres de apurar cigarrillos hasta el filtro, / de matar animales y mujeres».

E: Te parecerá una tontería, pero yo he hecho una segunda lectura de Cuerdas de Plata al revés del derecho, de atrás hacia delante, y me parece que funciona tan bien como en su forma original.

E.G.: Lo cierto es que el orden de factores no altera el producto, podría empezarse por el final, como los periódicos. Y el final es el poema X que se titula Aullido y que se titula así, a lo Ginsberg, con la intención de que el crítico lo aprovechara para mezclar jamón y melón. En todo caso si es beat, es un beat del páramo. Este poema me viene por un accidente de coche en el que muere reventado un tipo al que se le conocía como El Gordo de Cubillas, un tipo que tiró el motor de regar del padre al pozo porque no le compraba un coche. El coche, que terminó por adquirírselo el padre, y que es con el que se mató, era un Renault 4 naranja. El Gordo era un tipo que yo veía por las noches del pueblo, dos metros y ciento sesenta quilos, siempre buscando pelea, bebiendo en los bares cincuenta pesetas de whisky, y cosas raras que pasaban en los años ochenta, años en los que la gente se mataba en cualquier curva, conduciendo coches sin frenos y con mucho motor. Muchos accidentes, muchos amigos muertos, muchos tetrapléjicos, risa y sufrimiento cada fin de semana, y el coctel era copas, coches y hachís; a tumba abierta por las comarcales. Salvando el tiempo y el espacio, la Generación Beat, Allen Ginsberg, chicas recién horneadas, preñadas locamente en unas pocas horas de la misma noche de verano y entre aullidos y un muchacho que se sale de la carretera al tomar la primera curva, nada más cruzar el puente sobre el río Esla. Volvía a casa enamorado como un dios joven, lleno el cenicero de colillas, escuchando y gritando «Frío» de Manolo Tena, lo normal. También de esto te tienes que salvar y pienso en mis hijos. 




San Martín

Quería criar al sol,
creía en la fe de los árboles muertos,
en la inmortalidad de las cocinas. 
A la fiesta no faltó el cerdo caliente, desangrado y colgado de la viga,
las tripas humeantes en la artesa,
padre abriendo una botella de vino de pitarra,
tempranillo, garnacha. 
Los esclavos negros:
Concha la lavandera, la niñera, Goyo el Chafandín y el delantal de sangre,
no faltaron,
los cuchillos que cortan y
los cantos rodados del patio,
el manantial del invierno ocupado en sus labores de hielo. 
Los esclavos negros:
no faltaron mis tíos,
mi hermano mayor, triste, en brazos de su niñera,
la vieja casa de la calle Mayor.
La recompensa por la falta de rencor. 
Quería criarle en la fe de un dios
y el sol no se dejaba,
el vino ácido de los Oteros,
la carne y el pimentón picante de esa fiesta.
No me dejaron subir al carro,
ni pisar la sombra de las bestias,
ni el alma sagrada sobre el yunque,
"eres nuevo en la piel y las maneras", dijeron. 
Quería criar a la tristeza con rabia,
con cuerdas de plata y no me dejaban.
"Falta ya poco para llorar", dijeron.
Y mi padre estaba allí, cercano a la muerte. 
Y tenían razón los esclavos negros y los vecinos,
esa tradición en el día de la matanza,
eran los gritos sordos del matarife,
el ciclo no escrito de vida y carne.
La modestia de la herrumbre,
el dolor del frío en las manos sin guantes,
en las aguas de los lavaderos,
el helor del aliento a la intemperie.
Vencerás al hielo que te devora,
padre,
en este invierno que ya empieza a nacer
y es largo y siempre hambriento.
Recolecta la bruma y date prisa padre y dame a mis hermanos.





domingo, 27 de septiembre de 2020

TODOS HABLAN. Antonio Manilla



XIII Premio de novela corta “Encina de plata”.

Premium Editorial, 2020.


El poeta Antonio Manilla se ha hecho con todos los premios del Páramo, como Manuel Vilas y como este ha llegado a la novela. No recuerdo ya como conocí a Antonio Manilla, seguro que fue fruto del azar, seguro que por medio andaba el primer tomo de los diarios de Avelino Fierro, seguro que fue así y allí se explicaba como el fiscal le dio a corregir un poema al poeta y el poeta lo transformó y le dio vida, cambiando tres palabras de sitio, seguro que fue así y si no fue así y todo es fruto de  mi imaginación, volver sobre lo que escribió Avelino y veréis más de una vez citado el nombre de Manilla. Por eso creo que fue así, porque la mayor parte del tiempo soy como un perro, en el sentido de andar olfateando rastros, cualquier cosa que se mueva y me llame la atención. Tengo media docena de poemarios del poeta y ahora asisto a la creación del poeta novelista. 

Asistir a la primera vez de algo es siempre una motivación, tener un hijo, plantar un árbol y esas cosas que hace la gente y que también hago yo, la primera vez que vas a la ópera, conducir el primer coche (siempre un Seat 127) y esas cosas que hace la gente y que hago yo. La novela corta se titula “Todos hablan” y en ella Manilla se retrata así: “La suya es la sombra de un hombre alto y robusto, una sombra sonora pero que nadie, en toda la ciudad, recordará haber visto a la mañana siguiente.”. A partir de ahí el autor de “Suavemente rivera”, empezará a tejer hilos de seda alrededor de una trama que empieza en los periódicos (un periódico) de la ciudad de provincias, (una ciudad), cuyo nombre es Entrerríos y cuyo nombre real se omite y se cambia igual que todas las referencias, las continuas referencias a la ciudad real y la imaginaria. El obligado ejercicio de libertad del escritor se encuentra aquí constreñido a un espacio realmente asfixiante y ese va a ser el ambiente que el lector va a respirar, no es la agónica respiración del que lee a Peter Handke o Thomas Bernhard, pero es. Y lo es por distintas razones.

En ese tejido el autor se enfrenta a una pareja que se ha desmadejado como un ovillo de lana y en todo momento el autor se obliga a un ejercicio literario de parecer un novelista, un novelista de Celama, un novelista que describe situaciones y personajes típicos de los Episodios Nacionales de Galdós, y lo consigue, lo consigue de la misma manera que el doctor Frankestein consigue dar vida a los distintos miembros de distintos cuerpos formando uno solo. El rastro entre Galdós y Mateo Díez se adereza a demás con la intriga de esa voz en off que intercala como un paisaje de frío entre capítulos. Y ahora partamos de un supuesto. Supongamos o suponemos que Cien años de soledad, es la mejor novela del mundo, y que es la novela del mundo en la que más personajes hay. Uno no se da cuenta de esto porque esos personajes somos nosotros y es nuestra familia, es decir no nos cuesta trabajo porque todos son del pueblo, y si no son del pueblo y amigos, son familia, tienen rasgos comunes de personalidad, de criterio, de carácter. En “Todos hablan”, no hay tantos personajes, pero más de uno aparece por capricho del autor y por el mismo capricho desaparece (Llamas), dejando de nuevo a los personajes importantes tejiendo esa tela que nos interesa. Esos personajes fantasma, son como “el amigo” que se arrima a una conversación, que nada opina, que aparece y desaparece, y al que nada hay que agradecer pero que sin saber la razón le terminas invitado a un vino solo por estar allí. 

Y lo es (la asfixia) porque hay un político que (a diferencia de hoy) es de extremo centro, una lamentable asociación de empresarios sentados a una mesa de nogal, periodistas y dueños de periódicos que son tan reales como los propios y conocidos periódicos de los que son víctimas por sus sucios negocios, rentistas al más puro estilo leonés con inversiones extravagantes pendientes de subvención, el poder en la sombra de la iglesia y su obispo. Bien es cierto que en todo ese tufo siempre hay algo de oxígeno, el suficiente para no ahogarnos, que viene de la mano del humor, un humor de carnicería, bullanguero, galdosiano, y algo más que el humor, el perfecto conocimiento de Manilla de la sociedad de Entrerríos, la maquinaria con la que funciona la familia, (la Regenta), que resuelve de un plumazo un tema que va latiendo en el corazón de la novela y que termina por enganchar al lector y empujarlo en unas horas de lectura hacia el final. El final, si el final.

En ese mundo de horras y patanes, el novelista agarra por el cuello a las víctimas de su relato y agarra con la misma fuerza y por el mismo cuello, a los que lo tienen que resolver. Lo quiere así, quiere que cada uno tenga su nombre y a veces nombres y apellidos, los mete a cada uno en un traje y les suelta a pelearse sabiendo que ninguno va a poder con la carga que les ha dado, ya sean periodistas, políticos, empresarios o de la policía científica. Entrerríos, Oviedo, Ávila o Palencia, son demasiado pequeñas para intentar enderezarse y alzarse en gestos de grandeza y demasiado grandes para las pequeñas miserias humanas. Uno, que no es héroe, al final de la lectura se encuentra en la encrucijada y el abatimiento de no saber, después de tantos años y habiendo podido elegir, si lo mejor hubiera sido haberse quedado o si por lo contrario ha merecido la pena haberse ido, dejando las raíces al descubierto. Esos amigos. Esa mujer. Ese final. Y el río y las riberas y los paseos.