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domingo, 14 de febrero de 2021

LA FORASTERA. Olga Merino

 

LA FORASTERA
Olga Merino
Alfaguara 2020 (4ª edición)


Foto:©Marta Calvo


La herencia es la genética de aquellos descendientes de asentistas de la repoblación humana efectuada por Carlos III. Tierra dura y hombres blandos. Hombres duros que abandonan la tierra que se vuelve a despoblar, que emigra hacia trabajos más gratos, menos mortíferos, igual de mortíferos. Uno de los cuadros que se pintan en La forastera es la acuarela del domingo en el bar, se podría titular “Las fuerzas vivas de la demolición”, ese encuentro semanal de vecinos en el bar del pueblo, donde se tejen conversaciones y repasan los recuerdos de los que todos vienen y a los que todos salpican. La novela comienza de forma trepidante y recuerda al primer Camilo José Cela: “Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas.”. A partir de ahí, cada personaje animado o inanimado que interviene en el libro nos acompaña y descubre poco a poco la trama de la que se teje esa memoria, el cura, la sacristana, Tomás el del bar, la Capitana, Ibra el moreno, el tábano, el arcón de nogal, el pozo, los olivos, el molino, todos van tejiendo una sábana de vida abandonada, incluso los fantasmas que no dejan de intervenir, de hablar, de mandar mensajes. Conocí a Olga en Sitges, cuando presentó su novela en un acto compartido con Gabi Martínez que hablaba de la suya y ambos, de esas Españas abandonadas que retratan. Entonces no la conocía ni la había leído,  en aquella presentación Olga venía mareada del viaje por las cuestas del Garraf y comenzó el acto sin reponerse del todo; desde entonces y eso fue en el mes de junio, tengo el libro pendiente, hasta hoy. La forastera, es una novela con una historia bien contada, que no es otra que la del  abandono al que se entregan los últimos pobladores de los últimos pueblos de un país menguante del que yo también formo parte y en la parte que a mi me toca, regreso a esas tierras cada verano con los hijos (todos nosotros ya forasteros) para que sepan donde están sus raíces. Mi tierra no es una tierra de olivos, pero algunas mujeres de las que resisten en Gigosos, Gusendos, Fáfilas, Palanquinos, Valdesad, Quintanilla o en la Comala de Pedro Páramo, tienen el mismo tic de secarse las manos en el mandil y cruzarlas sobre el vientre, los hombres visten todo el año con un mono azul de trabajo, van los domingos al bar del pueblo, conocen sus cobardías y las de los demás, las debilidades propias y las ajenas, y los que se han ido pasan a ser fantasmas cuando regresan de esas grandes ciudades refugios y pisos de sesenta metros y en cuya maleta siempre hay un hueco para un mandil, un tranzón de tierra y un carretillo. Cuando la forastera regresa, vuelve con su sangre, huesos, obsesiones y sus apellidos o el mote por el que conocen a la familia; vuelve y se encuentra con el pecado y el odio de todos. Nadie en los pueblos pierde la memoria para recordar y en eso se va la vida, en eso y en que un nudo de ahorcado clásico tiene siete vueltas. Cuando la forastera regresa, no solo trae la memoria de sus antepasados, también con ella vienen sus propios miedos y en esa literatura de sentimientos viejos y nuevos, la novela retrata y se surte de un abanico de colores, carne, olores y música que nos traslada de un lugar a otro por la vida de Angie, la protagonista, para terminar solos ante un paisaje final en el que se mezcla el color de las debilidades con lo que queda de la ruina deshabitada.


Juan Vico. Condición de los amantes

 


Fotografia del autor: Susana Pozo©


Siltolá poesía 2021
Condición de los amantes

Tiene Juan Vico afición a dedicarle los libros a Susana, ya me gustó con “El teatro de la luz”, y ahora de nuevo, la misma página, la misma letra, como si se tratara del mismo libro. Como buen seguidor de Pascal Quignard sabe que “Entretenemos la indigencia buscando palabras”. Es la cita con la que se presentó “La balada de Molly Sinclair” hace siete años. El libro que arde ante nosotros en este año 2021 se titula “Condición de los amantes”, y no deja de ser una continuación obsesiva sobre la búsqueda de las palabras, una mitología personal de vibraciones, sillas que reclaman un cuerpo “si escribo aquí, olvido allí”, dice en el poema “Mitología personal”, dice también “Hazme/callar ahora”. En este poemario, Vico va construyendo ese cuerpo para la silla que a la vez va destruyendo. Obliga a la persona a la que se dirige el esfuerzo de comprensión, suplica ser leído, mantener incólume al paso del tiempo, la sensación, no solo de ser querido, la de ser amado y admirado, pide ayuda, pide perdón por ese sentimiento, mientras baja al inframundo en busca de la Eurídice espiritual y enamorada, mientras vacía la mano, una mano que sacia la sed. Nos regala versos hermosos en los poemas Tema libre, Víspera, donde consigue que el gozne de las palabras se abra a gestos, a otra frase que abre otro gozne, la naturaleza de las cosas. 
Fiel a las palabras como los poetas antiguos, fiel a la ensoñación,  el dibujo constante del mundo y la parte oscura o turbia que subyace bajo la línea de flotación, Vico invita a los lectores a degustar su ars poética y su ars amatoria. 
Descansando de la intensidad de sus dos últimas novelas en Seix Barral, de una mudanza, de todos los trabajos a los que un escritor debe concurrir para seguir adelante; después de siete años sin poesía publicada, hoy de nuevo, volvemos a tener un libro breve e intenso. Editado por la Isla de Siltolá, se bebe cálido como un coñac viejo y resbala salobre y fresco por el paladar como una ostra, adornada la mesa con “helechos de plástico” en una tierra de nadie que en todo caso es la pegajosa arcilla que se forma con palabras y, que si es algo, es la tierra de Vico, un peligroso lugar de insomnio.


TEMA LIBRE

La mano saciando la sed.
La sed vaciando la mano.

Cortinas ondeando en la habitación
sin la habitación.

Y entonces tú, gacela insomne,
dime donde temblarás

cuando toda esta noche
haya ardido.


miércoles, 28 de octubre de 2020

Ars poética de Sarah Connor




Víctor Pérez ha escrito un libro y lo ha publicado con la editorial Marli Brosgen en el año de la pandemia. Este libro hay que leerlo como se lee a los hombres, del tirón, sin desfallecer, entrenando en ayunas, sin casi sol, sin casi luz, sin casi nada y subirse una cerveza al lomo nada más volver de ese ejercicio, todavía sudado, como sudan los caballos de carreras, con espuma en los belfos y madera en las patas, porque en dios no hay un principio ni un final. Hay que ser un viejo hombre y alguna vez haber tenido chinches en los cojones. De esa forma hay que leerlo. 


Este libro por otra parte debe leerse como se lee a las mujeres. –¿Mujeres?. –Sí. –¿Qué mujeres?. Esas con rasguños, raspaduras, las que se levantan, las que no se desmayan, las que saben sentarse y cruzar las piernas, las que saben subirse a una furgoneta, incluso cuando está en marcha, las que se saben vestir también con un peto, un sombrero de paja y un tira chinas en el bolsillo, las amigas de Huckleberry Finn en sus aventuras junto al pantano, las cuevas, las islas, las barcas, al otro lado del río y entre los árboles, a las que les gustan las aventuras y se suben en marcha, con qué clase de suicida quieren beber café en latas de níquel y esas chicas, esas que te mantienen salvajemente la mirada mientras dan una calada al cigarrillo, ellas desean leer este libro, saben que la salvación pasa igual por Benavente que por Saigón o Uzbekistán, las que te saben leer los ojos sin apenas mirarlos.  

Después de esas instrucciones vuelvo a encender un cigarrillo y vuelvo a mirar la portada. Los niños de la portada son criaturas de los pantanos creadas por orden de Víctor Pérez, la foto de solapa es un Víctor Pérez con traje y corbata, tal y como debe ser un hijo delante de una madre pero con las ventanillas bajadas y el coche lleno de humodefumar. Todo este libro es Víctor Pérez con altas botas de becerro. Sabe Víctor Pérez, porque nos lo dice que "todo español tiene un vacío por dentro que solo llena la Guardia Civil cuando le para", cuando le para en la carretera que va de Mombuey a Fresno, sobre todo si en el registro aparece el maletero desparramado de libros de Víctor Pérez. 

–Caballero, esto es poesía.

La poesía que se lee en ese libro sabe a camarera aspirante a actriz con la que te acabas casando y teniendo cinco hijos, porque así la define definitivamente, Víctor Perez. Tenemos que decirle a Karlparsoro que se lo lea un rato,  convencerle de que con treinta y cinco mil euros y una semana de rodaje se monta una road movie; y con menos. Pero pasa que Daniel toca pelo y no tiene amigos. Así todo saldría una película justa, algo más larga que un prólogo de Iván Rojo, pero no somos avariciosos, tampoco queremos mucho más.

El resto de la historia está llena de bares, paisajes de Benavente, Calzadilla, Valparaiso, grupos grunge de ojos azules, boxeadores, chupitos asquerosos y poesía del páramo alto y del páramo bajo, aunque esos páramos ya no son lo que eran, este año además les ha tocado en la tómbola del estado y para los presupuestos de regantes, una millonada de euros, a cambio de nada y de sembrar en el barro por este orden: aspersores, maíz y jabalíes. Volverán las timbas a llenar las noches en los casinos de los pueblos, volverán los constructores, las oscuras golondrinas volverán.


                                                            Iván Rojo (prólogo)

                                                                Víctor Pérez

Un cambio de verdad

 

Gabi Martínez
Seix Barral 2020
Presentación en Sitges. ME Sitges Terramar.



Es una historia jamás contada. Es volver a una cuenta atrás y entrar en un tiempo antiguo del que salió su madre, su abuelo, un tiempo de frío extremeño que no existía porque nadie lo había contado, leído porque nadie lo había escrito. Y así empieza el relato de un año dedicado a vivir o revivir la experiencia de ser pastor en la tierra en la que antes lo había sido su madre. Pero así dicho, se queda en poco. El libro es vivir la experiencia de la vuelta atrás en un país que ha abandonado lo rural para instalarse en lo urbano, abandonar un vida imposible para buscas un trabajo por el que te paguen y del que puedas vivir. Eso eran los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, años en los que todos los que dejaron atrás la naturaleza, sus paisajes y con ellos la pobreza, prosperaron. Y así fue en las siguientes décadas. Pero las cosas se han complicado. Las ciudades industriales del país, la política globalizadora, la inestabilidad de los empleos, hace volver la mirada sobre el país de los abuelos, donde en muchos casos se sigue manteniendo la casa y los recuerdos. Volver la mirada  y literalmente volver hacía atrás e intentar abrir ahí una brecha en el mismo lugar donde ellos lo dejaron, con vecinos a los que ya no conocen, con una forma de vida que no entienden, costumbres, comidas, sensaciones que fueron olvidadas y que nadie volvió a enseñar, ni a los hijos, ni a los nietos. Y así hasta que alguien con el bagaje cultural y existencial de Gabi Martínez, deja Cataluña y sus viajes por el mundo y se le ocurre volver a la Siberia extremeña, el origen del origen e instalarse en una cabaña ganadera para cuidar de un rebaño de ovejas, sin cama, sin calefacción, sin baño, sin agua caliente, en un año de lluvias, en mitad de la dehesa, con una mastina como única protección y compañía y el trabajo, un trabajo que no conoce, que tiene que aprender, y en ese aprendizaje entran todos los sentidos y su atrofiada sensibilidad. La trama es contar, no como un diario, esa estancia, describir los paisajes, que siguen siendo los primigenios del hombre, el trabajo de pastor, el trato con las ovejas, los perros, los vecinos y la desconfianza de los pueblos, el recuerdo de sus antepasados en la memoria de esas bocas, el mercado, la caza, los cazadores, la política, el desinterés por que todo cambie sin que nada cambie. Y el vacío, el intento de entender esa vida olvidándose de quién es y como ha vivido hasta entonces, su hijo, su casa, sus comodidades, poder contar con las palabras correctas, palabras que sirven para señalar cosas, que tienen nombres que han dejado de usarse y de existir. Ese viaje de oveja negra, termina con la compañía del hijo, ese hijo que no sabe nada de su padre, que se quita el disfraz y aparece desnudo ante él, como un dios antiguo. A partir de ahí la vida, como el viaje, se construye y cambia, cambia y se construye de verdad.