Torre y Catedral
Llegamos a T de noche, después de más de cuatro horas de viaje y dejamos el coche en el parking del paseo del Ovalo. Hace frío, llegamos al hotel encogidos, sin necesidad de preguntar porque está justo al lado de la plaza del Torico. En T no hay nadie, apenas nos cruzamos con un autobús vacío. En el hotel nos dan la habitación nº7 reservada en la planta 3, solo se ven tejados y balcones y el frío al otro lado de las ventanas. Dejamos la maleta y nos vamos a dar la primera vuelta por la ciudad, en el hotel hace mucho calor y en la calle mucho frío. Subimos por una calleja hasta llegar al Museo Provincial, allí nos detenemos en un bar y tomamos un vino, es el típico bar de tapeo, espejos y fotos antiguas, venden farias y ya nadie fuma, falta eso, esa pesadez del humo en el ambiente; a todos esos bares alguien les ha arrancado un brazo; no se si será la crisis, pero como que falta algo o alguien, en la puerta de la calle no hay nadie echando un cigarrillo y nada indica que se les espere. Después entramos en el restaurante Yain, en el barrio judío, cerca de la catedral, pero al no tener reserva no nos podemos quedar, así que preguntamos al dueño por una segunda opción y nos señala La Menta o La Tierreta, (reservamos allí para el sábado por la noche) elegimos La Tierreta, también en otra de las callejas del barrio judío, detrás de la catedral, para ahora mismo. Sin haber reservado, nos sientan en una mesa en el centro del comedor y cenamos huevos con ralladura de trufa negra que lo envuelve todo en ese olor a tierra mojada, una ensalada de verdura y rodaballo, bebemos Viña del Vero, un vino suave y fresco. El lugar es agradable, decorado con cortinas blancas que marcan distintos ambientes y mesas que guardan la suficiente distancia, para poder hablar sin romper las costuras. De postre helado y café. Al salir S. abre la puerta del armario ropero y trato de detenerla pero llego tarde, en ese momento ha cruzado el umbral de T, hacia otra época. Salimos a las calles reventadas por los cascotes de las iglesias mezclados con los de las casas particulares, en ese momento los soldados de la XI división con Lister al mando, han reconquistado la ciudad a sangre y fuego, hace más frío que antes, de hecho está nevando.
-¡Eh vosotros qué hacéis ahí! –grita un miliciano, con los pies envueltos en trapos-
-¡A cubierto! –gritan-
Las bombas explotan lejos y caen cerca. Me preocupo por los “amantes de Teruel”, pero les han escondido en lugar seguro, los sótanos de un Convento. Esas momias, han rodado mucho desde 1553 que las encontraran y ahora se tienen que proteger de las bombas de Enrique Líster y de Domingo Rey d'Harcourt . Nosotros también nos protegemos de todos, de las bombas y los generales y regresamos otra vez a la Tierreta, y salimos por la puerta que da a la calle, la calle de verdad, no la del invierno de 1937. Se respira frío pero como que es un frío algo más agradable. Bajamos la calle hasta la plaza del Torico y de allí al hotel.
Plaza del Torico
El sábado en T. sigue con el mismo frío, a veces rachas de sol, a veces rachas de lluvia, según las nubes. Vemos la torre del Salvador, y buscamos la torre de San Pedro y a su costado la iglesia del mismo nombre y el mausoleo de los amantes, hace el mismo calor que en el hotel, mucho calor. La iglesia es una mezcla de románico por fuera y gótico por dentro, restaurada durante catorce años y ahora impecable a las visitas, con un precioso retablo Mayor tallado en madera sin policromar de Gabriel Joly. Subimos a la Torre y vemos la pequeña inclinación.
-Todas las torres de Teruel están inclinadas –dice la guía-
Y todas tienen campanas que ya nadie usa. Visitamos el sepulcro de los amantes, que murieron sin poderse besar y encima de su sepulcro (donde han dejado a las momias, que morbosamente se pueden ver entre la filigrana de piedra) la imaginación de sus figuras, con las manos juntas pero que no llegan a entrelazarse, todo un símbolo para la ciudad y para un amor imposible y fatal. A partir de esta visita T. se convierte en una ciudad de torres e iglesias, que trepamos la mañana y la tarde del sábado, que termina pasando antes y después por la plaza del torico (una pequeña escultura en bronce macizo de un toro de unos treinta centímetros, que pesa cincuenta y seis quilos) y por el mirador del Ovalo y su escalinata de estilo mudéjar, torres e iglesias con un valor Mudéjar, (Patrimonio de la Humanidad desde 1986) que convierte esta pequeña ciudad de treinta y seis mil habitantes en un símbolo de convivencia entre culturas, como así se reflejó en el artesonado de la increíble techumbre de la Catedral.
Con el cansancio de subir torres y visitar iglesias y bares, nos regalamos una siesta en el hotel, donde tenemos que abrir el balcón para no morir de calor y quemada la tarde viendo la torre del Salvador por dentro y los paisajes de fuera, nos preparamos para cenar en Yain.
-¿Qué significa el nombre? –pregunta S-
Al parecer el edificio, construido no hace muchos años, albergaba en tiempos una bodega judía y de ahí toma el nombre. Nos lo cuenta Raul Igual, (mejor Sumiller de España 2010) que nos atiende en persona y probamos jamón de Teruel en pan de pita hinchado, que nosotros rompemos con una maza de madera, lubina a la plancha con calabaza frita y suprema de salmón con crema de espárragos blancos y lombarda; el postre es una semiesfera de café rellena de caramelo líquido. Bebemos un blanco suave de Rioja.
El resto del viaje al dejar T, pasó por los pueblos del Bajo Aragón y la comarca de Matarraña, Calanda, Alcañiz, La Fresneda, Valderrobres, Beceite, Cretas y Calaceite. En todas se siente esa historia en la que unos y otros se han dado mucha leña, en la que los olivos no han dejado de envejecer igual que sus pueblos y sus piedras y donde la gente aprende a tocar el tambor antes que a decir buenos días, y hablan una mezcla de catalán que no es catalán y un castellano que no es castellano, donde en cada pueblo, hay una o varias iglesias imponentes y monumentales y una plaza mayor que se llama Plaza de España, un aceite que nada tiene que envidiar al aceite de Jaén y la gente mira a los forasteros y sonríe y comenta poco y en Calaceite, al dar la una, por los altavoces instalados en las calles, suena una jota aragonesa, para que nadie se olvide de por donde anda. A unos kilómetros de allí, cruzamos frontera a tierras de Tarragona.
una de las calles de Beceite
Tras visitar la zona, uno acaba extrayendo varias conclusiones: que Teruel existe, ya lo creo que existe. Sus torres únicas lo dicen, su frío cortante lo dice, sus amantes, sus calles empedradas, su historia pasada y la más reciente, sus edificios modernistas. Todos lo dicen.
ResponderEliminarOtra conclusión es que sin desmerecer un buen cochino blanco, prefiero el jabugo pata negra.
La tercera conclusión, que visitar Teruel no puede quedarse en la plaza del Torico sino en andar la comarca de Matarraña y sus pueblos llenos de encanto y que ofrecen al visitante el placer de verse sorprendido ante la cercanía de un entorno tan poco conocido y reconocido.
El jamón de T. es muy bueno, pero el pata negra, es otra cosa.
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