Todo se construye con piedra arenisca de Villamayor, piedra dorada para la catedral, para la universidad, para las casas y palacios, para la Gran Vía y tiñe a la ciudad con una pátina verdadera, incluso para las casas recién construidas. Pero una ciudad de piedra y jesuitas, de palacios y sabios, también es una ciudad con treinta mil estudiantes en una población de ciento sesenta mil personas, quizá la primera industria de la provincia, en la que los inversores son todos jóvenes, listos, generosos, en plena formación y con toda la energía; y con esa energía, todos pasan por la Plaza Mayor, diseñada por Alberto Churriguera, la plaza más bonita de España, porque además de la piedra dorada, parece un patio donde quedan y se reúnen los vecinos, los amigos y el viejo armario de las casas grandes de las abuelas, con las puertas teñidas del mismo color dorado que la piedra y allí como en otras partes, se guardan viejas historias de castilla, de la ciudad de los lazarillos que por allí pasaron, los amores de Calixto y Melibea, los auxilios de la Celestina, brujas, tunos, amantes y asesinos, obispos, poetas y juglares, los vemos a todos, una parte de cada uno, mezclados y remezclados entre turistas y estudiantes, visitantes y salmantinos y vemos también la famosa rana sobre la calavera, repetida en las camisetas de todos los comercios, conversamos con Unamuno, tomamos café con Torrente Ballester y vemos pasear a Antonio Colinas, entrando y saliendo del Corrillo, del Novelty, vemos la pose de Rafael Heredia reflejada en algunos espejos y siempre todo mezclado con la gente de la frontera, porque Salamanca, es una ciudad de frontera y Charra, como ciudad Juárez, de hombres oscuros y curtidos, temerosos de la Ley de los hombres, las multas de tráfico y de la Ley de Dios, que es algo mucho más personal y de libre interpretación.
-Mira, la casa de las conchas –dice S- hazme una foto.
Y hago una foto y mil fotos y en todas sale esa concha que un anormal rompió y que ahí sigue rota, para vergüenza de todos.
-Buscaría el tesoro –dicen-
El tesoro es una onza de oro que según cuentan se esconde dentro de una de las trescientas conchas de la casa.
La importancia de Salamanca, la que tuvo en época y la que actualmente disfruta, además de por la Universidad, es por sus dos catedrales; la gótica, que es la que se ve y la vieja, que es en la que se apoya y a la que en parte devora. La catedral nueva tiene una planta espectacular de cien metros de largo y cualquiera diría que tiene otros cien de alto, la Vieja es más como la de Coria, pequeñita, románica por fuera y en parte gótica por dentro, llena de órganos, uno de ellos colocado sobre una tribuna mudéjar, de los más antiguos de Europa y tumbas, unas de obispos y otras de grandes personajes religiosos y sus familiares, don Gutierre de Monroy, doña Constanza y don Diego de Anaya. Las capillas tienen un dispositivo sonoro, pero lo descubres escondido en el dintel de la puerta, con una plaquita de la entidad que lo montó y con mucho teatro y profusión de sonidos de la época, te cuentan aquella historia de capillas y usos que unas veces escuchas y en otras se te va el santo al cielo; y así vas pasando de una a otra la de Talavera, de Santa Bárbara, de Santa Catalina. En la catedral nueva, además de todos los impresionantes tesoros arquitectónicos y museísticos del gótico, clasicismo renacentista y barroco, se expone el antebrazo izquierdo e incorrupto de Julián Rodríguez, Salesiano martirizado el 9 de diciembre de 19 36 y beatificado por Juan Pablo II, sin duda alguna una muestra más de esta fe caníbal y encurtidos de la tierra. Dejaremos Salamanca, como otras veces, con cierta pena, pero no sin antes haber paseado por el Tormes y cenar una sartén con cinco huevos y jamón. Mañana, saldremos para Cáceres pasando antes por Coria.
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