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domingo, 13 de noviembre de 2011

Ñ

Llegué a Madrid corriendo, crucé entre las raíces del Campo de las Naciones y de todo el nuevo Sky Line hasta llegar al viejo cielo de esta ciudad prodigiosa donde todavía puedes ver a la puerta de algunas instituciones Guardias Civiles con Tricornio, como en cualquier pueblo viejo de España y por otro lado, también llegas al Círculo, un lugar mítico en el panorama de las Bellas Artes y del Art Decó y un buen montón de escaleras y balaustres de mármol. Dije mi nombre y me dieron una chapa para poder entrar y salir.
                                       Tacha Romero y Francisco Brines
El olvido es la nada manchada por la vida”. Ese sello es de un poeta y este fin de semana el Círculo se llenó de poetas, escritores viejos y niños, algo de música, conferencias exprés, lecturas, parejas de baile y dentro de estas parejas, escuchamos charlar a Francisco Brines y Tacha Romero, homenajeaban a José Hierro, amigo del poeta y abuelo de Tacha. El acto en si era emotivo, pero Brines giró algo más la tuerca y lo convirtió en una despedida, su propia despedida de la vida “los niños nos devuelven una memoria perdida por completo”, se disculpó porque la fallaban las piernas, el oído, la memoria y tuvo que sacar una lupa para poder leer poemas de su amigo. Pero allí fue desgranando su rosario de perlas y allí, de vez en cuando se aparecía la onda respiración de Pepe Hierro.
 Lo que tiene este festival son actos cada hora, cuando no ves a la gente subir al Salón de Columnas, les ves en la cola del Teatro Fernando Rojas y allí asistimos a la Conferencia de Belén Gopegui.
                                                 Belén Gopegui
 Teníamos curiosidad por Belén, pero Gopegui nos dejó el estómago vacío y la espalda descoyuntada. Vive atrincherada entre lesbianas y feministas, le da vueltas a una poción que siempre reivindica y reivindica y reivindica, debajo de una gorra de lana y pelo blanco. Yo (personalmente) volví a los más politizados años sesenta, emperrada en ser lo que ya nadie debe ser, Gopegui tiene la rosca pasada y en cualquier momento puede disparar de nuevo sobre Andy, Andy Wharhol, (así estábamos allí). Me sentí torpe ante lo que oía (no conseguí entender nada) y las preguntas que después la hacían, eran enrevesadas como las barbas del diablo, igual que las contestaciones. Belén llegó con la misma mirada triste de todas las solapas de sus libros, la salieron ratones de las mangas de la chaqueta que corretearon por la mesa y se fue de allí con la misma mirada, como salida del taller de una fabrica de Telares, donde ya solo quedan sombras. Menos mal que detrás venía Esther Tusquets y puso luz y remedio. Esther es una gran señora, una gran dama de la edición, una mujer que ahora también habla con calma de las cosas de la vida y contesta a esas cosas con el humor que le permiten sus setenta años y una operación que la impide andar con soltura, pero con gracia, ironía y el valor de su generación, que tampoco, tuvo nada fácil sobre todo cuando se trata de una mujer perezosa, contado por ella misma. Nos habló de la medalla del Ministerio de Cultura, del bridge, del bingo, de su nieto de cinco años, “de momento nos vigilamos, para ver por donde me sale”, dice encantada, y así con una naturalidad del que ya no tiene que fingir en nada. Salimos de allí esperando su nuevo libro, (escrito junto con su hermano) que aparecerá en enero.
                               Antonio Gamoneda y Agustin Fernández Mallo
Y de cata literaria en cata literaria, se me fue cargando la cabeza, no se si cogí frío o cogí calor, porque tan pronto tenía una cosa como otra, igual que tan pronto veía a Gamoneda, como a Agustín Fernández Mallo, Juan Cruz, Javier Calvo, Manuel Rivas, hasta oír a Luis Alberto de Cuenca, leer de corrido un estudio sobre Homero en 26 minutos y terminar embelesado con Félix de Azua conversando con Antonio Lucas, sobre poesía, filosofía, universidad, educación, libros, tal y como se habla con un amigo para otros amigos, sobre la esperanza que siente ante el cambio de paradigma y de todo el trabajo que quedará por hacer, después del Apocalipsis del arte, incluidas las novelas que no hemos escrito y que ya no serán novelas.
-Ahora escribo sobre el Pentateuco –dijo Félix mientras soltaba una risilla-
-¡Qué miedo! –contestó Antonio-.
-El mal existe –dijo convencido el filósofo- no se puede camuflar con razones, el mal existe.
Y es sobre eso y sobre una energía positiva que a veces se enciende y otras se apaga, lo que este hombre cordial nos fue desvelando, además de decirnos orgulloso que en diciembre sería padre de una niña, nos dio ánimos para no quedarnos con ese conformismo maligno, que mata cualquier iniciativa. Al terminar le felicité y le hubiera dado un abrazo, porque Félix de Azua, es un tipo al que hay que leer y seguir, allí a donde vaya.
                                 Esther Tusquets (Fundadora de Lumen)
Pero no solo fueron despedidas, también hubo algún encuentro. La Fábrica Ñ, de este festival propició el encuentro de seis editores en busca de autor. Una de esas seis editoriales concertadas es Alfabia y allí nos encontramos en la planta tercera, la llamada Sala de Juntas, junto con dos escritoras más. La Sala de Juntas, tiene una mesa ovalada de siete metros, a un lado se sentó Diana Zaforteza y al otro lado cada uno de nosotros, pero a aquella mesa y sin que nadie se diera cuenta, también se sentaron Thomas Bernhard, Celine, Foster Wallace, Borroughs, Julio Llamazares y hasta una exhibicionista con su impertinente cámara de fotos Luna de Miguel, nadie les veía pero metían un follón de libros y hojas de mil demonios. Diana se presentó, presentó a su editorial, su vocación por el mundo de los libros, el recuerdo de su padre, el paso por la Factoría Balcells, y el buen ojo con David Van, una novela descubierta por su sello, que nos estremeció a todos y que tira con fuerza de la editorial. Y después me presenté yo para dar fe de que todo lo que decía Diana era verdad, comencé a dibujar a carboncillo un paisaje, pero noté algunos borrones, uno no puede arrimarse demasiado al micrófono porque salen las palabras en negrita y a veces subrayadas y no te puedes alejar demasiado porque entonces se difuminan como entre nieblas, te tienes que quedar como un poco encorvado y así se habla mal, al fin y al cabo disculpas, porque uno sabe muy bien criticar a los demás, pero con uno mismo la cosa cambia, supongo que no lo hice peor, pero tampoco resulté nada brillante, fui dejando jirones de ropa entre las zarzas y la cosa se convirtió en una especie de conversación algo maltrecha, pero tampoco sabe nadie la de veces que le tuve que decir que no a Borroughs, empeñado en que bebiera de su petaca, ni que me tuve que levantar a separar a Bernahrd cuando le había cogido del cuello a Celine, ante la impasibilidad de Peter Handke, pero bien. Las otras dos escritoras defendieron lo suyo, Lidia Herbada, Periodista, con la experiencia de haber publicado la novela "39 cafés y un desayuno" (Editorial Paréntesis) algunos relatos y su sonrisa y Bárbara con el aprendizaje de su primera obra y una timidez mórbida, con labios pintados de rojo.
-Soy traductora –dijo con una pequeña pausa- de inglés.
La que estuvo serena dentro de su timidez y con buena disposición para todos, fue Diana, prevenida y cautelosa, como no puede ser de otra manera, porque una editorial de este siglo, en este país y desde Barcelona, es algo muy frágil y hay que cuidarse mucho, si quieres seguir y Diana va a estar ahí por criterio, seriedad y porque acaba de comenzar. Me hubiera gustado decirla que su editorial tiene que sacar adelante el Premio Zaforteza de novela, y que todavía están por venir todos esos García Márquez y Vargas Llosa que llenen los salones vacíos de Alfabia, pero desapareció de la fiesta. Intenté buscar su reflejo en los espejos del Círculo, pero allí solo se aparecían los fantasmas de la gente Ñ, subiendo o bajando con energía en dirección a alguno de los salones, mordiesqueando libros de tapa dura de la Librería Antonio Machado. Si no fuera porque su nombre sigue impreso en el programa, no sabría si aquel cuarto de hora que terminaron siendo veinte minutos, fue real o no. El tiempo lo dirá.
                                              Diana Zaforteza (Editorial Alfabia)
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2 comentarios:

  1. Hola, Elías. Tenemos el mismo apellido y, al parecer, las mismas debilidades por la poesía y el arte, en general. Es más, hablas de personas que me son próximas, como Gamoneda o Artigue.
    Me gustaría saber más de ti.
    Saludos.
    Lorenzo

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  2. Hola Lorenzo, creo si nos conocemos, pero no deja de ser una sorpresa, pero mejor te comento por correo. Facílitame el tuyo. El mio es: adalia@ole.com. Un abrazo.

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