Alejandro Zambra
NO LEER (Alpha Decay 2012)
240 pg. 16€
Librería Laie
foto: Ernesto Escobar Ulloa
Es la terraza de la Librería Laie, en Barcelona, un espacio
verde con un par de sombrillas y treinta sillas de tijera y hierro forjado, es
el espacio que elige Ana S. Pareja para “aprovechando
que estaba en Barcelona” presentar el libro de Alejandro Zambra NO LEER, a
pulmón y sin micrófonos, un espacio para fumadores y bebedores de cerveza y allí
estábamos.
-Yo intentaré hablar muy
alto –dice Alejandro- muy alto –repite y mira al público-
El caso es que los intentos del escritor por ser oído, no se
consiguen y a menudo el mensaje quedaba roto, al cabecear entre los asistentes
al acto, y los compañeros de tertulia, la editora Ana y el crítico Ignacio
Echevarría, así como el ruido de fondo de los equipos de aire acondicionado de
los edificios del ensanche y el run run de Cucurella charlando al fondo con un
amigo, así todo nos pudimos enterar de las reflexiones del autor sobre este
volumen de crónicas y ensayos, cuando la literatura se vive como una pasión.
Cualquiera que vea a Alejandro Zambra por primera vez,
tendrá la impresión de que es un tipo que está muy cansado, inmensamente
cansado, que se acerca a las personas y a las sillas despacio, implorando por
una necesidad fisiológica, la de encontrar un lugar para reponerse de un
inmenso esfuerzo. Esa impresión se refuerza cuando se echa a hablar, habla
despacio, como en un espacio confuso lleno de palabras que previamente tiene
que ordenar muy metódicamente y ese territorio de palabras es tan grande que el
esfuerzo que provoca es suficiente para que uno se de cuenta de por qué el
autor a veces se muestra tan abatido, porque además no solo son esas palabras
precisas que busca, son los hechos que las envuelven y la forma de desenvolver ese
regalo sin estropear el envoltorio, es tan pausado y su tempo tan espacioso
como la siesta de un Koala y no era la hora de dormir la siesta, más bien es la
hora a la que todos los escritores y no escritores reunidos (Ahinoa Rebolledo,
Rodrigo Fresan o Carlota Mosseguí), estudiantes en paro, desperezan sus
sentidos, se toman el primer café con leche del día y salen a la calle
bendiciendo que por fin empieza a aflojar, de una vez este verano (de los
cojones) que lleva apretando desde mayo.
Esa era la situación, como color del decorado el verde de
las ventanas que coincidía con el verde de mis pantalones y la camiseta verde, (del
ejército israelí) que llevaba encima, la luz era la de la fachada del patio que
bajaba en picado sobre el lateral de ventanas en el que me sentaba, dejando a
oscuras o casi en penumbra al resto, (incluidos ellos).
El acto resultó sincero y como siempre, yo en particular,
echaba en falta a más escritores y críticos, más público, más emoción. Literariamente
Alejandro se dejó querer por todos y jugó con algunas ideas que iba cambiando
de mano como un malabarista, no se sacó nada de la chistera y no contestó a
ninguna de las preguntas de la mesa y contestó a todo, de una forma mas o menos
dispersa, como esas nubes de verano que caen donde caen, sin tener en cuenta lo
seco del terreno y dijo cosas que ya sabíamos todos, que los catedráticos saben
mucho pero ya hace tiempo que no leen nada y nada es nada, y que de lo que se
dice que se lee, tan solo la mitad, puso algunos ejemplos y esa afirmación, fue
perfectamente dibujada por la editora de Alpha Decay, “solo leen, de forma convulsa, los adolescentes” y hasta el propio
Zambra sabe que muchos críticos escriben sobre novelas no leídas y que nunca van a leer, pero de las que hablan en
cualquier foro e incluso dan detalles. De eso trató este encuentro con el autor
de No leer, sin culpar a nadie, porque al fin y al cabo cada uno gana el tiempo
que quiere, la soledad que implica, la falta de relación, eligiendo los libros que
no lee, la cuestión es no engañarse o no engañar a la hora de hacer cuentas en
tu biblioteca, cuando llega alguien a casa. La cuestión es que Ana S. Pareja ya tiene en
su almacén un escritor con mucho recorrido, que los años pasan y sigue
demostrando que es una de las editoras más listas y de más raza de la ciudad y
que despidió el acto diciendo que ahora se irían a tomar cervezas aquí y allá y
que si alguien se apuntaba que lo dijera, para conocer el lugar. Sobre Ignacio
Echevarría, solo apuntar que estuvo expectante como los demás, algo apagado,
pero confortable en esa media luz. A estas alturas de la vida y de la crítica,
es uno de los que pueden escribir y opinar de libros no leídos con toda la
seriedad del mundo. Ese es el prestigio que dan batallas como la de Babelia, la
de no escribir en El País y poder seguir vivo.
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