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miércoles, 23 de marzo de 2011

Frontones: la piel contra la piedra




En la ladera Sur del jardín de los patos de Valencia de don Juan, entre las cuestas y la torre del homenaje del Castillo, había un frontón para el juego de pelota. Aprovechando la inclinación de las cuestas, también habían construido diez filas de gradas que recorrían la pista, cerrándola junto a un sauce centenario, que daba sombra a una de las taquillas y una de las puertas de entrada. Un lugar agradable.
Allí las tardes de domingo la gente se juntaba para jugar a pelota, una tradición vasca y de León. Eso ocurría cuando era niño. Mis abuelos jugaban a pelota en otro frontón aun más antiguo que aprovechaba una pared de la muralla del castillo, lo que hoy es un auditorio al aire libre. El juego de pelota tenía su cenit en las fiestas del Cristo, en Septiembre, donde Felipe, organizaba una liga de pelotaris vascos que era el partido estrella y un segundo partido de pelotaris aficionados de la comarca. Cualquiera que se de una vuelta por los pueblos del páramo y la vega, verá que en cada uno hay frontón y casi todos son al aire libre, siguen siendo un lugar de encuentro para esas tardes de domingo, donde unos hombres fuman y miran y otros juegan, y los niños aprenden.

El juego por parejas o individual es sencillo, consiste en lanzar una pelota (con un bolo de goma, forrado hasta coger volumen y terminado en tiras de cuero cosidas,) y hacerla rebotar contra una pared para que el contrario la devuelva dentro de los límites del campo, hasta que uno de los dos no consigue que la pelota toque la pared o salga fuera del campo. Sencillo. Por parejas funciona igual, hay un zaguero y un delantero por equipo, en total cuatro pelotaris que cubren distintas zonas del campo.

 Jugábamos así a la salida de clase y en las fiestas de septiembre esperábamos el torneo. Por el frontón de Valencia de don Juan, pasaron los mejores jugadores de pelota del mundo, los vascos. Los jugadores de la comarca, ponían corazón, impulso, pero jugaban como juegan los hombres un domingo por la tarde, vestidos de domingo y algo torpes, algo cansados, los vascos movían la pelota y el juego  tomaba vida; por comparar, es como ver un partido de baloncesto de la ACB y otro de la NBA, hay diferencia.

 Los pelotaris vascos eran más fuertes, más rápidos, y hacían rugir la pelota como si una piedra estallara contra la pared y rebotara hasta la línea del nueve, cerca del sauce centenario, en eso también entraba el tamaño, la fuerza y la envergadura de aquellos hombres y por lo que se oía comentar, tenían técnica, algo inaudito para los de la comarca, carentes de toda técnica y mucha voluntad.

Aquel frontón se dividía entre el graderío de sol y el de sombra (con entradas más caras) y el partido comenzaba cuando la sombra marcaba claramente las dos mitades de las gradas. A medida que avanzaba el partido, la sombra se extendía a lo largo de todo el campo.

Hoy todo aquello es un recuerdo, igual que un recuerdo es volver a casa con las manos hinchadas por golpear la pelota, o las tardes fabricando yo mismo la pelota con goma de guante para el bolo, lana vieja de un jersey para recubrirlo y tiras de esparadrapo, que se iban reponiendo a medida que las viejas se gastaban.

Hoy los vascos como los demás, llevan a sus hijos a los frontones, les enseñan el juego.
-Pero al final será un vividor, un futbolista –me dice un pelotari de Bilbao que regenta una taberna-, como todos.

En Valencia de don Juan, ahora hay un frontón cubierto. Para jugar tienes que ir antes al Ayuntamiento para que te abran, poder entrar, y al final, como siempre, algo que era un juego público, un lugar de reunión, se convierte en un juego dirigido por una administración, que se termina agotando, que necesita de un presupuesto y algún concejal dirá: “y una escuela reglamentaria, un uniforme, para que los niños aprendan la técnica”; y pelotas rematadas en cuero legítimo.

El último recuerdo es ver los terrenos vacíos del frontón, convertidos en aparcamiento y jardín.
-¿Y el sauce? –pregunté a un vecino-
-Un día de tormenta –dijo- lo partió un rayo.

jueves, 17 de marzo de 2011

El último día del invierno (y II)

(Cáncer :  Cuando el organismo produce un exceso de células malignas, con crecimiento y división más allá de los límites normales.)


Quizá el cáncer sea una de las enfermedades más asquerosas. Da igual a que órgano afecte, da igual la edad del enfermo, da igual los protocolos del tratamiento, las palabras de los médicos, el dolor, el sufrimiento. Da igual, el Cáncer es exigente, te come despacio, sabe que una vez que te ha mordido, recorrerás la distancia y después quedarás tendido para poderte rematar, sin prisa, sin inmutarse.
Pero antes ya perdiste el pecho, una pierna, un dedo, un pulmón, el pelo, te quemaron las entrañas, te sentaste en los sillones donde proporcionan el tratamiento, con los demás pacientes a los que terminas tomando afecto, mientras alguien espera fuera, siempre alguien espera fuera, con los demás que esperan.
-Hoy tiene curación –dicen algunas voces- si se pilla a tiempo

Se citan los casos de las curaciones y los casos nuevos. Te miran al pasar y saben que es Cáncer. Y el Cáncer sabe que tiene los días ganados, que no será hoy, ni mañana, que tiene los días contados, campaña tras campaña.
-Ha muerto la madre de Arancha.

Y huele a frío y jabón y si hace calor, huele a enfermedad, análisis, esperas. Preocupación. No hay niños que jueguen allí, los niños esperan en su caja de cuentos a que vuelva papá y mamá y la abuela, a que todos vuelvan. Pero quizá de ese viaje, mamá ya no volverá, ni siquiera para cantarte una canción que tranquiliza, creías que eso no pasaría nunca, pero el día llegó, cuando no estabas a su lado y tu todavía esperas otras canciones más. Lloras, lloras porque la abuela no volverá a besarte, la yaya, l’avia, la señora mayor que te miraba y sonreía. Ya no la volverás a ver. Y lo  peor todavía no ha empezado, después de que la incineren o la entierren, después de llorar con los amigos, después de la primera noche, abrirán las panaderías, los mercados, el vendedor de cupones abrirá su quiosco, el metro pasará a la misma hora, y tendrás que volver a tu trabajo y eso es injusto porque no se dan cuenta de lo que sigues sufriendo y llorando y buscarás un lugar donde nadie te vea, para que nadie sepa que la vida sigue y que no te queda otra. Yo buscaba el mar, junto a la iglesia de Sitges.   Hay quien busca un jardín, un callejón con gatos viejos, un bar, un club, una sala de cine, algo de calor.
-Ha muerto la mujer de Ciano.

Con tratamientos conocidos, te da tiempo a una última carta a tus hijos, sabes que no podrás extenderte mucho, tomas papel y bolígrafo, un lápiz de colores y escribes las notas que te parecen y dejas sitio para que caigan las lágrimas que sean necesarias, administras la dosis para los que puedan leer ese último recuerdo. Me lo contaron, se generan células de forma desordenada y si eres viejo generas menos y aguantas más y si eres joven, crecerán de nuevo, se dividirán en exceso y de forma desordenada, más allá de los límites normales. Sencillo y eficaz, tanto que en el mundo, más de siete millones de personas mueren así, cada año. No les conoces, y eso cada año.

Sencillo y eficaz. Todo lo demás, todo lo que acabas de leer es literatura. El espacio que queda entre la literatura y la muerte, ese es el espacio que te toca recorrer, hazlo de forma tranquila, pero no lo olvides y no dejes de vivir ese camino. No sabes en que momento a ti también se te acaba.

Y desde que escribo esto, hasta ahora mismo, que lo vuelvo a leer, salen nuevos casos, casos conocidos de políticos, que también respiran el mismo aire contaminado que tu, que también beben y se lavan con el agua depurada, igual que los demás. Pero ellos no esperan, para ellos siempre se abre un urgente protocolo de prioridad. No quiero seguir por este lado de la vía, no llega a ninguna parte.

-Vete pensándotelo, ¿cuando te toque a tí, qué vas a hacer?.



Recomendaciones: Tiempo de vida - Giralt Torrente (Anagrama). Andrés Barba en su artículo de la contraportada, Babelia nº1002 de El País y los libros que allí se recomiendan.
Fotografías: Alejandro Fernández Cabañeros

martes, 15 de marzo de 2011

El último día del invierno (I)

    


-¿Cómo era?
Tiene los ojos verdes. Al final ya no, al final los ojos se van desdibujando como todo lo demás, pero sigue manteniendo la mirada. No la vi por última vez, por última vez, (en vida) solo la vieron dos personas, pero yo tengo el recuerdo.
-¿Cómo era?

Tenía ilusión, le gustaba soñar pero no podía, nadie la dejaba ni la dejaron nunca y eso crea tristeza y da carácter. Es esa, la vida, la que la ponía cada vez en seco, a tierra, de rodillas, y siempre con lealtad, a todos, a los que estaban y a los que nos fuimos, a los que debíamos haber vuelto, a los que mentimos cuando solo te pedían un poco de comprensión para soñar juntos. Ella solo quería que la dejaran soñar, un poco y ese pequeño deseo no fue. Y siguió siendo leal.
-Eso es lo que quema.

Lo peor, cuando el tiempo se va y nadie se acuerda de decirte que el tiempo pasa, y la memoria se borra y se van borrando los recuerdos, los detalles, todo lo que no quieres olvidar y el tiempo…

El tiempo actúa dejando escamas de mármol, escamas que se van posando hasta que lo cubren todo, escamas de mármol que lo cubren todo, hasta que llega un día y ya no son escamas, es una losa y alguien deja encima tu nombre y al lado están los demás nombres, y al lado escrito el de ella y así actúa el tiempo y aunque parezca que pasa muy deprisa o muy despacio, el tiempo no siente, no tiene ni principio ni final, solo escamas.

Tiene los ojos verdes y una sonrisa, un temor, una pena.
-Tienes toda la vida para biselar ese espejo

Yo no tengo los ojos verdes, tengo todo lo demás, pero se que la memoria es blanda y se seca como la masilla de los cristales y se cuartea hasta que se desprende y se convierte en polvo. Y lo digo en alto y lo escribo, como si hablara solo, como si me hubiera quedado solo, quitándome a manotazos esas escamas de mármol que siguen cayendo. Pero tu sabes por qué y para quién lo escribo.

-Ya Hace dos años que murió, aquel último día del invierno y yo, no estaba.
Para aguantar la ausencia real y la presencia imaginaria, así como el carácter irreductible del sufrimiento, no hay recetas, tan solo la capacidad de cada uno para afrontarlo, porque tarde o temprano, el recuerdo es el último acto de amor y generosidad,  como dice Andrés Barba, no recibes ninguna recompensa a cambio.

-La sigo recordando cada día y siempre antes de dormir y en ese momento, cuando quizá las perras ladran fuera a una noche fría y todos callan dentro, rezo una vieja oración (que seguramente me enseñaste) y pido que la memoria no me deje nunca a oscuras, hasta el último día.

sábado, 12 de marzo de 2011

NUCLEARES, POLITICOS y OTROS ASCOS

En los años ochenta nos cansamos de ver vertidos nucleares, por medio de bidones en el Atlántico, un acto de bandidaje impune, (contra lo que luchaban las lanchas de Green Peace) almacenes nucleares en el mar, algo totalmente seguro, ningún riesgo para la salud del mar ni de las personas, que ahí siguen. Las centrales nucleares, todo el mundo sabe que son seguras, no entrañan apenas riesgo y si lo hay, también es riesgo seguro, proporcionan riqueza a la sociedad (y a las eléctricas), son una fuente de energía prácticamente inagotable y los residuos, con una vida contaminante de miles de años, no seremos nosotros los que lo suframos, algo totalmente fiable para la inmediatez de la vida, solo pendiente de los beneficios rápidos y limpios, perfecto.

Aquellos años fueron la escuela, años de aprendizaje, formación de maestros como González y Aznar, que crecieron y se desarrollaron en los noventa a golpe de ladrillazos, verbenas y otras músicas, dejando la mina encharcada y a punto de derrumbe.
-Pasa
-No, tu primero

Y pasaron y aquí están los siguientes a aquella generación, peores, más bobos y con mayor codicia.  La mina sigue crujiendo pero ellos siguen sacando cargas, Cada vez que les veo,  (a cualquiera de ellos y de sus pequeños países territoriales, llamados autonómicos, emitiendo bonos patrióticos igual que la familia Ruiz-Mateos), me dan ganas de vomitar y después de sacar la escopeta y liarme a tiros, como si esto fuera la caseta de una feria, con las figuras sonrientes de Rajoy, Zapatero, Aguirre, Montilla, Mas etc (hay tantos, que no se iban a acabar). Y estos tíos de esta caseta de feria, son los que eligen sistemas económicos fiables, modelos energéticos, pactos sociales, regalo de cheques,  medidas anti-crisis, subidas de impuestos y recortes de presupuestos (entre otros los de sanidad), sobre los que mienten sin escrúpulo alguno, para terminar colocando a los suyos y ellos mismos, como consejeros entre las empresas más emblemáticas (y energéticas), con sueldos millonarios, que a los dirigentes de esas empresas les cuesta años, formación y mérito real conseguir y que estos tíos lo tienen simplemente por estar ahí, por haber sido elegidos en este sistema democrático, (no menos corrupto que cualquier dictadura africana), que constituyen ejemplo y envidia de sus correligionarios y aspirantes de político (ayuntamientos, diputaciones, concejos, entes territoriales, consejerias, foros y subforos).
-Pasa hombre, que está todo pagado.

Y esto que se dice en cuatro líneas, hace años provocaba debate y hoy apenas deja rastro que se pierde en diez minutos frente a cualquier partido de futbol. ¡Qué bien lo estáis haciendo, muchachos!.  Animo y a seguir trepando, robando, dirigiendo los destinos del país y del mundo, hasta que vuestra peste termine por no darnos respiro, por pequeño que sea el municipio en el que nos queramos refugiar. Y a por las municipales, que hay que hacer caja y si la caja la encontramos vacía, subimos los impuestos.  


La curiosidad que ahora me llama, es conocer donde colocarán a Zapatero, después de las municipales, al finalizar su mandato. Seguro que el sillón será cómodo.

lunes, 7 de marzo de 2011

TERUEL

                                           Torre y Catedral

Llegamos a T de noche, después de más de cuatro horas de viaje y dejamos el coche en el parking del paseo del Ovalo. Hace frío, llegamos al hotel encogidos, sin necesidad de preguntar porque está justo al lado de la plaza del Torico. En T no hay nadie, apenas nos cruzamos con un autobús vacío. En el hotel nos dan la habitación nº7 reservada en la planta 3, solo se ven tejados y balcones y el frío al otro lado de las ventanas. Dejamos la maleta y nos vamos a dar la primera vuelta por la ciudad, en el hotel hace mucho calor y en la calle mucho frío. Subimos por una calleja hasta llegar al Museo Provincial, allí nos detenemos en un bar y tomamos un vino, es el típico bar de tapeo, espejos y fotos antiguas, venden farias y ya nadie fuma, falta eso, esa pesadez del humo en el ambiente; a todos esos bares alguien les ha arrancado un brazo; no se si será la crisis, pero como que falta algo o alguien, en la puerta de la calle no hay nadie echando un cigarrillo y nada indica que se les espere. Después entramos en el restaurante Yain, en el barrio judío, cerca de la catedral, pero al no tener reserva no nos podemos quedar, así que preguntamos al dueño por una segunda opción y nos señala La Menta o La Tierreta, (reservamos allí para el sábado por la noche) elegimos La Tierreta, también en otra de las callejas del barrio judío, detrás de la catedral, para ahora mismo. Sin haber reservado, nos sientan en una mesa en el centro del comedor y cenamos huevos con ralladura de trufa negra que lo envuelve todo en ese olor a tierra mojada, una ensalada de verdura y rodaballo, bebemos Viña del Vero, un vino suave y fresco. El lugar es agradable, decorado con cortinas blancas que marcan distintos ambientes y mesas que guardan la suficiente distancia, para poder hablar sin romper las costuras. De postre helado y café. Al salir S. abre la puerta del armario ropero y trato de detenerla pero llego tarde, en ese momento ha cruzado el umbral de T, hacia otra época. Salimos a las calles reventadas por los cascotes de las iglesias mezclados con los de las casas particulares, en ese momento los soldados de la XI división con Lister al mando, han reconquistado la ciudad a sangre y fuego, hace más frío que antes, de hecho está nevando.
-¡Eh vosotros qué hacéis ahí! –grita un miliciano, con los pies envueltos en trapos-
-¡A cubierto! –gritan-
Las bombas explotan lejos y caen cerca. Me preocupo por los “amantes de Teruel”, pero les han escondido en lugar seguro, los sótanos de un Convento. Esas momias, han rodado mucho desde 1553 que las encontraran y ahora se tienen que proteger de las bombas de Enrique Líster  y de Domingo Rey d'Harcourt . Nosotros también nos protegemos de todos, de las bombas y los generales y regresamos otra vez a la Tierreta, y salimos por la puerta que da a la calle, la calle de verdad, no la del invierno de 1937. Se respira frío pero como que es un frío algo más agradable. Bajamos la  calle hasta la plaza del Torico y de allí al hotel.

                                                     Plaza del Torico

El sábado en T. sigue con el mismo frío, a veces rachas de sol, a veces rachas de lluvia, según las nubes. Vemos la torre del Salvador, y buscamos la torre de San Pedro y a su costado la iglesia del mismo nombre y el mausoleo de los amantes, hace el mismo calor que en el hotel, mucho calor. La iglesia es una mezcla de románico por fuera y gótico por dentro, restaurada durante catorce años y ahora impecable a las visitas, con un precioso retablo Mayor tallado en madera sin policromar de Gabriel Joly. Subimos a la Torre y vemos la pequeña inclinación.
-Todas las torres de Teruel están inclinadas –dice la guía-
Y todas tienen campanas que ya nadie usa. Visitamos el sepulcro de los amantes, que murieron sin poderse besar y encima de su sepulcro (donde han dejado a las momias, que morbosamente se pueden ver entre la filigrana de piedra) la imaginación de sus figuras, con las manos juntas pero que no llegan a entrelazarse, todo un símbolo para la ciudad y para un amor imposible y fatal. A partir de esta visita T. se convierte en una ciudad de torres e iglesias, que trepamos la mañana y la tarde del sábado, que termina  pasando antes y después por la plaza del torico (una pequeña escultura en bronce macizo de un toro de unos treinta centímetros, que pesa cincuenta y seis quilos) y por el mirador del Ovalo y su escalinata de estilo mudéjar, torres e iglesias con un valor Mudéjar, (Patrimonio de la Humanidad desde 1986) que convierte esta pequeña ciudad de treinta y seis mil habitantes en un símbolo de convivencia entre culturas, como así se reflejó en el artesonado de la increíble techumbre de la Catedral.
Con el cansancio de subir torres y visitar iglesias y bares, nos regalamos una siesta en el hotel, donde tenemos que abrir el balcón para no morir de calor y quemada la tarde viendo la torre del Salvador por dentro y los paisajes de fuera, nos preparamos para cenar en Yain.
-¿Qué significa el nombre? –pregunta S-
Al parecer el edificio, construido no hace muchos años, albergaba en tiempos una bodega judía y de ahí toma el nombre. Nos lo cuenta Raul Igual, (mejor Sumiller de España 2010) que nos atiende en persona y probamos jamón de Teruel en pan de pita hinchado, que nosotros rompemos con una maza de madera, lubina a la plancha con calabaza frita y suprema de salmón con crema de espárragos blancos y lombarda; el postre es una semiesfera de café rellena de caramelo líquido. Bebemos un blanco suave de Rioja.

El resto del viaje al dejar T, pasó por los pueblos del Bajo Aragón y la comarca de Matarraña, Calanda, Alcañiz, La Fresneda, Valderrobres, Beceite, Cretas y Calaceite. En todas se siente esa historia en la que unos y otros se han dado mucha leña, en la que los olivos no han dejado de envejecer igual que sus pueblos y sus piedras y donde la gente aprende a tocar el tambor antes que a decir buenos días, y  hablan una mezcla de catalán que no es catalán y un castellano que no es castellano, donde en cada pueblo, hay una o varias iglesias imponentes y monumentales y una plaza mayor que se llama Plaza de España, un aceite que nada tiene que envidiar al aceite de Jaén y la gente mira a los forasteros y sonríe y comenta poco y en Calaceite, al dar la una, por los altavoces instalados en las calles, suena una jota aragonesa, para que nadie se olvide de por donde anda. A unos kilómetros de allí, cruzamos frontera a tierras de Tarragona.
                                                            una de las calles de Beceite