Hoy es martes, 2 de julio de 2013. Esta tarde quedo en Mitte, un
bar del ensanche de Barcelona, que es el salón grande de una casa grande, donde
los inquilinos han dejado sus libros, el ordenador, la luz de la mesilla, un
blog con notas. Mientras espero, la señora de la casa me sirve un café, me
entretengo viendo colgar las fotos de una exposición que se está montando en
ese mismo instante, es sobre bicicletas y Barcelona, por suerte ninguna de
aquellas bicis es Mary Klinsky, que ya es algo. El Mitte es un salón lleno de
sofás y lámparas, mosquiteras, espacio para leer y para divagar y allí quedo
con Ana Portnoy. Cuando llega viene con una amiga a la que acaba de
fotografiar, pero esa amiga se despide allí mismo y nos quedamos los dos, dos amigos
de toda la vida, que acaban de encontrarse. Ana es argentina, de un pueblo del
suroeste que salió de allí para salvar la vida vía Brasil y Méjico y terminó en
Barcelona y es aquí donde ha vivido siempre, desde donde fotografía su universo
de personas, casi siempre de personas que dejan huella.
-Me interesan las personas
Yo le digo que me interesan
los paisajes, los viajes, contarlo, pero que no me gusta hablar, que no soy
buen conversador, que prefiero quedarme en la sombra y mirar, volver a casa con
esa caja llena de heridas.
-Yo puedo vivir sin hacer
fotos, pero me moriría si no puedo relacionarme con personas
Por suerte, ella es buena
conversadora “ponte aquí”, me dice, “ponte aquí” y vamos recorriendo todas las
luces y sombras del Mitte, le digo que tengo una cabeza difícil y me sonríe. Después
salimos a la calle y le digo que allí en frente hay una tienda de Harley
Davidson, nos acercamos pero las Harley me rehúyen como un perro humillado, las
intento montar una y otra vez, pero rehúyen, ¡putas motos salvajes! Y tampoco
les gustan las fotos, ninguna sale bien, son motos duras y brillantes, por
supuesto no se lo digo.
-Tenemos que volver al bar –dice
Ana- salen demasiados brillos.
Volvemos al bar y volvemos a
buscar la luz ideal para mi cabeza, esa luz que no deja brillos en la frente,
ni rastro de brillos. Me enseña las fotos, esta si, esta no y borramos, me
pongo las gafas, me las quito, poso, sonrío y al final aparece mi cabeza
flotando entre tonos grises y negros.
-Mi padre era ruso, mi madre
italiana
-Yo soy de León, -le digo-
vine aquí con veintiséis años.
Le cuento mi historia, ella
me cuenta la suya. Hemos venido a que me haga un retrato y el retrato ha
quedado atrapado en la memoria pixelada de la Canon. Hemos venido a hablar, hace
tanto que no nos vemos que Ana y yo tenemos mucho que contarnos y poco tiempo.
-Vivo sola en un piso muy
grande
-Estoy retratando a mujeres
vascas
-Mira mi página,
anaportnoy.com, tengo fotos de todos los escritores.
Y es verdad ahí están todos, todos tienen algo de Ana, ya sea en la calle de la Sal, en el Mitte, sea donde sea, ella ha buscado con paciencia la mirada y mi complicidad, me he relajado y la foto que busca ha salido sola como un gato pequeño de entre las hierbas, allí estoy yo, maullando, igual que el resto de escritores de Barcelona. Pero se que todavía le faltan más por fotografiar, faltan muchos. Espero que un día reúna a mil más, a dos mil y que nos cuelguen a todos de una gran exposición, porque Ana Portnoy es una fotógrafa de estilo, suave, que está ahí, se acerca y te acaricia para que no te asustes, para que te relajes y sueñes un poco más, el salón es grande, el sofá cómodo y fuera, en el establo las Harley del infierno esperan que caiga la luz y se apaguen los brillos.
Y es verdad ahí están todos, todos tienen algo de Ana, ya sea en la calle de la Sal, en el Mitte, sea donde sea, ella ha buscado con paciencia la mirada y mi complicidad, me he relajado y la foto que busca ha salido sola como un gato pequeño de entre las hierbas, allí estoy yo, maullando, igual que el resto de escritores de Barcelona. Pero se que todavía le faltan más por fotografiar, faltan muchos. Espero que un día reúna a mil más, a dos mil y que nos cuelguen a todos de una gran exposición, porque Ana Portnoy es una fotógrafa de estilo, suave, que está ahí, se acerca y te acaricia para que no te asustes, para que te relajes y sueñes un poco más, el salón es grande, el sofá cómodo y fuera, en el establo las Harley del infierno esperan que caiga la luz y se apaguen los brillos.
Me acompaña a la boca del
metro y me siento como un adolescente y la veo a ella como una chica despeinada
que vuelve a su calle, con sus vecinos, con sus sombras y me quedo con ganas de
mirar como se va, pero las escaleras me tragan mientras mi caja de memoria
empieza a decirme todas las cosas que me he callado, las que he pensado y las
que no. Y me dicen que ya va siendo hora de tener un detalle con Ana, que
alguien se acuerde también de ella, de preguntarle como le va y de hacer un café
de vez en cuando, de vez en cuando tener un detalle, el mío es este.