(Presentación en Barcelona 10 de marzo de 2012. Luis Vea, Mag Marquez, Felipe Zapico y Elías Gorostiaga)
El día 10 comenzó con un retraso. En Viladecans ardía una
nave, con pintura industrial, por los cuatro costados y uno de esos costado era
la vía del tren. Comenzó con ese retraso de un tren que dos horas después llegó
a Barcelona. En la estación de Sitges, para entretener a los pasajeros y ese
primer sol del amanecer, un viejo loco, uno de esos viejos locos que abundan en
las estaciones y los apeaderos escuchaba su música en un transistor viejo y
gritaba poemas con una voz rabiosa: “me
da miedo, me da miedo tu pelo”. Después gritó a un perro que ladraba al
otro lado de las vías y fue recorriendo el anden con sus gritos, como un
desterrado gruñendo a las latas vacías de cerveza, chillando a las piedras. Era
el día 10 de marzo.
El día 10 llegó por segunda vez a las ocho de la tarde. Allí
en aquel lugar del Poble-sec, junto a la Avenida del Paralel, cerca del Molino,
una barriada en la que se mezclan los nuevos obreros dominicanos, pakistaníes,
rumanos, con los viejos obreros llenos de recuerdos y huelgas generales, que ya
casi no miran ni hablan porque tienen la espalda dura y rígida de luchar contra
la vida durante muchos años. Allí en una calle oscura, junto a una iglesia casi
vacía, donde algunas mujeres rezaban a los Cristos de siempre, allí como si
fuera un local clandestino, una asociación de poetas y artistas y un local con
dos puertas, que gestiona Jorge y a sus pies la perra Akela, una perra que te
mira con los ojos muy abiertos y que ya casi no ve. Al segundo intento, la
puerta que se abría para dentro y la puerta que abría para afuera nos dejó
pasar después de llamar al timbre, después de que se encendiera la luz verde. A
las ocho de la tarde, por segunda vez (la primera era demasiado pronto)
llegamos a ese mundo de palabras guardado celosamente por esas dos puertas y
una pequeña perra casi ciega. Es la presentación de Balances Parciales, el
segundo libro de poemas de Felipe Zapico Alonso para Eolas
ediciones (colección Seinne), la pequeña editorial de Leon, la editorial de
Hector Escobar.
Zapico estaba allí, rodeado de amigos como Mag Márquez o
Luis Vea, un exalumno, algunas mujeres, algunos anarquistas y una bolsa de deportes
que podía contener un fusil de asalto, varios cócteles Molotov, pero en la que solo hay libros, los que
escribe durante esos días largos del invierno y del verano, sus notas, sus
recuerdos, quizá un arma más temida que cualquier otra de las que se usan en
las guerras silenciosas.
Recitó Mag Márquez, con una voz suave y algo hinchada, revisó
la hoja de servicio de Zapico, desde el primer poema que escribió y publicara
en la revista Diente de León, hasta hoy y ahora y así le dio paso para que
fuera deshilando con otra voz, más cavernosa, poemas como este: “Estalló un vaso a nuestros pies / dos
bofetadas sirvieron para educarle / las mujeres me admiraron esa noche / pero
durmieron con los hombres / que se habían quedado quietos / muy quietos”. Cualquier
profesor de literatura sabe que si analizas estos versos termina por salir un
hombre y del hombre el mundo y de ese mundo un paisaje y así una memoria, una
secuencia y ese es el final del libro, una secuencia tras otra, servida en
cuatro partes “Notebook (La frontiera), Tragos, Hojas volanderas y Poemas súbitos.
Todas las partes y todos los poemas hablan de un dolor, pero no puedes quedarte
ahí y tampoco pararte, igual que él no puede dejar de escribir porque la herida
no le deja y no puede quedarse quieto esperando, porque eso es la muerte: “Cuando ya nadie ama, / por cansancio / o
temor a la catástrofe / me hago la VI, / con lluvia y sin luna, / hasta el mar.”
Balances parciales son dos libros en uno, porque acompañando
los textos tienes los dibujos de Javier Zabala, y eso crea un objeto de mucho más
valor que los quince euros que pagas, es
una de esas pocas cosas que valen más de lo que cuestan.
Hicimos muchas fotos, nos dimos muchos abrazos, conocí al
Poeta Luis Vea y al Poeta Mag Márquez y cuando todo aquello terminó y ganamos
la calle después de despedirme de Akela, la perra a punto de ceguera, de pasar
de nuevo por las dos puertas, por la que
se filtraba un hilo muy fino de humo de cigarrillos clandestinos, salimos por
las calles oscuras a ganar el Paralel, cruzarlo como se cruza un gran río y
asomarnos a las callejas de los nuevos catalanes, venidos de tierras tan antiguas
como gastadas, cruzamos al paso por la puerta de un cuartel de la Guardia
Civil, vigilado por una garita anti-poemas y complejos sistemas informáticos,
chalecos anti bala y todo lo que llama la imaginación.
-Vamos a un restaurante gallego –dijo una que hacía las
veces de guía- si es que está abierto.
Y dejó aquella incertidumbre en los pasos de todos y de
nuestros estómagos.
Cruzamos las haimas del Raval, cruzamos entre árabes jóvenes
que guardaban algunos secretos y miradas de celo y mercadeo, cruzamos bajo las
persianas más vigiladas, más sigilosas y la noche de luna llena, seguía su
ritmo mientras los poetas la recorrían en busca del Gallego.
-Es aquí -dijo la guía-
Es aquí (pensamos todos) y entramos en hilera hacia el fondo y después
hacia el comedor del altillo donde una mesa para doce nos esperaba. Se cayeron
del cartel algunos de las figuras que acompañaron al poeta y aparecieron otros.
No se los nombres, solo recuerdo las caras, sus sonrisas, pedimos lacón con
grelos, pedimos codillos, pinchos morunos, todo se llenó de pimientos de padrón
y pimentón, (los pimientos no picaban, pero el pimentón sí), trajeron vino del
diablo Vinya Rovisel, y cerveza. Bebimos antes de comer nada y cuando todo llegó,
noté que la poesía deja el estómago vacío y que un Gallego, es el mejor lugar
del mundo para comer codillo y lacón. Y eso es lo que hicimos. Hablamos de
algunas cosas, pregunté por algunos amigos que no conozco y a los que leo,
poetas, escritores, pregunté por la catedral de Badajoz y se me contestó, pero
una de las chicas del grupo acusaba más de la cuenta el vino del diablo y
dilapidó aquel tiempo con otro tiempo del que había salido mal parada.
Hubo algunas risas, algunas fotos más y más abrazos y la
noche se fue volviendo cada vez más estrecha. Fue el momento de levantarse de
la mesa llena de orujos, porque el humo prohibido de los cigarrillos subía por
debajo de los manteles, (aburridos todos los fumadores de bajar a la calle) y
ese fue el momento de soltar aquel día diez y de volver al Garraf, un día muy
largo que empezó muy pronto, como siempre lo hacen los días señalados con una
marca de bolígrafo en mi calendario de cartón. Para todos vosotros un abrazo más.
Nota:
Felipe Zapico Alonso, tiene un motor con el que imparte
clases en la Universidad de Badajoz, poeta, músico de rock & roll, Dj, fotógrafo, actor, viajero. Siempre tiene un
proyecto y no voy yo a desvelar cual es el que mueve ahora con ese motor,
pero suena; ya os lo contará él por su propia voz; seguid atentos.