Presentación en Barcelona. El Nostre Racó
Ediciones, Luces de gálibo. Poesía.
Tengo una deuda y Fernando Clemot tiene un bar. A mi me
gustan los bares y a Fernando le gusta escribir, es novelista y prepara cócteles,
a mi me gustan los cócteles, tiene un par de novelas en la calle y muchos más
amigos que yo, amigos de los de verdad como Jordi Gol, fieles como el gas
butano a las viejas estufas catalíticas. Y por mucho que quiera, tardaré tiempo
en pagar mi deuda, pero no por eso dejo de ir a los bares y de leer novelas,
relatos, poesías, conducir mientras escribo y acariciar a mis dos perras (Lula
y Tina); más o menos en eso se me pasa la vida y en esperar, esperar el momento
de saldar la deuda.
Uno no puede vivir dando largas, exhibiendo disculpas,
porque las disculpas como el cuero terminan por ajarse y al final aparece ese
olor de los desvanes, que es distinto al del resto de la casa, al fin y al cabo
la casa siempre está en deuda con su desván y este con los baúles que guarda,
donde también se instala otro olor aun más penetrante.
Mientras me confieso, leo el último libro de Francisco
Cenamor, al que conocí ayer en El Nostre Racó, el bar de Fernando Clemot en la
calle Boria de Barcelona, una pequeña calle, como todas las que bajan de Vía
Layetana, en las que los letreros son más grandes que las mismas calles, un
barrio de mezclas, lleno de personajes, bicicletas, perros con collar, poetas y
viejos locales de cuando Bcn era una capital de provincias, con los pies dentro
de unas alpargatas.
Francisco Cenamor es un tipo de Leganés, al que le gusta la
música punki, que ha encerrado la poesía entre cenizas, como testimonio y
experiencia de haber vivido y todo lo guarda, no en una carpeta, sino dentro de
una tumba.
Ferrán Fernández, es
un catalán en Málaga y es el editor, además de periodista, escritor,
amante, viajero y de ir de aquí para allá, con los pies llenos de lodo. Ferrán
andaba y estaba anoche en Barcelona porque le daba la gana, ha dejado de dar
clases por la misma razón y ahora se dedica en exclusiva a la Editorial Luces
de Gálibo, una labor encomiable y ruinosa, que produce buenos títulos, como
este de hoy, y buenos amigos, incluso buenas amantes si eso fuera necesario,
que siempre lo es más que nada para no estar solo cuando se termina el día; es
decir nada más que deudas.
Esto es una
entradilla, que dicen los periodistas, para crear ambiente en esta crónica y a
mi “Nada somos” me crea un estado de ánimo
y un paisaje devastado que se recorre desde la primera hasta la última línea de
cada verso, de cada una de las páginas que entronca con la vena azul que también
recorre el cuerpo de Cenamor de norte a sur, la siguiente vena azul:
No tardamos en crecer
Tampoco tardó Abuelo
en morir
La bicicleta siguió
presidiendo la entrada de la casa
Los habitantes del
pueblo fueron pareciéndonos menos felices
Mi hermana dejo de ir
Abuela también murió
Se abrazó muy fuerte a
su marido cuando la enterramos
La culpa que arrastra Francisco Cenamor entre los tobillos,
donde los grilletes, es que todos esos paisajes no son suyos, todas esas imágenes
que me traumatizan, no son suyas, suya solamente es la sensibilidad de
rescatarlas de allá de donde las haya sacado, de ese desván, de la ceniza, del
espejo, de un pueblo donde vive Abuela o Abuelo (que no son los suyos) y tiene la
tristeza de decírtelo; escribe o te arroja a la cara, poemas cortos que trabajan
como cuchillas y escribe poemas largos que son historias breves pero que no te
caben dentro del cuerpo y es de Leganés del 65, pero creo que su vena azul
viene de mucho más lejos, de otro siglo, de otro país, de otra ciudad, Kanagi,
Tokio, Kioto o un arrozal dentro de un remoto lugar que no es este en el que
estamos. Esa es su culpa y esa es su deuda y cada uno que pague como pueda.
Luis Vea, que es poeta (Hachazo
de metrónomo), que es el que me descubre a Francisco, que empieza y termina
mirándose en su propio espejo de bolsillo, como si se fuera a pintar los labios
o la línea del ojo, presenta el libro en
la mesa redonda del bar, destaza finamente con un bisturí que nadie ha visto y
ayuda a sacar los huesos y los paisajes de dentro de ese cuerpo y cuando
termina esa disección, deja en la mesa redonda, los lotes, las porciones bien
ordenadas, las láminas, las espinas, los flecos, el título, “Nada somos”.
Después, ya tarde, entre mesas y callejas, vamos a cenar a
un bar sin nombre y nos ponen (como siempre) lacón; y quesos en un plato muy frío. Bebemos vino y
con la segunda copa a Francisco Cenamor le entra hipo. Mucho después es tarde,
es muy tarde.
Que aproveche... la lectura y el manjar...
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