Enrique Vila-Matas es un escritor al viejo estilo, con
sombrero y gabardina, señorío, un humor que cristaliza y te empaña la mirada,
como cuando entras en una habitación algo cargada y además escribe de tal forma
que te mantiene colgado de un hilo que no notas, pero sientes el vértigo de que
tarde o temprano vas a caer a un vacío, aun sabiendo que debajo te espera una
red bien tensada, como les gusta a los trapecistas. Sabía que Enrique
Vila-Matas además de los libros tiene una mirada, pero no le había visto nunca
en persona, hasta ayer 11 de abril (2012) en la librería +Bernat, donde mantuvo
un cuerpo a cuerpo con Jordi Corominas, otro tipo serio que se ríe más de la
cuenta cuando no quiere reír y que a veces también se pone serio hasta dejar de
ser él. Y allí estábamos todos, porque en Barcelona, algunos lo son todos y
cito a algunos como Fallarás, Zarraluqui, Zaforteza, Marsé y con eso ya se
llena cualquier presentación, pero además había lectores perfectos, esos que se
conocen los detalles, párrafos, personajes, títulos y poses del novelista,
lectores perfectos que se acercan con el libro en la mano y esperan a la cola
que se forma en unos segundos y con la avidez de llegar a tiempo.
Creo que decía algo de una mirada; si decía que Vila-Matas
tiene una mirada. Uno no sabe como escribe
un escritor así, uno intuye que Murakami escribe mientras corre diez kilómetros
y tan solo después de ducharse lo pasa al ordenador, pero Murakami es japonés y
los japoneses son de otro planeta. Uno intuye que Vila-Matas le da un par de
sorbos a un whisky, a una taza de te (según el día, según el minuto de ese día)
y al final después de perder todo el tiempo que se tarda en recorrer diez kilómetros,
uno siempre tiene algo que pasar al ordenador, o incluso escribir con mal pulso
y buena tinta, sobre un papel en blanco y ahí es donde creo que la mirada del
escritor se serena, se pacifica, se calma todo lo que una mirada así se puede
calmar. Le vi sonreír y le vi escuchar, también le vi mirar y mantener la
distancia con todos y cada uno de los
que se acercaron a bailar con él. Eso es lo que hacen los buenos púgiles,
mantener siempre la distancia y una buena defensa francesa para que nadie te
llegue a la cara ni te rompa el hígado, pero ese era el peligro, un peligro al
que Corominas se acercaba a pecho descubierto, con la sola protección del
flequillo; y de ese encuentro (breve), Vila-Matas siguió manteniendo la sonrisa
y sobre todo la mirada, mientras que Corominas tuvo que sonreír, pero sabiendo
lo que duelen los pulmones cuando se quedan sin aire. La librería llena hasta
la cocina, primero lo intuyó y después lo notó, notó que el escritor dice las
cosas como si estuvieran colgadas de un árbol, maduras y listas para echar en
el cesto y la librería no se movió un milímetro de su sitio, por miedo a caer,
a que se rompiera ese hilo invisible que te une al trapecio. Lo mismo ocurre cuando lees o te acercas a sus
novelas, (por llamarlas de alguna manera), y ellas mismas hacen que mantengas,
esa puta distancia y antes que nada te hablan del extraordinario trabajo que
hay dentro, del montón de horas, de las muchas noches, de toda una vida
escribiendo, una enfermedad, una mirada.
No voy a transcribir el evento, porque por suerte para mi y
para vosotros, la media hora de presentación, que duró el acto, está gravada y podréis
entender de lo que hablo, podréis saber que a mi, Enrique Vila-Matas me gusta,
porque es un escritor exigente y por eso también me cuesta. También estoy
convencido que cuando oscurezca, él tendrá a alguien con quién conversar,
alguien como Laurence Sterne y también alguien que le sepa preparar una taza de
te.
Además de una mirada, Vila-Matas tiene todo un universo. Sus novelas nos recrean un mundo del que no nos apetece salir, como si se tratara del teatro de la realidad de David Lynch. El mejor escritor para combatir la banalidad que nos rodea.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog
Es una suerte que haya vídeo para ver que tu crónica parece un disparate de los gordos
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