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domingo, 1 de agosto de 2021

Berlín Vintage. Oscar M. Prieto

Eolas Ediciones & menoslobos ediciones (2021)

Colección Tula Varona 


En su prólogo a la edición de 2014, Julio Llamazares deja aviso: “Hay más ideas en una página de esta novela que en muchas de las novelas que se publican continuamente hoy.” 

“Berlín Vintage” es una novela que publicó Tropo Editores y que, afortunadamente, la reedita Eolas & menoslobos, siete años después, brindando así una nueva oportunidad y, a buen seguro, nuevos lectores. En ella te vas a encontrar, como en el caso de Irene Vallejo y su incontestable “El infinito en un junco”, amor por las palabras, amor por la historia, reflexiones continuas en torno a infinidad de sucesos mínimos, todo ello dentro de un viaje en torno a la obra de Caravaggio que nos lleva de Roma a Londres, de Madrid a Malta y Sicilia, a San Petersburgo y por supuesto a Berlín, un periplo que nos hace recordar en seis capítulos un tiempo pre pandemia en la que éramos felices volando, viajando y buscando la casualidad del amor y ahora que parece que de nuevo se puede volver a viajar y a volar, tenemos, en esta novela, un talismán de encuentros fortuitos, casualidad y presentimiento, armas y conjuras que se basan en juicios filosóficos (no obstante es la profesión del novelista) del estilo “La voz de una persona, miente al menos cinco veces menos que las palabras que usa” y de carácter humorístico al referirse a uno de su personajes como “Un pelirrojo puede ser de cualquier parte, y mi pintor lo era”; eso y una sucesión de impresiones, como la prevención que le suscita el cruzar una plaza o el nerviosismo de una habitación con moscas, nos acerca a un mundo en el que también nos enzarzamos en su propia aproximación a la Teoría de cuerdas, tan de moda entre algunos escritores de aquellos años. Actualmente Oscar M. Prieto, desde su primer capítulo: “Roma” se mide con el escritor de más éxito, no otro que Manuel Vilas y su poemario: “Roma”; y con el pintor José de León, en los tres casos el motor que les mueve no es otra cosa que su amor por el arte, las callejas y la historia de la ciudad, si bien es cierto que con distintos acentos, Oscar persiguiendo a Caravaggio, Vilas becado por la Academia de España en Roma, lo que le permite intimar con la ciudad,  y José de León –también becado, como Vilas– por domar las iras de su pintura con homenaje a las  uvas “tan perfectas que un pájaro bajó a comérselas” del propio Caravaggio; en los dos primeros casos llevándose al lector a sus respectivos huertos y el tercero “protegiendo” el dinero de los coleccionistas en su cuenta bancaria. 

Con Oscar M. Prieto, hace algún verano hubo un intento de un acercamiento infructuoso; le conozco por la foto de la solapa de la edición de 2014 y por sus amenos artículos de La Nueva Crónica. De la fotografía, su autor, Rafa R. Palacio,  nos muestra un retrato con jarra de barro y gladiolos y en primer plano el escritor; la barba recia, como lo es en los hombres nacidos en la parte baja del Órbigo. De mis paisanos, siempre he pensado que un hombre es una camisa blanca y en el retrato, veo a un hombre impecable con su impecable camisa banca al gusto de Manuel Vilas y de Bárbara, una camarera del Soho de su novela. Pero lo que me impresiona no es el atrezzo, no son sus cejas que eran más pobladas de lo que se ven; son sus ojos, es la mirada. En la novela, el protagonista, elige las terrazas y las plazas donde observar sin ser visto porque ese es el ejercicio constante, mirar, la conjetura permanente entre ser y percepción, mirar y conseguir espiar cada detalle sin ser visto, mirar para salvar la existencia de las cosas, los espíritus. En el retrato del escritor (sin gafas de sol) la mirada te taladra sin compasión alguna para buscar en ti el detalle de tu parte interior, de tu oscuridad. El lector después de pasar la página, intenta zafarse de esa mirada; lo que se encuentra no va a ser otra cosa que la pulsión narrativa de unos ojos que ven (el mundo) y la existencia por medio de la mirada (que viene de esos ojos que ya conoces) y finalmente sus conclusiones; las conclusiones de un filósofo, un espía, las de un vampiro falsamente arrogante, la del actor, (hipócrita) palabra con la que comienzas a leer desde la primera línea. 



Yo, modestamente, soy también hombre de detalle y memoria. Recuerdo la promoción primera de Berlín Vintage, en la que sus lectores se sacrificaban colgando fotos en facebook con los labios pintados de rojo. El carmesí rojo de los labios siempre funciona, Caravaggio fabricaba en su taller su rojo particular, las japonesas minimizan los rasgos rojos de sus labios, las europeas los exageran, la pintura pop y Andy Warhol los convierte en altares, Oscar M. Prieto después de buscar con ellos su sanación particular, los santifica, Manuel Vilas los bendice con besos. Nada pasa desapercibido para el escritor/observador y el pintor en el movimiento mínimo de los detalles, las manos que se juntan o se separan, la mirada triste de una madre que el escritor denomina “mirada de lago” o cuando en un determinado episodio se refiere a esa “luz lenta de comisaría” y siempre por medio, la iluminación, la penumbra de Caravaggio, inalcanzable, deseado. Y así, puliendo una trama de investigación plagada de bucles, obsesiones y miedos se llega a un doble desenlace bajo el filo de un enigmático poema de Celán: “puedes sin temor alimentarte de nieve”. En este viaje también nosotros hemos sobrevivido a todos los museos, hemos sobrevivido a frases como “hasta que el amanecer se retrasó un siglo y la noche estuvo clausurada. Cafés, artistas, mujeres, y un solo fin los finales felices.



sábado, 3 de julio de 2021

ÍTACA es nunca. Cristina Falcón. Prólogo de Miriam Reyes.

Presentación en L'Hospitalet (3 de julio de 2021)

Editorial Candaya 



Hoy es sábado. Eran las nueve de la mañana cuando salgo a comprar el pan y el periódico, tres placeres que me reservo para los días como hoy, es decir que sean las nueve, el pan y el periódico calientes. En el trayecto me he encontrado a Jorge Larrosa (ensayista y profesor de filosofía) de la tribu Candaya, tomando café en una de las terrazas de la plaza Mossèn Omar, con la cabeza bien construida, ligeramente ladeada, fumando con cierto placer en un aire que he respirado durante unos segundos, tal y como he respirado con placer de esa calada. Así y en ese estado es como se toman notas, se prepara el inicio de una conversación y se le pide la cuenta a la camarera. Sobre la mesa un periódico y el libro que esta tarde presentará en la discoteca Salamandra que es donde Candaya presenta, porque en L’Hospitalet no hay un lugar adecuado para los libros, ni siquiera donde comprarlos a pesar de sus doscientos cincuenta mil habitantes, sin embargo sí que puedes hacerte unas uñas, tomar unas tapas, comprar en el mercado, elegir menú en distintos restaurantes y celebrar la salida del toque de queda y el miedo de ser libre, ese miedo al que alude Frédéric Beigbeder en el artículo de hoy “La desintoxicación de mi alma”. Candaya ha salido del confinamiento con una batería de presentaciones por Vilafranca del Penedés, Canet de Mar, Barcelona y ahora aquí, L’Hospitalet de Llobregat, todas en compañía de músicos, poetas y amigos de la casa, acompañando a Cristina Falcón, igual que antes hiciera con la muy celebrada Patricia Almárcegui y sus “Cuadernos perdidos de Japón”, por media España. 

En la entrada del blog “L’anna al país de les meravelles”, Anna Tomàs Mayolas reseña el libro de Cristina Falcón en los siguientes términos: “Con la lectura de Ítaca es nunca acompañamos a la poeta en el vaivén del adiós, el intento de cerrar una puerta, de completar un círculo, como si todos los duelos pudiesen cerrarse de manera definitiva. Sin embargo, el escribir sobre la congoja de la pérdida, el dolor, el hacerse consciente del peso de la soledad, permite que todas sus partículas vayan depositándose en el fondo de este mar llamado corazón, haciendo más leve convivir en el espacio que ocupa tanta ausencia.”

A mí me invita a picar en ese anzuelo Carlos Gámez y yo abro la boca y muerdo. Yo a mi vez le tiro la caña a Sergi de Diego que no abre la boca ni pica; así entre todos vamos sumando bocas y anzuelos, nos armamos de inspiración, cigarrillos, almas descarriadas y un fanal de poesía que nos alumbre este camino sin final.

Beigheder dice: “He odiado el confinamiento, pero me gusta la ralentización”. Cuando la presentación de esta tarde termine y dejemos de dar vueltas al círculo poético, soltaremos nuestras manos para corretear desnudos hasta que nos echen del Bataclán al contaminado mundo exterior.

 

 

viernes, 11 de junio de 2021

FIUME. Editorial Pre-Textos (2021)


                                                     Fernando Clemot. Librería Alibri (Barcelona)


En la página 201 de Fiume, Fernando Clemot o Vedder, su sosias, se pregunta “¿Podemos entonces intuir nuestro futuro a través de los sueños?”. FC sueña con novelas eléctricas y mientras tanto muere, la muerte del padre, la lenta muerte del hombre que sueña, la del escritor que va muriendo mientras entrega a sus editores, trapos, trozos de su propia bandera, “La lengua de los ahogados”, “Safaris inolvidables”, “Estancos del Chiado”. Cada dos años muere mientras intuye, en sueños, su propio deseo de escribir y encajar cada libro en su vida. Hoy le ha tocado encajar en esa vida, Fiume y de nuevo, en esa intuición, se desencadenan los miedos pasados y los futuros, sueños siempre de un escritor excesivo, de un semental que pasta entre el prado y la casa que le alberga, ya sea en Barcelona, en Madrid, o en esa tierra de nadie en la que se instalan los escritores, siempre rodeado de alumnos, de mujeres, espectadores como Alex Chico, Diego Prado o Toni Hill, amigos incondicionales como Jordi Gol o Ginés S. Cutillas, mientras llega la noche. Dice Jordi Gol, presentando Fiume en la librería Alibri de Barcelona, que esta es su mejor novela y no se corta en añadir adjetivos, exactamente iguales a los que años antes dijera sobre su último libro. Y sí, FC ambienta su narración en Fiume hoy Rijeka, en los años convulsos en los que Europa se desintegra, se desangra, se revela contra sus políticos, se reinventa a cuchillo, trincheras, ideas, ideologías, narrado desde el prisma de un periodista americano que intenta sacudirse de la piel, el polvo de la ideología, de la barbarie de la que es testigo en primera línea de fuego, en el episodio de la fundación de la ciudad libre de Fiume por Gabriele D'Annuzio. El periodista americano,Vedder, encadena la memoria de un viaje, en el que el era joven dentro de un mundo agonizante y en el que no falta un amor pasional, intercalando entre uno y otro paisaje, la memoria actualizada de un cuerpo viejo y decadente en lo físico, lo familiar, lo sentimental que vuelve a visitar la zona de impacto, de la misma manera que el asesino y su víctima regresan al lugar del crimen, y de la misma manera que lo hace el escritor frente al desamparo que produce una nueva entrega literaria, para que los amigos, las amantes, se hagan cargo y de paso los nuevos lectores que lleguen por ese misterio de la literatura, y más ahora que Fiume se publica en la editorial Pre-Textos, más visible que nunca gracias a la polvareda levantada por el polémico Andrew Wylie vestido de color Glück. Pienso que en ese desamparo, todo ayuda. También le ayuda a Fiume, el clima político en el que se encuentran las sociedades catalanas y madrileñas,  sus tensiones, sus intrigas, en este tiempo en el que se repite cada día la palabra “fascista”, y entre cuyas aguas vive y escribe FC. El momento estético de Fiume es oportuno, en cuanto que no cuesta mucho imaginar a los protagonistas, desfilando, bailando en un continuo botellón de fiestas, cocaína y música sin fin, peleando, discutiendo de forma convulsa tal y como se retransmite a diario desde el Congreso de los Diputados o desde los salones de la Generalitat, las plazas y las playas, en las que una parte de la sociedad, la más grotesca, rellena de propaganda los sueños de poder que desean para la casa, el pueblo vaciado, el reino o la república, mientras flota una camisa gris y amores que siempre dejan recuerdos y heridas. Los libros de Fernando, ya sean relatos o novelas, buscan siempre la salvación, buscan la literatura, de la misma manera que un semental busca una hembra caprichosa que juega y se esconde, odia, intriga, ama, enciende deseos primitivos, y en ese juego siempre la muerte. Fiume, aparte del provecho o escusa histórica, es un libro en el que se habla de amor carnal y de ese otro amor, el de los hijos, el de los vacíos insondables que terminan por inundarse, en el que las emociones saltan por los aires dejando, tanto a los hombres como a las mujeres, las madres y los hijos, rodeados de escombros, los suyos y otros muchos. Los escombros, ese es el paisaje que recorremos en la Italia que precede a Mussolini, donde los hombres se amaban y se destruían sin llegar a ninguna parte, sin saber que antes o después “acabamos siendo un animal muy frágil cuando nos damos caza”.


 Alex Chico



viernes, 16 de abril de 2021

GRANTA en español (Barcelona 2021)


 
El miércoles catorce de abril, se presentó en el palacete de Casa América de Barcelona, la última cantera de autores menores de treinta  y cinco años de la que se va a nutrir en los próximos años la literatura escrita en español, tanto a este como al otro lado del mundo. Ya se preveía y el acto comenzó encabezado por Paco Candaya, al que le sobró la mascarilla, porque ese apósito delante de la boca le impide sacar bien las ces y las eses, bendijo el acto, agradeció los panes y los peces a la editora de Granta por ese trabajo extraordinario, abrió la cierva por el vientre y el vientre estaba lleno de escritores hermosos, recién nacidos en ese parto forzado en el que tuvo que morir la madre de todos.
En paralelo, de repente, me encontré rodeado de amigos de los que solo tenía noticia por Facebook, hombres hechos y derechos, con todos los oficios y las artes que te da esa naturaleza, hablo de Ginés Cutillas (El diablo tras el jardín, Editorial Pre-Textos), Alex Chico,(Un final para Benjamín Walter, Editorial Candaya) o Juan Vico (Condición de los amantes, Ediciones de la Isla de Siltolá). Y había más, por ejemplo, como escritores vip, estaba Santiago Rafael Rocangliolo Lohmann, conocido como Santiago Rocangliolo, al que yo no he leído, ni conocía físicamente, pero que analicé con detalle y el detalle de mi ojo bueno (el otro anda con conjuntivitis), me lo ha recomendado y lo leeré, pero así a groso modo diré que Santiago tiene una cabeza, eso para mi quiere decir una presencia, un buen corte de pelo que le hace parecer un alto directivo, un CEO de una empresa energética o de la Banca Lohmann and Lohmann de Ginebra, algo así. Esa presencia en Casa América, engrandecía el acto, y fue agradecida, pero había más cabezas, por ejemplo la del Cónsul de Méjico, la del escritor y miembro del jurado Granta, Rodrigo Fresán, la editora y Directora de Granta en español, Valerie Miles o la de la madre de Irene Reyes, discreta acompañante de su joven hija.
En ese acto de Barcelona, como muestra de la selección, nos enseñaron físicamente a David Aliaga, Paulina Flores e Irene Reyes Noguerol, tres cervatillos que miran el mundo como solamente miran los recién nacidos cuando todavía corren libres por las praderas sin temor ni peligro de caer, perderse o ser devorados. Tuvieron sus minutos de gloria dentro del puntual reloj, de ese tiempo tan preciado en el mundo editorial y en particular el de las presentaciones de libros. La primera en recibir la palabra fue Paulina (Chile 1988), Master en Creación Literaria de la Pompeu, intensa, un arco iris como Manu Chao, chándal y bufanda de lana, el oído fino para captar todos los matices de la naturaleza del lenguaje y esa misma naturaleza le otorga el privilegio de reflejar las secuelas de la existencia, nacida en un país como Chile con una permanente lucha social y económica, que te obliga con todos los de su generación a permanecer en una sola calle, igual que en Méjico, igual que en Perú, en Argentina, y en Barcelona, todos en una misma calle y ahora por la singularidad de su literatura, un altavoz desde donde la escuchamos; y cumplió. Irene Reyes cruzó la alfombra del auditorio como una Tamara de Lempicka, una diosa chagaliana, joven y vestida, que para eso son las ocasiones. Todo el mundo vio a Sasha Luss, la actriz que da vida a Anna (2019) la película de Luc Besson, sus zapatos, (versión morena) su cabeza francesa de los años veinte, una sonrisa perfumada y no dejé que mi ojo bueno tomara notas, mientras que el otro, lloraba. Escuché su silencio mientras Fresán (agente doble del KGB) hablaba, escuché su respiración mientras su madre suspiraba, y Fresán, Fresán revisando su agenda, el paso del tiempo, a punto siempre de coger su mochila (¿llena de qué?) y salir, relamiéndose como solo lo hace un vegetariano ante un plato de lechuga, por todo el tiempo empleado en la selección y el dolor de los desechados, esperando que Granta en español seleccione algún día a los mejores Granta de más de setenta años, la espera larga y extraña que uno siente cuando ve esperar a Fresán. Y escuché a Irene, nacida hace dos década, que juega con las voces y las palabras como juega una niña al ajedrez de las palabras con su amiga invisible, una niña con un discurso tajante que a veces da miedo. Al jurado le gustó ese miedo, a Valerie, a Fresan le gustó, a Aurelio Major, Gaby Wood, Horacio Castellanos Moya, a Chloe Aridjis, les da miedo que cualquier día comience a comer chicle, un chicle rosa. Yo esperaré esa forma de caminar por la alfombra, de sentarse manteniendo la espalda derecha, de crear un mundo y de saltar a ese mundo que controla la CIA y el KGB. Y después llegó David, pero antes había llegado su mujer y le dijo a Ginés que David estaba muy nervioso. Sí, David se tumbó en la silla mientras su americana gris le mantenía derecho, le mantenía con aire en los pulmones, le indicó donde debía mirar para tranquilizarse, <<a Andrea, tu mujer>>, y la miró, y la vio vestida de rojo, pintada de rojo, teñida de rojo, para que David la viera arder como un fuego más de Safed que señala la luna nueva. David vio y su americana le ayudó a respirar, eso sí muy suave como un pájaro anidando entre las manos o como una estatua con insomnio. David le dio la razón a todos y se disculpó por estar allí, sentando frente a Fresán y su tiempo, sintiendo el poder de Granta, el poder de la bestia y habló con sinceridad, sin afectación, desmallándose humildemente como una red de pesca; de su obra dijo: "Se me ocurrió mientras caminaba distraído". David es amor, y por ese amor ahora descubierto, pelean un buen puñado de editoriales en celo.    
Para terminar, me uno al reconocimiento de Valerie Miles hacia la Editorial Candaya, al ser también la elegida por el jurado para la edición del libro que aloja el acontecimiento Granta en español en este año 2021 y con él este catálogo generacional de escritores jóvenes, en cuya nómina se encuentran tres de sus autores; reconocimiento a Olga y Paco Candaya, y toda esa tribu que acoge, acompaña, promueve y de la que me siento en deuda y más, al haber abusado de su amistad y haberles hecho perder el tiempo, ese tiempo de los editores. 
Salí contento del entresuelo de Casa Amèrica Catalunya y que fue un palacete  mientras duró el acto y en sus primeros tiempos; contento por lo que vi, por los amigos con los que estuve y a los que la pandemia nos negó una cerveza y un rato de charla. Regresé antes del toque de queda para no convertirme en calabaza, atravesando una ciudad solitaria, no solamente sometida y sitiada por la peste, también por sus gobernantes, para quien todos nosotros, simplemente no existimos. Hoy, antes de escribir esta crónica, me he encontrado en el bolsillo del pantalón el pin que me regaló Ginés y en él la portada de su último libro; un adolescente masticando un chicle.







domingo, 14 de febrero de 2021

LA FORASTERA. Olga Merino

 

LA FORASTERA
Olga Merino
Alfaguara 2020 (4ª edición)


Foto:©Marta Calvo


La herencia es la genética de aquellos descendientes de asentistas de la repoblación humana efectuada por Carlos III. Tierra dura y hombres blandos. Hombres duros que abandonan la tierra que se vuelve a despoblar, que emigra hacia trabajos más gratos, menos mortíferos, igual de mortíferos. Uno de los cuadros que se pintan en La forastera es la acuarela del domingo en el bar, se podría titular “Las fuerzas vivas de la demolición”, ese encuentro semanal de vecinos en el bar del pueblo, donde se tejen conversaciones y repasan los recuerdos de los que todos vienen y a los que todos salpican. La novela comienza de forma trepidante y recuerda al primer Camilo José Cela: “Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas.”. A partir de ahí, cada personaje animado o inanimado que interviene en el libro nos acompaña y descubre poco a poco la trama de la que se teje esa memoria, el cura, la sacristana, Tomás el del bar, la Capitana, Ibra el moreno, el tábano, el arcón de nogal, el pozo, los olivos, el molino, todos van tejiendo una sábana de vida abandonada, incluso los fantasmas que no dejan de intervenir, de hablar, de mandar mensajes. Conocí a Olga en Sitges, cuando presentó su novela en un acto compartido con Gabi Martínez que hablaba de la suya y ambos, de esas Españas abandonadas que retratan. Entonces no la conocía ni la había leído,  en aquella presentación Olga venía mareada del viaje por las cuestas del Garraf y comenzó el acto sin reponerse del todo; desde entonces y eso fue en el mes de junio, tengo el libro pendiente, hasta hoy. La forastera, es una novela con una historia bien contada, que no es otra que la del  abandono al que se entregan los últimos pobladores de los últimos pueblos de un país menguante del que yo también formo parte y en la parte que a mi me toca, regreso a esas tierras cada verano con los hijos (todos nosotros ya forasteros) para que sepan donde están sus raíces. Mi tierra no es una tierra de olivos, pero algunas mujeres de las que resisten en Gigosos, Gusendos, Fáfilas, Palanquinos, Valdesad, Quintanilla o en la Comala de Pedro Páramo, tienen el mismo tic de secarse las manos en el mandil y cruzarlas sobre el vientre, los hombres visten todo el año con un mono azul de trabajo, van los domingos al bar del pueblo, conocen sus cobardías y las de los demás, las debilidades propias y las ajenas, y los que se han ido pasan a ser fantasmas cuando regresan de esas grandes ciudades refugios y pisos de sesenta metros y en cuya maleta siempre hay un hueco para un mandil, un tranzón de tierra y un carretillo. Cuando la forastera regresa, vuelve con su sangre, huesos, obsesiones y sus apellidos o el mote por el que conocen a la familia; vuelve y se encuentra con el pecado y el odio de todos. Nadie en los pueblos pierde la memoria para recordar y en eso se va la vida, en eso y en que un nudo de ahorcado clásico tiene siete vueltas. Cuando la forastera regresa, no solo trae la memoria de sus antepasados, también con ella vienen sus propios miedos y en esa literatura de sentimientos viejos y nuevos, la novela retrata y se surte de un abanico de colores, carne, olores y música que nos traslada de un lugar a otro por la vida de Angie, la protagonista, para terminar solos ante un paisaje final en el que se mezcla el color de las debilidades con lo que queda de la ruina deshabitada.


Juan Vico. Condición de los amantes

 


Fotografia del autor: Susana Pozo©


Siltolá poesía 2021
Condición de los amantes

Tiene Juan Vico afición a dedicarle los libros a Susana, ya me gustó con “El teatro de la luz”, y ahora de nuevo, la misma página, la misma letra, como si se tratara del mismo libro. Como buen seguidor de Pascal Quignard sabe que “Entretenemos la indigencia buscando palabras”. Es la cita con la que se presentó “La balada de Molly Sinclair” hace siete años. El libro que arde ante nosotros en este año 2021 se titula “Condición de los amantes”, y no deja de ser una continuación obsesiva sobre la búsqueda de las palabras, una mitología personal de vibraciones, sillas que reclaman un cuerpo “si escribo aquí, olvido allí”, dice en el poema “Mitología personal”, dice también “Hazme/callar ahora”. En este poemario, Vico va construyendo ese cuerpo para la silla que a la vez va destruyendo. Obliga a la persona a la que se dirige el esfuerzo de comprensión, suplica ser leído, mantener incólume al paso del tiempo, la sensación, no solo de ser querido, la de ser amado y admirado, pide ayuda, pide perdón por ese sentimiento, mientras baja al inframundo en busca de la Eurídice espiritual y enamorada, mientras vacía la mano, una mano que sacia la sed. Nos regala versos hermosos en los poemas Tema libre, Víspera, donde consigue que el gozne de las palabras se abra a gestos, a otra frase que abre otro gozne, la naturaleza de las cosas. 
Fiel a las palabras como los poetas antiguos, fiel a la ensoñación,  el dibujo constante del mundo y la parte oscura o turbia que subyace bajo la línea de flotación, Vico invita a los lectores a degustar su ars poética y su ars amatoria. 
Descansando de la intensidad de sus dos últimas novelas en Seix Barral, de una mudanza, de todos los trabajos a los que un escritor debe concurrir para seguir adelante; después de siete años sin poesía publicada, hoy de nuevo, volvemos a tener un libro breve e intenso. Editado por la Isla de Siltolá, se bebe cálido como un coñac viejo y resbala salobre y fresco por el paladar como una ostra, adornada la mesa con “helechos de plástico” en una tierra de nadie que en todo caso es la pegajosa arcilla que se forma con palabras y, que si es algo, es la tierra de Vico, un peligroso lugar de insomnio.


TEMA LIBRE

La mano saciando la sed.
La sed vaciando la mano.

Cortinas ondeando en la habitación
sin la habitación.

Y entonces tú, gacela insomne,
dime donde temblarás

cuando toda esta noche
haya ardido.


miércoles, 28 de octubre de 2020

Ars poética de Sarah Connor




Víctor Pérez ha escrito un libro y lo ha publicado con la editorial Marli Brosgen en el año de la pandemia. Este libro hay que leerlo como se lee a los hombres, del tirón, sin desfallecer, entrenando en ayunas, sin casi sol, sin casi luz, sin casi nada y subirse una cerveza al lomo nada más volver de ese ejercicio, todavía sudado, como sudan los caballos de carreras, con espuma en los belfos y madera en las patas, porque en dios no hay un principio ni un final. Hay que ser un viejo hombre y alguna vez haber tenido chinches en los cojones. De esa forma hay que leerlo. 


Este libro por otra parte debe leerse como se lee a las mujeres. –¿Mujeres?. –Sí. –¿Qué mujeres?. Esas con rasguños, raspaduras, las que se levantan, las que no se desmayan, las que saben sentarse y cruzar las piernas, las que saben subirse a una furgoneta, incluso cuando está en marcha, las que se saben vestir también con un peto, un sombrero de paja y un tira chinas en el bolsillo, las amigas de Huckleberry Finn en sus aventuras junto al pantano, las cuevas, las islas, las barcas, al otro lado del río y entre los árboles, a las que les gustan las aventuras y se suben en marcha, con qué clase de suicida quieren beber café en latas de níquel y esas chicas, esas que te mantienen salvajemente la mirada mientras dan una calada al cigarrillo, ellas desean leer este libro, saben que la salvación pasa igual por Benavente que por Saigón o Uzbekistán, las que te saben leer los ojos sin apenas mirarlos.  

Después de esas instrucciones vuelvo a encender un cigarrillo y vuelvo a mirar la portada. Los niños de la portada son criaturas de los pantanos creadas por orden de Víctor Pérez, la foto de solapa es un Víctor Pérez con traje y corbata, tal y como debe ser un hijo delante de una madre pero con las ventanillas bajadas y el coche lleno de humodefumar. Todo este libro es Víctor Pérez con altas botas de becerro. Sabe Víctor Pérez, porque nos lo dice que "todo español tiene un vacío por dentro que solo llena la Guardia Civil cuando le para", cuando le para en la carretera que va de Mombuey a Fresno, sobre todo si en el registro aparece el maletero desparramado de libros de Víctor Pérez. 

–Caballero, esto es poesía.

La poesía que se lee en ese libro sabe a camarera aspirante a actriz con la que te acabas casando y teniendo cinco hijos, porque así la define definitivamente, Víctor Perez. Tenemos que decirle a Karlparsoro que se lo lea un rato,  convencerle de que con treinta y cinco mil euros y una semana de rodaje se monta una road movie; y con menos. Pero pasa que Daniel toca pelo y no tiene amigos. Así todo saldría una película justa, algo más larga que un prólogo de Iván Rojo, pero no somos avariciosos, tampoco queremos mucho más.

El resto de la historia está llena de bares, paisajes de Benavente, Calzadilla, Valparaiso, grupos grunge de ojos azules, boxeadores, chupitos asquerosos y poesía del páramo alto y del páramo bajo, aunque esos páramos ya no son lo que eran, este año además les ha tocado en la tómbola del estado y para los presupuestos de regantes, una millonada de euros, a cambio de nada y de sembrar en el barro por este orden: aspersores, maíz y jabalíes. Volverán las timbas a llenar las noches en los casinos de los pueblos, volverán los constructores, las oscuras golondrinas volverán.


                                                            Iván Rojo (prólogo)

                                                                Víctor Pérez

Un cambio de verdad

 

Gabi Martínez
Seix Barral 2020
Presentación en Sitges. ME Sitges Terramar.



Es una historia jamás contada. Es volver a una cuenta atrás y entrar en un tiempo antiguo del que salió su madre, su abuelo, un tiempo de frío extremeño que no existía porque nadie lo había contado, leído porque nadie lo había escrito. Y así empieza el relato de un año dedicado a vivir o revivir la experiencia de ser pastor en la tierra en la que antes lo había sido su madre. Pero así dicho, se queda en poco. El libro es vivir la experiencia de la vuelta atrás en un país que ha abandonado lo rural para instalarse en lo urbano, abandonar un vida imposible para buscas un trabajo por el que te paguen y del que puedas vivir. Eso eran los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, años en los que todos los que dejaron atrás la naturaleza, sus paisajes y con ellos la pobreza, prosperaron. Y así fue en las siguientes décadas. Pero las cosas se han complicado. Las ciudades industriales del país, la política globalizadora, la inestabilidad de los empleos, hace volver la mirada sobre el país de los abuelos, donde en muchos casos se sigue manteniendo la casa y los recuerdos. Volver la mirada  y literalmente volver hacía atrás e intentar abrir ahí una brecha en el mismo lugar donde ellos lo dejaron, con vecinos a los que ya no conocen, con una forma de vida que no entienden, costumbres, comidas, sensaciones que fueron olvidadas y que nadie volvió a enseñar, ni a los hijos, ni a los nietos. Y así hasta que alguien con el bagaje cultural y existencial de Gabi Martínez, deja Cataluña y sus viajes por el mundo y se le ocurre volver a la Siberia extremeña, el origen del origen e instalarse en una cabaña ganadera para cuidar de un rebaño de ovejas, sin cama, sin calefacción, sin baño, sin agua caliente, en un año de lluvias, en mitad de la dehesa, con una mastina como única protección y compañía y el trabajo, un trabajo que no conoce, que tiene que aprender, y en ese aprendizaje entran todos los sentidos y su atrofiada sensibilidad. La trama es contar, no como un diario, esa estancia, describir los paisajes, que siguen siendo los primigenios del hombre, el trabajo de pastor, el trato con las ovejas, los perros, los vecinos y la desconfianza de los pueblos, el recuerdo de sus antepasados en la memoria de esas bocas, el mercado, la caza, los cazadores, la política, el desinterés por que todo cambie sin que nada cambie. Y el vacío, el intento de entender esa vida olvidándose de quién es y como ha vivido hasta entonces, su hijo, su casa, sus comodidades, poder contar con las palabras correctas, palabras que sirven para señalar cosas, que tienen nombres que han dejado de usarse y de existir. Ese viaje de oveja negra, termina con la compañía del hijo, ese hijo que no sabe nada de su padre, que se quita el disfraz y aparece desnudo ante él, como un dios antiguo. A partir de ahí la vida, como el viaje, se construye y cambia, cambia y se construye de verdad.



jueves, 8 de octubre de 2020










ELÍAS GOROSTIAGA Un Beat del páramo
 ANTONIO MANILLA ENTREVISTAS 


“En aquellos años todo era nostalgia, pero también memoria y mirada, al alejarte de los amigos, la tradición familiar, los paisajes de tu vida…”
“Vaciamos España hasta la desolación, agotamos sus recursos, los paisajes, los valles, los ríos, la fauna, distribuimos mal los presupuestos…”

Epicuro: En Tierra de invierno, tu libro de poemas anterior a este Cuerdas de plata que se ha alzado con el premio Internacional Diario de Jaén de poesía 2020, había evocación y nostalgia de unos paisajes natales que vuelven a comparecer ahora.
Elías Gorostiaga: Tierra de invierno es un libro muy querido que envejece bien. Lo escribí en 1994 y lo publiqué veinte años más tarde. En aquellos años todo era nostalgia, pero también memoria y mirada, al alejarte de los amigos, la tradición familiar, los paisajes de tu vida que crees nunca vas a perder y que cambiarán de forma radical, sin vuelta atrás. Al distanciarte aparece la paranoia de la pérdida, la orfandad que no deja de ser una preparación de la vida para el futuro y más habiendo nacido en un pueblo de la provincia de León. En la tradición literaria leonesa, portuguesa, gallega y asturiana, la del noroeste, de Torga, Cunqueiro, Pereira, Ángel González ya sale todo eso y se actualiza con una fuerza enorme con la poética de José Antonio Llamas, Gamoneda, o Julio Llamazares.

E: Sin embargo, en Cuerdas de plata la manera de acercarse a la memoria es distinta, aspira a una catarsis mediante el intento de romper con el pasado; de hecho, comienza con una hoguera. Hay un conflicto entre el futuro y las raíces que, me parece, resulta irresoluble al fin.

E.G.: Cuando se habla de conflictos familiares, siempre se suspira. Por edad y por conflicto, esa tierra que empieza a arder cuando sales de ella es un período de tiempo en el que montas tu propia estirpe familiar, o continuas la que te han legado tus mayores, sin ser consciente de lo que eso significa. El relato del paisaje en ese tiempo comienza con una grieta en el edificio bajo el que vivías, y a la que nadie miraba, que venía avisando tiempo atrás. Las grietas a groso modo eran: parte de la biblioteca de mi abuelo Claudio Sáenz de Miera, que fue a parar al Casino de Valencia de Don Juan; la casa Gorostiaga, que derriban hasta la raíz bajo la titularidad de los herederos, nietos y bisnietos; y, al final, la muerte de la madre después de una larga enfermedad que a mi me deja huérfano a ochocientos kilómetros. En ese momento la situación emocional te sitúa en primera línea de fuego, pero lejos del campo de batalla, y sin embargo con los recuerdos a flor de piel. Por último, llega la herencia, como un bálsamo falso, y el reparto de los bienes, que no dejan de ser más pérdidas. De eso escribo en el poema San Juan; catarsis y liberación de carga y como forma de sostener el peso de la techumbre de mi propia catedral.
E: La tierra de la que hablan tus nuevos poemas es una tierra suicida que se ha convertido en «granero de «hombres sin trabajo y sin minas», condenada a que sus naturales regresen de viejos a «llorar todas las cobardías de su vida sentados al sol». Una tierra de exilio, destinada a vaciarse.

E.G.: La lectura que haces no puede ser mejor, es así y no hay otra. El poemario es un santoral que es una forma de situar en lo rural, el tiempo del trabajo y el de las cosechas, actualizado a mi gusto. En el poema largo La cosecha, me convierto en narrador y protagonista de un himno a León y a los hijos, un diálogo con la Virgen/Madre, la despoblación, el abandono y lo que se van a encontrar los hijos, de nuevo la herencia de la tierra, las tierras del Noroeste, las provincias pobres de las que sale mano de obra, la marinería para conquistar el nuevo mundo, los soldados para la guerra y yo. Vaciamos esa España hasta la desolación, agotamos sus recursos, los paisajes, los valles, los ríos, la fauna, distribuimos mal los presupuestos que deberían servir para ayudar y no para subvencionar corrupciones y rentabilizar multinacionales. La singularidad de León pasa por imponer y organizar artificiosamente el territorio que es el último orgullo que nos queda, imposibilitar el desarrollo en el trabajo tradicional leonés y la familia, el dialecto de la montaña, las señas de identidad enterradas por la destrucción sistemática de la arquitectura popular, pueblo a pueblo, calle a calle, plaza a plaza, a cambio de moderneces, alcaldes corruptos (de pésimo gusto, sin ningún plan, sin criterio alguno), arquitectos y constructores enloquecidos, normas urbanísticas y medioambientales que tragan con todo, dejando un legado de cicatrices para los próximos doscientos años y te pongo un ejemplo bien doloroso, Valencia de Don Juan (donde la gente va en coche al Super), cuyo éxito consiste en crecer ciegamente, modelo barriada periferia de Madrid y dotarse de servicios a costa de la sangre, el vaciado y abandono de los pueblos de la comarca. Políticas que propician la ruina, el suicidio cultural, emocional y el desarraigo. El modelo se agota y te quedas con los bloques de hormigón y ladrillo y sin vecinos.

E: Utilizas en tus versos expresiones e imágenes que proceden de un mundo rural en el que hay cocinas de carbón, sabores viejos «que estarán en todas partes como nata hervida» e incluso hay un poema muy original dedicado a la matanza del cerdo. Es un lenguaje de una España que se desvanece con la generación que la habitó, que a no mucho tardar resultará incomprensible. ¿Es un mundo que todavía está por escribir?

E.G.: Si hubiera nacido en Manhattan, si hubiera nacido en París, en Casa Blanca, tendría en la retina otras imágenes, tendría otras ruedas. Si trabajara en un polígono industrial, si tuviera siete hijos, dos mulas y veinte acres de tierra, si faenara en el mar con viento de Libia, usaría palabras que recrean otras imágenes, otros verbos entrarían en el entramado. La madre y la familia te enseñan el lenguaje de las cosas básicas y las estructuras complejas del idioma que mamas lentamente, para acto seguido ver que eso también desaparece, que cuando hablas y escribes con esas palabras no te entienden o te entienden a medias; sin embargo, no puedes evitar esa querencia por señalar con una sola frase un cuerpo potente. Buscas a tus amigos por sus palabras, buscas en los libros lo que quieres leer, lo que quieres decir y al final terminas por encontrar tu sitio, tu silla, tu cama en la que vas a dormir. Y es así en la pintura, la escultura, la música. Sobre la mesa tengo el pal.luezu de Silvia Aller, Tonino Guerra, Benet, una biografía de Chéjov, a Karmele Jaio, El poemario Tierra de Guillermo Fernández Rojano, donde encuentro lo que quiero ser, y al lado estas tú, Antonio Manilla, y al lado Alberto García-Alix, cada uno con sus palabras, su sensibilidad, su arte sibilino, su silencio, enigmas, grandes mentiras, que disfruto y frente a mí, en un metro cúbico de ventana, toda la obra de Julio Llamazares, esperando cuadrar una biografía. Esas son las palabras que uso. El poema San Martín comienza así: «Quería criar al sol», a partir de una foto que recoge la matanza del cerdo (por tradición en San Martín), cuyos personajes son el matachín del pueblo, Concha la lavandera, mis tíos, mi madre y mi padre (grabado a fuego, como una hipoteca de futuro) al que le faltaban cinco años para morir, mi hermano Álvaro en brazos de la niñera. A partir de ahí se desata la locura. Las palabras matan y si no te matan te hieren.

E: ¿Podríamos decir que tu mirada hacia todo ese pasado se ha vuelto lúcida al hacerse crítica? Hay acidez y algún que otro «ajuste de cuentas». Hombres primarios e inmovilistas, «cabezas sin sueños en los que dormir» …
E.G.: Esta pregunta viene a cuenta del poema San Esteban, que es la última noche del año, en la que rindo homenaje a Céline y sentencia así: «Morimos a crédito cada noche». La festividad de San Esteban coincide con la muerte del año, físicamente son días cortos, noches largas en las que terminan entrando los demonios, la cizaña familiar, los sueños, las canciones, tabaco y orujo, nuestras reliquias. En ese poema se establece un dialogo con dios y a la vez en algún instante me pongo en lugar de dios, imparto una justicia que no se basa en leyes, un juego mental que se desvanece cuando la noche te derrota y puedes por fin dormir. Y el ajuste de cuentas viene en «Buena gente», y Machado. Ahí paso la red entre mis paisanos y pesco en el hábito y las costumbres. Como un notario doy fe de que sigue habiendo coches en las aceras, con un cartel que pone: «se vende»; que el guarnicionero se pone su traje y su corbata, deja a la mujer y la bronca en casa y asiste piadoso a la procesión; en definitiva, un ajuste porque en este país, que sacude el mantel y las migas por el balcón, el que no te mata te tira de la pata y consiente, antes por miedo y hoy por temor. Buena gente, si, que se lo digan a Machado y a su madre en Colliure, que se lo digan a Walter Benjamin. Que pregunten en las cunetas. «Ese hábito de los hombres de apurar cigarrillos hasta el filtro, / de matar animales y mujeres».

E: Te parecerá una tontería, pero yo he hecho una segunda lectura de Cuerdas de Plata al revés del derecho, de atrás hacia delante, y me parece que funciona tan bien como en su forma original.

E.G.: Lo cierto es que el orden de factores no altera el producto, podría empezarse por el final, como los periódicos. Y el final es el poema X que se titula Aullido y que se titula así, a lo Ginsberg, con la intención de que el crítico lo aprovechara para mezclar jamón y melón. En todo caso si es beat, es un beat del páramo. Este poema me viene por un accidente de coche en el que muere reventado un tipo al que se le conocía como El Gordo de Cubillas, un tipo que tiró el motor de regar del padre al pozo porque no le compraba un coche. El coche, que terminó por adquirírselo el padre, y que es con el que se mató, era un Renault 4 naranja. El Gordo era un tipo que yo veía por las noches del pueblo, dos metros y ciento sesenta quilos, siempre buscando pelea, bebiendo en los bares cincuenta pesetas de whisky, y cosas raras que pasaban en los años ochenta, años en los que la gente se mataba en cualquier curva, conduciendo coches sin frenos y con mucho motor. Muchos accidentes, muchos amigos muertos, muchos tetrapléjicos, risa y sufrimiento cada fin de semana, y el coctel era copas, coches y hachís; a tumba abierta por las comarcales. Salvando el tiempo y el espacio, la Generación Beat, Allen Ginsberg, chicas recién horneadas, preñadas locamente en unas pocas horas de la misma noche de verano y entre aullidos y un muchacho que se sale de la carretera al tomar la primera curva, nada más cruzar el puente sobre el río Esla. Volvía a casa enamorado como un dios joven, lleno el cenicero de colillas, escuchando y gritando «Frío» de Manolo Tena, lo normal. También de esto te tienes que salvar y pienso en mis hijos. 




San Martín

Quería criar al sol,
creía en la fe de los árboles muertos,
en la inmortalidad de las cocinas. 
A la fiesta no faltó el cerdo caliente, desangrado y colgado de la viga,
las tripas humeantes en la artesa,
padre abriendo una botella de vino de pitarra,
tempranillo, garnacha. 
Los esclavos negros:
Concha la lavandera, la niñera, Goyo el Chafandín y el delantal de sangre,
no faltaron,
los cuchillos que cortan y
los cantos rodados del patio,
el manantial del invierno ocupado en sus labores de hielo. 
Los esclavos negros:
no faltaron mis tíos,
mi hermano mayor, triste, en brazos de su niñera,
la vieja casa de la calle Mayor.
La recompensa por la falta de rencor. 
Quería criarle en la fe de un dios
y el sol no se dejaba,
el vino ácido de los Oteros,
la carne y el pimentón picante de esa fiesta.
No me dejaron subir al carro,
ni pisar la sombra de las bestias,
ni el alma sagrada sobre el yunque,
"eres nuevo en la piel y las maneras", dijeron. 
Quería criar a la tristeza con rabia,
con cuerdas de plata y no me dejaban.
"Falta ya poco para llorar", dijeron.
Y mi padre estaba allí, cercano a la muerte. 
Y tenían razón los esclavos negros y los vecinos,
esa tradición en el día de la matanza,
eran los gritos sordos del matarife,
el ciclo no escrito de vida y carne.
La modestia de la herrumbre,
el dolor del frío en las manos sin guantes,
en las aguas de los lavaderos,
el helor del aliento a la intemperie.
Vencerás al hielo que te devora,
padre,
en este invierno que ya empieza a nacer
y es largo y siempre hambriento.
Recolecta la bruma y date prisa padre y dame a mis hermanos.





domingo, 27 de septiembre de 2020

TODOS HABLAN. Antonio Manilla



XIII Premio de novela corta “Encina de plata”.

Premium Editorial, 2020.


El poeta Antonio Manilla se ha hecho con todos los premios del Páramo, como Manuel Vilas y como este ha llegado a la novela. No recuerdo ya como conocí a Antonio Manilla, seguro que fue fruto del azar, seguro que por medio andaba el primer tomo de los diarios de Avelino Fierro, seguro que fue así y allí se explicaba como el fiscal le dio a corregir un poema al poeta y el poeta lo transformó y le dio vida, cambiando tres palabras de sitio, seguro que fue así y si no fue así y todo es fruto de  mi imaginación, volver sobre lo que escribió Avelino y veréis más de una vez citado el nombre de Manilla. Por eso creo que fue así, porque la mayor parte del tiempo soy como un perro, en el sentido de andar olfateando rastros, cualquier cosa que se mueva y me llame la atención. Tengo media docena de poemarios del poeta y ahora asisto a la creación del poeta novelista. 

Asistir a la primera vez de algo es siempre una motivación, tener un hijo, plantar un árbol y esas cosas que hace la gente y que también hago yo, la primera vez que vas a la ópera, conducir el primer coche (siempre un Seat 127) y esas cosas que hace la gente y que hago yo. La novela corta se titula “Todos hablan” y en ella Manilla se retrata así: “La suya es la sombra de un hombre alto y robusto, una sombra sonora pero que nadie, en toda la ciudad, recordará haber visto a la mañana siguiente.”. A partir de ahí el autor de “Suavemente rivera”, empezará a tejer hilos de seda alrededor de una trama que empieza en los periódicos (un periódico) de la ciudad de provincias, (una ciudad), cuyo nombre es Entrerríos y cuyo nombre real se omite y se cambia igual que todas las referencias, las continuas referencias a la ciudad real y la imaginaria. El obligado ejercicio de libertad del escritor se encuentra aquí constreñido a un espacio realmente asfixiante y ese va a ser el ambiente que el lector va a respirar, no es la agónica respiración del que lee a Peter Handke o Thomas Bernhard, pero es. Y lo es por distintas razones.

En ese tejido el autor se enfrenta a una pareja que se ha desmadejado como un ovillo de lana y en todo momento el autor se obliga a un ejercicio literario de parecer un novelista, un novelista de Celama, un novelista que describe situaciones y personajes típicos de los Episodios Nacionales de Galdós, y lo consigue, lo consigue de la misma manera que el doctor Frankestein consigue dar vida a los distintos miembros de distintos cuerpos formando uno solo. El rastro entre Galdós y Mateo Díez se adereza a demás con la intriga de esa voz en off que intercala como un paisaje de frío entre capítulos. Y ahora partamos de un supuesto. Supongamos o suponemos que Cien años de soledad, es la mejor novela del mundo, y que es la novela del mundo en la que más personajes hay. Uno no se da cuenta de esto porque esos personajes somos nosotros y es nuestra familia, es decir no nos cuesta trabajo porque todos son del pueblo, y si no son del pueblo y amigos, son familia, tienen rasgos comunes de personalidad, de criterio, de carácter. En “Todos hablan”, no hay tantos personajes, pero más de uno aparece por capricho del autor y por el mismo capricho desaparece (Llamas), dejando de nuevo a los personajes importantes tejiendo esa tela que nos interesa. Esos personajes fantasma, son como “el amigo” que se arrima a una conversación, que nada opina, que aparece y desaparece, y al que nada hay que agradecer pero que sin saber la razón le terminas invitado a un vino solo por estar allí. 

Y lo es (la asfixia) porque hay un político que (a diferencia de hoy) es de extremo centro, una lamentable asociación de empresarios sentados a una mesa de nogal, periodistas y dueños de periódicos que son tan reales como los propios y conocidos periódicos de los que son víctimas por sus sucios negocios, rentistas al más puro estilo leonés con inversiones extravagantes pendientes de subvención, el poder en la sombra de la iglesia y su obispo. Bien es cierto que en todo ese tufo siempre hay algo de oxígeno, el suficiente para no ahogarnos, que viene de la mano del humor, un humor de carnicería, bullanguero, galdosiano, y algo más que el humor, el perfecto conocimiento de Manilla de la sociedad de Entrerríos, la maquinaria con la que funciona la familia, (la Regenta), que resuelve de un plumazo un tema que va latiendo en el corazón de la novela y que termina por enganchar al lector y empujarlo en unas horas de lectura hacia el final. El final, si el final.

En ese mundo de horras y patanes, el novelista agarra por el cuello a las víctimas de su relato y agarra con la misma fuerza y por el mismo cuello, a los que lo tienen que resolver. Lo quiere así, quiere que cada uno tenga su nombre y a veces nombres y apellidos, los mete a cada uno en un traje y les suelta a pelearse sabiendo que ninguno va a poder con la carga que les ha dado, ya sean periodistas, políticos, empresarios o de la policía científica. Entrerríos, Oviedo, Ávila o Palencia, son demasiado pequeñas para intentar enderezarse y alzarse en gestos de grandeza y demasiado grandes para las pequeñas miserias humanas. Uno, que no es héroe, al final de la lectura se encuentra en la encrucijada y el abatimiento de no saber, después de tantos años y habiendo podido elegir, si lo mejor hubiera sido haberse quedado o si por lo contrario ha merecido la pena haberse ido, dejando las raíces al descubierto. Esos amigos. Esa mujer. Ese final. Y el río y las riberas y los paseos. 





viernes, 25 de septiembre de 2020

ZWEIG EN UNA HARLEY. Del blog de David Yeste "Tus ojos, mis manos, y otros desiertos"



 Conozco a Elías desde 2013, creo. Ambos coincidimos en un taller literario, junto con más gente que quiero. Lo primero que le dije fue que, o bien compartiríamos para siempre cervezas y risas cada vez que nos viéramos, o bien acabaríamos a hostias en el callejón detrás del bar. Afortunadamente pasó lo primero y , aunque no lo veo tanto como quisiera, nos seguimos los pasos y las letras. Digo esto para que no penséis que esto es una crítica literaria, o una reseña —yo no sé hacer esas cosas—, sino simplemente para explicaros que mi amigo ha escrito un librazo.

El caso es que Elías Gorostiaga ha ganado, con su poemario “Cuerdas de plata” el II Premio Internacional “Diario JAÉN” de Poesía. Toma el título prestado de la primera obra de  Stefan Zweig, Silberne Saiten, al que acude con referencias, más o menos veladas al mismo.

Pero lo primero que me llega es que es un libro escrito “de memoria”. De esa memoria que reivindicaba el austríaco están hechos los hilos con los que se trenzan esas cuerdas de plata. León alrededor de una hoguera quemando los recuerdos y ejerciendo el intento de reconstruir un mundo con las cenizas. El padre que se muere, el hombre que anda, los hijos que le siguen, entendiendo poco y preguntando menos, todos en una tierra de vírgenes que paren las cosas que se comen y que se beben y que se matan para comer y beber. En esa tierra de la que uno se va y vuelve de vacaciones, y en la que, con cada ida y venida, se difumina la memoria , encuentro la tierra de invierno de Elías: completamente diferente a mi tierra del sur, tan parecidas y tan llenas de polvo en la frontera, sin embargo.

El campo y la sangre, coño. Y el barro que forman cuando se mezclan y se nos pega a la suela de las botas y que ya nunca se desprende. Y las cosas que  hay que matar para que vivan. Y la muerte que ocultamos a nuestros hijos con la falsa esperanza de que la tengan menos presente que los perros de nuestra generación: esos que han pasado de aullarle a la luna, a la botella o a las muchachas, a escribirlo todo deprisa en un cuaderno. Aunque sea mentira. El campo y la sangre que huelen a Zweig, a Gamoneda, a Llamazares o a Llamas, porque queman los recuerdos que les quedan cerca. Pero esa combustión, en la mano de Elías, produce un humo que nos tizna los ojos a todos por igual.

Buscad la web del “Diario de Jaén” y pedidles el libro, subíos la solapa del abrigo y permaneced atentos por si escucháis el petardeo de un Harley calle abajo.

Tengo ganas de verte, Elías. Enhorabuena.


Del blog de Vicente Muñoz, Hankover (Resaca) "In nomine páter" Cuerdas de plata

 

viernes, 25 de septiembre de 2020

IN NOMINE PÁTER por ELÍAS GOROSTIAGA

 


Creo más en mí que en los gusanos,

en mi mano derecha y mi navaja.

Me muerdo los labios, la lengua,

trago la saliva para no escupir sobre tu nombre.


Miro esas piedras y esos castillos

hasta donde me llega la vista y duele mirar.

Escucho el calor en los muros de adobe,

la gata que ha parido en la leñera,

la guadaña que cuelga oxidada e inerte

pero atenta a las hierbas y a las piernas.


Nací antes que tú,

en una tierra con río y escorpiones,

con barbos, anzuelos y sedales, jabalíes, ortegas.

Me eduqué con esmero pisando hielo y barro,

fumando en las cuestas,

sin tener nada más que los bienes de mis antepasados

y un juez ahorcado en una viga,

al nacer el verano,

por deudas y honor.


Esos eran los colegios, las escuelas,

los restos humanos entre los escombros,

bajo las iglesias

y sus cementerios.


Esos eran los consejos:

no muerdas la mano que te da de comer

pero muerde, hínchate

en los banquetes de boda, en los funerales,

en las verbenas después de recoger las cerezas,

al final del verano después de cosechar el trigo, de vendimiar,

en invierno cuando entres a las castañas y cada vecino mate a su cerdo.

Que no se note tu hambre.


Y si es así yo te daré paz en la tierra, en el nombre del padre.


Lo recuerdo gravado a fuego, todo en esa tierra

era en su nombre, en el nombre del padre

del que nadie, ni siquiera las mujeres, ni los niños, ni los derrotados pueden huir.


Elías Gorostiaga, de Cuerdas de plata (Diario de Jaén, 2020).


La modestia de la herrumbre. Diego Prado (De su blogg Café con libros)

 

La modestia de la herrumbre


Elías Prieto, conocido en el mundo literario como Elías Gorostiaga (Valencia de don Juan, León, 1963) es un poeta y narrador afincando en Hospitalet de Llobregat desde hace décadas. Aunque publicó su primer poemario con veinte años, posteriormente ha ido desarrollando su obra sin prisas, dando a la imprenta otros dos libros (un nuevo poemario y un libro de relatos) y participando en algunas antologías. Bendecido con el Premio Internacional de poesía Diario Jaén, acaba de aparecer su nuevo trabajo poético, Cuerdas de plata, un libro madurado en la firme rama de la experiencia y la lectura, en el reposo y la observación, en el desbrozamiento del recuerdo y el silbo de la nostalgia. Son sólo diez poemas, la mayoría de cierta extensión, todos ellos de métrica libre y anudados unos a otros por una musicalidad interna que arrastra al lector hasta el último verso, una especie de plegaria telúrica que rubrica el conjunto. Con un lenguaje sobrio ("creía en la fe de los árboles muertos”), el poeta rememora fragmentos de una infancia en gris, tardofranquista, rural, asfixiada entre supersticiones y miedo, de sábanas frías y dioses malvados (“… nunca tuve frío ni hambre,/miedo sí, pero el miedo nunca se va,/se acerca más o se aleja, pero siempre está ahí”.). También está el lamento del que se marcha y regresa, del que no se reconoce, del que añora lejanos días que ya no existen y los reconstruye a su modo. La aceptación amarga del paso del tiempo, las cuerdas de plata de ancianas mañanas que ya nadie pulsa. Tiene este libro ecos del primer Llamazares, de Gamoneda, de algunos poetas beats y, entre versos, explícitas referencias literarias a autores de formación dispares.

Cuerdas de plata se lee de una sentada, sin respirar. Y hay en él verdad, biografía y fantasmas. Gorostiaga es un poeta que merece amplio crédito, como lo merece cualquiera que se atreva a hablarnos de “la modestia de la herrumbre” (pág. 18).