Vistas de página en total

miércoles, 19 de enero de 2011

La última cena

No es un cuadro, es una ventana al mundo. Aquellos amigos, son todos los amigos que puedas tener alguna vez en la vida. Aquella cena fría, (a la que no han invitado a ninguna mujer, pero que seguramente la prepararon ellas, reunidas en otra estancia), en la que no falta el vino ni el aceite, está servida con muchas palabras que no se ven, como si los altavoces se hubieran apagado.
Hay mucho teatro en el movimiento de las manos. En cada gesto descubrimos una maldad, una palabra a punto de estallar. Son todos tipos rudos, que han pisado muchos caminos en un recorrido que también es el nuestro. Sentimos que hay algo que no funciona, una tensión; ninguno de los músculos permanece relajado, nadie sonríe y ese misterio se instala en la mirada de todos, así como la incertidumbre, el estado expectante; en todos menos en uno, Pedro.
 No se discute sobre las claves exotéricas de una religión, es algo más mundano, es el poder, la ira, los celos, la fatiga, la sucesión. Todos sabemos que es una despedida y ellos también lo saben, conocen su culpa de hombres, las simpatías de unos y otros, el miedo. En la estructura de la obra, (cuatro grupos de tres figuras), de izquierda a derecha, se sucede el escepticismo de Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés;  la advertencia de Pedro, apartando a Judas, sobre un Juan demasiado femenino, demasiado fiel, quizá el más inteligente y el más débil, con las manos entrelazadas, el que menos actúa, escuchando avergonzado con la cabeza ladeada; la serenidad del anfitrión que ya ha dicho todo lo que tenía que decir, pero oculta la mirada;  el miedo y la afectación de Mateo, Judas Tadeo y Simón; y por último Tomás y Santiago el Mayor, buscando una explicación en  Felipe, que calla.
 Todos hablan y todos callan, todos se conocen y ahí se abre una galería de antipatías que se refleja en los gestos de las manos que no callan, esas expresiones de complacencia, complicidad,  maldad maquiavélica de los que conspiran para hacerse con el legado, un final que todos sabemos como empieza y termina,  siempre un recorrido de arte y muerte, poder y guerras por parte de cada uno de los seguidores, un recorrido que se renueva en la actualidad en cada uno de los viajes del que creemos, último superviviente de esa cena, el Papa Benedicto: afable, suave, de mirada artera, de palabras a veces claras y otras ocultas, igual que sus ojos, a veces cristalinos y otros oscuros como bujías fundidas. El último superviviente de esa cena, sabe que a pesar de no contener grandes manjares, la digestión, no se termina nunca.
Nunca se termina de heredar aquel legado, porque siempre hay alguien que aporta, como Pedro, un gesto más ceñudo, unas entrañas más fieras, que presagian una interpretación de la Ley, en la que alguien morirá, sufrirá humillación, buscará un perdón que nadie otorga. En esa ventana, ninguno de aquellos fundadores es inocente. El cinismo impregna el alma del cuadro y ahora sabemos que ninguno, igual que ninguno de sus sucesores estériles, dejará supervivientes de santo grial que es como la extinción de una raza. El anfitrión, entonces igual que ahora, con la mirada vencida, ya se había resignado.
            Sentimos que hay algo que no funciona, entre las muchas cosas que no funcionan, ahora y entonces, en aquel mismo instante en el que Leonardo dio la última pincelada maestra en el muro del refectorio de Santa María, las expresiones de la última cena, comenzaron a agrietarse a descascarillarse, igual que las palabras frías de este Benedicto del siglo XV, igual que los atroces retratos papales de Francis Bacon, para ocultar tanta locura, infamia y tanta cobardía.

martes, 18 de enero de 2011

Se me seca la boca

Se me seca la boca


Ahora pasa un avión fantasmal por encima de casa. Todo el día ha sido un día de humedad y así todo el invierno. El sol desde finales de noviembre no sube (como los aviones) por encima de los pinos, se queda ahí, a medias y se va casi cuando terminas de comer, aunque ahora ya, cada día tarda un poco más. Pasa otro avión por encima de casa. Se me está quedando la boca seca.

De repente el fuego de la chimenea ha empezado a arder. Toda la tarde sacando humo, llamitas lamiendo y calentando el tronco y de repente echa a arder compulsivamente, así.

La novela que ahora escribo todavía no tiene título, tan solo el dibujo de un pueblo, la iglesia, el hotel, el río, la plaza, las ruinas del colegio, la taberna, el barrio donde Nunca Llueve y donde Siempre Llueve, los personajes, como ya es costumbre, sin nombre, hasta que todo enloquezca imparable. Por el cielo de ese pueblo todavía no cruzan aviones.

Sigue ardiendo, este tronco ha sido la salvación, el otro se quedó ahí tumbado, chamuscado, pero este, de vez en cuando mete fogonazos de gas, como si pensara en la mujer del médico, aquella que parió dos bebes después de echar un polvo, cosas de las películas. Las películas mal vistas, como los libros mal leídos, se pierden como si entraran en un mundo de niebla y ni dios las vuelve a ver ni a encontrar, desaparecen, por eso leed con atención, despacio, con calma y en el cine, meteros en la película, si no, estamos perdidos y estar perdidos en esta época es quizá no volvernos a encontrar.

Salgo a tomar cerveza con amigos, tipos sin suerte que prueban una y otra vez y repiten barra. Nos confesamos. Uno es actor, anda arriba y abajo como un yo-yo, pruebas y pruebas para publicidad, teatro, cine, televisión, lo que sea y lo que sea es nada.
-No hay nada que hacer, tío –dice mirando la cerveza- por lo menos en este país.
El que es poeta, mira algo fatigado a una chica sentada delante de un café, con un libro cerrado, junto a una cajetilla de tabaco.
-Nadie fuma ya en los bares –dice, casi musitando-
El que es editor, ojea una revista de libros, no citan ninguno de los que el publica, pero convocan un premio y anda mirando las bases por si se decide a participar.
-Hay que probar suerte –dice- son diez mil pavos.

Yo no espero mucho más de aquella compañía, tan solo tomar la cerveza y volver a terminar este artículo, enviárselo a Ramiro y que salga el martes para que mi novia y un par de falsos amigos lo lean mal. Soy un tipo con suerte, quizá alguna editorial que no sea la de mi amigo, me llame para escribirle una novela a un escritor ocupado, un escritor viejo, o un Premio Nobel cansado.

Otro avión por encima de mi tejado. El tronco que ardía, como el otro, también se va apagando, ahora tengo dos troncos en la chimenea a medio quemar y ninguna prisa, al fin y al cabo yo no quiero creer que a Vargas Llosa le escriben sus libros, mientras él imparte clases en Nueva York, da conferencias, se mete o sale de Política, o haga lo que sea que hace; y si lo fuera, que me importa a mi, que mis posibles lectores no encuentren nunca uno de los míos, escrito por mi, encuadernado, editado y distribuido y espacio en la librería. Se me seca la boca. Salud.

Van Gogh y el desasosiego

patatas‑758367.jpg
VAN GOGH y el desasosiego por Elías Gorostiaga


No puedes volver todos los días al MOMA ni al Metropolitan, no vives en Nueva York. Puedes estar varias horas mirando un solo cuadro, pero entonces no tendrás mucho más tiempo ni fuerza para ver los demás, obras de Picasso, Brueghel, Kooning, Manet, Greco, Goya, Renoir… no vives en Nueva York.  Solo te quedan los libros, para mirar y mirar los cuadros que vuelven a la memoria como una obsesión. Eso es lo que me pasa con Van Gogh, una obsesión, una obsesión que se para en los paisajes, los retratos, las figuras, el sufrimiento.

Pero no vale cualquier edad. Párate y recuerda, ya has estado allí antes. Recuerda lo que viste la primera vez, cuando eras un niño, párate y recuerda, es aqu
ello lo que tienes que remover, aquel miedo que te daban los cielos oscuros y las estrellas, los edificios encorvados, los árboles desquiciados, los girasoles fatigados por el sol y la mirada de los retratos, su mirada y su presencia, allí donde encuentras unos ojos en los que no puedes entrar, un sombrero que no deja ver la totalidad de la cabeza, o una cabeza tan deformada que asusta porque nos lleva a un terreno resbaladizo.

Párate y recuerda, porque con el tiempo nos sobra toda la información que almacenamos, todas las reproducciones de esos cuadros, que nunca fueron vendidos.

Y recuerdo el desasosiego, el querer ayudar a los personajes que comen patatas y darles calor porque se rodean de frío, sabañones, las botas húmedas y llenar de cariño todos esos autoretratos que gritan miedo y soledad, luz a todas esas noches tan oscuras y algo de sombra para esos girasoles retorcidos.

Pero cada vez que vuelvo sobre todos esos cuadros, retomo la impresión de que no hay descanso, la tortura sigue como una enfermedad inagotable y además sigue siendo igual de fresca que la primera vez, de pinceladas cortas, igual que la memoria cuando vuelve sobre un dolor. Todo el mundo olvida la última vez que te cortaste con un cuchillo, pero no deja de dolerte una herida nueva. Olvidas y recuerdas. Esas son las sensaciones instantáneas de Van Gogh y siguen sin descanso, porque en ellas vive el alma y el miedo.

Eso es lo nuevo en el arte, los sentimientos, sufrimientos y los miedos más viejos del mundo. Todo lo demás es basura. En el caso de Van Gogh, no da tregua, ni afloja esa cuerda, por eso cada cuadro te hace temblar, cada cuadro te acerca más y más a un precipicio.
-¡Salta ya!, y que todo termine.
Fue así como pasó, solo que antes, todavía nos enseñó su cabeza vendada por un ataque de locura, otra cabeza llena de dolor, que espero que nunca sea la nuestra.

Esa que ves, no es la historia del arte, la historia del sufrimiento, de la locura, es la historia del mundo, en la que un hombre insoportable, con una herida torturada que nunca cicatriza, deja su sangre para todos y para siempre. Esa es la necesidad de algunos pintores, poetas, lectores y en especial, la mía.



EL ANGELUS


      EL ANGELUS 1857-1859   (Jean François Millet, Museo de Orsay)

            Hay algo en la mirada, algo en el paisaje, la inclinación hacia la tierra, la cesta en la que reposaba muerto un niño de pocos meses, (censurado después para el gusto de la época), la religiosidad del sol, la hora neblinosa que pinta Millet y que todos reconocemos.
            Hoy sábado el día tenía la misma luz. Viajo a Barcelona en el tren de las siete y media de la mañana, el tren de la costa. La imagen de Millet vuelve a mi, y veo dos hombres negros mirando un surco, uno frene al otro, las cabezas ligeramente inclinadas, como en el cuadro. No es algo religioso y sin embargo lo es. Les rodea la luz de esa primera hora del día, una luz fría de noviembre. Les rodea todo el campo. No ven lo que les envuelve, pero a su alrededor hileras de brotes nuevos, tiernos, ninguna herramienta, ninguna cesta, ninguna tragedia, solo la luz del ángelus, el retrato que veo durante unos segundos, ese tiempo precioso en el que descubres algo y lo guardas en la memoria, ese tiempo que tarda el tren en cambiar de paisaje.
-Ese es el tiempo que tienes para entender, (igual que el primer beso de la mañana). Cuando no lo ves, lo has perdido para siempre.
            Al fondo, en la autovía de Castelldefels, fuera de foco, también crecen los reflejos oscuros de las naves industriales (perfectas y geométricas), sin luz, sin ese alma del campo, la simple bondad que contrapone Millet, frente a la burguesía republicana de su época, y que aquí todavía se respira, o quieren que se respire, también quieren que no nos olvidemos que en cualquier momento todo lo que fue puede volver a ser. Después de todo, hay mucha gente que sigue en los mismos postulados del XIX, en la parte trágica que le tocó a aquel siglo. Ellos saben que en la bondad de la gente reside el temor, ese temor tan humano que nos une como personas y que tan bien refleja la luz del Angelus … y en otros las naves industriales.

Mientras cargo la estilografica

Siento eso, que se apaga la luz y el fondo del escritorio se vuelve negro y otra vez desaparece la foto, el salva-pantallas.
Noto eso, que en vez de seguir, me paro y vuelvo hacia atrás, vuelvo a recorrer el camino que cae y te devuelve a una luz llena de polillas.
-Creías haberlo dejado, pero la cuerda que te sujeta, tira de nuevo de ti.