EL ANGELUS 1857-1859 (Jean François Millet, Museo de Orsay)
Hay algo en la mirada, algo en el paisaje, la inclinación hacia la tierra, la cesta en la que reposaba muerto un niño de pocos meses, (censurado después para el gusto de la época), la religiosidad del sol, la hora neblinosa que pinta Millet y que todos reconocemos.
Hoy sábado el día tenía la misma luz. Viajo a Barcelona en el tren de las siete y media de la mañana, el tren de la costa. La imagen de Millet vuelve a mi, y veo dos hombres negros mirando un surco, uno frene al otro, las cabezas ligeramente inclinadas, como en el cuadro. No es algo religioso y sin embargo lo es. Les rodea la luz de esa primera hora del día, una luz fría de noviembre. Les rodea todo el campo. No ven lo que les envuelve, pero a su alrededor hileras de brotes nuevos, tiernos, ninguna herramienta, ninguna cesta, ninguna tragedia, solo la luz del ángelus, el retrato que veo durante unos segundos, ese tiempo precioso en el que descubres algo y lo guardas en la memoria, ese tiempo que tarda el tren en cambiar de paisaje.
-Ese es el tiempo que tienes para entender, (igual que el primer beso de la mañana). Cuando no lo ves, lo has perdido para siempre.
Al fondo, en la autovía de Castelldefels, fuera de foco, también crecen los reflejos oscuros de las naves industriales (perfectas y geométricas), sin luz, sin ese alma del campo, la simple bondad que contrapone Millet, frente a la burguesía republicana de su época, y que aquí todavía se respira, o quieren que se respire, también quieren que no nos olvidemos que en cualquier momento todo lo que fue puede volver a ser. Después de todo, hay mucha gente que sigue en los mismos postulados del XIX, en la parte trágica que le tocó a aquel siglo. Ellos saben que en la bondad de la gente reside el temor, ese temor tan humano que nos une como personas y que tan bien refleja la luz del Angelus … y en otros las naves industriales.
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