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martes, 18 de enero de 2011

Se me seca la boca

Se me seca la boca


Ahora pasa un avión fantasmal por encima de casa. Todo el día ha sido un día de humedad y así todo el invierno. El sol desde finales de noviembre no sube (como los aviones) por encima de los pinos, se queda ahí, a medias y se va casi cuando terminas de comer, aunque ahora ya, cada día tarda un poco más. Pasa otro avión por encima de casa. Se me está quedando la boca seca.

De repente el fuego de la chimenea ha empezado a arder. Toda la tarde sacando humo, llamitas lamiendo y calentando el tronco y de repente echa a arder compulsivamente, así.

La novela que ahora escribo todavía no tiene título, tan solo el dibujo de un pueblo, la iglesia, el hotel, el río, la plaza, las ruinas del colegio, la taberna, el barrio donde Nunca Llueve y donde Siempre Llueve, los personajes, como ya es costumbre, sin nombre, hasta que todo enloquezca imparable. Por el cielo de ese pueblo todavía no cruzan aviones.

Sigue ardiendo, este tronco ha sido la salvación, el otro se quedó ahí tumbado, chamuscado, pero este, de vez en cuando mete fogonazos de gas, como si pensara en la mujer del médico, aquella que parió dos bebes después de echar un polvo, cosas de las películas. Las películas mal vistas, como los libros mal leídos, se pierden como si entraran en un mundo de niebla y ni dios las vuelve a ver ni a encontrar, desaparecen, por eso leed con atención, despacio, con calma y en el cine, meteros en la película, si no, estamos perdidos y estar perdidos en esta época es quizá no volvernos a encontrar.

Salgo a tomar cerveza con amigos, tipos sin suerte que prueban una y otra vez y repiten barra. Nos confesamos. Uno es actor, anda arriba y abajo como un yo-yo, pruebas y pruebas para publicidad, teatro, cine, televisión, lo que sea y lo que sea es nada.
-No hay nada que hacer, tío –dice mirando la cerveza- por lo menos en este país.
El que es poeta, mira algo fatigado a una chica sentada delante de un café, con un libro cerrado, junto a una cajetilla de tabaco.
-Nadie fuma ya en los bares –dice, casi musitando-
El que es editor, ojea una revista de libros, no citan ninguno de los que el publica, pero convocan un premio y anda mirando las bases por si se decide a participar.
-Hay que probar suerte –dice- son diez mil pavos.

Yo no espero mucho más de aquella compañía, tan solo tomar la cerveza y volver a terminar este artículo, enviárselo a Ramiro y que salga el martes para que mi novia y un par de falsos amigos lo lean mal. Soy un tipo con suerte, quizá alguna editorial que no sea la de mi amigo, me llame para escribirle una novela a un escritor ocupado, un escritor viejo, o un Premio Nobel cansado.

Otro avión por encima de mi tejado. El tronco que ardía, como el otro, también se va apagando, ahora tengo dos troncos en la chimenea a medio quemar y ninguna prisa, al fin y al cabo yo no quiero creer que a Vargas Llosa le escriben sus libros, mientras él imparte clases en Nueva York, da conferencias, se mete o sale de Política, o haga lo que sea que hace; y si lo fuera, que me importa a mi, que mis posibles lectores no encuentren nunca uno de los míos, escrito por mi, encuadernado, editado y distribuido y espacio en la librería. Se me seca la boca. Salud.

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