Estampaciones. (Alena Collar. Editores Policarbonados. 2009)
Como no soy crítico literario, ni de ninguna de las otras artes, no critico y como con el jamón, o me gusta o me resbala por el pan y me lo trago de golpe, como un pavo. El gusto se encuentra en una parte que va desde la geografía de comer y la de tragar, una tierra en la que se dibujan algunos paisajes, entre otros las estrellas michelín de los restaurantes, o los premios Nadal, por ejemplo. Cualquier gastrónomo que se precie conoce algún restaurante divino, cualquier opositor de altos vuelos, no se conforma con menos que una Notaría y cualquier escritor con aspiraciones, aspira a ganar el Nadal. Pero nada ilusiona más a un escritor anónimo que la editorial te llame el día que más despistado vas y te ofrezca publicar lo que antes ya le ofreciste tu a él, tu libro.
Hoy leo en el tren (Sitges-Barcelona), pacíficamente sentado, Estampaciones de Alena Collar. No la conozco, no conozco a Editores Policarbonados, pero por la termodinámica y los diez euros que cuesta, tengo el libro encima de la mesa y dentro veintiocho relatos que han esperado a que terminara La tía Mame de Patrick Dennis, para hacerlos pasar, y entran despacio, educadamente, agradables y se van sentando a mi alrededor en los lugares que mejor les parece. Ahora voy en el tren y me acompañan por el andén, saben que no les he terminado todos, los otros para la vuelta y me acompañan, me esperan, regreso leyendo y cuando llego a casa, se sientan, quizá algo impacientes, veo a las perras, miro la huerta de invierno, los rosales podados, el olivo, hace frío, me siento junto a la ventana y me sirvo un whisky.
Leo relatos coherentes, frágiles con dos voces, una la del relato y otra, muy suave bajándome por el cuello, pero solo a veces, no siempre. A veces me detengo en una imagen, como si yo también me asomara a un balcón, para ver a los ancianos, el fantasma del jardinero y el rosal, veo caer la nieve sobre la pausa entre el llegar y no llegar.
Aquí, alguien sabe mucho de abandonos y ausencias, de todo lo que se ve desde la soledad, cuando estas asomado a un balcón, a un mirador tras los cristales, recuerdas algo y sin darte cuenta se te empañan los ojos o te brota una sonrisa y un recuerdo, que es lo menos que se le puede pedir a alguien que nos ha dejado.
Pero aquí sobre todo, alguien sabe aguantarse las lágrimas (y la nostalgia) y siempre asomada a esa ventana que he visto en tantos pueblos y he leído en Juan Benet o Rafa Sánchez Ferlosio, y alguien sabe escuchar muchas conversaciones de mujeres, muchas cocinas de carbón, muchas tardes de lluvia, alguien que sabe escuchar, incluso escucha en los paisajes el horizonte de Chillida.
-A Cifuentes le cambió la vida hace seis meses
Y te cuenta la historia, tan sencilla y llanamente como Pina le contaba historias de los vecinos del pueblo a mi madre y mi madre a mi y así sucesivamente. Y así sucesivamente, Marifé la portera, don Onofre, Loreto, Paloma etc y entre esa nieve que hay entre las pausas, también nievan paisajes que también yo conozco.
No soy crítico literario, por eso digo lo que me parece y así me parece.
-También le digo a Alena que lo que menos me gusta son los títulos de los relatos (y los títulos son muy importantes), pero bueno, eso ya se lo digo yo en otro momento.
Te agradezco muchísimo la lectura y el comentario. Y la generosidad de ambas cosas.
ResponderEliminarA veces una quisiera merecer a sus lectores.
Un abrazo.
Te los mereces y a su vez los lectores tenemos el derecho a que sigas escribiendo
ResponderEliminar¿El huevo o la gallina? A través de la no-crítica llego al libro de Alena.
ResponderEliminarMe alegro de que haya llegado al libro de Alena y que lo haya leído y haya tenido la amabilidad de hacer una reseña.
ResponderEliminarYO la hice en su momento porque el libro lo merece y la sensibilidad de Alena, también.
Un saludo
Ups. Cada vez más tímida.
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