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viernes, 21 de enero de 2011

La mujer que mira

Estampaciones. (Alena Collar. Editores Policarbonados. 2009)

Como no soy crítico literario, ni de ninguna de las otras artes, no critico y como con el jamón, o me gusta o me resbala por el pan y me lo trago de golpe, como un pavo. El gusto se encuentra en una parte que va desde la geografía de comer y la de tragar, una tierra en la que se dibujan algunos paisajes, entre otros las estrellas michelín de los restaurantes, o los premios Nadal, por ejemplo. Cualquier gastrónomo que se precie conoce algún restaurante divino, cualquier opositor de altos vuelos, no se conforma con menos que una Notaría y cualquier escritor con aspiraciones, aspira a ganar el Nadal. Pero nada ilusiona más a un escritor anónimo que la editorial te llame el día que más despistado vas y te ofrezca publicar lo que antes ya le ofreciste tu a él, tu libro.

Hoy leo en el tren (Sitges-Barcelona), pacíficamente sentado, Estampaciones de Alena Collar. No la conozco, no conozco a Editores Policarbonados, pero por la termodinámica y los diez euros que cuesta, tengo el libro encima de la mesa y dentro veintiocho relatos que han esperado a que terminara La tía Mame de Patrick Dennis, para hacerlos pasar, y entran despacio, educadamente, agradables y se van sentando a mi alrededor en los lugares que mejor les parece. Ahora voy en el tren y me acompañan por el andén, saben que no les he terminado todos, los otros para la vuelta y me acompañan, me esperan, regreso leyendo y cuando llego a casa, se sientan, quizá algo impacientes, veo a las perras, miro la huerta de invierno, los rosales podados, el olivo, hace frío, me siento junto a la ventana y me sirvo un whisky.

Leo relatos coherentes, frágiles con dos voces, una la del relato y otra, muy suave bajándome por el cuello, pero solo a veces, no siempre. A veces me detengo en una imagen, como si yo también me asomara a un balcón, para ver a los ancianos, el fantasma del jardinero y el rosal, veo caer la nieve sobre la pausa entre el llegar y no llegar.

Aquí, alguien sabe mucho de abandonos y ausencias, de todo lo que se ve desde la soledad, cuando estas asomado a un balcón, a un mirador tras los cristales, recuerdas algo y sin darte cuenta se te empañan los ojos o te brota una sonrisa y un recuerdo, que es lo menos que se le puede pedir a alguien que nos ha dejado.

Pero aquí sobre todo, alguien sabe aguantarse las lágrimas (y la nostalgia) y siempre asomada a esa ventana que he visto en tantos pueblos y he leído en Juan Benet o Rafa Sánchez Ferlosio, y alguien sabe escuchar muchas conversaciones de mujeres, muchas cocinas de carbón, muchas tardes de lluvia, alguien que sabe escuchar, incluso escucha en los paisajes el horizonte de Chillida.

-A Cifuentes le cambió la vida hace seis meses

Y te cuenta la historia, tan sencilla y llanamente como Pina le contaba historias de los vecinos del pueblo a mi madre y mi madre a mi y así sucesivamente. Y así sucesivamente, Marifé la portera, don Onofre, Loreto, Paloma etc y entre esa nieve que hay entre las pausas, también nievan paisajes que también yo conozco.  

No soy crítico literario, por eso digo lo que me parece y así me parece.

-También le digo a Alena que lo que menos me gusta son los títulos de los relatos (y los títulos son muy importantes), pero bueno, eso ya se lo digo yo en otro momento.

5 comentarios:

  1. Te agradezco muchísimo la lectura y el comentario. Y la generosidad de ambas cosas.
    A veces una quisiera merecer a sus lectores.
    Un abrazo.

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  2. Te los mereces y a su vez los lectores tenemos el derecho a que sigas escribiendo

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  3. ¿El huevo o la gallina? A través de la no-crítica llego al libro de Alena.

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  4. Me alegro de que haya llegado al libro de Alena y que lo haya leído y haya tenido la amabilidad de hacer una reseña.
    YO la hice en su momento porque el libro lo merece y la sensibilidad de Alena, también.

    Un saludo

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