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martes, 17 de abril de 2012

Camille de Toledo





Época de monstruos y catástrofes

 Acto I (único)
 Telón


Nuestra Empresa, limpia desde hace décadas los cauces de los ríos. Hemos intervenido en el Danubio, el Ebro, el Guadiana…
-¿Y salen cadáveres?
-Muchos, cada fin de semana.

Limpiamos los cauces de esos ríos, incluidos los muertos que aparecen, muchos de ellos son niños, jóvenes chicas violadas, mutiladas, algunos soldados, guerrilleros, partisanos; forma parte de los servicios de nuestra Empresa, después el agua hace el resto.

-¿Después?

Después ..., si, siempre es la memoria, el tiempo, el olvido, Robert Musil, los castillos de cartón piedra, las mentiras de Disney, los patos, Win Wenders, París,Texas. Sam Shepard

-¿Los patos de los ríos son de verdad?

De verdad, de verdad, solo son los muertos, pero para eso ya estamos nosotros, nos encanta nuestro trabajo y lo hacemos bien, podéis bañaros tranquilos en esas aguas. Intenta entender esto, hace ya cincuenta años que nadie busca París en París, ni Texas en Texas, hace cincuenta años que nadie habla de Robert Musil, todos preferimos a Bruce Lee, sus piruetas, su chándal, su flequillo. Limpiamos toda aquella filosofía, incluso la que se quedó pegada en el cauce del Sena, todo mierda, tal y como se ha demostrado, inservible, contaminada y ahora gracias a nosotros totalmente olvidada. ¡Somos tan necesarios!

Telón. Aplausos.



Traducción: Mathias Enard
Presentado por Editorial Alpha Decay
Librería La Central. Barcelona 17 de Abril de 2012.
Interpretación libre de Elías Gorostiaga.
Fuentes consultadas: Jorge Carrión.
Super.visión y música: Enric Cucurella.










sábado, 14 de abril de 2012

NADA SOMOS de Francisco Cenamor.



 Presentación en Barcelona. El Nostre Racó

Ediciones, Luces de gálibo. Poesía.
                                       Francisco Cenamor, Ferrán Fernández y Luis Vea

Tengo una deuda y Fernando Clemot tiene un bar. A mi me gustan los bares y a Fernando le gusta escribir, es novelista y prepara cócteles, a mi me gustan los cócteles, tiene un par de novelas en la calle y muchos más amigos que yo, amigos de los de verdad como Jordi Gol, fieles como el gas butano a las viejas estufas catalíticas. Y por mucho que quiera, tardaré tiempo en pagar mi deuda, pero no por eso dejo de ir a los bares y de leer novelas, relatos, poesías, conducir mientras escribo y acariciar a mis dos perras (Lula y Tina); más o menos en eso se me pasa la vida y en esperar, esperar el momento de saldar la deuda.
Uno no puede vivir dando largas, exhibiendo disculpas, porque las disculpas como el cuero terminan por ajarse y al final aparece ese olor de los desvanes, que es distinto al del resto de la casa, al fin y al cabo la casa siempre está en deuda con su desván y este con los baúles que guarda, donde también se instala otro olor aun más penetrante.

Mientras me confieso, leo el último libro de Francisco Cenamor, al que conocí ayer en El Nostre Racó, el bar de Fernando Clemot en la calle Boria de Barcelona, una pequeña calle, como todas las que bajan de Vía Layetana, en las que los letreros son más grandes que las mismas calles, un barrio de mezclas, lleno de personajes, bicicletas, perros con collar, poetas y viejos locales de cuando Bcn era una capital de provincias, con los pies dentro de unas alpargatas.

Francisco Cenamor es un tipo de Leganés, al que le gusta la música punki, que ha encerrado la poesía entre cenizas, como testimonio y experiencia de haber vivido y todo lo guarda, no en una carpeta, sino dentro de una tumba.

Ferrán Fernández, es  un catalán en Málaga y es el editor, además de periodista, escritor, amante, viajero y de ir de aquí para allá, con los pies llenos de lodo. Ferrán andaba y estaba anoche en Barcelona porque le daba la gana, ha dejado de dar clases por la misma razón y ahora se dedica en exclusiva a la Editorial Luces de Gálibo, una labor encomiable y ruinosa, que produce buenos títulos, como este de hoy, y buenos amigos, incluso buenas amantes si eso fuera necesario, que siempre lo es más que nada para no estar solo cuando se termina el día; es decir nada más que deudas.

 Esto es una entradilla, que dicen los periodistas, para crear ambiente en esta crónica y a mi “Nada somos” me crea un estado de ánimo y un paisaje devastado que se recorre desde la primera hasta la última línea de cada verso, de cada una de las páginas que entronca con la vena azul que también recorre el cuerpo de Cenamor de norte a sur, la siguiente vena azul:

No tardamos en crecer
Tampoco tardó Abuelo en morir
La bicicleta siguió presidiendo la entrada de la casa
Los habitantes del pueblo fueron pareciéndonos menos felices
Mi hermana dejo de ir
Abuela también murió
Se abrazó muy fuerte a su marido cuando la enterramos

La culpa que arrastra Francisco Cenamor entre los tobillos, donde los grilletes, es que todos esos paisajes no son suyos, todas esas imágenes que me traumatizan, no son suyas, suya solamente es la sensibilidad de rescatarlas de allá de donde las haya sacado, de ese desván, de la ceniza, del espejo, de un pueblo donde vive Abuela o Abuelo (que no son los suyos) y tiene la tristeza de decírtelo; escribe o te arroja a la cara, poemas cortos que trabajan como cuchillas y escribe poemas largos que son historias breves pero que no te caben dentro del cuerpo y es de Leganés del 65, pero creo que su vena azul viene de mucho más lejos, de otro siglo, de otro país, de otra ciudad, Kanagi, Tokio, Kioto o un arrozal dentro de un remoto lugar que no es este en el que estamos. Esa es su culpa y esa es su deuda y cada uno que pague como pueda.

Luis Vea, que es poeta (Hachazo de metrónomo), que es el que me descubre a Francisco, que empieza y termina mirándose en su propio espejo de bolsillo, como si se fuera a pintar los labios o la línea del ojo,  presenta el libro en la mesa redonda del bar, destaza finamente con un bisturí que nadie ha visto y ayuda a sacar los huesos y los paisajes de dentro de ese cuerpo y cuando termina esa disección, deja en la mesa redonda, los lotes, las porciones bien ordenadas, las láminas, las espinas, los flecos, el título, “Nada somos”.

Después, ya tarde, entre mesas y callejas, vamos a cenar a un bar sin nombre y nos ponen (como siempre) lacón;  y quesos en un plato muy frío. Bebemos vino y con la segunda copa a Francisco Cenamor le entra hipo. Mucho después es tarde, es muy tarde.

jueves, 12 de abril de 2012

VILA-MATAS (despellejando a un nuevo gato)



Enrique Vila-Matas es un escritor al viejo estilo, con sombrero y gabardina, señorío, un humor que cristaliza y te empaña la mirada, como cuando entras en una habitación algo cargada y además escribe de tal forma que te mantiene colgado de un hilo que no notas, pero sientes el vértigo de que tarde o temprano vas a caer a un vacío, aun sabiendo que debajo te espera una red bien tensada, como les gusta a los trapecistas. Sabía que Enrique Vila-Matas además de los libros tiene una mirada, pero no le había visto nunca en persona, hasta ayer 11 de abril (2012) en la librería +Bernat, donde mantuvo un cuerpo a cuerpo con Jordi Corominas, otro tipo serio que se ríe más de la cuenta cuando no quiere reír y que a veces también se pone serio hasta dejar de ser él. Y allí estábamos todos, porque en Barcelona, algunos lo son todos y cito a algunos como Fallarás, Zarraluqui, Zaforteza, Marsé y con eso ya se llena cualquier presentación, pero además había lectores perfectos, esos que se conocen los detalles, párrafos, personajes, títulos y poses del novelista, lectores perfectos que se acercan con el libro en la mano y esperan a la cola que se forma en unos segundos y con la avidez de llegar a tiempo.


Creo que decía algo de una mirada; si decía que Vila-Matas tiene una mirada. Uno no sabe como escribe  un escritor así, uno intuye que Murakami escribe mientras corre diez kilómetros y tan solo después de ducharse lo pasa al ordenador, pero Murakami es japonés y los japoneses son de otro planeta. Uno intuye que Vila-Matas le da un par de sorbos a un whisky, a una taza de te (según el día, según el minuto de ese día) y al final después de perder todo el tiempo que se tarda en recorrer diez kilómetros, uno siempre tiene algo que pasar al ordenador, o incluso escribir con mal pulso y buena tinta, sobre un papel en blanco y ahí es donde creo que la mirada del escritor se serena, se pacifica, se calma todo lo que una mirada así se puede calmar. Le vi sonreír y le vi escuchar, también le vi mirar y mantener la distancia con todos y cada  uno de los que se acercaron a bailar con él. Eso es lo que hacen los buenos púgiles, mantener siempre la distancia y una buena defensa francesa para que nadie te llegue a la cara ni te rompa el hígado, pero ese era el peligro, un peligro al que Corominas se acercaba a pecho descubierto, con la sola protección del flequillo; y de ese encuentro (breve), Vila-Matas siguió manteniendo la sonrisa y sobre todo la mirada, mientras que Corominas tuvo que sonreír, pero sabiendo lo que duelen los pulmones cuando se quedan sin aire. La librería llena hasta la cocina, primero lo intuyó y después lo notó, notó que el escritor dice las cosas como si estuvieran colgadas de un árbol, maduras y listas para echar en el cesto y la librería no se movió un milímetro de su sitio, por miedo a caer, a que se rompiera ese hilo invisible que te une al trapecio.  Lo mismo ocurre cuando lees o te acercas a sus novelas, (por llamarlas de alguna manera), y ellas mismas hacen que mantengas, esa puta distancia y antes que nada te hablan del extraordinario trabajo que hay dentro, del montón de horas, de las muchas noches, de toda una vida escribiendo, una enfermedad, una mirada.

No voy a transcribir el evento, porque por suerte para mi y para vosotros, la media hora de presentación, que duró el acto, está gravada y podréis entender de lo que hablo, podréis saber que a mi, Enrique Vila-Matas me gusta, porque es un escritor exigente y por eso también me cuesta. También estoy convencido que cuando oscurezca, él tendrá a alguien con quién conversar, alguien como Laurence Sterne y también alguien que le sepa preparar una taza de te.


martes, 10 de abril de 2012

Vitoria-Gasteiz




Todo gira entorno a la almendra del casco medieval, formada por las calles Tintorería, Cuchillería, Escuelas, Correría, Zapatería, Herrería, y esas calles se abrazan desde la iglesia catedral de Santa María por el Norte, hasta la Plaza de España y la plaza de la Virgen Blanca por el sur. Toda la vida de la ciudad gira entorno a la almendra, como si fuera el ombligo de la ciudad y síguele sumando más parques y jardines románticos, acacias, tilos, castaños, el ensanche, la universidad, el complejo deportivo de Mendizorrotza, el Palacio de Congresos y este mundo tan organizado, a su vez se rodea de campas de trigo y el monte Orbea, todo eso y apenas vimos coches.
Como es primavera las nubes llegan bajas y llenas de agua, agua fría de otro norte que llueve suavemente, inundando cada paso del color verde de la ciudad y esos innumerables pequeños jardines. A primera vista en primavera, VG es así, verde y limpia y así quieren que se la conozca. Las casas viejas y las nuevas tienen miradores pintados de blanco, como si necesitaran ver lo que ocurre fuera, los paseos, la vida, los restaurantes, las tabernas y el caminar de la gente que camina y contempla bajo los paraguas, gente amable que disfruta de esos paseos y de los amigos y que no pierden el tiempo en explicaciones largas, son concisos, te miran a los ojos y se van a sus asuntos, que son los que les sacan de las casas, las tabernas, los trabajos y les mete entre los amigos. Así tejen cada día esta sociedad.
Lo primero que hacemos después de alojarnos en la planta octava del hotel, desde donde se ven las copas de los árboles del paseo de la Senda y el palacio Zulueta que ahora y en estas fechas empiezan a despuntar, pues eso que lo primero es hacer tiempo, hasta la hora de visitar la catedral de Santa María. Y así es como nos adentramos en esa famosa almendra medieval, por la Plaza de España, la Plaza del Machete, la iglesia de San Miguel, el paseo de los Arquillos. Y uno cree que esta ciudad es plana hasta que llega aquí y se llena de pequeñas cuestas y balconadas grandes, desde donde te vas haciendo a la idea de lo que es y de lo que fue. Pasamos así yendo y viniendo un par de horas y entramos en alguna taberna, porque no todo es andar y caminar, también hay que arrimarse a una barra y pedir cerveza y eso estaba claro desde el principio, que cuando llegan las dos de la tarde buscamos mesa en el restaurante El Machete, pero no hemos reservado y está completo, así que nos metemos en Sagartoki, una sidrería muy popular, con una barra muy larga. Nos dan servicio para una hora más tarde, asi que esperamos en esa barra entre un desfile de pinchos, bacalaos y tortillas. Una hora así da para alguna cerveza más y algún pincho. Entramos al comedor, no sin discutir por quién va antes o después de entre los que esperamos,  pero al final hay mesas, siempre hay mesas para todos. Comemos corazones fritos de alcachofa, solomillo de ternera con pimientos de piquillo y torrijas. Salimos de allí bajo la lluvia y bajo los paraguas y subimos otra vez todas las calles que nos llevan hasta la colina donde construyen la Catedral.

Santa María

La Catedral de Gasteiz no se ve nunca, sabes que está allí, rodeada de casas y de andamios, sabes que está y ves la torre del campanario, secuestrada, pero no ves la Catedral. La intuimos cuando nos meten en un cuarto y la guía proyecta las primeras ilusiones de cómo todo esto comenzó siendo unas chozas, un pueblo, una villa y la ciudad actual, una sucesión de guerras, no muchas, sucesiones políticas que llenaron la villa de iglesias, entre otras la que ahora visitamos y que tan pronto la hicieron formar parte de un territorio como de otro, siendo la parte más riojana de Euskadi, la más tranquila de las tres regiones y la cabeza política con el parlamento y la residencia del Lehendakari en el palacio de Ajuria.
 Como otra catedral más, de este país de catedrales, esta es del siglo XIII y por tanto gótica y lo que ahora la hace invisible y a la vez más visible que las demás, son sus obras, de hecho el programa de visitas y promoción del templo se denomina así “abierto por obras”, si, abierto por los cuatro costados, por el cielo y por el suelo y rodeada de andamios. Provistos de cascos, entramos por el norte y nos metemos bajo los cimientos y los muros, vemos así la profundidad de la cimentación, renovada y fortalecida con las mismas técnicas constructivas del siglo XIII, cal y piedra, sin añadir una gota de hormigón, salvo en una de las columnas. Es así como se restaura ahora, dice la guía. Subimos hacia el paso de ronda, que es el muro por el que se vigila la ciudad desde la iglesia fortificada y volamos entre andamios por el crucero de la iglesia, viendo el detalle de la inclinación de los arcos, por culpa del peso de la nueva cubierta que reemplazó a la antigua más ligera (de madera) pero menos catedralicia y la causa de que se tuviera que llegar a esta reconstrucción (el peso de la nueva cubierta de piedra no calculó la fuerza de las columnas y estas se fueron inclinando hasta arruinar y hacer peligrar el edificio en si). Y así estamos desde el año 1994 en la que se cierra al culto, se redacta el proyecto, no comenzando las obras hasta el año 2000. A fecha de hoy han conseguido detener aquel deterioro, estabilizar los cimientos y garantizar la seguridad del edificio, sin que el proyecto tenga todavía claro el final, dados los continuos cambios que el proceso requiere. Por supuesto la guía cumple el horario y la visita de cincuenta minutos, finaliza a los cincuenta minutos de haber empezado,  y así devolvemos los cascos y damos las gracias por todas las explicaciones. Es la primera vez que veo una catedral desde los cimientos hasta el último arco, sin un solo altar, un santo, una virgen, una vela, un cura, ningún tipo de predicación, agua bendita, religión ni misticismo, tan solo arquitectura desnuda, alejada de dios e intervenida por los hombres, para su salvación.

Vitoria, además de la catedral vieja, tiene una nueva la de María Inmaculada, rodeada de jardines (parque de La Florida) y viviendas del ensanche, una iglesia que más parece un museo (de hecho es el Museo Diocesano de Arte Sacro) que una catedral y sobre cuya piedra (demasiado nueva) no ha vencido el tiempo y justo al lado el edificio del Parlamento Vasco. Y como en otras ciudades paseamos entre calles y callejas y en ese ir y venir V, enseña a sus visitantes el modesto Museo Fournier donde se guarda la historia del naipe, la típica baraja con la que todos hemos jugado alguna vez, que se fabrica aquí en esta ciudad para todo el mundo. Y otra cosa no habrá, pero Vitoria entre otros puedes visitar el Museo del Farol, el Museo Vasco de Gastronomía, Etnográfico, de Arqueología, el de las Siervas de Jesús, de Ciencias Naturales, el de la Armería de Alava y como no puede ser menos ni más que otras ciudades, el Artium, Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo.

Artium

Estos días y hasta el principio de noviembre, se expone “Tiempo y urgencia”, la reconstrucción en ocho lienzos del Guernica de Picasso, una planta dedicada a una labor del artista José Ramón Amondarain, un trabajo ilustrativo y divulgativo de esta obra, clave en la historia moderna de España. Se recorren las distintas incorporaciones y momentos creativos del artista, (ocho fases) hasta llegar a la obra tal y como la conocemos. En esta conmemoración del 75 aniversario del Guernica,  puedes participar con un puzle gigante en el que cada visitante rellena una parte del cuadro, con un dibujo, un escrito y que se va colgando hasta reconstruir por completo la obra, por el anverso, por el reverso se verán esos comentarios y colaboraciones de los visitantes, todo se completa con un libro que se editará cuando esto finalice. En otra planta del Artium visitamos la exposición fotográfica, poética y video instalación de la artista guatemalteca Regina José Galindo (1974)  titulada “piel de gallina”, una reflexión poética sobre la mujer, el maltrato, el estado embrionario del mal, la tortura y con la advertencia de que algunas de las obras pueden herir tu sensibilidad: “Soy una perra/ una perra enferma/ el mundo mordió mi corazón/ y me contagió su rabia.” Esta estrofa forma parte de  un poema más largo impreso en una de las paredes y que también se representa en una instalación de video mientras se ve a la artista, gravando con una punzón en sus brazos y piernas la palabra “perra”.
La visita del museo se completa con un mural de Miró, formado por placas de cerámica y la instalación de botellas que forman una lámpara espectacular sobre las escaleras del hall de entrada de Javier Pérez (Un pedazo de cielo cristalizado).
Por fuera el edificio está rodeado de algunas joyas en forma de esculturas de Chillida, Serra, Oteiza, Larrea.  
A medio día no llegábamos a una docena los visitantes del museo, tantos como vigilantes de las salas y eso me devuelve la continua reflexión sobre este tipo de museos. No se si sobran, lo que se es que no hace falta que cada capital de provincia (en la que existen obras de arte en forma de edificios religiosos, arquitectónicos, palacios, plazas) tenga su museo de arte contemporáneo, todos igual de vacíos, igual de costosos, exhibiendo un arte de muy dudoso valor y que conecta escasamente, con las inquietudes de la sociedad en las que se aloja y que los sostiene. Con el tiempo, este tipo de fábricas quedarán en abandono, igual que les ocurrió, en las sucesivas revoluciones, a los distintos edificios industriales de las ciudades y será cuando en ellas se instalen, jóvenes creadores, vagabundos, músicos, okupas, y quizá entonces se de a sus muros un valor al que ahora se le supone, entre otros a este Artium, un muerto viviente más en este caro cementerio del arte contemporáneo, pagado con dinero público.

El Portalón

Posada del siglo XV,  en la que comemos caracoles, rape, cochinillo, vino de rioja, postre (pantxineta –hojaldre con crema pastelera- y tarta de manzana con helado de tofe) y café. Nos sacan bien los dineros, pero bien y nos quedamos sin hambre y sin ganas de comer, hasta el día siguiente. Pero el edificio, con sus distintas plantas, llenas de comedores y pequeños salones, cada uno con detalles que te trasladan sin esfuerzo a una época dorada de la literatura española, convulsa en los político, en la que nadie escapa a la picaresca, los trabajos duros, los días largos y las comidas de siempre. No obstante seguimos creyendo que este menú, que aquí se encuentra sin esforzarse mucho, en restaurantes de Londres o en París lo tendrías que buscar y lo pagarías multiplicado por tres. El resto de comensales, comían y bebían con salud y placer, hablaban en voz baja y disfrutaban de ensaladas, carnes y pescados, que como nosotros es una de las partes de cada viaje. Todo bien, menos la nota de color del niño Mikel, de dos años de edad, para el que los detalles del Portalón, se convertían en un juego solitario, igual que las mesas, las moscas invisibles, la comida y los pies de los camareros. Después vimos a otros niños prácticamente iguales, repartidos por los demás comedores.

También vamos a ver un partido de pelota en el frontón Ogueta, jugaban Olaizola II y Beroiz contra Titin III y Merino II, uno de esos partidos profesionales de un deporte mítico, que también tiene la raíz en estas tierras y que forma parte de una cultura vasca tradicional y noble. Hay más de todo para volver y seguir viendo, pero lo único que faltan son más días. Volvemos por el puerto de Vitoria, cruzamos el Condado de Treviño y la Sierra de Cantabria hacia Laguardia, un pueblo de la Rioja alavesa, rodeado de viñas, lagunas y una muralla medieval que guarda mucha piedra y algunos rincones muy agradables y apenas mil quinientos habitantes. Allí compramos vino y salimos a buscar la autopista para Barcelona.


jueves, 29 de marzo de 2012

DAN FANTE


Un legado de escritura, alcohol y supervivencia
Sajalín editores
(Traducción de Federico Corriente Basús)

Presentación en el bar Heliogàbal (Vila de Gracia-BCN. 27/3/2012)


                                                    Dan Fante y su esposa

“Todos los demonios han desaparecido, son poco más que ecos en una habitación recién pintada. Todo lo que queda es mi amor.”


Llegar a la Vila, después de cruzar por Barcelona, siempre te da la sensación de atravesar una frontera y terminar dentro de un pueblo como Gracia, rodeada de su muralla invisible, plazas y terrazas, un territorio hippy, punkie, okupa, con diseñadores, libreros, poetas, editores, novelistas, músicos, traductores, talleres de circo, nuevos y viejos románticos, restaurantes, pequeños cafés, cines e iglesias y el bar Heliogábal. Y es allí donde el martes 27 de marzo de 2012, han elegido Miqui Otero y Kiko Amat, Francesco Spinoglio y los chicos de Sajalín para traer a Dan Fante, el hijo escritor del mítico John Fante, y presentar en Barcelona el relato de su vida, la herencia de su padre, (como dice el título) un legado de escritura, alcohol y supervivencia.
                                                    Francesco Spinoglio

Pero al primero que veo al llegar a la calle Ramón y Cajal es a Francesco Spinoglio, hablando con uno de los de la editorial Sajalín. Hemos llegado con tiempo, hemos aparcado a la primera junto a unos contenedores de basura en zona de carga y descarga. Falta más de una hora, el bar está cerrado y nos vamos a callejear por las tiendas. Francesco sonríe, su escritor de referencia ha venido de los Angeles, le acompañan su mujer y su hijo y estará con ellos, igual que estuvo la última vez.

Dan Fante, es la memoria de su padre. Su padre era un tipo duro, con un oficio duro, el de escribir novelas, guiones y novelas, un tipo que le ponía el corazón y las entrañas en cada página y Dan así lo aprendió, eso y un carácter explosivo mezclado con el fracaso de no conseguir el reconocimiento literario que persigue, forman el esqueleto sobre el que se van montando sucesos reales, experiencias, padres, hijos, trabajos, hoteles baratos, tabernas, escritura, el aroma de queso parmesano, mil gatos, mil perros, borracheras, palizas, shitkikers, el dólar rápido de Hollywood, es decir una vida compleja, una lengua afilada y maliciosa y la devoción católica envolviéndolo todo. Una vida, la del padre John que se desdobla en la del hijo Dan, como una herencia genética de escritores. Ahora lo tenéis ahí (nº13 de la colección al margen) todo bien resumido para que podáis saber cómo se vive una vida desde dentro y por otro lado, para los que pudimos saludarle, una referencia viva delante de nuestras narices; por unas horas estaba a nuestra disposición, con esa amabilidad dura del que ya no necesita seguir peleando en este puto ring en el que estamos los demás, reposando como un viejo guerrero  con su joven mujer y su hijo pequeño, un chico rubio que camina a su lado y mañana, todos se irán a Francia a casa de  un editor amigo; así vive un escritor.
                                                              Laura Fernández 
 Y cuando son las nueve llegamos de nuevo al Heliogábal que sigue cerrado. En la calle ya esperan los primeros. Saludo a Ana Llurba de Honolulu Books hasta que aparece Juan Soto que saluda y al que me presento, sin preámbulo alguno.
-Pareces más joven –dice-
Y uno tiene la edad que tiene, pienso y sonrío. Juan Soto que es el escritor que es, fuma y viste con la raza que le dan sus dos novelas, se le reconoce bien, es un tipo ágil que va y viene mucho, que es flaco porque es joven y porque fuma mucho y al que todo el mundo conoce.
-Me voy a Madrid, el jueves, en Alsa.

Y esas estamos cuando suben la persiana del bar; dentro tienen preparadas dos hileras de sillas que lo ocupan todo, al fondo a la izquierda hay una barra que se ha encogido para que quepamos. En dos minutos cabemos sentados y en otros dos minutos se forman dos filas más con gente de pie, acostumbrados a esperar autobuses, viajar en metro y acodarse en una barra. Y los organizadores, Amat & Otero, dan paso al evento que consiste en leer fragmentos de sus obras.
                                                               Cristina Fallarás

Se suceden Raul Argemí, Lucía Lijtmaer, Cristina Fallarás, Francesco Spinoglio, una Laura Fernández adorable y el propio Dan Fante que despide a la intérprete porque una traducción mata el espíritu de la lectura, algo dramatizada, de algunos de los momentos del libro. Y para dramatizar y teatralizar todos pusieron su punto de emoción, pero Cristina Fallarás se entregó como se entrega siempre esta novelista que fue capaz de meterse dentro de la novela para salir de ella convertida en personaje.
                                                                    Juan Soto

 El homenaje de Barcelona al escritor italo-americano es así. Entre el público no falta el editor David Martín Cope, ni Javier Calvo o Manolo Vázquez y Ana S. Pareja. Los coros del Helio se los hace el bar de la esquina, un segundo lugar para descansar. Cuando esto termina y la gente forma corros, salimos y nos vamos a cenar un falafel rápido en un restaurante de la calle Verdi y cuando volvemos al bar ya han desaparecido las sillas, los micrófonos, no queda rastro de Dan Fante ni de su familia, pero sí que me encuentro a Francesco, recogiendo las sombras del evento, guardando los demonios y ecos bien doblados, la barra se ha estirado, mientras Amat & Otero (dos auténticos Hernández & Fernández), ponen música para sus amigos, mientras dejan algunas sonrisas translúcidas parecidas al gin-tonic, pero es martes y todos los demás, los seguidores y lectores, caminan despacio para sus apartamentos a continuar traduciendo y escribiendo.
Montado en el coche para volver al Garraf, veo a Juan Soto salir del bar de la esquina posiblemente en dirección al Helio, pero tampoco estoy seguro si en ese momento va o viene o posiblemente tuerza a cualquier otra parte, le siguen su novia  (una chica rubia con zapatillas Nike blancas) y dos jóvenes bueyes con bigote y gafas de pasta que caminan despacio como si subieran una cuesta. Queda pendiente una cerveza para darle continuidad a todo esto.   Por hoy no hay nada más. Un abrazo a todos.




Kiko Amat y Miki Otero
 
                                                            Dan Fante