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jueves, 20 de septiembre de 2012

HOUELLEBECQ (un clochard en Barcelona)




Cuando salí de casa, una rata también salió de las alcantarillas que discurren bajo el ambulatorio y saltó al paso de dos chicas que también saltaron, corrieron y gritaron de asco y rabia, que son emociones muy femeninas ante una rata joven. Todo el conjunto me pareció un pas de deux con rata y así seguí el viaje a BCN y dentro de la ciudad al edificio del Institut Français.
El acto al que asisto, después de coger con éxito el metro y el autobús, es un encuentro con el autor de Las partículas elementales y la más reciente El mapa y el territorio, este tipo se llama de forma impronunciable y se escribe de forma incomprensible Michel Houellebecq, un tipo incómodo.
 Son las siete menos cuarto de la tarde y nada más llegar le veo sentado a la puerta del Institut, contestando preguntas de periodista y gravado por una cámara de TV3. Al paso saco fotos, que son estas que hay por aquí y sufro las primeras sensaciones del autor. Las imágenes no pueden negar su estado físico, su decadencia, su enfermedad interminable, no se si ha perdido la vida, la fe o la esperanza, pero su estado de ánimo conversa con su estado físico, la herrumbre, la fealdad, el sufrimiento, las bases de la poesía que ahora se presenta como único volumen que integra cuatro libros escritos entre los años 1991 y 1999. Y es de ese sufrimiento, de ese dolor continuo, de esos constantes cambios de humor, de donde bebe y gracias a la poesía, se va salvando, a eso y a la vanidad de publicar.
A las siete de la tarde, un encargado del Institut, abre una puerta y rompe la fila, torciéndola hacia la calle para dejar libre de paso el hall ocupado por todos nosotros y por allí es por donde veo entrar a Herralde, con la misma chaqueta y la misma corbata de hace treinta y dos años, con la misma sonrisa,el mismo corte de pelo
-Los años no pasan, amigo -o solo pasan por Houellebecq y a tal velocidad que uno no sabe en que momento de la curva se va a estrellar y cuando-.


 Rehacemos la fila y ahora tengo delante de mi tres chicos seguidores del novelista, ríen felices, apasionados, quieren ser escritores malotes, taciturnos, amargados y a la vez llevarse del brazo a la chica que mejor baila, pensamientos ya de por si infantiles y a la vez decrépitos a punto de pudrición. Por detrás de mi, la fila ha crecido y se pierde de vista, calle abajo.
A punto de pudrición, con cansinas risillas a cualquier comentario, a punto de pudrición y a las siete y veinte, abren la puerta del auditorio y se mueve la fila, despacio y en orden, como cuando se entra en la ópera o en un barco. En todos esos instantes, no he dejado de notar el aliento de los cigarrillos de H, flotando en el ambiente, veinte meses sin fumar te afina el olfato.
La primera impresión al ver el escenario es desolación. El director de esa puesta en escena ha colocado un pantallazo con la portada del libro en foto fija, que no es otra cosa que la cabeza del escritor fumando, debajo de ella solo falta el féretro del autor, pero dado que no hay ataud toda la carga del evento cae sobre el lateral derecho con tres butacas y un atril, formando un desequilibrio que termina torciendo el cuello de todo el auditorio.

 El acto consiste en la lectura de una docena de poemas de la antología que ahora se presenta. Comienza H y a cada poema en francés, le sucede la declamación en castellano por parte del actor Raimon Molins. H saca de ese cuerpo escuchimizado una voz preciosa, con una cadencia y un ritmo envolvente que uno desearía escuchar y escuchar con los ojos cerrados, de hecho veo a gente así, deleitándose, pero los poemas son breves. Raimón Molins lee su parte y resulta correcto, agradable aunque con un exceso de reverencias, ya que H y él se cruzan una y otra vez, se sientan y se levantan una y otra vez, para ocupar sus turnos frente al micro del atril, y cada una de las veces al actor cede al paso una leve reverencia, ya digo, en un exceso de cortesía protocolaria, sin que a H le importe una mierda. Y así se pasan las ocho de la tarde, poema a poema, y la sensación es buena, me gusta esa dureza, carente de razón y cargada de imágenes impactantes, de nuevo uno se da cuenta de que esos hilos son los que sostienen el pellejo de este títere en verso, que exuda resentimiento y culpabilidad a chorros.

A partir de las ocho de la tarde, la tercera butaca ocupada por el impecable Fabrice Bentot,  esquematiza  una conversación, Bentot pregunta y H responde, esa era la teoría, en la práctica cuanto más interés muestra Bentot, más jodidas se vuelven las respuestas de Houellebecq, hasta llegar al absurdo criminal en el que uno pregunta y el otro divaga entre espacios vacíos en el que ni siquiera habitan partículas elementales, silencios, murmuraciones y respuestas más o menos claras sobre poesía, alejandrinos, sonetos, estructuras dobles, razones físicas y razones para componer novela y poesía, la cosa se fue enturbiando y el carácter del escritor, su mirada y hasta el propio pigmento del cuerpo van cambiando, como se mimetizan algunas especies de animales, hasta que H sacó un cigarrillo y lo encendió delante de todos, lo que provocó cierto revuelo y carreras para encontrar un cenicero.
-Pueden saltar las alarmas anti-humo –dijo uno, algo preocupado-
-No se preocupen –contestó H, con cierta sorna- nunca saltan, tengo cierta experiencia.
Después de aquello y de algunas preguntas más, pasó el turno y el micrófono al público, un turno que llegaba al filo de las nueve, hora de cierre y al público, francesamente cortés le dio tiempo a preguntar tres veces, la última de las respuestas del escritor fue para comentar el vigor de Dominique  Strauss Kahn, en sus relaciones con las mujeres, quizá lo que más le ha impresionado en los últimos meses.
-Ahora el señor Houellebecq firmará ejemplares –dijo Bentot-
-¿A si? –murmuró Houellebecq-

Mientras todos salíamos, él se quedó sentado bajo esa luz cenital del auditorio, fumando despacio, a medio morir, vestido como un pordiosero, un clochard, esos tipos que te encuentras abandonados por las ciudades, sin ganas de hablar, astrosos, de mirada perdida, que igual pueden esconder un novelista, un bohemio o un asesino a cuchillo. Es Michel Houellebecq y estuvo en Barcelona.



Buena entrevista en La Vanguardia, por Xavi Ayén

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El legado de JACKSON POLLOCK



 

Solo la desolación del hombre crea una sombra con la misma forma. Esa pulsación para perpetuar el miedo del ser humano es la esencia del arte y su transformación en materia solo se logra tras la interpretación del artista, consumar ese estado de ánimo en forma de cuadro, escultura, poema, novela, drama, interpretar el grito, la postración, el deseo, la codicia, la soledad, el dolor, el olvido, la lujuria, la muerte, el cansancio del insomne, es algo que todo el mundo distingue, pero que pocos pueden expresar de forma única e inconfundible y cuando esa manifestación lleva un sello personal, el reconocimiento del artista fluye de forma universal y paradigmática.

Bruegel el Viejo examinó a los suyos y reflejó sus pecados como antes lo hiciera el Bosco hasta dejar extenuados a legiones de esqueletos y desventrados a todos los peces, todas las guerras, todos los paisajes, Velázquez sacó de las entrañas las expresiones más auténticas, Goya pintó la barbarie de su época, Picasso terminó con todos, sus vanguardias, destruyó los museos, las casas de putas, a sus mujeres y a sus hijos, a los amigos, los paisajes, a los caballos, los toros, los símbolos y todos los que vinieron después, solo se dedicaron a llorar, todos esos americanos derrochadores de ingentes cantidades de pintura, tabaco, whisky, caballo,  incapaces de seguir ningún camino, aturdidos por el sonido de sus cadenas, de la música negra, de las calles, del gueto de Nueva York, de Chicago, de Boston,  creían que todo era nuevo, pero ya antes todos los que trabajaron e interpretaron la desolación del hombre, en el período de entre guerras, se habían dedicado a arrasar los paisajes, algunos cabarets, todos los cafés, nerviosos, drogados, pendencieros, suicidas, destriparon todas las cajas de música y sus delicadas bailarinas, preñaron a todas las que se arrimaron para abandonarlas después, enriquecieron los museos y las colecciones de arte de los americanos millonarios, de esos chatarreros con chaleco de la quinta avenida de Nueva York, verdaderos dueños de la gran depresión de los años veinte y continuaron llenando sus tumbas de oro, con las guerras de Europa y a la vez, el apellido judío como el Apocalipsis de las viejas escrituras y esa sensibilidad especial para sacar de las arenas, el correspondiente cuerno de oro, llenó de riquezas todo lo que dio de si la fantasía de esos apellidos, que después fueron insignias y apuestas de las alcaldías Guggenheim más insignes y a una escala nunca antes vista. En esa apuesta con todas las cartas marcadas intervinieron, primeros ministros, periodistas, reyes, ingenieros, nuevos materiales, físicos de naturaleza cuántica, alquimistas, pescadores del Nervión,  marchantes con los almacenes llenos, arquitectos, banqueros y arzobispos, con la complicidad del pueblo que hizo colas bajo la lluvia para asomarse a ese balcón, que solo era una jaula para mirlos muertos.

Y ante tantos muertos, tantos resucitados y para celebrarlo, Bacon retorció la carne y la hizo hombre sin esperar a que resucitaran los cuerpos, que ya habían sufrido bastante para no esperar más dolor con una nueva vida, los pintores histéricos rusos con un dolor a bayoneta calada e hipócrita en cada riñón, las vanguardias alemanas, aturdidas, cobardes, los fumadores de pipa ingleses, saltaron con los pies atados y la cabeza vendada.

En una disciplina paralela y autores del mismo calado y no menos auténticos, superdotados para capturar el dolor,  callados, ausentes, después de haber abandonado su cuerpo, Chillida intentaba esculpir el horizonte hasta conseguirlo, había retorcido todo ese dolor con maestros artesanos del hierro en fundiciones olvidadas por las crisis, había conseguido que el mar respirara en su mano, pudo ver con sus ojos cada vez más tristes, el pelo del viento, se asomó a habitaciones nunca antes abiertas y ese impacto, calló a plomo sobre el último de los hilos que sujetaban su silueta. También abrió caminos, sin cerrar ninguno, no tenía aquel temperamento destructivo de Picasso, ni sus demoledoras caderas, no encerró el sufrimiento, lo dejó libre por esas campas verdes de su maldita tierra.

Y de todo eso, también calladas todas las figuras de Alberto Giacometti. Comentan en silencio el horror, sus caras perplejas, consumidas, que caminan calcinadas, salidas de los relatos y las inabarcables y enfermizas novelas de Samuel Beckett, de sus dramas circulares, de sus hallazgos en esos artesonados del sufrimiento. Lo que esconden las miradas de sus esculturas son materia reservada, pero en sus partículas elementales se escribe el ADN de la guerra y con ella la barbarie, el sufrimiento, el grito, la crueldad, toda esa tierra quemada que constituye un periodo de nuevo entre guerras, el tiempo actual y última frontera, una vez más la línea de salida.

Pero el dolor sigue y más cuanto más bienestar. Hoy en la Barcelona ruidosa de 2012, entre todo el barullo solo oigo chillar a un niño de cuatro años, nadie es capaz de consolarle, nadie en el barrio llama a su puerta, ni pone orden. Ese niño desobediente apaga el ruido de los motores diesel, detiene el viento, vuelve ética la crueldad. Hoy solo oigo chillar a un niño neurótico, sin principio ni final, sin que nadie escuche a su alrededor, sin padres ni abuelos, nadie, solo sus chillidos de cuatro años, incansables, profundos, hirientes, pisa el pan, los cristales, las papillas, los recuerdos, las emisoras, las pantallas digitales y sus emisiones vía satélite. Solo grita y el mundo es sordo a su alrededor, es Jackson Pollock y alguien, cuando sale de la habitación, recoge, guarda y almacena su berrinche, sella y etiqueta todo ese llanto.
 

Para que celebréis el final del verano y la primera lluvia de otoño, en esa Barcelona se celebra por medio de la Fundación Miró, el llanto suicida de Jackson Pollock, otro tipo que ya no podía retorcer carne y se dedicó a retorcer pintura, tumbó todos los caballetes y puso el lienzo de dimensiones industriales en el suelo, creando el action paiting, que se disecciona como influyente comportamiento de los performance actuales. Y esas últimas tendencias, tan neuróticas que se deshacen como un puñado de arena entre los dedos, se revisan como el casco oxidado de una barca a final del verano, intentando sacar nuevas sensaciones y sobre todo que la barca con todas sus circunstancias no se termine de hundir. Ese niño llora y llora y ni siquiera el paso del tiempo y la lluvia lo calla.



 

viernes, 14 de septiembre de 2012

NO LEER


Alejandro Zambra
NO LEER (Alpha Decay 2012)
240 pg. 16€

Librería Laie
13.09.2012. 19.30 horas. Barcelona

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foto: Ernesto Escobar Ulloa

Es la terraza de la Librería Laie, en Barcelona, un espacio verde con un par de sombrillas y treinta sillas de tijera y hierro forjado, es el espacio que elige Ana S. Pareja para “aprovechando que estaba en Barcelona” presentar el libro de Alejandro Zambra NO LEER, a pulmón y sin micrófonos, un espacio para fumadores y bebedores de cerveza y allí estábamos.
-Yo intentaré hablar muy alto –dice Alejandro- muy alto –repite y mira al público-

El caso es que los intentos del escritor por ser oído, no se consiguen y a menudo el mensaje quedaba roto, al cabecear entre los asistentes al acto, y los compañeros de tertulia, la editora Ana y el crítico Ignacio Echevarría, así como el ruido de fondo de los equipos de aire acondicionado de los edificios del ensanche y el run run de Cucurella charlando al fondo con un amigo, así todo nos pudimos enterar de las reflexiones del autor sobre este volumen de crónicas y ensayos, cuando la literatura se vive como una pasión.

Cualquiera que vea a Alejandro Zambra por primera vez, tendrá la impresión de que es un tipo que está muy cansado, inmensamente cansado, que se acerca a las personas y a las sillas despacio, implorando por una necesidad fisiológica, la de encontrar un lugar para reponerse de un inmenso esfuerzo. Esa impresión se refuerza cuando se echa a hablar, habla despacio, como en un espacio confuso lleno de palabras que previamente tiene que ordenar muy metódicamente y ese territorio de palabras es tan grande que el esfuerzo que provoca es suficiente para que uno se de cuenta de por qué el autor a veces se muestra tan abatido, porque además no solo son esas palabras precisas que busca, son los hechos que las envuelven y la forma de desenvolver ese regalo sin estropear el envoltorio, es tan pausado y su tempo tan espacioso como la siesta de un Koala y no era la hora de dormir la siesta, más bien es la hora a la que todos los escritores y no escritores reunidos (Ahinoa Rebolledo, Rodrigo Fresan o Carlota Mosseguí), estudiantes en paro, desperezan sus sentidos, se toman el primer café con leche del día y salen a la calle bendiciendo que por fin empieza a aflojar, de una vez este verano (de los cojones) que lleva apretando desde mayo.

Esa era la situación, como color del decorado el verde de las ventanas que coincidía con el verde de mis pantalones y la camiseta verde, (del ejército israelí) que llevaba encima, la luz era la de la fachada del patio que bajaba en picado sobre el lateral de ventanas en el que me sentaba, dejando a oscuras o casi en penumbra al resto, (incluidos ellos).

El acto resultó sincero y como siempre, yo en particular, echaba en falta a más escritores y críticos, más público, más emoción. Literariamente Alejandro se dejó querer por todos y jugó con algunas ideas que iba cambiando de mano como un malabarista, no se sacó nada de la chistera y no contestó a ninguna de las preguntas de la mesa y contestó a todo, de una forma mas o menos dispersa, como esas nubes de verano que caen donde caen, sin tener en cuenta lo seco del terreno y dijo cosas que ya sabíamos todos, que los catedráticos saben mucho pero ya hace tiempo que no leen nada y nada es nada, y que de lo que se dice que se lee, tan solo la mitad, puso algunos ejemplos y esa afirmación, fue perfectamente dibujada por la editora de Alpha Decay, “solo leen, de forma convulsa, los adolescentes” y hasta el propio Zambra sabe que muchos críticos escriben sobre novelas no leídas y que  nunca van a leer, pero de las que hablan en cualquier foro e incluso dan detalles. De eso trató este encuentro con el autor de No leer, sin culpar a nadie, porque al fin y al cabo cada uno gana el tiempo que quiere, la soledad que implica, la falta de relación, eligiendo los libros que no lee, la cuestión es no engañarse o no engañar a la hora de hacer cuentas en tu biblioteca, cuando llega alguien a casa.  La cuestión es que Ana S. Pareja ya tiene en su almacén un escritor con mucho recorrido, que los años pasan y sigue demostrando que es una de las editoras más listas y de más raza de la ciudad y que despidió el acto diciendo que ahora se irían a tomar cervezas aquí y allá y que si alguien se apuntaba que lo dijera, para conocer el lugar. Sobre Ignacio Echevarría, solo apuntar que estuvo expectante como los demás, algo apagado, pero confortable en esa media luz. A estas alturas de la vida y de la crítica, es uno de los que pueden escribir y opinar de libros no leídos con toda la seriedad del mundo. Ese es el prestigio que dan batallas como la de Babelia, la de no escribir en El País y poder seguir vivo.


viernes, 31 de agosto de 2012

Palabras para Julia




Acuérdate de esta fecha, es el veintisiete de agosto de dos mil doce y son las cuatro de la tarde, acabas de nacer. Desde este momento empieza tu cuenta atrás, no es la cuenta de sumar como cree el resto de la gente, tu madre y yo sabemos que estas cuentas siempre restan, los demás creen que empiezan a pasar los años, que solo es una suma de días, pero tu también aprenderás que el tiempo siempre pasa en nuestra contra, como el agua de los ríos que ya nunca vuelve y contra nuestro poder y voluntad, es lo que llaman la vida. Ahora lloras y ahora te mueves de forma espasmódica, hace frío en esta habitación, oyes un idioma que no entiendes, ruidos que no distingues, casi no ves, apenas tienes los instintos de cualquier animal, pero más inútil, apenas te puedes mover y dependes de nosotros para que puedas salir adelante, de nosotros y de tu naturaleza que tira con fuerza. Pesas tres quilos y mides cuarenta y nueve centímetros, eres muy bonito y tu madre y yo no te dejamos ni un minuto, piel con piel las veinticuatro horas, dándote calor. Ahora duermes y lloras y expulsas meconio, heces, no se si sueñas, si tienes pesadillas, no conoces a nadie, pero ya hay gente que te ha venido a ver, que te sonríe y que te acaricia, pero no lo olvides la cuenta ya está en marcha. Intentaremos que en ese tiempo que te queda, la vida no te coma demasiado deprisa. Tendrás que aprenderlo todo y sobre todo tendrás que saber que cuando creas que has hecho algo bien, vendrá otro que ha nacido el mismo día, a la misma hora, en cualquier otro lugar, alguien cuyo reloj ya corre en su contra y duplicará tu apuesta y será con él con el que te tengas que medir y aprender, o serán los otros los que se midan contigo y aprendan y en esa apuesta por vivir y aprender y ayudarte a ti y a los demás a no resultar pedante, ni cargante, grosero e insufrible, a regular la vanidad de los que te adulen, te sentirás juzgado y a veces tendrás que ser tu el que juzgue y para eso las entrañas que ahora se te forman y te  hacen llorar, tendrán que ser fuertes y firmes para aguantarlo todo, esa felicidad que te va a llegar y también todas esas horas amargas que te esperan, eso es la vida y para eso ahora lloras y duermes, para que puedas cargar con ese peso y otros muchos pesos que te esperan. Escribo esto pensando en ti Elías, igual que hiciera José Agustín Goytisolo, cuando escribió palabras para julia y en su nombre y en el de todos los que estamos en este camino, tu también tendrás y darás amor, tendrás amigos y siempre habrá alguien que piense en ti, como yo ahora pienso.

miércoles, 22 de agosto de 2012

VIVA CRISTO REY



 

"Mientras los dioses no cambien, nada ha cambiado". Rafael Sánchez Ferlosio

Arde España, cada verano arde por los rastrojos y por los montes, pinares, reservas, paisajes. Los medios de que se dispone son abundantes, incluso acude el ejército y el Presidente de la Comunidad, del Cabildo, de la Generalitat, el alcalde, el pedaneo, el ministro, hidroaviones, helicópteros, escupiendo y meando para apagar llamaradas de quince metros, con el mismo resultado, miles de hectáreas calcinadas.
-¿Qué le apetece desayunar señor ministro?
-Manteca coloraa –dice el ministro, mientras le tiembla la doble papada- manteca coloraa –y se rie satisfecho-.

Arde España y se purifica en esa gran pira de agosto y como agosto,  fiestas desde Santurce a Bilbao, desde Gijón hasta Caldueñín, de Ribadeo a Losada y así hasta llegar a los meses de septiembre después de la vendimia, donde siguen y siguen celebrando -cebando- al Patrono, a la Virgen y a los distintos Cristos, que son muchos y siempre el mismo, es decir uno y trino desde siempre, Cristo Rey, desde que las cenizas cubrían la tierra de forma bíblica. Y a uno le invitan a esas fiestas.

Ese pueblo de trescientas casas, donde viven trescientas personas, ese pueblo tranquilo de teja o pizarra, donde en todo el año se oye un ruido, explota de golpe, se abren peñas, se compran hogazas, chuletas, panceta, entraña, cajas de vino, bollus preñaos, manteca coloraa, costillares, chorizos, se asan terneras, se preparan miles de tortillas, pollos, ensaladas, son las fiestas.
-¡Bebe vino, hostia!
-Si, que son las fiestas, ¡a morir!
 
Ese pueblo de trescientas casas, de siempre está rodeado de pinares y bocaminas hundidas y cerradas, de ríos trucheros, en el que todos emigraron a Francia, cuando los padres les dijeron “tienes que irte…” porque las tierras ya no daban nada, el centeno dejó de pagarse, la mina se cerró y no había nada más, y repitieron en las trescientas casas –tienes que irte- pero además busca dinero, porque no te puedo pagar ni el billete del tren. Y se fueron así, con una maleta pequeña y pesada, el pelo negro peinado a un lado, los trescientos y dejaron a la puerta a esos trescientos viejos, vigilando las casas que eran de piedra vieja, de pizarra o de teja, de adobe y ventanas pequeñas, vigilando porque irían a buscarse la vida pero volverían, los trescientos volverían al pueblo, aunque solo fuera para los cuatro días de fiesta de agosto.
Y todos emigraron y unos a otros como una Logia, se ayudaron, encontraron trabajo, trabajaron todos los días en silencio, sin visitar la Torre Eiffel, ni los Campos Elyses, sin entender nada, sin saber nada, aprendiéndolo todo (sin olvidar esa tierra mítica del padre) bajo el cielo oscuro de París y ahorraron para poder volver y dar el dinero a los trescientos viejos que esperaban en las trescientas casas, donde uno de los veranos ardió el monte, cada uno de los montes, hasta que las cenizas lo cubrieron todo, incluso el agua de los ríos y el agua de las fuentes, de los manantiales, de los pozos, incluso caían las cenizas sobre la capital y su catedral, de forma bíblica.
Y así pasaron los años y los emigrantes regresaron para formar sus familias y para volver a emigrar a Bilbao, Madrid y Barcelona y aquí ya en este territorio de Cristo Rey, montaron esas familias de emigrantes y trabajaron y se organizaron como una Logia, para ayudarse unos a otros, para el baile de los sábados, para que no les pasara nada -temerosos de dios- y sobre todo para poder volver cada agosto a celebrar las fiestas al pueblo y llevar de nuevo los dineros ganados y arreglar la casa y convertir la cuadra en un garaje porque el dinero que no se gasta en invierno, ni el de este año ni el del siguiente, se gasta en verano, en un Sinca 1000, en un 124, en un 1.500, eran los coches de los emigrantes, brillantes, bien encerados, esa obsesión por el coche, para no tener que ir andando de un pueblo a otro, de una fiesta a otra, para salirse de la carretera y chocar contra una encina, siempre una curva y una encina, siempre esa mala suerte.

Y te invitan y te agasajan y el baile y la orquesta y bebes más de lo que la sed te pide y te cuesta seguir de pie, pero tienes que aguantar porque todos aguantan y dicen –caguen dios, otro cacharro- y otro cacharro es ginebra con coca-cola para todos, para todos la orquesta, los pasodobles, la rifa del jamón, los pasodobles, “una vieja y un viejo van palbacete, van palbacete
- ….hostia …. que son las fiestas
Y la resaca del día siguiente, siempre coincide con la misa de doce, en la ermita, en la iglesia parroquial y después la procesión, con las sacristanas ataviadas con los rezos, “-Viva, Cristo Rey” y van todos, los trescientos que emigraron y volvieron y montaron sus familias, que ya son viejos, y todos usan camisas blancas y pantalones de tergal bien planchados y todos van detrás del santo, de la virgen en procesión y cantan loas y repiten a coro “Viva” y después, cuando la procesión termina, se van incorporando los hijos de esos trescientos, con resaca y gafas de sol, para tomar el aperitivo, martini, y agua con gas, que es lo que se toma en Francia.

Y ahora vuelve con más fuerza que nunca Cristo Rey, las monjas ministras, los ministros que apagan todos los incendios cuando ya no queda monte que quemar, gracias a los muchos medios y gestión ejemplar y si no se hace más es por la crisis, que quede claro que la crisis…

Y en el pueblo de los trescientos, donde los montes volvieron a crecer, pero no ya de árboles, pinos, fresnos, encinas, si no de monte bajo y arreglaron las casas de piedra vieja, las cuadras, las cocinas, los baños, levantaron casas nuevas, los alcaldes se contagiaron para construir piscinas, polideportivos,  hogares para dejar jugar a cartas a los pensionistas, canchas de baloncesto.
Todo iba bien, todo iba bien, todos eran ricos -como los franceses-, incluso los que no emigraron y se dedicaron a las chapuzas y después compraron una camioneta que ponía "Construcciones Fernández” y empezaron a levantar casas para los otros vecinos, tenían trabajo y cada jueves detrás de la furgoneta del panadero, aparcaba el coche del director de la sucursal de la Caja de Ahorros, para vender dinero barato a los vecinos.
-Claro, y pides dos millones más y cambias de coche.

Y ahora es agosto y el monte arde desde Portbou hasta Castrocontrigo, arden las islas, las penínsulas, los valles, las rastrojeras, y suenan las campanas de las iglesias, donde se desea y se pide a Cristo Rey que llueva, pero que no mientras duren las fiestas patronales, las fiestas de agosto.

-Mi chico se quedó sin trabajo –dijo uno de los trescientos- un ERE o no se qué.
-Si, como el mio –dijo otro- y ahí está la hipoteca del piso y del coche.
 
Y ya empezaron a decir que había trabajo en Alemania, pero que no había dinero para el billete del tren.

-Aquí todos emigramos, hostia –contesta uno- no se qué quieren estos chavales.
Y mientras, la madre calla y se retuerce las manos, en las que guarda un pañuelo blanco de algodón, porque la conjuntivitis le hace llorar unas lágrimas que no quiere.

Y cuando pasan las fiestas, cierran la casa y cierran el garaje y queda dentro ese Seat León tuneado, con los tubos de escape muy guapos, porque el chico dice que va a probar suerte, que primero va a ir a la vendimia y que después ya verá, porque aquí, en Bilbao, en Madrid ni en Barcelona, hay trabajo, que hay que volver a Francia y a Alemania.

-¿Entonces, como siempre, no?
-Claro,¡ qué te creías!.