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martes, 23 de octubre de 2012

JAVIER TOMEO



Librería Laie. Presentación de Cuentos completos.
Barcelona, 23 de octubre de 2012


Javier Tomeo camina con dificultad, pero sigue siendo ese maño grandón que escribe de manera inconfundible, cuyas novelas se representan en el teatro, que tan bien se conoce en Francia y Alemania y que curiosamente no tiene ningún premio (ni comercial, ni nacional) y ninguno de esos llamativos, Nadal, Cervantes, Planeta, nada.
 Acompañándolo en el acto de presentación, se sentaron a la mesa Juan Casamayor el editor de Páginas de espuma y del volumen, Daniel Gascón que ha trabajado la edición de forma impecable, y dirigía la charla a modo de anfitrión.
Conocí a Javier en Cadaqués, en un curso de creación literaria, un verano de hace muchos años, en el que también impartía clases Laura Freixas y de aquella época me quedó muy buen recuerdo y de aquella época conservo El cazador de leones, por él dedicado y dibujado. Poco después en el año 1993, tuve la suerte de presenciar en el Teatro Goya de Barcelona, la representación por Josep María Pou, de ese monólogo con el que Tomeo se asomó a los teatros de todo el mundo. Y ahora de nuevo me lo encuentro aquí, con esos fallos mecánicos que le dan los años tanto a las personas como a los aviones, con ese escepticismo y ese humor negro de siempre y desencantadamente feliz. De alguna forma tanto Páginas de espuma como Alpha Decay han traído a la vida a un viejo escritor, le han devuelto a sus mejores años, porque un novelista así no puede ser olvidado, entre otras cosas por mantenerse en la tozudez y caminar sobre la misma línea, sin salirse, sin concesiones, sin apartarse y nos dijo eso que ya sabemos.
-Soy un escritor marginal.

Por eso me alegro de que se le vuelva a ver, a oir y a leer, de que sean otras editoriales las que se encarguen de señalar que Tomeo sigue vivo, que sus monstruos, sus historias, también y que sus incondicionales no le han olvidado, que somos más de los que nadie cree.
Por eso hoy en esta España en la que no pasa nada, el asesinato del Salobral anima los corros de baturros, en el que el gitano de los churros beatifica al criminal, (poema de Valle Inclán) y en los años cincuenta en una España, en la que tampoco dejaban que pasara nada, sucedió aquel Crímen (real) del cine Oriente, en el que Tomeo basa su novela. En esta España en la que los premios Nóbel se agotaron para las próxima cien décadas de la misma manera que se agotó el partido socialista para otras cien, los crímenes son los que verdaderamente conservan la identidad nacional y los crímenes en España se cometen en la España genuina, la que existe de verdad, la de Valencia, Cáceres, las tierras de la Mancha, lugares donde la pasión criminal que no deja de ser espiritual se vuelve carne, cuerpo y a veces novela. Si don Camilo Jose Cela, tuvo claridad y literatura durante los años en los que no necesitaba bastón, y la fue perdiendo a medida que ganaba premios Nobel hasta llegar a la España actual, que de alguna forma le ha enterrado y olvidado (ayudado por su mujer María Kodama), Tomeo resucita a pelo y con él todos los monstruos, esos que tanto nos gustan, los de siempre, esos seres dislocados de las historias mínimas, que sorprenden y nos dan algunos buenos ratos, más joven y afinado que nunca. A veces es así de sencillo.


jueves, 18 de octubre de 2012

CONVERSACIONES (3)




Había cierta expectación por ver a Lorenzo Silva, no obstante todavía tenía caliente los saludos, abrazos, pasa manos, besos y la cena de la noche anterior por haber recibido el premio Planeta, tenía reciente al ministro Wert, els Presidents Mas y Lara y todos los demás, poetas, novelistas, jurados, periodistas, guardaespaldas, camareros, damas de la corte literaria y ahora ahí está, junto con los profesores Eloy Martín y Jordi Carrión, con calma, tranquilo, algo cansado y contento, había quedado a las seis y media de la tarde en el aula de la Pompeu para esta conversación y allí estábamos los demás,  unos para hablar y otros para escuchar y de fondo, los moros esos personajes diferentes y molestos, que aparecen siempre en un tercer plano de la película Casablanca, pero que cada vez buscan más cámara, porque no hay nadie con más futuro, a los que la humillación de occidente les subleve más, orgullosos de su pasado en el pasado, son los árabes y su futuro es ficción según los acontecimientos que se miren y a qué autor se cite.
Siempre va bien tener a un profesor que inicie el calentamiento de cualquier acto y del otro bando a un novelista, (lo sabe bien Jordi que sufre en carne propia como profesor, novelista y ensayista). El profesor Martín, como todos los que han pasado por estos ciclos, se ciñe a la verdad, ni arriesga ni inventa y fundamenta esa verdad con nombres y apellidos, compara, expone y todo eso lo hace desde la cátedra, con cierta resignación, solo que entre esa cierta resignación tanbien cabe un resquicio de ironía con la que combatir, a esta escala, a los poderes políticos y Lorenzo Silva conecta con Martín, por ese resquicio de ironía que todavía flota en el ambiente, en este ambiente enrarecido de la crisis económica y de primaveras árabes, con la esperanza de que cada año esa primavera árabe renazca de las cenizas del invierno. Y Lorenzo Silva a diferencia de los docentes, habla con todas las voces que se le han asomado, no solo a los libros, si no a ese sexto sentido de los novelistas, a su vida, a sus viajes, (hace diez días en Argelia) volviendo real esa verdad científica de los libros de texto y podía citar también a Juan Goytisolo como ejemplo de escritor, pero no lo hago porque su nombre ayer no salió a relucir por la palestra.
Y así nos confesamos todos, sale lo mejor y lo peor de las religiones, de los fanatismos, del poder económico saudí para instalar en todo el mundo musulmán la vertiente Wahhabi del Islam, que es como un Opus Dei; pero llegar ahí es un proceso y para entender ese proceso también hay que entender lo que un creyente siente, el Islam está metido en la piel de la gente, no es algo que se pueda asilar de la persona, es un tronco que parte del mismo tronco  humano que lo sustenta, eso es el Islam de los creyentes, tan metido está en cada capa social y costumbre que es imposible cualquier cambio político, si el cultural sigue en esa raiz. Para eso Silva recomienda leer “La enfermedad del Islam” de Abdelwahab Meddeb, tripolitano y residente en París, un análisis preciso de los movimientos islámicos en el que se manifiesta que si el fanatismo es la enfermedad del catolicismo, en nazismo la enfermedad de Alemania, entonces el fundamentalismo es la enfermedad del Islam. 

Lorenzo Silva, no solo es sus personajes Bevilacqua y Chamorro, no es el abogado de empresa que dejó su trabajo para escribir, es un tipo con dieciocho novelas, nueve libros más de viajes, guiones, y otros diez infantiles y juveniles; todo eso con cuarenta y seis años le da un tono de voz y una militancia, el peso específico del viajero que sabe que está de paso y desde luego todo eso antes de llegar al Planeta de hace unas horas y que ahora mismo además de por las felicitaciones de todos, no deja de ser una anécdota; un tipo así con esa mochila no se deslumbra fácilmente. Y parece ser que este tipo confía en que la gente de ese norte de África que cada vez está más cerca de nosotros, cree que todo este mundo árabe que se revuelve y lucha, despegará, poco a poco despegará, si el lastre del Islam, de las dictaduras, de la corrupción, todos esos paisajes, que nosotros en nuestra democracia también conocemos, lucha por quitarse el cuartel de encima, esa misma piel que España se quitó con el franquismo.  Así fueron transcurriendo todas esas conversaciones, nadie se atrevió a vaticinios estériles y quedó claro que Egipto, Túnez o Marruecos vivirán su revolución, una revolución que tendrá uno de sus pies en la evolución cultural y en las mujeres, esa mitad de la población, sin las que ninguna sociedad puede avanzar. Son los tiempos que hay que vivir y en los que todos vamos a estar.




jueves, 4 de octubre de 2012

CONVERSACIONES (2)




Todo empieza bajando la pequeña rampa del aula 20.029, donde continúa el ciclo INTERSECCIONS. Hay un viejo en la segunda fila, calza mocasines sin calcetines. Hoy por esa rampa bajan despacio Fernando Angel Moreno y a su altura, sin casi espacio Jordi Carrión, detrás camina algo cabizbajo Marcelo Cohen. No me doy cuenta hasta ahora de que la entrada fue así. Yo ocupo el primer asiento de la sexta fila derecha. Desde allí tengo una buena visión del encerado y que como nadie se ha molestado en borrar, dice las siguientes palabras escritas a dos columnas: (1ª):  -DICOTOMY   -MATERIALISTIC US   -FLAMENCO guitar. (2ª): -PASSION   -UPPER CLASS SOCIETY  -FREE SOUL. Ellos no lo ven, los demás si. Detrás de mi asiste a la conferencia con suma atención y un extraño brillo en los ojos, Carlos Gámez, al que no conozco pero que ganó un premio y por eso publica la novela Artefactos, que va deshojando en distintos foros. Tomo una nota de Marcelo Cohen: “Somos como boyas que flotan en el mar de la literatura y a la que nos van llegando las ondas de todo lo que se mueve”, pues así llegan las ondas de Carlos Gámez a las boyas; algo más atrás Wilmar Cabrera, que de la misma manera, también tiene  novela Los fantasmas de Sarrià visten de chándal (Editorial Milenio) dándole vueltas al mundo, futbol, turismo y soledad. A su lado Nadia del Pozo que escribe relatos como “En la cueva del otro”; el resto, todos los demás, casi todos los demás son fieles estudiantes que no van a faltar ni una sola de todas las semanas de este mes de octubre, no sé de que pasta les hicieron, pero flotan en ese mar en el que flotamos todos, si sé que casi todas son chicas y que son jóvenes.

Marcelo Cohen dice que la ciencia ficción no tiene reglas formales y que su origen comienza con la novela de Mary Shelley, Frankenstein. Ha llovido bastante desde entonces y desde entonces la ciencia se ha comido parte de todos los hallazgos de esas novelas y películas de ficción, pero ha dejado otras. Por otro lado Fernando que parece un guitarrista de flamenco, dice que la historia es más falsa que la literatura y automáticamente retrocedo en el tiempo (conversación de Wagensberg y Fontana) y veo mover   la cabeza del profesor Josep Fontana (hijo, hijo) y lo dijo simplemente porque la historia se ciñe a hechos que han ocurrido mientras que la literatura de ciencia ficción es eso ficción.
Ficción y tecnología y en ese punto es la tecnología la que le gana la partida a la ciencia y también le gana la partida la publicidad para propiciar consumo y en ese punto enganchan en una novela Crash de Ballard de la que Cohen es traductor, una novela con prólogo a la que le da suma importancia, igual que  le da importancia a un concepto: “Entre la mente contemporánea y el paisaje no hay distancia”.
Fernando A. Moreno dice por su parte que desde los atentados del 11S, no hay motivo para explicar la causa del Apocalipsis, hasta entonces era por una ola gigante, por un terremoto, por fuego, virus etc, ahora todo eso ha sido superado por la realidad, a lo que Cohen contesta con una frase lapidaria: “A mi el Apocalipsis me tiene podrido” y es porque tiene claro que el planeta ni la vida en el, se va a destruir nunca, se va a ir consumiendo lentamente, la clase media (sufriendo todas las crisis) se va a ir conformando con productos cada vez de peor calidad, pero consumiendo, va a vivir en ciudades que se parecen  a la que se ve en Blade runner, no obstante el modelo de ciudad ha explotado, igual que el modelo de estado.
-Nuestra decadencia puede ser infinita –dice Cohen-
Y en la conversación entra Matrix, el Batman de Nolan, los mundos paralelos, Julio Verne, Tarkovski y la película Solaris,  V de vendetta y Alan Moore y así hasta llegar a Gene Wolfe y La quinta cabeza del Cerbero.
-Para mi es el mejor de todos –dijo Cohen-
Mientras tanto, en otro espacio de la misma ciudad, allí al lado, Javier Cercas explicaba su libro Las leyes de la frontera, ambientada en Girona en los difíciles años ochenta, de otro siglo muy parecido a este. En aquella época el héroe de ficción era también V, pero de El Vaquilla.



Un vistazo a esto:




La próxima semana: La genética según el derecho, la medicina y la literatura.


jueves, 27 de septiembre de 2012

CONVERSACIONES (1)


                                  Jorge Wagensberg, Josep Fontana y Jordi Carrión


No he conseguido alcanzar otra mente. No he atravesado nunca otra realidad, tan solo construyo representaciones de esta (en el sentido de la interpretación), con la plena seguridad de que no son únicas pero si genuinas, que trabajan dentro de un tiempo, que tienen ritmo, belleza, musicalidad sin que en esta última característica aparezca el sonido, no escribo música, transcribo sensaciones y cuando empiezo a escribir la probabilidad de que un huevo termine siendo una gallina, es un suceso posible.

El metro, en su inmensa intuición, va dejando pasaje en sucesivas estaciones, hasta que yo también dejo el metro y salgo a calle,  prácticamente a cota 0 a nivel de mar.  Al salir de casa, veo de nuevo en casa de mis vecinos, la rata que aparece al principio de la crónica de Houellebecq, solo que esta vez era la dueña de la casa, intentando con un paño blanco dirigir a la rata fuera del jardín, no me quedé para ver si lo conseguía, la rata era joven pero desde la última vez había adquirido experiencia y parecía espabilada, mientras que mi vecina actuaba con determinación respecto a expulsarla con su paño blanco, del jardín. No saco ninguna conclusión de este suceso.

En la calle llueve cuesta abajo, camino despacio, me voy mojando, no me molesta que las aceras sean anchas y los edificios no tengan aleros. Se donde voy, voy al Cicle Interseccions en la Universidad Pompeu Fabra. Entro en el primer edificio del Campus, pregunto y me mandan al segundo edificio del Campus. Tengo que ir hasta el final, voy hasta el final y regreso porque no encuentro, ni por azar, el número de aula. Vuelvo a empezar, pregunto y me dicen que es al final pero del lado que no he recorrido, lo recorro y llego. El aula se encuentra vacía, sentado en la última fila, junto a la puerta, espera Josep Fontana, podía ser un bedel, un empleado que estuviera vigilando el aula, pero es Historiador, ha recibido tantos galardones, distinciones y premios, que no es posible que me lo encuentre solo y sentado en la penumbra de un aula vacía, como si fuera un bedel jubilado o perdido, pero es así, tanto es así que nos miramos, pero no nos reconocemos, estoy a punto de preguntarle algo, pero no lo hago, el está a punto de decirme algo, pero no lo dice, empates. Después veo que sale y yo salgo detrás, porque no me apetece ir a la cafetería, que está al mismo lado. Le sigo y veo que se sienta a esperar en el primer banco, yo me siento en el tercero, podía haberme sentado en el amplio hueco de cualquiera de las ventanas, pero no lo hago.

Tengo tiempo para observar el lugar, me gusta, me gustan las losas de hormigón del suelo, los corredores con columnas de hierro, la altura del edificio, el perfecto cuadro rectangular del  patio, podía ser el patio de los naranjos de la catedral de Córdoba, crea serenidad, quizá también porque anochece y llueve y huele a marihuana.
 Tengo tiempo y veo llegar desde la otra punta del patio, recorriendo el pasillo de mesas de la cafetería, a Jordi Carrión. Primero ve a Jorge Wagensberg sentado a una mesa y le saluda, pero JC tiene visión hexagonal, como los ojos de los insectos y detecta al instante un leve movimiento del profesor Fontana, que sigue sentado en el banco, yo permanezco absolutamente inmóvil, mientras tras la cumplida cortesía del anfitrión, JC se acerca al viejo profesor de historia
-Hola soy Jorge Carrión –le oigo decir desde mi absoluta inmobilidad-

Le invita a sentarse con Wagensberg y este acepta y deja sentado en el banco al viejo bedel algo derrumbado y seguramente cansado por tantos años de fatiga.
Poco después, todos caminan al aula 20.029 y detrás toda esa gente que parecía esperar cualquier otra cosa, toda esa gente que empezó a salir de sus escondites, donde charlaban en silencio, donde esperaban la señal. Yo me uní a ellos, al entrar escribí mi nombre donde me dijeron y me senté en el primer asiento de la quinta fila.

Lo demás fue una agradable conversación sobre realidades sencillas y complejas, creencias, comprensión, determinismo, evolucionismo, ilustración, bacterias y Shakespeare, la historia lineal frente a la realidad científica no lineal, desde Galileo y Newton hasta la existencia de la maldad, la risa y el humor, el tráfico de los seres humanos o el negocio privado de las prisiones, de la forma de entender el almacenamiento de los museos a las Meninas de Velázquez, la anguila jardinera y la independencia del Koala, todo bajo la vertiente de la evolución y el progreso.

Aquellas dos mentes brillantes, han dedicado toda su vida a adquirir conocimiento. Los dos están convencidos de que todo conocimiento es transmisible. Y ahí siguen, en la brecha, como los héroes antiguos. Yo se lo agradezco.

(En el mismo acto sortearon libros de Jorge Wagensberg y Josep Fontana. A mi me tocó “A más cómo, menos por qué”, de Wagensberg, 747 reflexiones con la intención de comprender lo fundamental, lo natural y lo cultural”. Lo recomiendo. Está editado por Tusquets.)   


jueves, 20 de septiembre de 2012

HOUELLEBECQ (un clochard en Barcelona)




Cuando salí de casa, una rata también salió de las alcantarillas que discurren bajo el ambulatorio y saltó al paso de dos chicas que también saltaron, corrieron y gritaron de asco y rabia, que son emociones muy femeninas ante una rata joven. Todo el conjunto me pareció un pas de deux con rata y así seguí el viaje a BCN y dentro de la ciudad al edificio del Institut Français.
El acto al que asisto, después de coger con éxito el metro y el autobús, es un encuentro con el autor de Las partículas elementales y la más reciente El mapa y el territorio, este tipo se llama de forma impronunciable y se escribe de forma incomprensible Michel Houellebecq, un tipo incómodo.
 Son las siete menos cuarto de la tarde y nada más llegar le veo sentado a la puerta del Institut, contestando preguntas de periodista y gravado por una cámara de TV3. Al paso saco fotos, que son estas que hay por aquí y sufro las primeras sensaciones del autor. Las imágenes no pueden negar su estado físico, su decadencia, su enfermedad interminable, no se si ha perdido la vida, la fe o la esperanza, pero su estado de ánimo conversa con su estado físico, la herrumbre, la fealdad, el sufrimiento, las bases de la poesía que ahora se presenta como único volumen que integra cuatro libros escritos entre los años 1991 y 1999. Y es de ese sufrimiento, de ese dolor continuo, de esos constantes cambios de humor, de donde bebe y gracias a la poesía, se va salvando, a eso y a la vanidad de publicar.
A las siete de la tarde, un encargado del Institut, abre una puerta y rompe la fila, torciéndola hacia la calle para dejar libre de paso el hall ocupado por todos nosotros y por allí es por donde veo entrar a Herralde, con la misma chaqueta y la misma corbata de hace treinta y dos años, con la misma sonrisa,el mismo corte de pelo
-Los años no pasan, amigo -o solo pasan por Houellebecq y a tal velocidad que uno no sabe en que momento de la curva se va a estrellar y cuando-.


 Rehacemos la fila y ahora tengo delante de mi tres chicos seguidores del novelista, ríen felices, apasionados, quieren ser escritores malotes, taciturnos, amargados y a la vez llevarse del brazo a la chica que mejor baila, pensamientos ya de por si infantiles y a la vez decrépitos a punto de pudrición. Por detrás de mi, la fila ha crecido y se pierde de vista, calle abajo.
A punto de pudrición, con cansinas risillas a cualquier comentario, a punto de pudrición y a las siete y veinte, abren la puerta del auditorio y se mueve la fila, despacio y en orden, como cuando se entra en la ópera o en un barco. En todos esos instantes, no he dejado de notar el aliento de los cigarrillos de H, flotando en el ambiente, veinte meses sin fumar te afina el olfato.
La primera impresión al ver el escenario es desolación. El director de esa puesta en escena ha colocado un pantallazo con la portada del libro en foto fija, que no es otra cosa que la cabeza del escritor fumando, debajo de ella solo falta el féretro del autor, pero dado que no hay ataud toda la carga del evento cae sobre el lateral derecho con tres butacas y un atril, formando un desequilibrio que termina torciendo el cuello de todo el auditorio.

 El acto consiste en la lectura de una docena de poemas de la antología que ahora se presenta. Comienza H y a cada poema en francés, le sucede la declamación en castellano por parte del actor Raimon Molins. H saca de ese cuerpo escuchimizado una voz preciosa, con una cadencia y un ritmo envolvente que uno desearía escuchar y escuchar con los ojos cerrados, de hecho veo a gente así, deleitándose, pero los poemas son breves. Raimón Molins lee su parte y resulta correcto, agradable aunque con un exceso de reverencias, ya que H y él se cruzan una y otra vez, se sientan y se levantan una y otra vez, para ocupar sus turnos frente al micro del atril, y cada una de las veces al actor cede al paso una leve reverencia, ya digo, en un exceso de cortesía protocolaria, sin que a H le importe una mierda. Y así se pasan las ocho de la tarde, poema a poema, y la sensación es buena, me gusta esa dureza, carente de razón y cargada de imágenes impactantes, de nuevo uno se da cuenta de que esos hilos son los que sostienen el pellejo de este títere en verso, que exuda resentimiento y culpabilidad a chorros.

A partir de las ocho de la tarde, la tercera butaca ocupada por el impecable Fabrice Bentot,  esquematiza  una conversación, Bentot pregunta y H responde, esa era la teoría, en la práctica cuanto más interés muestra Bentot, más jodidas se vuelven las respuestas de Houellebecq, hasta llegar al absurdo criminal en el que uno pregunta y el otro divaga entre espacios vacíos en el que ni siquiera habitan partículas elementales, silencios, murmuraciones y respuestas más o menos claras sobre poesía, alejandrinos, sonetos, estructuras dobles, razones físicas y razones para componer novela y poesía, la cosa se fue enturbiando y el carácter del escritor, su mirada y hasta el propio pigmento del cuerpo van cambiando, como se mimetizan algunas especies de animales, hasta que H sacó un cigarrillo y lo encendió delante de todos, lo que provocó cierto revuelo y carreras para encontrar un cenicero.
-Pueden saltar las alarmas anti-humo –dijo uno, algo preocupado-
-No se preocupen –contestó H, con cierta sorna- nunca saltan, tengo cierta experiencia.
Después de aquello y de algunas preguntas más, pasó el turno y el micrófono al público, un turno que llegaba al filo de las nueve, hora de cierre y al público, francesamente cortés le dio tiempo a preguntar tres veces, la última de las respuestas del escritor fue para comentar el vigor de Dominique  Strauss Kahn, en sus relaciones con las mujeres, quizá lo que más le ha impresionado en los últimos meses.
-Ahora el señor Houellebecq firmará ejemplares –dijo Bentot-
-¿A si? –murmuró Houellebecq-

Mientras todos salíamos, él se quedó sentado bajo esa luz cenital del auditorio, fumando despacio, a medio morir, vestido como un pordiosero, un clochard, esos tipos que te encuentras abandonados por las ciudades, sin ganas de hablar, astrosos, de mirada perdida, que igual pueden esconder un novelista, un bohemio o un asesino a cuchillo. Es Michel Houellebecq y estuvo en Barcelona.



Buena entrevista en La Vanguardia, por Xavi Ayén