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lunes, 31 de octubre de 2011

LOS ESTERILES





A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. Oscar Wilde.

 Olvídate, lo tienes que pagar, lo pagas todo incluso lo que no deberías, porque también cargas con todo, con lo tuyo y con lo que te ha rodeado y por eso a veces tienes que romper con lo que venga, porque llega un momento en el que lo que quieres es caminar con tus propias botas, salir de ese camino carretero y pisar el tuyo y con el tiempo ver que alguien te sigue, alguien que no  conoces ni te conoce.

-Esa es la vida amigo –dice el cínico- no esperes que nadie más te lo diga.

 Si vas a V y no conoces, ten cuidado con Los Estériles, esos que habiendo vivido todas las edades, se quedaron en la adolescencia y ahí siguen, sin más generación que la suya, sin más motivación que reflejarse en un espejo, sin más amor que el que les devuelve ese reflejo, sin mayores ambiciones pero sin que los de su alrededor tengan ninguna, para no sentirse solos, porque el final de Los Estériles es la soledad, una soledad que se fabrican cada día y siempre posando delante del mismo espejo y recibiendo esa imagen de la que están enamorados, no una imagen cualquiera, esa imagen idílica de la adolescencia, la misma imagen de los zombies pero al revés, ni una arruga, ni una costra, calvicie, bolsa, papada, una belleza sublime y permanente  la de Dorian Gray y su doloroso retrato, una pesadilla del mismo calibre que la del cuerpo descompuesto de este Halloween tan celebrado en noviembre y en las series de cine B y el disco girando, girando y la aguja en el mismo surco, la misma canción de los Stone, de U2, de AC-DC …, bandas de viejos cadáveres y jóvenes seguidores zombies.
Si vas a V, no hagas fotos a Los Estériles, no hay nada que espante más a un estéril que una foto actual, sin precaución, sin contraste de grises, sin la iluminación adecuada, puede que sin los medios necesarios esa foto refleje de verdad, lo que los espejos no se atreven a decir. Y ahí están en sus rincones, encorvados, entre sombras, destruidos, amagando, esquivos, pendientes, sin nada que hacer, sin ningún puente que cruzar, con toda esa esterilidad que te convierte en una figura de cera, rígida, inerte.
Si vas a V, les notarás, solo tienes que darte una vuelta y ver a los que no tienen hijos (nunca escuchan a ninguna mujer), ni se les espera y a los que hace muchos años que los tuvieron, pero se negaron a crecer con ellos y así siguen olvidados por los hijos, los amigos y esos espejos, que no cesan de enviar ese retrato juvenil, esos buenos espejos del café Diario, del Casino y en general de todos los bares (detrás de las botellas), a veces tan cansados, a veces tan sutiles al desprecio.
Si vas a V, ten cuidado con los deseos, esos deseos se quedan atrapados dentro de ti. Si de repente te sorprendes mirándote en uno de ellos, despierta, espabílate, no les devuelvas la mirada y por un instante aléjate, ellos no se moverán. Cuando regreses, cada una de las veces, también volverán ellos, Los Estériles, torcidos moralistas, los que nunca se atrevieron a dejar de mirarse, presumidos, indolentes, arrogantes, narcisistas, vanidosos y afectados y los peores de todos, los imitadores vagos y la chabacana cobardía de los aduladores, ellos también seguirán allí; y yo seguiré volviendo para verles, no hay espectáculo mejor.
Pero así todo, tú que no conoces, si eres débil, no caigas en sus falsos enigmas y quieras compartir sus falsos secretos, porque cuando mires dentro, no verás nada, no hay nada y si lo hubiera... tú (tan débil)  no sabrías distinguirlo.
- ¿Hay algo más delicioso que eso?.


 

V(Valencia de don Juan. Leon). Todo lo demás es en homenaje al retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.


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domingo, 23 de octubre de 2011

Mi madre es un pez

 

Es el resultado de los relatos de treinta y tres escritores en ciernes y algunos ya consagrados y por lo que se ha dicho, no engloban ninguna generación; se presentó el jueves 20 de octubre, en el Café Salambó (del escritor Pedro Zarraluki) en el corazón de Gracia, apelotonados en la zona de billar, entre la escalera, la pared y la barra. Asistían Malcolm Otero, los chicos de  Sajalin, Ediciones del Silencio (estos últimos, anfitriones del acto) y unos cuantos de los escritores que llenaron el libro con sus relatos y formaron esta familia.  Gonzalo Canedo fue el encargado de abrir la presentación que fue breve y justa, continuó Sergi Bellver, con mala suerte por el micrófono o el ajuste de sonido y por una raquítica intervención, quizá pensara que lo que tenía que decir ya lo sabíamos todos, pasó el micro como si quemara y así de uno en uno,  todos con la misma brevedad hasta llegar a Javier Calvo, que analizó el hecho de publicar varios autores bajo un mismo título, traductor, novelista, coleccionista de libros. De todos los que andaban por allí, es el que mejor domina el medio, sube y baja, mantiene el gesto impertérrito, saluda a Zarraluki, y pasa al lado de los nóveles, algunos de los cuales también son traductores y novelistas, mirándolos a los ojos, diciendo tu estas ahí y ya sabes quién soy, no nos mezclamos, no somos de la misma generación, mírame pero no me hables, apártate a mi paso, soy Javier Calvo, publico en Mondadori, en Alfa Decay, soy un buen traductor (La broma infinita) y aunque nadie me lea, ya todo el mundo me conoce porque soy un dios reflectante; y así pero sin decirlo, pasó un brazo por encima del hombro de unos cuantos.
-A mi no me conoce ni dios –dijo uno de los escritores jóvenes, que podía ser David Ventura-        
Y ese fue el lema de todos los que hablaron algo después de Javier, “a mi no me conoce ni dios”, ni a mi, ni a mi, contestaban Camilo de Ory y alguno más de todos los demás. En dicha expresión, entendí que unos se suplicaban a los otros, ¡qué alma tenemos que quemar para darnos a conocer!. Y en esto el dramatismo se puso sobre la mesa, con una realidad.
-Yo escribí hace siete años una novela en catalán, y la leyeron uno o dos, ahora vivo en Ibiza, y estoy desconectado de la vida literaria.
Y así algunos de ellos, quizá futuros escritores, quizá nada de nada, ni tan siquiera la de formar parte de una generación, porque daba la sensación de que nadie conocía a nadie, daba la sensación de cierto mercadillo en el que nadie compraba “Mi madre es un pez”, nadie lee a los demás ni les interesa, pero todos quieren escribir y publicar, escribir y publicar pase lo que pase y por eso buscan la complicidad de los editores, que se hacen los despistados, cuando en realidad todos sabemos perfectamente que ser escritor o ser editor, (publicando y sin publicar) es la peor de las ruinas que te pueda caer encima.


Es el corazón de Gracia. A la puerta de los cines Verdi, un tipo con gabán lee sentado en una silla de camping, vende libros (o eso pretende) de autores de una indudable calidad y que en vida lograron el suficiente exito como para vivir de su oficio, todos los libros y todo, extendidos a sus pies; al lado en un banco de piedra, otros dos se disponen a colocar su mercadillo con más libros usados, algo paradójico, porque este es el barrio de Barcelona con más librerías, del estilo de la pequeña Pequod (nuevos y usados) en la que cada semana se inventan actos para dar a conocer a todos esos escritores a los que no conoce ni dios, a los que no lee nadie, que publican en mínimas, agotadas y arruinadas editoriales, que celebran en facebook, la venta de uno o dos libros de estos autores. Y ellos lo saben, saben que todos los demás terminan en la máquina de olvidar (muchos con razón) y con el tiempo se venden como libros usados, en mercadillos o directamente expuestos sobre una sábana en el suelo, como el puesto del vendedor de libros de los cines Verdi.
Todo fue eso y poco más, el acto duró apenas una hora y una hora más tarde Fernando Clemot, inauguraba su Café El nostre racó en la calle Boira, otro escritor que también colabora en Mi madre es un pez, otro escritor que no pertenece a ninguna generación, otro escritor que tendrá que vivir de un local, al que asistirán amigos y escritores en ciernes, porque la venta de sus libros no pasan de cien ejemplares subvencionados.

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domingo, 16 de octubre de 2011

ZOMBIE

 
 
La noche del viernes 14, Sitges se llenó de muertos vivientes de todas las edades, en un desfile sin pies ni cabeza, donde la gente se ponía a la cola, con la cara pintada de rojo, algo de maquillaje y el andar desarticulado de lo que es un zombie típico, ni mas, ni menos y todo el mundo se lo pasó bien, no hubo necesidad de contratar a la orquesta Mondragón, ni a Alaska, ni a las Nancis Rubias, no tuvieron que gastarse el dinero de los impuestos en montar un gran escenario, no hubo pregonero ni alcalde, nada, tan solo la gente con ganas de zombis, de muertos vivientes, de novias vampiro, y fue el colofón del festival del cine de Sitges, en el que siempre te encuentras muy a gusto, en el que se respira mucha libertad, en el que todo el mundo se mezcla con todo el mundo, actores, actrices, directores, cámaras, guionistas,  la gente de TV3, periodistas y este año en especial, un año muy bueno en películas de principio a fin, entre las que no debes dejar de ver “Mientras duermes” de Jaume Balagueró, con Luis Tosar, Marta Etura y Alberto San Juan. A los actores ya les conocéis, son buenos, te miran a los ojos, dan miedo, hacen sufrir, es decir te sacan los sentimientos de allá donde los tengas guardados a diario, te joden y disfrutas, disfrutas como un perro.

Jaume Balagueró
Jaume Balagueró es otra cosa, un tipo corriente como tantos otros y es tan corriente que da cierto reparo (a mi novia le estremece); tal cual es sentado en una terraza, a media luz en la cafetería del Hotel Meliá, lo miras y lo que ves es un tipo vulgar, casi lo odias por insulso, tiene la mirada algo muerta, se rapa la cabeza, su voz no suena como la de Luis Tosar, no crea tendencia, pero si se pone encima de un guión y detrás de una cámara, cuando empieza a gravar con todo su equipo, Jaume Balagueró se transforma, le crecen las uñas, le brillan los ojos, se le hinchan los labios, la mandíbula le dibuja una cara perfecta y el traje que viste permanece impecable las horas que sean, porque es su propia piel. Después de sorprendernos, entre otras con Días sin luz, Fragile, REC, lanza esta piedra que pudimos ver en la Secció Oficial Fantàstic Panorama y nos hizo disfrutar, yo disfruté especialmente, quizá por mis instintos de observador empedernido, de poder estar allí donde solo llegas con la imaginación, de imaginar, y esa es la gracia del cine y de esta película, que te descuelga de la hipoteca, del compañero cabrón, de los amigos graciosotes, de las huelgas en Cercanías, del calor, la humedad, de Ana Botella, de la contaminación, te sales de la vida diaria y por un instante estas donde no puedes, donde no debes, para ver lo que quieres ver, lo que en algún momento has querido ver.
En este festival además, hemos vivido la destrucción de Nueva York, hombres lobo en una aldea gallega, una Cosa extraterrestre dentro de un bloque de hielo, una sesión especial de una película de Christian Nyby "The thing from Another World” , virus, desgracias, cataclismos, inteligencia artificial, etc, pero he disfrutado con Balagueró, tanto como él ha podido disfrutar preparando y rodando esta película.  
La noche del viernes 14 de octubre, todos los zombies terminaron bailando en el paseo de la Ribera, algunos niños ya muy cansados fuera del personaje, volvieron a sus mimos ajenos al maquillaje y la palidez de sus caras, las novias vampiras desaparecieron por donde habían venido, todo el mundo se comió algún bocadillo, algún pepito de ternera con salsa barbacoa y al final, algunos zombies terminaron encontrando a su media naranja, casi igual de felices que la Duquesa destartalada, de la que también había copia.

 
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jueves, 6 de octubre de 2011

SUEÑOS DE BOLSILLO (Francesco Spinoglio)

Francesco Spinoglio y Jose Angel Barrueco

Es seis de octubre y son  las siete y media de la tarde. La acera de la Casa del Libro en Rambla de Cataluña de Barcelona, está llena de gente fumando; yo llevo nueve meses sin fumar.
J.A. Barrueco y Ubaldo
Dentro, esperan los que no fuman, algunos de ellos italianos, porque se presenta el último libro de Francesco Spinoglio, “Sueños de bolsillo”, de la editorial Entelequia (15,50 euros), la pequeña editorial madrileña de la pequeña Clea, la editora, que no asistió al acto. Francesco no está solo, con él su mujer María y parte de la familia de Italia; y a su lado el prologuista del libro, amigo y compañero de editorial, José Angel Barrueco.
Barrueco, nos puso al día con algunas curiosidades, que también se pueden leer en la solapa del libro y en el blog de Francesco y que yo repito, entre ellas que es italiano, que escribe en español y que apareció por aquí, como guiado por una pasión, la picaresca y escribir. A Francesco se le nota encantado, va, viene, mira, sonríe, gesticula, bebe agua y da las gracias a todos por estar allí y dice un par de cosas con las que estoy de acuerdo: una, que para cualquier familia es una desgracia que le salga un escritor, porque “está todo el día dormitando, como ido, escuchando y cuando menos se lo esperan, escribe cualquier indiscreción de la propia familia”, algo así dijo y una segunda,  que al lado de un escritor, “que tiene pesadillas, sueña, se despierta en medio de la noche, desorientado”, tiene que haber una persona equilibrada, que le ordene el caos y para eso miró a su mujer María, que también se notaba que es apasionada y disfruta apasionadamente, la vimos saludar, dar besos, ir de un lado a otro, atender a unos y otros, reir, emocionarse y llorar, María.


José Angel, por otro lado, elogió de forma contenida al escritor, de forma pausada como es él, habló suave, estiró el tiempo y terminó con la lectura de algunas líneas de “Sueños de bolsillo”,  correcto y breve, después agachó la mirada y no la volvió a levantar, es tímido
-No me gusta hablar en público –me dijo- ya se nota ¿no?
Se nota, se nota que prefiere la soledad, incluso cuando está rodeado de gente, busca la complicidad para apartarse un poco del sarao, del ruido y de toda esa gente.
-Estoy cansado, duermo poco –confiesa- hace tres meses que nació mi hija.
Y el bebé llora y lo que pasa con estas cosas de bebés, que el llora pero tu no duermes, supongo. Yo, por el contrario,  no duermo por otras cosas y entiendo cuando alguien dice “estoy cansado”, por falta de sueño.
Francesco, consiguió llegar al final, con un hilo de voz, porque verse allí rodeado de aquellos amigos entregados, era un largo deseo que se cumple con 28 años y eso quita el aliento, el aire y da emoción al asunto. Al final todo el mundo echó mano de un libro ( y una copa de cava) y pasamos todos a que nos lo dedicara, a lo que también se entregó, en cuerpo y alma.
Hubo fotos, Ubaldo (un escritor cubano, residente en BCN, con dos conversaciones, una muy colorista y la otra que es como el hilo de seda de una araña, casi imperceptible), cava, bocaditos, fotos, charlas, impresiones de escritores; S. y yo nos despedimos con muchos besos y abrazos, algunas promesas, algunas críticas, conocimos a algunos y nos dimos a conocer. Ellos seguían la fiesta, porque presentar un libro en Barcelona, siempre tiene que ser así, una pequeña fiesta. Yo me disculpé con  J.A. por no poder asistir al día siguiente a la presentación de su novela “Asco”.
-Empieza el festival de cine de Sitges -le dije y lo entendió como buen cinéfilo-
Saliendo ya de la Casa del Libro, pregunto a una de las dependientas por el libro de Barrueco,  pero (como ya me dijo él), no lo tienen; Se lo encargaré a mi librero y si hay suerte en  una semana o quince días lo podré leer, de momento leo y muy rápido “Sueños de bolsillo”.
Espero volveros a encontrar en cualquier otro momento, en cualquier parte, por el mismo valor y precio. Fuera en la calle ya es de noche, debería ser otoño pero seguimos con el mismo calor de Agosto. Un saludo.

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viernes, 30 de septiembre de 2011

BADAJOZ- ELVAS



Badajoz mira a Portugal y de reojo a Madrid, esa carretera y ese tren por el que entra y se va la gente, un M. que queda muy lejos de estos pastos, o quizá ya no tanto.
-Madrid se lleva a los hijos
-Unas veces regresan y otras vuelven.

Y otras veces nadie vuelve a tener noticias, como si entraran en un desierto que borrara todas las huellas.
 Badajoz no teme el sur porque cada día que se levanta respira aire africano y no teme la frontera, porque es una ciudad que tan pronto está a un lado como al otro, sin que nadie pueda diferenciar cuando ocurre una cosa y la otra.
-Hace años aquí –dice el taxista, señalando la Avenida de Santa Marina- había ciento cincuenta autobuses.

Era la época de la peseta y el escudo, cuando cientos de portugueses se acercaban a Badajoz a comprar, (igual que los catalanes con Andorra), cuando cientos de extremeños cruzaban la frontera hacia Vila Viçosa, Elvas, a comer mariscadas con la familia, un Portugal siempre más barato para los españoles y una España más surtida que esos pueblos del Alentejo.
-Ahora es igual de caro –dice resignado el taxista- y además los portugueses ganan menos que antes.

Quizá sea eso, o sea que es fin de semana de Agosto, o sea lo que sea, el caso es que en Agosto, Badajoz cierra; un domingo a las cuatro de la tarde no hay nadie absolutamente nadie por la calle, salvo 36º de calor seco y algún turista que busca un lugar donde tomar un café con hielo, porque también el Museo de Arte Contemporáneo, también está cerrado y cerrado estará el lunes y cerrada nos encontramos la Catedral.
Badajoz como Soria, no tiene río, aunque el Guadiana lame sus heridas, el río deja a un lado la ciudad y en esa zona los tres puentes que lo unen con Portugal, así como los hoteles que están siempre al otro lado, igual que las chavolas del río y los pescadores, siempre al otro lado de Badajoz.

Plaza Alta
Badajoz, son sus callejas del Casco, sus plazas y ese calor colonial que lo convierte en una ciudad más de Méjico, Puerto Rico, Colombia o La Habana vieja, algo que notas nada más dejar la habitación del hotel, algo que notas cuando caminas por las calles empedradas, estrechas de casas bajas y encaladas, de casas recién pintadas y mujeres de Botero, que pasean por la calle o reposan en las terrazas de los cafés, ya sea en la Plaza Alta, en la plaza de la Soledad, de España, o en cualquiera de las otras plazas escondidas y bien pintadas, porque Badajoz muchas de las calles parecen recien salidas de una guerra o de un incendio, pero otras parecen recién pintadas, como posando para que las fotografíen, igual que las calles acabadas de terminar de lavar y de barrer. El caso es que por el calor o por el color de las cosas, el acento o el cansancio, en Badajoz se está más cerca de Iberoamérica que en ninguna otra parte y también más cerca de la Administración Extremeña, allá por donde íbamos, salía a nuestro encuentro la Diputación, alguna Concejalía de Recursos Humanos, alguna parte de la Junta de Extremadura, de algún tipo de institución o Club Taurino, iglesias sean catedrales o no y en las paredes de las casas abandonadas,  otro tipo de pintada, esta vez contra el estado, el poder o el sufrimiento de los toros. El domingo buscamos para comer y lo que me recomendó Zapico estaba cerrado, igual que la cercana Albacería San Juan, menos en la Plaza Alta, donde si tomamos cerveza a los pies de la alcazaba, así que después de ir de aquí para allá, entramos en la taberna El Bigotes y picoteamos unas tapas y respiramos antes de seguir. Y seguimos de un lado a otro, hasta que el calor nos mandaba para el hotel y unas veces volvíamos por puentes inhóspitos y otras veces por el de piedra que parecía más amable, ahora hay que cruzar esos puentes para saber la anchura del cauce del río y aquí hay que tener pecho de legionario para cruzarlos. Así que desde entonces fuimos en coche que en verano se puede aparcar en cualquier parte y descubrimos la cachuela y ahora soy devoto de este lodo, unto o crema que sale directamente del hígado del cerdo y de su manteca. Eso, una cerveza fría y una terraza caliente y puedes pasar así las dos primeras horas de la mañana; a partir de ahí olvídate y deja que te lo hagan todo, estamos en Badajoz.



Elvas
Y cuando te canses te coges el coche cruzas una frontera invisible y te vas a Elvas, te das un paseo, y si te entra hambre pides un bacalao con garbanzos en cualquier restaurante. Esta pequeña ciudad amurallada, tiene unas vistas maravillosas sobre Badajoz y un acueducto de treinta metros y cuatrocientos años de antigüedad, así como un castillo, iglesias y conventos, baluartes, plazas, bares y lugares en los que uno también se deja llevar, como si en estas tierras el tiempo fuera algo más despacio y sencillo, tanto como un buen café a sesenta céntimos.
-Obligado.
                                         Torre de la Catedral de San Juan Bautista (Badajoz)Licencia Creative Commons
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viernes, 23 de septiembre de 2011

CACERES


Sangre y pereza. Desayunamos con la noticia de un tiroteo entre gitanos, “más de cien balas” dice el diario, pero no en Cáceres si no en Mérida en pleno día y a pleno sol. Ese día también me doy el primer baño en una piscina, en lo que va de año y es poco después de las diez de la mañana, ese día despierto tarde y con la boca pastosa, quizá es el jamón que cenamos en el Restaurante de la Estrella, junto al Arco de la Estrella y la torre de los Púlpitos. Cáceres como Salamanca o Madrid, entra en los viajeros por su plaza Mayor, todo gira en torno a ella que es como la orilla de un río, ese río que a Cáceres le falta y que a las demás les baña los costados y allí como en una aparición esa plaza Mayor ladeada, deja escapar una lámina de agua que va corriendo por toda la plaza hasta perderse bajo los pies de los turistas en las sillas de las terrazas.

Es en esa terraza junto a la Puerta de la Estrella, donde probamos el primer jamón de la dehesa y es donde empezamos a notar el bálsamo que corre por los lados de la lengua y la garganta, que junto con la cerveza fresca es una cura de salud para cualquier enfermedad y eso es una de esas cosas que hay en Cáceres y que se repetirá más tarde en Badajoz y para el resto de los sentidos, oir el tañido de campanas al anochecer, ver el vuelo de las cigüeñas hacia el nido, el reflejo de la luz en las piedras de las iglesias y palacios que bordean la plaza Mayor y a los que se accede por cada una de las puertas y así cada anochecer, a donde también llegaba la liviandad del aire de donde sea que viene.
Cáceres y su plaza, sus escaleras y esa lámina de agua con la que juegan los niños, es un lugar para confesarse y así lo entienden los pocos que se reunen, no en las terrazas, pero si en las escaleras y los bancos que quedan, grupos de chicas adolescentes que simplemente hablan de sus cosas, gente solitaria que lee, que mira y se despide con una sonrisa y un adiós, que mira los juegos de los niños, porque es una de esas plazas en la que los padres dejan jugar a los niños y los niños juegan, si no es entre ellos, con los borbotones de agua de esa fuente de colores a ras de calle.

Desde las calles en cuesta, Cáceres se comunica con sus campos desde el ocre y los verdes sucios de las encinas y a poco que te salgas del casco antiguo y de la ciudad nueva, los rebaños de vacas y ovejas te llevan a otra época por no decir otro siglo, a los pastos de otra literatura, otros nombres incluidos los de todos esos conquistadores de America, que aquí siguen manteniendo palacios, casas y plazas y también apellidos tan rimbombantes como Ovando, Golfín, Carvajal, Durán-Rocha, los Becerra, los Figueroa, los Ribera, Ulloa-Roda, Condes de Adanero y así, se repite de lugar en lugar, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo; y  como otros días de este viaje, también me quedo embelesado cuando subo a la torre-campanario de la Concatedral de Santa María (siglos XIII, XV y XVI) y sobrevuelo esos y otros paisajes y dibujo otra vez otro nuevo mapa mental de la ciudad, el barrio de San Antonio, las casas blancas de la judería, el barrio de San Juan, las iglesias, los patios y jardines, todas las religiones que en su día se dieron cita aquí y con ellas, los oficios, las músicas, los figones, los aljibes para el agua que construyeron los árabes y que todavía se podrían usar. Cáceres monumental y defensiva, con torres desmochadas, ese buen jamón que ya no se olvida, como tampoco podemos olvidar las rebanadas untadas con torta del Casar, ni las  noches cálidas y secas de esta tierra lateral, donde vive la editorial de Julián Rodríguez, que no se puede llamar de otra forma, nada más que “Periférica”.
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sábado, 17 de septiembre de 2011

CORIA




La catedral de Coria es pequeña, como un museo y pesa. La entrada la cobra Oscar, que te comenta y te atiende, deseoso de contar algo. Y es, el que nos cita a un escritor que escribió un libro que se llama Las rosas de piedra y al que le sorprendió la cantidad de reliquias de su museo. Al igual que Julio Llamazares a mi también me llama la atención todas aquellas reliquias, esa vieja demostración de que lo religioso existe y existen todos esos santos mártires, que aún hoy dejan sus reliquias, sus brazos incorruptos y su carga, a cuestas de todas las espaldas.

-¿Todas estas reliquias son verdaderas? -le pregunto a la salida-
El hombre se encoje de hombros como no queriendo engañar y sin faltar a la verdad.
-Después de tanto tiempo, cualquiera sabe –contesta-
Lo que si se sabe es que la más importante de todas ellas, es el mantel de la última cena, los investigadores que continúan hoy en día investigando, lo sitúan en una antigüedad de dos mil años y su origen en Palestina.
Los museos religiosos, tienen ese amontonamiento que no tienen los demás, debajo de cada cáliz, de cada relicario, de cada cruz, siempre un letrerito con su origen y su siglo. Todo en si es un patrimonio extraordinario, códices, misales, algo a lo que cualquiera, previo pago de un par de euros, tiene acceso, con una vigilancia de andar por casa.
Subimos a la torre de la Catedral, por unas escaleras de caracol, que son como un muelle, abrimos puertas.
-Y después las cerráis, para que no entren las palomas –dice Oscar- hoy se nos metió una, y a ver como la sacamos.
La torre, nos advierte, no es para que suba todo el mundo, porque las palomas la tienen abrasada, pero una vez que llegas arriba, las vistas no tienen precio, bueno de hecho lo tienen, un euro, solo que es un precio que olvidas cuando ves Coria y todas las tierras que la envuelven, seguramente y parte de ellas, pertenecientes a la ganadería de Vitorino Martín, los famosos Vitorinos bravos y nobles, según dicen los expertos y como por Salamanca y cada pueblo con río de la ruta de la Plata, su puente piedra cruzando hacia la vega y los campos extremeños, de trigo, encinas y toros.
-Te recomiendo la Campana y si está cerrado el Bobo –dice Oscar-
Después de deambular por el recinto amurallado y por fuera de él, de ver la Cárcel eclesiástica y la Cárcel Real, de ver el Castillo del Duque de Alba, entrar y salir por las puertas de esa ciudad amurallada, entramos en el Bobo.
-¿Vais a comer? –pregunta una chica y después el dueño-
Es la intención porque son cerca de las tres de la tarde. Después de que salen dos, entramos nosotros. El comedor está lleno, es pequeño y recargado de aperos de labranza y cachivaches, fotos y entre ellas una foto del Bobo de Coria, que es el que da el nombre al bar, un retrato de Velazquez, al que pintó en dos ocasiones y cuyo nombre es Juan Calabaza de padre desconocido y de madre María, y según dice la leyenda, cuya discreción y alegría, fue suficiente para que le tomara en protección el Duque de Alba y este le regalara al Rey, con el que vivió en la corte hasta su muerte. La historia no cuenta, como otras muchas veces por qué, la buena gente de Coria, los que son de padre y madre conocidos, le pusieron ese apodo.
Allí en el Bobo nos reponemos, comemos   gazpacho al estilo andaluz y extremeño, secreto,  vino de la casa y un jarro de agua fría;  de postre melón, todo por diez euros cada uno.  Y de allí, alrededor de las cinco de la tarde entre el calor de las dehesas, salimos para Cáceres.
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viernes, 9 de septiembre de 2011

SALAMANCA




Todo se construye con piedra arenisca de Villamayor, piedra dorada para la catedral, para la universidad, para las casas y palacios, para la Gran Vía y tiñe a la ciudad con una pátina verdadera, incluso para las casas recién construidas. Pero una ciudad de piedra y jesuitas, de palacios y sabios, también es una ciudad con treinta mil estudiantes en una población de ciento sesenta mil personas, quizá la primera industria de la provincia, en la que los inversores son todos jóvenes, listos, generosos, en plena formación y con toda la energía; y con esa energía, todos pasan por la Plaza Mayor, diseñada por Alberto Churriguera, la plaza más bonita de España, porque además de la piedra dorada, parece un patio donde quedan y se reúnen los vecinos, los amigos y el viejo armario de las casas grandes de las abuelas, con las puertas teñidas del mismo color dorado que la piedra y allí como en otras partes, se guardan viejas historias de castilla, de la ciudad de los lazarillos que por allí pasaron, los amores de Calixto y Melibea, los auxilios de la Celestina, brujas, tunos, amantes y asesinos, obispos, poetas y juglares,  los vemos a todos, una parte de cada uno, mezclados y remezclados entre turistas y estudiantes, visitantes y salmantinos y vemos también la famosa rana sobre la calavera, repetida en las camisetas de todos los comercios, conversamos con Unamuno, tomamos café con Torrente Ballester y vemos pasear a Antonio Colinas, entrando y saliendo del Corrillo, del Novelty, vemos la pose de Rafael Heredia reflejada en algunos espejos y siempre todo mezclado con  la gente de la frontera, porque Salamanca, es una ciudad de frontera y Charra, como ciudad Juárez, de hombres oscuros y curtidos, temerosos de la Ley de los hombres, las multas de tráfico y de la Ley de Dios, que es algo mucho más personal y de libre interpretación.
-Mira, la casa de las conchas –dice S- hazme una foto.
Y hago una foto y mil fotos y en todas sale esa concha que un anormal rompió y que ahí sigue rota, para vergüenza de todos.
-Buscaría el tesoro –dicen-


El tesoro es una onza de oro que según cuentan se esconde dentro de una de las trescientas conchas de la casa.
La importancia de Salamanca, la que tuvo en época y la que actualmente disfruta, además de por la Universidad,  es por sus dos catedrales; la gótica, que es la que se ve y la vieja, que es en la que se apoya y a la que en parte devora. La catedral nueva tiene una planta espectacular de cien metros de largo y cualquiera diría que tiene otros cien de alto, la Vieja es más como la de Coria, pequeñita, románica por fuera y en parte gótica por dentro, llena de órganos, uno de ellos colocado sobre una tribuna mudéjar, de los más antiguos de Europa y tumbas, unas de obispos y otras de grandes personajes religiosos y sus familiares, don Gutierre de Monroy, doña Constanza y don Diego de Anaya. Las capillas tienen un dispositivo sonoro, pero lo descubres escondido en el dintel de la puerta, con una plaquita de la entidad que lo montó y con mucho teatro y profusión de sonidos de la época, te cuentan aquella historia de capillas y usos que unas veces escuchas y en otras se te va el santo al cielo; y así vas pasando de una a otra la de Talavera, de Santa Bárbara, de Santa Catalina. En la catedral nueva, además de todos los impresionantes tesoros arquitectónicos y museísticos del gótico, clasicismo renacentista y barroco, se expone el antebrazo izquierdo e incorrupto de Julián Rodríguez, Salesiano martirizado el 9 de diciembre de 1936 y beatificado por Juan Pablo II, sin duda alguna una muestra más de esta fe caníbal y encurtidos de la tierra. Dejaremos Salamanca, como otras veces, con cierta pena, pero no sin antes haber paseado por el Tormes y cenar una sartén con cinco huevos y jamón. Mañana, saldremos para Cáceres pasando antes por Coria.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

BURGO DE OSMA

                                             Burgo de Osma, torre de la Catedral

Cinco kilómetros antes de llegar, ya se ven los setenta y dos metros de la torre de la Catedral y debajo la villa del Burgo de Osma; la visión es espectacular. Osma casi está ahí desde el principio de los tiempos. Bajo los campos de Soria, del sol y el hielo y sin saber como, allí se  construye una de las diócesis más antiguas de España (año 597) y con ella lo que terminaría siendo la actual catedral gótica del Burgo de Osma, un lugar inhóspito, como otro cualquiera de los que existen en Castilla, uno de esos pueblos que podían haberse quedado abandonados, pero que con el paso de los siglos sigue habitado por esas cinco mil almas, igual que cuando todo se empezó a amurallar.

Ahí viven protegidos de los vientos y de las iras, resguardados por los dioses y las vírgenes de piedra, por esas oraciones de los cantorales y su colección de sesenta volúmenes decorados con miniaturas y letras capitales, por la sordera que rodea todo ese campo que la rodea, un solo campo y una sola catedral, de la que todos viven, calles con casas restauradas, soportales de piedra, ladrillo y madera, quesos de oveja, embutido, caza, empanadillas, plazas y palacios góticos, llenos de nidos de cigüeñas, gente de invierno que pasea al sol y gente de verano con gafas de diseño sentados en las terrazas de los cafés, a la sombra de las plazas.
-El café del machote es muy malo –dice la dependienta a una cliente-
-Es el de la plaza ¿no?.
Nos quedamos con el nombre “el machote”, y nos quedamos con la plaza, solo hay que caminar unos metros más, para encontrarla, cuadrada, rodeada de soportales y cafés, uno de ellos el del Machote, por el que pasamos y miramos. Todos están vacíos y si no vacíos, con media docena de clientes, no más. Nos sentamos a hacer tiempo en uno de ellos.
-Estamos fuera –le digo a la camarera de camino a los servicios- nos podrás un café con hielo y un agua.
-Si, si te esperas –dice ella, con calma, mientras va y viene por una barra muy larga-
Esperamos y vemos que todos los que están, esperan, así que cuando nos parece nos levantamos y nos vamos.
No hay mucho más en Osma, y a lo que se viene es a ver la Catedral que se descubre por su torre barroca del arquitecto José de la Calle.
Se celebra misa a esa hora y como en otros muchos lugares, solo son mujeres con los deberes hechos en la casa del hombre y en la de dios, casi todas viudas, y si tienen hijos, solas, porque Osma, es un lugar de nidos vacíos, ocupados solo durante unas semanas al año pero conservados con esmero, ventilados, encerados los suelos de madera, los armarios ordenados y las camas preparadas y allí, entre el frío de esas paredes se toma la garganta y se esconden tesoros, cantorales miniados en pergamino, el Retablo Mayor de Juan de Juni, el Códice del Beato de Osma con sus 72 miniaturas, la colección de arte sacro, pintura, escultura y orfebrería a la vista de todos y solo guardados por los ojos de dios, un dios que existe más en esta parte de castilla que en cualquier otra parte del mundo, al que solo iguala el Venerable Palafox. De todo hace cuentas un encargado sordo que cobra la entrada al museo y que ya no oye el metal de las campanas, ni el níquel de las monedas.
-¿Quieren el libro? –pregunta prestando atención a cualquier gesto-
El libro no, pero el folleto de la catedral si, porque va con el precio.
-¿No se puede contratar un guía? –pregunto-
-No hay nadie –dice el hombre- espero a un chico, porque yo me tengo que ir.
Y eso es todo, el chico al que espera, ya hace un rato que entró situándose a su espalda –ah ya estas aquí!- oímos decirle, mientras nosotros pasamos a la zona del museo, en donde el frío del invierno no sale durante el verano.
Así gastamos cada una de las once capillas, las sillerías, los órganos, un mundo que como todas las religiones, se mantiene conservado entre el azar y la necesidad. Amén.
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sábado, 27 de agosto de 2011

SORIA


Hay una paradoja, desde Soria no se ve el Duero y desde el Duero no se ve Soria. Para que eso suceda, tienes que cruzar la frontera que separa el desierto de la meseta, es en el medio de esas dos fronteras donde te encuentras Soria y la marca del Duero. Antes de que puedas ver el río lo que la ciudad te enseña son iglesias que podían ser catedrales y concatedrales que podían ser iglesias, palacios como el de los Condes de Gómara, casas de apellidos ilustres.
Entramos por el Norte y lo primero que te encuentras es la plaza de toros, que se monta en el lateral de la montaña. Soria también tiene festejos taurinos y toreros que todavía buscan su oportunidad y cerca de ella algunas tabernas de ese ambiente, como El Capote, restaurantes con cabezas de toro disecadas, fotos de encierros; como es la hora comemos en uno de ellos, el Restaurante Salvador a las puertas del barrio del Collado, pan de Soria que en si mismo ya es una exquisitez y cochinilla, una de las setenta raciones que preparan diariamente en el horno de leña, con el que te cruzas para ir al comedor.
Son las tres de la tarde y para este plato hay que esperar y sentarse bien, es decir no tener prisa. Por eso nos dan las cinco y salimos también sin prisa, pisando la plaza de Ramón Benito Aceña, llena de bares y tabernas y sobre todo llena de terrazas protegidas por la sombra de castaños donde también juegan pardales.
La calle del Collado se parece a la calle Joaquín Costa de Teruel, soportales de piedra que te alejan, hasta que se despegan de la ciudad, una ciudad de poco más de treinta mil habitantes, igual que Teruel, pero que no está muerta o por lo menos no lo está en estas fechas.

-Cruza la plaza mayor –contestan- y baja.
Es la forma de ir a buscar el río, el puente de piedra y el paseo del Postiguillo desde donde te sumerges en él.
-Llévate una chaqueta –dicen las voces de los portales- al anochecer, el frío...
Y dejan colgada esa frase como si el frío fuera el Sacamantecas.
Es verano, agosto y al anochecer el frío baja de golpe, del Moncayo, del Valonsandero o de donde venga, a curar las carnes, los embutidos, a curar a los enfermos o a matar a los sanos.
Después de subir del río y de cruzar de nuevo todas esas calles que ya son conocidas, volvemos helados al hotel, es pronto pero ya no lo dejaremos hasta el día siguiente. De repente todo el cansancio del día se llena de sombras, no obstante solo hace unas horas que hemos llegado de Barcelona.
Igual que nos acostamos pronto, madrugamos. Toda esta mañana recorremos el parque Cervantes, que es como si hubieran recortado una de las orillas del Duero y lo hubieran encajado dentro de Soria, incluidos árboles centenarios y ermitas, rosaledas y un carrito del helado por si diera por hacer calor. Caminamos por las iglesias, entramos en la Concatedral de San Pedro, que es como un barco varado, como si se hubiera despertado un día y las orillas se hubieran alejado, apartada de la ciudad; bajamos de nuevo por el Soto del Duero, es el lugar elegido por las familias para pasear, juegan niños y algunos pescadores muestran sus artes en el socaz de un molino abandonado, sin mucha suerte, como si hoy ya solo fuera un decorado más. Y así caminamos hasta llegar a la ermita de San Saturio, el patrón de la ciudad, una ermita posada sobre una peña, con los pies metidos en el Duero, que en ese tramo se cruza por un puente peatonal con balaustres de hierro lleno de candados, que nunca nadie ha visto poner, salvo el santo, candados que cierran el amor de muchos enamorados que les da por celebrar así –para siempre- sus sueños.


La ermita comenzó siendo una gruta de roca y sobre la roca tallada, escaleras y sobre estas, la iglesia y las demás habitaciones-museo, incluida la del eremita que la atendía y así hasta la extinción del oficio, porque ahora ni santero, ni eremita, tan solo un empleado del Ayuntamiento la abre y la cierra. Y en ese punto huimos de una familia de niños con su padre y su madre, que no dejan de chillar, lloriquear, darse cabezazos con la roca de la gruta, huimos escaleras arriba buscando el refugio del Santo y lo encontramos, también vemos desde las ventanas unas vistas excepcionales del Duero, pero no se ve Soria.
Soria, como muchas otras, es una ciudad de oficios extinguidos, como el de maestro de francés, de poco más de siete alumnos, en el que Soria tuvo y tiene en su memoria a Antonio Machado, para lo que visitamos el aula en el que ejerciera en el Instituto General y Técnico, y en el que se exhiben entre fotos y una luz plomiza y triste, actas con los resultados académicos de alumnos como Félix Pérez Ruiz, con un aprobado curso 1909-1910, un oficio, un poeta y un amor de dieciséis años, el de Leonor, otra historia más, que como otras muchas termina bañada por un río que no le devuelve los baños a nadie (nadie se baña dos veces en el mismo río, salvo los muy pobres) y una estatua en la que se fotografían los turistas.

También es una ciudad fiable, tan fiable como sus árboles y sus pájaros que te cagan sin piedad, mientras bebes cerveza y esperas que el camarero te traiga el conejo estofado que has pedido y la piel del conejo para limpiarte la mierda que dejó el pardal en tu hombro y das las gracias de que no haya sido una cigüeña, porque Soria, sus casas, sus torres y sus iglesias se llenan de cigüeñas, que es aquí en los sotos apartados donde pastan, míticas y orgullosas. Ya no dejaremos de verlas, ni de apartarnos de su recorrido, ya sean catedrales, cárceles o torres eléctricas. Mañana visitamos el Burgo de Osma.
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domingo, 21 de agosto de 2011

¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!

 
                                 Patxi, en el medio entre Zapico y Luján

Se titula así y es una novela para un tórrido verano, cruda y directa, para reventar jodiendo, para joder reventando, o para las dos cosas. El novelista es un tipo con valor, escribe y habla en voz baja, pero a cada cosa la llama por su nombre tal y como se habla en los bares y en la calle, las cosas por su nombre, una polla es una polla y en un viaje a Cuba un tirillas (con más barriga que pecho, hambre atrasada y de una fría y lluviosa capital de provincias) no solo visita las ruinas de los Tres Reyes Magos del Morro, también conoce gente, morenas, sucias y calientes morenas, con las que saciarse. Punto. A partir de ahí, entras y sales en un desvarío que te hace sacar la risa de la caja más oscura del pecho, una y otra vez…

- “espero que te eches unas risas”,  me escribe en la dedicatoria del libro; y me las echo a la salud de Patxi y las aventuras de su personaje Dick Grande, un tipo al que la polla le enseña el camino a recorrer que además es: la única persona fiable que le rodea, una buena amiga, una buena herramienta (blakandéker) y una buena agencia de viajes con la que recorres Pamplona, La Habana, París, Manila, México, países y ciudades que Patxi conoce, callejas, suburbios, garitos, hoteles,  y mientras vagabundeas, además de risas,  otras  veces te crece musgo debajo de la barriga, sangre, lefa, patxarán, música heavy, enredaderas, serpientes, soledad y todo lo que además de la polla, te pueda crecer. A mi novia la metí un par de meneos alguna tarde mientras leía esta novela. No te asustes este libro conecta directamente con tus más bajos instintos, algo poco corriente en la literatura de este país de pajilleros y playstation. No le tengas miedo, Patxi es un buen guía y en la vida real (y el mismo lo dice), más feo que el copón, pero con novia y dos hijos muy guapos, y ahora esta novela de cojones y muchas anécdotas, porque yo (un tirillas más de este perro mundo) que también fui a Cuba hace 25 años a hacer turismo, también sentí aquel amor animal por otra negra cuyo nombre no recuerdo.
         Pero no te equivoques amigo, debajo de todo ese sexo, de todas esas compañías y comparsas, debajo de toda esa música radikal y todos esos paisajes, no hay ninguna risa, hay una muy mala leche contra todo y hay una muy buena literatura, con momentos sublimes, asquerosos momentos sublimes que nos aturden, ahoga, nos arrastra, magulla, ensucia y lesiona gravemente la memoria, hasta la última línea.
         Que de salud sirva. Cuando lo termines y te duela la mandíbula por que te ha girado la cara unas cuantas veces, (con esas bofetadas tan bien dadas), a ver lo que eres capaz de leer; supongo que cuando salgas de esa UCI, intentarás buscar más descargas, te puedes abastecer con todos los relatos que tiene escritos el mismo autor.

La última frase de esta recomendación es para la editorial Eutelequia, que
siga apostando.
Un abrazo Patxi, te juro que esta literatura me ha salvado una vez más y que debajo de mi sonrisa, hay otra cara que no se ríe, pero que disfruta. Salud.

¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno (amateur). Eutelequia narrativa. Ilustraciones: Miguel Angel Moreno Gómez. Abril 2011
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