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jueves, 10 de febrero de 2011

EL LECTOR MECANICO


(La lectora. Picasso)

No hay nadie que haya leído un millón de libros, ni siquiera  un millón de poemas, ni siquiera los atribulados lectores de las editoriales han leído tanto, simplemente porque es imposible, es imposible leer todo lo que se escribe, todo lo que se ha escrito, todo lo que se publica, pero sí que es posible leer con atención algunos libros imprescindibles que te giran la cara como la peor de las bofetadas y en ese mismo instante empiezas a caminar por un mundo que ya no vuelve a ser, nunca más, el mismo. Y es imprescindible dejar a medias libros que no te consiguen manchar. 

 

 Todo esto viene a cuento, porque se dice que en este país se lee poco y el que lo dice, le tiene sin cuidado qué es lo que se lee y como se lee. Para este tipo, lo verdaderamente importante es la cantidad de lectores y la cantidad de libros, (sean estos los tradicionales de papel o los electrónicos), le importan las cantidades; y con ellas las estadísticas, y saber en qué posición quedamos dentro de los pequeños estados autonómicos y dentro de los demás países vecinos. 

 

No conozco el número de lectores, y en todo caso no me interesa lo más mínimo, a mí me interesa la calidad del lector. Presumo de tener entre media docena y docena y media de lectores de cierta calidad, según los momentos, y según los momentos uno o dos. Y  me interesa porque un buen lector y uno malo, opinan, resumen, comentan, seleccionan lo que leen, un lector nato además lo valora, se vuelve creativo, actúa en lo que lee y lo compara con otras historias, navega en ese mar, disfruta y contagia a los demás; un mal lector, almacena libros, horas de lectura como si se tratara de tarros en la despensa,  lee hasta la última letra de cada novela pero no se entera de nada más, deja el libro en el estante y a por otro, igual que cena salchichas y bebe cerveza, actúa de forma automática, y cuando termina su hora de lectura apaga y a otra cosa, de tal forma que si alguien le cambia la señal, el punto de libro y lo atrasa una hora, al día siguiente volvería a leer lo mismo sin extrañarse lo más mínimo, lector mecánico, enciendes y apagas, enciendes y apagas y olvidas. 

 

Oigo que muchos escritores, entre otros Vargas Llosa, dieron vueltas y revueltas hasta que consiguieron publicar (en su caso La ciudad y los perros) y lo mismo le pasó a Garbo (Cien años de soledad). Estoy seguro de que algunas de las editoriales que visitaron, dejaron los originales a lectores mecánicos que opinaron. Ninguno de esos lectores ha dicho nunca nada al respecto, ninguno lo hará. 

 

Supongo que, en estos tiempos, incluso a un lector nato, le costará encontrar en la lectura una emoción superior a todas las emociones que le regalan y le envuelven, a golpe de videojuegos, juegos interactivos, chateos con los amigos, deberes y quehaceres, y lo último de lo último que le pase por la cabeza, sea descubrir algo tan antiguo como un libro y leer, pero por todos los santos del cielo que no le obliguen y se convierta a un parásito lector mecánico jode-novelas. Dejen que los vicios lleguen reptando, despacio y se instalen en la sangre, aunque descubramos que, a ese nuevo lector, la mirada se le vuelve algo más lánguida y la ironía cruce con él la calle, esquivando el resto del tráfico. Déjale que descubra la cualidad de las palabras, el matiz de sus significados, el tono, el calor de las frases, deja que esos descubrimientos lleguen a los oídos apropiados y deja que recupere parte de esa inteligencia iluminando a los que no lo han conseguido. Y lo hará.

 

En todo caso leer  bien, de forma natural, tiene tanto de arte como el propio mérito de poder escribir bien, que al fin y al cabo solo consiste en conocer e interpretar la vida y la muerte. Eso es lo único que nos diferencia de los demás animales, de los demás lectores mecánicos, de los demás escritores mediocres de este mercado.

 

 

2 comentarios:

  1. Es genial a medida que uno va forjándose un estilo de lector. Como en cualquier variedad de arte, es necesario contar con la dignidad suficiente para confesar haber consumido determinada obra, aún con riesgo de rechazo social. Dos ejemplos de bochornoso renombre.
    - Balada Triste de Trompeta (Alex dli). Debí salir a mitad de película.
    - Hilo Musical (Micky Otero). Aquí y ahora, he decido no seguir leyéndolo y no volver a creerme las palabras de Kiko Amat.

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  2. Dos ejemplos bochornosos. Te lo he puesto en bandeja, anda que no te has quedado agusto. Y te aseguro que el humor de ninguna de esas dos obras me hizo sonreir lo más mínimo. Más dinero tirado. Nunca vamos a aprender.
    -Comentario de Kiko Amat el día de la presentación: "la mejor novela que he leido en los últimos 10 años"

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