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martes, 22 de febrero de 2011

PEREZA



El que no escribe de Thomas Pynchon, escribe de Wallace y tarde o temprano aparece por medio Javier Calvo, nuevas y viejas vacas sagradas. Leo con atención, pero eso no me quita las dudas. Escribo con atención pero, eso no me quita la pereza que me produce sentarme a escribir la novela en la que trabajo, pero también me da pereza trasladarme a Barcelona para ver a jóvenes poetas y novelistas, presentar sus viejos trabajos recién editados, me da pereza. Me da pereza agradecer a mi vecino Jordi, su amabilidad por conseguir y darme el Manual de Usuario del Pathfinder (saludaré a su mujer, a su hija y a su perro Dog),  me produce cansancio apagar la televisión y la dejo funcionando horas antes de que calcule clavarle un hacha en la cabeza o desconectarla. El remedio contra la pereza no es la diligencia, es odiar. Siento rabia cuando las perras ladran una hora después de acostarme, asesinaría al que pasea el perro cuando todos estamos acostados. Me ofrezco voluntario para una nueva cirugía con cicatriz, en la cara de Belén Esteban, me ofrezco voluntario, para intercambiarle la cabeza con la de Jesulín, y sucesivamente, con la de todos los demás telecincos, para terminar este empacho.

 El que no escribe de Pynchon, escribe de Wallace, uno muerto en vida y el otro vivo después de ahorcarse. Cuando él decidió ahorrarse el resto de sus días, yo paseaba por Jerusalén. Suceden las cosas, y por rápido que sucedan, siempre es más rápido de lo que te esperas.

-¿Qué harías si supieras lo que va a pasar?

Yo no haría nada, me sentaría a esperar que pasase, igual que uno se sienta para ver anochecer. Esperar y que suene el teléfono. Pero no puedes vivir con el traje del muerto colgado en el armario, porque tarde o temprano te termina picando el cuello y de la misma manera tiene que ser insoportable aguantar a tu lado a Sallinger o la larga cicatriz de  kaltenbrunner.

Agradezco todos los mensajes, agradezco ese color amarillo con el que se visten las Mimosas de casa (frente a mi habitación) a finales de febrero, pronto llegará la primavera. Agradezco cada nota a pie de página, leo “El beso” de Chéjov y se me escapa la tristeza. En un instante todo puede terminar en las alcantarillas y pierdes la memoria de todo lo demás, es un instante.

Nadie puede creer en esos poetas suicidas, a no ser que asesinen a un millón de personas. Dentro de poco empezará a soplar de nuevo el viento y necesitaré la compañía de cualquier asesino de la editorial Sajálin. Mejor que solos, cualquier asesino para matar este tiempo de poetas, falsas princesas y toreros muertos.

1 comentario:

  1. Si el odio es el antídoto contra la pereza, ¿cómo salvar el dilema "pereza-odio"? ¿qué hacemos con el superávit de diligencia? ¿qué extraño sentimiento debemos invocar para vencer al odio? En la tendencia al infinito nos encontraríamos con el odio frente a la diligencia, y ese par de dos sí son difícilmente conciliables, altamente peligrosos. Conclusión: menos odio y más diligencia, y la pereza estará bajo control.

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