Nota sobre esta crónica:
Este es un artículo que Sigueleyendo
no ha podido publicar...Se tarda menos en contestar un correo, que en echar un hielo al whisky.
Recinto ferial, La Farga. 7.10.2012
Se celebra como cada año en L’Hospitalet. Es la feria anual
de tattoo, tatuajes mejicanos, japoneses, africanos, indonesios, con toda la
parafernalia del evento, chupas, camisetas, botas converse, Harley, coches
tuneados, un ring para luchadores de artes marciales, una pista de break dance
y aparcadas en la calle también bicicletas con flores como las de la foto y
desde luego docenas de cabinas de tatuajes con los mejores del oficio y
clientes que saben del placer y el dolor mientras entra la tinta en la piel, el
ruido de los taladros en el oído, la resistencia, jóvenes padres de familia con
sus cachorros en brazos cargados de tattoos.
-No veas lo que aguantan las tías –dice Alberto- se pueden
tirar ocho horas tatuándose la espalda..
El que lo dice no es otro que Alberto García-Alix, un tipo
que ha vuelto de la muerte y de China, dos lugares de donde hay que volver con
los brazos llenos de premios. Me lo encuentro allí, al sol, con esa mirada y
esa chupa de cuero y esos tatuajes que se le asoman por todas las costuras, desde
el cogote hasta la mueca de los labios, en cada pliegue.
-¡Qué bien te encuentro, tío! –le digo-
No me canso de saludar a este tipo, es auténtico y cabal y
una leyenda en el mundo de la fotografía, del retrato en tensión, donde cada
vez afina más con esas putas Hasselblad que solo el diablo sabe manejar.
-Yo me voy mañana –dice apurando su cigarrillo-
Noto esa gana y gusto en cada calada, como lo nota un
exfumador o un exconvicto.
-¿Con la moto?
-Si, claro, la tengo ahí –indica para una calleja-
Con la Harley, las cámaras, la cazadora de cuero, el
teléfono móvil y toda esa mirada que no falla, que espera a que pase, porque
algo tiene que pasar, siempre hay algo que tiene que pasar, en el formato que
sea, poesía, graffitis, tatuados o tatuadores, tías, niños, bicis de flores,
una gorda o un oso polar y allí está, apoyado en una columna cuadrada.
-Si a mi me va bien, pero gracias a lo que vendo fuera –con
esa voz carajosa-.
Aquí el mercado está cerrado y todo lo que se tenía que
vender ya se vendió hace años.
Desde la calle se oye el zumbido de los ciento cincuenta
taladros de piel, no sale ni un solo suspiro, ya lo dice el maestro, las tías
aguantan. El mapa de dolor de la piel se enciende por los codos, por los
sobacos, por la espalda, no es lo mismo que el hombro, cada parte es una
dimensión, para cada parte se necesita una resistencia, un carácter. En el
recinto cada puerta tiene un Centurión y cada soldado luce sus tatuajes, sus
galones, camufla sus armas y se alarga la perilla lo que haga falta, en vez de
anillos tatuajes en los dedos macizos, manos de hierro de conducir motos, nadie
está muy seguro allí dentro, ni fuera pero porque nadie está hoy muy seguro de
nada ni de dios, ni de la patria, ni del rey, pero en ese estado de cosas de
quien si te puedes fiar es de los tipos valientes que han elegido la vida como
viaje y siguen ahí, de los que todavía son auténticos, de todos esos herederos
del diablo que han conseguido ahora ser ángeles y han domado el cuerpo a base
de descargarse y de descargas, a base de ver morir y enterrar a los amigos.
García-Alix tiene allí a sus clientes, todos esos tipos
tatuados y tiene ahí a la venta su caja de diaporamas, tres cedés titulados “De
carne y hueso” una reveladora imagen de aquellos años ochenta llena de caras
conocidas, talento, escaleras, callejones, perros y gatos, músicos, sombras,
motoristas, ángeles del infierno, centuriones, porno star, enanos, prostitutas,
colegas, novias, perros de lujo y perros de mierda, todo era la edad de oro
desde Emma Suárez a Camarón y sobre todo los anónimos, legendarios anónimos,
todos muertos; “Lo más cerca que estuve del paraíso” y “una perpetua fuga”
completan la caja negra, todo bien
adobado con música de Daniel Melingo, en total una hora de idas y venidas y
vaivenes. Y sales de allí con ganas de subirte a tu moto y quemar calles y
dejar que el aire se encargue de lo demás hasta que los brazos y tu propia cara
se llenen de grasa, la grasa del frío y de tu propio calor interior.
“El perro no chupa, el
gato se estira”
Y las máquinas de tatuar no descansan y cuando se bajan
moribundos de las camillas llevan los tatuajes envueltos en plástico y les ves
así, recorriendo los pasillos como zombies a punto de desmayo, a punto de
arrojarse contra cualquier Centurión para que les remate a navaja. Pero eso no
pasa, las cicatrices de tinta se van drenando hacia la carne y supuran agua, la
piel se hincha y esperan a que en la calle sea noche cerrada, cualquier cosa
antes de que te de el sol en las heridas abiertas.
-Una espalda es mucho territorio, amigo.
-Yo lo quiero así.
En este lugar tan perro no puedes tener la piel fina y es mejor no
rozarte con nadie, es mejor no mirar a los ojos, es mejor no empujar ni que te
empujen, es mejor quedarte estático frente al ring, ese ring que la
organización coloca en un lateral de la feria, junto a un mercedes tuneado,
donde dos potros se cocean después de un ritual muy medido, a tres asaltos. Es
así como uno se despeja para volver a ingresar de nuevo en las cabinas abiertas
a los ojos del público, de un público que muchas veces quiere sangre y
fotografía sin piedad los modelos de dragón, para que el colega del barrio los
dibuje sobre el hombro, sin anestesia y sin copyright.
Por el camino de ida y el de vuelta me cruzo con dos chicas
vestidas como muñecas pin-up, apenas pestañean y parecen decididas a evaporarse
en cualquier momento.
Dejo todos los rastros y cuando salgo del recito llevo en
una bolsa, una camiseta XL con las mangas dobladas con una bonita serigrafía y
esa caja negra de Alberto García-Alix, en ella ha escrito a bolígrafo: “Para Elías un abrazo de Loco a Loco” y
sigo caminando rodeado de caníbales tatuados, todos ellos menores de veinte
años. Sigue habiendo mercado aunque la Barcelona de ahora olvida que esa caja
negra, como la de los aviones, encierra la sabiduría del blanco y negro, las
voces, los ecos, sonidos que te rompen, imágenes que algunos de nosotros
tenemos tatuadas en el iris, de donde no se vuelve, de donde nunca se vuelve
porque siempre la fuga es perpetua y la ciudad de plomo.

A la salida también me cruzo con un grupo de mujeres que
salen cargadas con bolsas de la compra (entre azules y blancas). En el mismo
recinto, casi pared con pared hay un Caprabo. El tono de tinta que usan para
sus bolsas es muy parecido a la que acabo de ver en la piel de muchos tatuajes, algo que a Juan Soto no le pasa desapercibido.
Siempre hay algo que
tiene que pasar y pasa. Recién escrito esto, Alberto García-Alix, ha sido galardonado con la insignia de
Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. Pero Francia es
otro planeta. Supongo que lo sabía y no lo dijo. Todo un placer.